Inmortal y rosa: quince años de la muerte de Umbral
Francisco Umbral, después de quince años muerto, sigue en la calle con más vida que muchos académicos que todavía están sentados en su sillón.
Quince años después de su muerte, media España que escribe quiere matar a Francisco Umbral, y la otra mitad, resucitarlo.
Umbral, padre de columnistas putativos, lengua viva después de muerto, hoguera a la que se arriman y en la que se abrasan los que andan despistados, actualidad perenne de las letras patrias. Cadáver exquisito ahora que se cumplen tres lustros de su última columna, que es como morían los columnistas de antes, los de siempre.
Un columnista no expira, pone punto final y se quita del tedio de tener que escribir sobre la actualidad de la única forma que se puede, que es dejando de estar vivo. Lo complicado es continuar en el candelero después de muerto, que tus libros vayan y vengan en las manos de estudiantes rubias y guapas en las tiendas de segunda mano –que eso lo he visto yo–.
Porque a Umbral hay que leerlo con una edad. Si no, se corre el riesgo de no salir de él ya nunca más. En este país y este trabajo están los que lo han leído, los que lo releen y, como dice Rebeca Argudo, esos petardos que después de años de oficio empiezan a leerlo ahora y nos dan la turra con él. De estos últimos es de los que hay que cuidarse.
"Incluso difunto, lejos de 'esta corporeidad mortal y rosa', les hay todavía que quisieran matarle por no tener que darle la razón"
Ahora es agosto y somos los de siempre. Y la lengua sigue siendo la misma pero pocos la esgrimen con tanta ferocidad de león manso con la melena blanca. Ahora es agosto y España sigue siendo la misma, la de la envidia, y con Francisco Umbral, vallisoletano de Madrid, ocurría y todavía sucede lo mismo incluso cuando lleva una década y media de otra sin acuñar un sólo neologismo, una metáfora de esas que rumiaban los demás durante todo el día.
En España no se puede ser otra cosa más que columnista en esto de las letras porque es lo único que se paga con puntualidad a final de mes. Lo que ocurre es que no todos los escritores que se dan con asiduidad al artículo saben escribirlo. Amagan, pero no escriben columnas. Esto ya lo explicó Umbral nada más empezar y sigue siendo exactamente igual.
Por eso, incluso difunto, lejos de “esta corporeidad mortal y rosa”, les hay todavía que quisieran matarle por no tener que darle la razón. Al padre se le mata, o se le deja vivo… lo mismo da. Lo que ocurre con Umbral es que se le envidia, se le envidia porque, como dice Ignacio Camacho, tiene fuego; todavía hoy.
"Cuando mueren, todos los escritores pasan por el limbo de los justos –que son los almacenes de las editoriales–, y de allí ya sólo vuelven algunos"
A Umbral se le sigue reeditando y leyendo por lo de siempre, por ese imán que tiene en su escritura, porque trabaja el idioma no como un orfebre sino como un armero que en vez de hacer espadas forjaba navajas para clavarlas en la reyerta de cada mañana en los papeles. Y cuando mueren, todos los escritores pasan por el limbo de los justos –que son los almacenes de las editoriales–, y de allí ya sólo vuelven algunos.
Umbral no se fue porque lo interesante de su obra estaba en los periódicos y en la calle y los críos nuevos, que no saben quién es Umbral, siguen usando las palabras que él acuñó y que no pierden valor.
De Umbral, como de Ruano, nos acordamos Ángel Antonio y yo. Otros lo imitan o lo matan. O lo matan porque ni siquiera lo pueden imitar. Al morir Umbral lo amortajaron de periódicos un verano igual que este de una España lejanísima, hace quince años, cuando los medios de comunicación ya amenazaban con la extinción, y aquí siguen: sin Ruano, sin Campmany, sin Umbral y sin Gistau. Los columnistas pasan y los periódicos siguen siendo la casa que soportan sus columnas.
Larga vida a Umbral, que después de muerto sigue en la calle con más vida que muchos académicos que todavía están sentados en su sillón. Él tenía el honor de no ser académico.
*** Guillermo Garabito es periodista.