Me subo al ascensor y un conocido me pone al día con lo último que circula en Telegram en materia de teorías de la conspiración. Camino hasta el Uber que me está esperando. En el coche, un amabilísimo conductor. Al término de la distancia, pocos minutos después, estaba aún más al día sobre globalismo, mutaciones genéticas, transhumanismo, las presuntas andanzas oscuras del Foro de Davos y más.
La batalla de las ideas hay que darla sin cuartel, las 24 horas del día. Porque el enemigo no descansa. Y el enemigo no es ni el compañero de elevador ni el conductor de Uber. Tampoco es un tema de izquierdas o derechas. Mucho menos de globalistas y nacionalistas.
Se trata de democracia contra populismo, que en el fondo no es más que la eterna lucha entre la libertad y la opresión.
Creíamos que esa vieja dualidad se había derrumbado con el muro de Berlín. El famoso fin de la Historia por el que Francis Fukuyama ha tenido que disculparse dado lo errado del vaticinio. Quien todavía no ha pronunciado el mea culpa, por cierto, es Henry Kissinger, el genio detrás de la brillante idea de democratizar las autocracias a punta de negocios. Vladímir Vladímirovich Putin y Xi Jinping le mandan saludos. Menos mal que la carnicería de Putin en Ucrania ha hecho las veces de despertador de aquel irreal sueño comenzado en noviembre de 1989.
Justamente, son Putin y Jinping las principales caras del club de autócratas maestros de la desinformación. Utilizan esa poderosa herramienta para desestabilizar a Occidente, que más que una delimitación geográfica es un estilo de vida extendido en buena parte del planeta tras el cambio sísmico de 1945.
Los dictadores han ido logrando su objetivo a través del histérico populismo, cultivo que ha encontrado campo fértil en las redes sociales. Los laboratorios de desinformación han sido fundamentales para influir en elecciones como el referéndum del brexit o las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016. La ventaja de este grupo es que no pide carnet ideológico para ingresar al club. Con ser revoltoso basta. Bajo el protectorado chino-ruso hacen vida personajes tan dispares como Viktor Orbán, Nicolás Maduro, Miguel Díaz-Canel, Daniel Ortega, Aleksandr Lukashenko o Nayib Bukele.
En plena guerra en Ucrania, este año puede ser de grandes conquistas para el club que Anne Applebaum ha bautizado como Autocracia C.A.
En Marine Le Pen reposan las esperanzas de la ultraderecha de tomar el Elíseo. La candidata se ha esforzado en suavizar sus posiciones más extremas. Pero sus nexos con Putin son difíciles de ocultar.
"Le Pen ha dicho que si Putin termina hoy con la guerra, mañana haría borrón y cuenta nueva con él, como si lo de Ucrania hubiera sido una pequeña travesura"
De hecho, hasta hace dos meses, Le Pen se enorgullecía tanto de ellos que los resaltó en un panfleto que distribuyó durante su campaña. En 2014, recibió 9,4 millones de euros de un banco ruso que desapareció misteriosamente cuatro años después. En 2017, fue recibida por todo lo alto en el Kremlin por el propio Putin.
Ahora, Le Pen asegura que la guerra le ha hecho cambiar su opinión sobre el dictador ruso. Pero lo matiza: "Sí, es un régimen autoritario, históricamente y en la cultura. Aunque lo juzguemos con nuestras normas occidentales, que no son las rusas", declaró.
Se excusa también de su visita a Moscú en 2017 alegando que el Putin de hace cinco años "no es exactamente el de ahora". Miente descaradamente o es sobrecogedoramente ingenua, porque por esas fechas también soltó la perla de que la anexión rusa de Crimea era legal de acuerdo a los resultados del turbio referéndum impulsado por el propio Putin en esa región.
Por cualquiera de esas razones a Putin le encantaría que Marine Le Pen gobierne la segunda economía europea, sobre todo en el contexto actual.
Le Pen también ha dicho que, si Putin termina hoy con la guerra, mañana haría borrón y cuenta nueva con él. Vamos, como si lo de Ucrania fuera una pequeña travesura del nuevo zar.
Son estas posiciones cínicas las que han permitido a personajes como el ruso llegar tan lejos.
Otro caso de estudio es el de Jair Bolsonaro, el presidente brasileño que, como Le Pen, representa a lo más rancio del conservadurismo.
Jair visitó el Kremlin en los prolegómenos de la invasión y se ha mantenido firme con Putin en el transcurso de la misma, dando su respaldo a Moscú en la práctica al votar en contra de las resoluciones en la ONU que buscan arrinconar al invasor.
"Es una exageración hablar de masacre", dijo el brasileño tras elogiar las políticas "conservadoras" del ruso.
"La proliferación mundial del populismo no es un problema de ideologías, sino de socavar las instituciones democráticas sobre las cuales reposa Occidente"
El 2 de octubre habrá presidenciales en Brasil. Parece una oportunidad de oro para sacar del poder a quien, según los últimos sondeos, apenas sacaría un 19% en la primera vuelta.
El problema es que del otro lado está el expresidente Lula da Silva, fundador y gran bandera del Foro de São Paulo, la histórica agrupación regional de extrema izquierda a la que también pertenecieron personajes como el venezolano Hugo Chávez y el argentino Néstor Kirchner. Ahí todavía militan el ecuatoriano Rafael Correa y el boliviano Evo Morales. Todos ellos amigos y socios en las andanzas desestabilizadoras de Putin en la región.
"De Guatemala a Guatepeor", dice un dicho latinoamericano. Pase lo que pase, Putin ganó en Brasil.
Además, puede sumar otra importante ficha en la región y quitarle a Washington su más importante aliado en la zona. Gustavo Petro, otra criatura oriunda del Foro de São Paulo, es el candidato de la extrema izquierda colombiana.
El exguerrillero ha evitado mojarse de lleno con la invasión a Ucrania, siguiendo el ejemplo de Lula. "Año 2000, más o menos, Estados Unidos invade Irak. Yo protesté. Condeno Irak, Libia, Siria y Ucrania. Al mismo tiempo". Cuando le instaron a elegir entre Putin y Volodymyr Zelenski dijo que "ni lo uno, ni lo otro, fajardista", haciendo alusión a Sergio Fajardo, el candidato colombiano que se niega a dejar claro si es de derecha o de izquierda. El Albert Rivera local.
Petro tiene el 35,1% en las encuestas para la primera vuelta de las elecciones colombianas, que se celebrarán el próximo 29 de mayo.
El asunto no va de ideologías, sino de socavar las instituciones democráticas sobre las cuales reposa Occidente. Y ni siquiera hemos hablado de la penetración rusa en la política de Estados Unidos, donde se celebrarán elecciones regionales y parlamentarias en noviembre.
Pero eso es materia para otro artículo. Queda mucha tela que cortar.
*** Francisco Poleo es analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.
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