La verdad sobre la Administración que no queremos conocer
El académico Alejandro Nieto demuestra que no tenemos un Estado en sentido propio, sino una estructura pública ocupada por los partidos políticos. Y que tenemos dos Constituciones distintas y paralelas, la formal y la real.
Muchos recordarán la maliciosa advertencia de Manuel Azaña sobre que, en España, la mejor manera de guardar un secreto es escribir un libro.
Pues bien, les aseguro que puedo poner a su disposición un ejemplo insuperable del acierto de Azaña. Y no sólo porque el libro al que me referiré esté casi debajo de un celemín para que no sea ni visto ni leído, sino porque lo que en él se cuenta debiera ser del máximo interés para cualquier ciudadano discreto y atento.
Estamos pues ante un doble secreto, porque el libro de Alejandro Nieto El mundo visto a los noventa años pone ante los ojos de cualquier lector una selecta colección de tremendas verdades que la mayoría no sólo desconoce, sino que prefiere desconocer.
Alejandro Nieto es un académico y catedrático que, a sus noventa años, tras una valiosísima obra investigadora como historiador y administrativista, ha decidido dejar un testimonio sincero y valiente de sus desengaños, en una forma que no exige al lector ningún esfuerzo especial. Porque su memorial se lee de un tirón y nos entrega una lúcida descripción del mundo en qué vivimos.
El valor de su testimonio no es sólo importante desde el punto de vista existencial. También nos regala un ácido retrato del funcionamiento del poder político y de las administraciones, un juicio bastante severo y penetrante de la democracia española.
Nieto no habla de memoria. Porque, además de ser un perfecto conocedor de las leyes, ha tenido la suerte de poder comparar la teoría que enseñaba con la práctica vivida en los cargos públicos que ha desempeñado.
El talante de su análisis es, desde luego, muy radical. Pero es que el estado de cosas en que vivimos no tolera las medias tintas.
"Lo que en realidad designa la pomposa palabra 'Estado' es un tinglado al servicio de una cuadrilla organizada de aventureros"
Para no perdernos en sutilezas, Nieto afirma muy pronto, en la página 30, que no cree en el Estado, que sabe que lo que en realidad designa esa pomposa palabra es "un tinglado al servicio de una cuadrilla organizada de aventureros". Este juicio, que podría pasar por frase de un anarquista barojiano, es un estupendo resumen del centón de cosas que Nieto va diseccionando a lo largo de las páginas del libro.
El testamento moral de un estudioso de nuestras administraciones merecería tener una acogida mucho más favorable y preocupada de la que recibirá. Nieto analiza con enorme precisión y una objetividad no exenta de pasión la forma en que se produce entre nosotros la diferencia entre las leyes y su aplicación, el funcionamiento habitual de las distintas varas de medir, el engaño político de estar creando, a hora y a deshora, nuevas leyes y normativas cuyo funcionamiento efectivo jamás se analiza ni evalúa, de forma que sólo sirven de autoengaño.
Para poner un ejemplo de ahora mismo, el Gobierno ha sugerido que se creará una Agencia estatal dedicada a prevenir y combatir las pandemias. Hermoso propósito que sólo tendría sentido si antes se nos hubiese dado una mínima explicación de las razones por las que unas cuantas decenas de direcciones generales, los centenares de médicos y los numerosos servicios destinados a la prevención de este tipo de riesgos fueron del todo incapaces de detectar una pandemia que tenían delante mismo de sus narices.
Aquí se suele discutir (en teoría, al menos) si el llamado Estado de bienestar, el Estado mismo en su conjunto, una realidad que no cesa de crecer, es sostenible o no. Pero la verdadera cuestión debiera ser mucho menos teórica y más empírica. A saber, si los miles de millones de euros que se gastan en las cosas más peregrinas tienen o no una utilidad que sea constatable y cuantificable. ¿Por qué no se hace eso?
"El progreso se ha debido no a la política, sino a la ciencia y a la tecnología. Porque en política, administración y ética, en lugar de avanzar, vamos hacia atrás"
La respuesta que podemos leer en las páginas de Nieto es muy clara: porque la Administración es un asilo de desengañados (que comprueban que sus esforzados intentos no sirven de nada) y de aprovechados (que son los que saben muy bien a qué se dedican).
La desatención a lo que ocurre en la práctica suele ser, aunque no siempre, un disfraz de corrupciones sistémicas. Como ha sucedido, por cierto, en el caso de los ERE de Andalucía, en el que ahora, una vez verificada la naturaleza de los multimillonarios desmanes, se quiere coronar el caso judicial indultando a la madre superiora de ese convento con el peregrino argumento de su mucha piedad.
Nieto muestra que no tenemos un Estado en sentido propio, sino una estructura pública ocupada por los partidos políticos. Que los organismos independientes pierden su calidad porque están en manos de personas que no lo son, que se lo deben todo al Ejecutivo. Que hay instituciones, como la Universidad, que ya no tienen arreglo. Que caben muchas dudas sobre la bondad de la democracia y del parlamentarismo que practicamos. Y que, en último término, tenemos dos Constituciones distintas y paralelas, la formal y la real.
A Nieto le parece que el mundo ha progresado. Y eso es por completo innegable para cualquiera que haya vivido algo más allá de las últimas cinco décadas.
Pero ese progreso se ha debido no a la política ni a las administraciones, sino a la ciencia y a la tecnología. Porque en política, administración y ética, en lugar de avanzar, vamos hacia atrás.
No se trata de que echemos la culpa a los políticos. Porque el mal está en los ciudadanos que se dejan comprar y manipular, que se entregan al fanatismo ideológico, que no reparan en que vivimos en una anomalía insoportable que es la falta de correspondencia entre derechos y deberes.
"Un diagnóstico tan certero no ha servido para promover una terapia efectiva, porque el cúmulo de los intereses en contra lo impide con fiereza"
El sometimiento ciudadano a las nuevas religiones que, según Nieto, se están dotando de sus papas, cardenales y concilios infalibles, es el caldo de cultivo que permite que los distintos poderes campen a sus anchas, sin mayor miedo a que los ciudadanos se rebelen y decidan que es necesario corregir el funcionamiento de un tinglado tan costoso y tan falso.
Una vez más, la ideología vuelve a ser el soporte que sostiene el pesado velo de la ignorancia.
Muchas de estas ideas de Nieto se podían encontrar desde hace años en un excepcional libro del autor, La organización del desgobierno, publicado en 1984. Lo estupefaciente del caso es que nada haya mejorado desde esa fecha. Y que un diagnóstico tan certero no haya servido para promover una terapia efectiva porque el cúmulo de los intereses en contra lo impide con fiereza.
Merece la pena subrayar, además, que Nieto es un catedrático de Derecho administrativo y que ha ocupado cargos relevantes en el primer Gobierno de Felipe González. Es decir, que no ha sido nunca un liberal desorejado ni un seguidor a pies juntillas de la escuela austríaca, sino un observador atento de cómo ocurren las cosas en la realidad vistas desde una perspectiva progresista.
La reflexión de Nieto, que se despide con un "¡Adiós!" tras años de activa participación en la esfera pública, constituye un elogio apasionado de una vida atenta. Algo que se justifica no por lo que se encuentra (que siempre será poco), sino por la decisión de buscarlo, que gratifica por sí misma.
En las páginas de Nieto encontraremos, pues, un ejercicio esforzado de libertad y de decencia ciudadana. Uno que debiera ser atendido con gratitud y deseos de cambio, pero que caerá, una vez más, en el olvido interesado que promueven, a hora y deshora, los que tanto tendrían que temer si hubiese más interés en leer a los que saben.
*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es La virtud de la política.