Las estadísticas “solidarias” del nuevo INE del Gobierno
La estrategia gubernamental de gobernar y a la vez denunciar al "poder" conducirá tarde o temprano a un conflicto con la Constitución y las leyes, que se volverán estrechas para los grandes planes de salvación nacional.
Tener un superpoder acarrea muchas responsabilidades. Por eso conviene mantener un perfil bajo y no usarlo sino cuando la ocasión lo amerita. Mi superpoder tiene la particularidad de que es compartido por millones de mis compatriotas. No es ningún secreto que los venezolanos, al menos una buena parte de ellos, podemos ver el futuro. Esto ha mermado el interés que despertamos, cuando no nos ha convertido en un verdadero incordio. Un superpoder tan repartido es sospechoso.
Además, los venezolanos somos un spoiler constante de las primaveras, revoluciones y refundaciones políticas que de vez en cuando surgen por aquí y por allá. Con ver el trailer, ya sabemos cómo puede terminar.
Sólo que, al igual que la Casandra virgiliana, nadie nos escucha.
El casandrismo venezolano se ha vuelto tan común que incluso ya ha sido fijado en una fábula perfecta. Me refiero al cuento España se ríe de Casandra, de Juan Carlos Chirinos, incluido en su libro de 2020 La sonrisa de los hipopótamos. Sin embargo, las noticias en España hacen cada vez más difícil no usar mi superpoder. Sobre todo cuando el Gobierno de Pedro Sánchez no se esfuerza en esconder la cartilla del perfecto populista latinoamericano.
Con respecto a la veracidad de esto último, basta leer el ensayo que Carlos Granés le dedicó en su momento al asunto: Salvajes de una nueva época. En él, Granés se dedica a reconstruir el proceso de formación política de los fundadores de Podemos: "Iglesias peregrinó a Chiapas, a las bases de apoyo de Marcos. Errejón a Bolivia, a estudiar los procesos sociales que llevaron a Evo Morales al poder. Y Monedero a Venezuela, a asesorar al Gobierno de Hugo Chávez".
Sánchez, en cambio, no necesita viajar, estudiar e instruirse. Es un intuitivo. Un killer, como lo definió Arturo Pérez-Reverte. Pedro Sánchez es una especie de Zelig que muta y se adapta a los entornos, cambiando el discurso, las promesas y las posturas según la ocasión se lo pida.
Es lo que le permite en una misma semana felicitar al Gobierno marroquí por lo que llamó una operación "bien resuelta", refiriéndose a la represión de subsaharianos que intentaron entrar en Melilla y que se saldó con más de treinta muertos, y de afirmar, para explicar la caída en picada del PSOE en la intención de voto y los descalabros de su Gobierno, que el suyo "es un gobierno molesto para determinados intereses económicos que tienen sus terminales mediáticas y también políticas".
Una perífrasis innecesaria, me parece. Nicolás Maduro habría hablado simplemente de "guerra económica".
"Esta estrategia se rige básicamente por un principio: gobernar y la vez seguir denunciando al poder"
Aunque Sánchez puede decir y hacer estas cosas sin despeinarse, la disociación entre palabra y acción termina siempre por emerger. En este sentido, el genio de Hugo Chávez consistió en transformar su comportamiento esquizoide en una estructura de ejercicio y control políticos.
Esta estrategia se rige básicamente por un principio: gobernar y la vez seguir denunciando al poder. Esta dialéctica conducirá tarde o temprano a un conflicto consigo mismo, con el propio poder encarnado. En otras palabras, a un conflicto con la Constitución y el marco de las leyes, que se vuelven estrechas para los grandes planes de salvación nacional.
Este conflicto tenderá a agravarse con el tiempo, lo cual obligará al presidente, por "la fuerza de las circunstancias", a la duplicación de la estructura del Estado. O, si se quiere, a la creación de un Estado paralelo cuya justificación será regenerar, limpiar y purgar las estructuras viciadas del viejo Estado.
El que este viejo Estado le haya permitido legalmente llegar al poder se asumirá como una inevitable concesión al Ancien Régime.
Un ejemplo de esto fue lo sucedido con la dimisión del presidente del INE, Juan Rodríguez Poo. Aunque adujo motivos personales, las noticias han dejado entrever un roce entre el ejecutivo y el INE con respecto a las cifras oficiales del IPC o el PIB que, según el Gobierno, "no han venido reflejando de manera fiel la situación de la economía".
[Dimite el presidente del INE tras las críticas del Gobierno al cálculo del IPC y el PIB]
Esto ya no nos toma por sorpresa. Desde George Orwell sabemos que 2 + 2 no siempre es igual a 4. Todo depende de lo que el Gran Hermano necesite. Kellyanne Conway, exconsejera de Donald Trump, llamó a esto "verdades alternativas".
"Según las cosas se le vayan poniendo cuesta arriba al presidente Sánchez, estos duplicados estatales fraudulentos aumentarán"
En el caso de la España de Pedro Sánchez, esta exigencia de unas estadísticas solidarias es la consecuencia lógica de la incorporación en la nueva Ley de Educación de ese mejunje llamado "matemáticas con perspectiva de género".
La dimisión de Rodríguez Foo es escandalosa pues el INE no sólo era y es aún una institución de mucho prestigio en España y en Europa, sino que, además, desde 1989 ninguno de sus presidentes había cesado en sus funciones sin que mediara un cambio de Gobierno. Así lo afirma el comunicado de la asociación de estadísticos del Estado.
Pero lo verdaderamente preocupante es otro hecho que subraya el comunicado. El anuncio del Ministerio de Asuntos Económicos de la creación de "una estadística no oficial denominada Indicador Diario de Actividad para contraponerla al propio PIB".
Este Indicador Diario de Actividad se parece mucho a la aplicación que yo uso para chequear cada día el electrocardiograma de las cuatro o cinco criptomonedas en las que he invertido el equivalente a una noche de tapas y whisky.
Según las cosas se le vayan poniendo cuesta arriba al presidente Sánchez, estos duplicados estatales fraudulentos aumentarán. Y si la economía se opone al Gobierno más progresista de la historia, siempre podrán seguir el ejemplo de Nicolás Maduro: crear una moneda propia que no se deprecie nunca, pues nadie la usa.
El detalle es que España no es Venezuela. Por ahora.
*** Rodrigo Blanco Calderón es novelista. Su última novela es Simpatía (Alfaguara).