El presidente del Gobierno, durante una reunión de la Ejecutiva del PSOE.

El presidente del Gobierno, durante una reunión de la Ejecutiva del PSOE. EFE

LA TRIBUNA

Las pataletas infantiles de la izquierda española

La izquierda española se ha vuelto de un idealismo pizpireto. Ha convertido la crítica en credulidad, pues comulga con ruedas de molino. Y su viejo radicalismo se ha reducido a unos gestos que sugieren falta de educación y pataletas infantiles.

24 junio, 2022 02:33

Quienes hemos crecido educados en la idea de que la izquierda política era materialista, intelectualmente crítica y radical experimentamos ante buena parte de la izquierda contemporánea (en España, pero no sólo aquí) un sentimiento que no es fácil catalogar, porque se sitúa entre el asombro y la chanza. 

Yolanda Díaz y Alberto Garzón durante un acto electoral de Por Andalucía.

Yolanda Díaz y Alberto Garzón durante un acto electoral de Por Andalucía. EFE

Nuestra izquierda se ha vuelto de un idealismo pizpireto. Ha convertido la crítica en credulidad, pues comulga con ruedas de molino. Y su viejo radicalismo se ha reducido a unos gestos que sugieren, antes que nada, falta de educación y pataletas infantiles. 

Es posible que todo esto se deba al hecho de que esta izquierda que tenemos está enterita en el Gobierno, bien en poltronas, bien en apoyos parlamentarios.

En el Gobierno, la izquierda está de muchas maneras. Es una y trina, manda, discrepa y se opone, aprovecha su sitial para decir simplezas y mostrar sus enfados. Por ejemplo, poniendo a caldo al anterior monarca o dejando de asistir al aniversario de la OTAN, sin ir más lejos.

En el Parlamento, el efecto coral de la izquierda en el poder es todavía más sinfónico, porque consigue ser el centro de cualquier debate. Representa a la perfección el apoyo a las leyes de progreso que dice promover, y van unas cuantas, y el rechazo a las políticas que dicen no ser de su agrado, pero que también pasan por su mano.

Esta izquierda está, por otra parte, muy consternada porque no acaba de creer que su crédito popular esté tan en entredicho tras un esfuerzo como el que afirma haber hecho. Para ella es un drama que el progresismo que representa y promueve mediante esfuerzos ímprobos de innovación no consiga que los españoles nos rindamos a sus pies. Y eso es muy descorazonador. 

[Podemos pedirá a Pedro Sánchez un giro visible a la izquierda como respuesta al "batacazo" de las elecciones andaluzas del 19-J]

Le dan una y otra vez a la tecla del progreso y a la del temor a la involución y, sin embargo, el doble mensaje no cala. Parece como si la gente se empeñase en dejarse llevar por fantasmas del pasado.

Las elecciones andaluzas han supuesto un disgusto enorme. Y eso que la oferta progresista no podía ser más variada y atractiva, pese al claroscuro en que se ha tenido que mover la fórmula magistral de nuestra más exquisita vicepresidenta con su proyecto ilusionante y de futuro. 

Cabe, sin embargo, un análisis distinto y, desde luego, menos complaciente que el que la izquierda hace de sí misma. 

El primer apunte crítico tiene que fijarse, por fuerza, en que esta izquierda está dando, sobre todo, batallas gramaticales. Lo que no la aleja, ni mucho menos, de la sospecha de que esté confundiendo de modo bastante infantil, como diría Lenin, el cambio de las cosas con el afeite de sus nombres.

La vicepresidenta Yolanda Díaz, que dice albergar un proyecto que en esencia es, al menos de momento, un trabalenguas, lo ha ejemplificado en varias ocasiones de manera perfecta. Por ejemplo, cuando ha dicho, sin vacilación alguna, que toda política ha de ser ahora mismo una política climática. 

Así ocurre que al que anda preocupado porque no pasa de la beca al empleo, o porque no le llega para llenar el depósito del coche, la declaración de esta lideresa le tiene que sonar, por fuerza, como una apología de la paciencia, la conformidad y la sumisión. 

"Si a ese ecologismo le añadimos la dietética pública, vemos cómo el misticismo de esta izquierda le ha servido también para ganar espacio en las páginas de la mejor prensa rosa"

Tales son las nuevas virtudes que promueve esta izquierda mística como contrapunto a su permanente postergación de esa conquista del cielo que propusieron en la última crisis con un juvenil y vigorizante atractivo que les ha servido durante bastantes meses como disfraz de la pura incompetencia.

Lo peor que le podía haber pasado a esta transformación de la izquierda en ecologismo retórico es que, como ha sucedido, en efecto, los bancos, las eléctricas y hasta Amazon te dan la murga constante con la necesidad de salvar al planeta. Es decir, que se han convertido, tal vez sin saberlo, en aliados objetivos de la mística de la izquierda.

Cabe, pues, que en cualquier momento la vicepresidenta nos proponga acudir a la ampliación de capital de cualquiera de estos meganegocios para ir caminando en derechura por el camino de la salvación. Del planeta, por supuesto. 

Si a ese ecologismo le añadimos la dietética pública, veremos cómo el misticismo de esta izquierda le ha servido también para ganar espacio en las páginas de la mejor prensa rosa. A la revolución por el cuché.

Algo muy parecido les está pasando con su segunda gran apuesta, la aventura de las políticas de género, más allá de cualquier feminismo burgués y, en el fondo, patriarcal, que a punto está de convertirse en su caricatura más extrema.

Venga a darle a la tecla de la ley, al sólo sí es sí. Y como la realidad no se adapta a las promesas, no queda otra que atizar el fogón con advertencias sobre cómo crece la “cultura de la violación” de forma tal que la hasta ahora pulcra anatomía les parece haberse convertido en un campo de batalla en el que las más tímidas vergas parecen misiles a punto de atacar el paraíso de la sororidad.

Esta izquierda ha creído que se le abría otra estupenda ventana de oportunidad en la lucha con el pasado. En reescribir la historia para que los grandes filósofos puedan aparecer como lo que en realidad fueron, machistas consumados, o para que los crímenes del fascismo sean lo único muerto capaz de resucitar siempre que fuere menester.

Un camino que ha llevado a la paradoja de culpar a los que ahora vivimos de actos cometidos hace decenios. Al tiempo, eso sí, que se evita la responsabilidad de los amigos, en especial de las amigas, por fechorías cometidas ahora mismo, lo que no deja de ser una paradoja notable.

"¿Esta izquierda es esencial para Pedro Sánchez o es un mero adminículo que le permite mantenerse en el poder hasta salir a flote por cuenta propia?"

Estas batallas que da nuestra izquierda mística son como las de Tartarín de Tarascón, que apenas pudo rematar a un león ciego y de opereta tratando de mantener una imagen de fiero aventurero. Pero no acaban de cuajar en fama duradera, y menos aún en un país de pícaros y charlatanes que conocen bien el paño.

Es probable que el progresismo, que es un ingrediente esencial en cualquier democracia, esté en una fase inmadura de transformación tras el profundo desengaño de la creencia en la crisis definitiva del capitalismo, cuya efectividad ha resistido a todos los intentos de calificarlo como tardío.

Y es humano que tratemos de ser comprensivos ante esta decepción histórica, y que veamos con cierta ternura cómo los desencantados revolucionarios se refugian en alguna casamata abandonada para defender desde allí algunas de sus moralejas. Lo de la OTAN, por ejemplo, una organización, hay que reconocerlo, nada climática. Al menos de momento. 

Hay una duda respecto a este asunto que no es fácil resolver. ¿Esta izquierda es esencial para el Gobierno de Pedro Sánchez o es un mero adminículo que le permite mantenerse en el poder hasta intentar salir a flote por cuenta propia?

No quiero meterme en teologías, como diría Sancho, pero es evidente que la izquierda del PSOE tolera que Sánchez juegue siempre a dos barajas. Que muestre su habilidad en el troleo. Al fin y al cabo, caben muchas dudas de que Sánchez profese otra mística que el utilitarismo más pedestre. 

Pero ahí surge la mayor contradicción. Porque esta izquierda sublimada que se resiste a dejar la vida terrenal, o está haciendo de muleta de pícaro porque su misticismo no le deja percibir con claridad, o se limita a ser, de modo incluso más hipócrita, un mercader que expende mercancía dudosa mientras le queden clientes confiados en que el mercado les puede dar todavía alguna cuerda: tertium non datur.

*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es La virtud de la política.

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