Como en Algeciras, lo oculto siempre vuelve
Ocultar la realidad nunca es una solución. Exagerarla tampoco. Pero los problemas con la radicalización islamista tienen una relevancia que no deja de crecer.
Suelen advertir los psicólogos que es mala idea esconder los problemas debajo de la alfombra, porque lo oculto siempre vuelve, y suele hacerlo en su peor versión. Este principio puede aplicarse también, con cautela, a las realidades sociales, y nos permite interpretar el ataque islamista a varias iglesias de Algeciras de este miércoles como el estallido de una realidad ignorada, que ya estaba ahí, pero que no se ha querido mirar a la cara, o a la que no hemos querido dar la importancia que merece.
En este caso, sin embargo, no será posible esconder el incidente en ningún cajón, o menospreciarlo con bromas o ironías, porque el ataque (que la Audiencia Nacional investiga como posible acto de terrorismo) ha terminado con una muerte, la del sacristán de la iglesia de Nuestra Señora de la Palma, Diego Valencia, y un herido, el párroco de la capilla de San Isidro, Antonio Rodríguez.
La Policía Nacional desconoce aún las motivaciones del agresor, el marroquí de 26 años Yassine, aunque cuando uno va por el mundo con un machete de grandes dimensiones ningún mal fin puede descartarse. En un primer momento se publicó que el ataque estaba centrado en las imágenes de los templos y que la intención inicial no era matar, aunque ese dato no ha sido confirmado o descartado todavía.
Los ataques contra los símbolos religiosos proliferan en toda Europa, especialmente en Francia, donde se profanan dos iglesias cada día, con agresiones que van desde la mutilación de imágenes a incendios, según datos de 2019 que con toda seguridad no han ido a menos estos años.
Los medios informativos no suelen querer prestar atención a estos incidentes en suelo europeo, como tampoco a los constantes, y crecientes, ataques que sufren los cristianos en todo el mundo, muy especialmente en los países de África y Asia donde son minoría.
"Cuando hay un muerto descubrimos que el desinterés de los nuestros convive con los sentimientos más agresivos de otros que residen entre nosotros"
Sabemos que es así porque hay organizaciones como Ayuda la Iglesia Necesitada, o L’Observatoire de la Christianophobie, entre otras, que realizan informes periódicos para intentar alertar, con poco éxito fuera del mundo eclesial, de una realidad que va a más, pero que no interesa demasiado.
El nuevo Occidente desacralizado parece querer desembarazarse hasta del recuerdo de la religión que tan decisiva fue para que pudiera llegar donde está, y a la que hoy mira con desdén y desinterés, como se mira a un traje que se considera pasado de moda y que se abandona en la parte más oscura del armario.
Hasta que hay un muerto. Y entonces descubrimos que el desprecio y desinterés de los nuestros convive con otros sentimientos más agresivos de otros que residen entre nosotros. Y nos preguntamos cómo pudo ocurrir esto en una sociedad como la nuestra, tan preocupada por todos los males del mundo.
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Pero la realidad muestra que nuestra sensibilidad hacia los problemas es selectiva y que está condicionada por la visión ideológica que impera en este momento. Una visión, llamémosla "progresista", que proclama que hay dimensiones de la realidad que deben mostrarse a toda costa, incluso exagerando su importancia, porque nos ayudan a "concienciarnos" de ciertos problemas "importantes", mientras que otras (particularmente las que se refieren a los inmigrantes) deben silenciarse para que no puedan "ser utilizadas para generar xenofobia".
De modo que el conocimiento se evalúa como positivo o negativo según los casos, y hay realidades que conocemos de más (y eso nos hace creer que el problema tiene una gravedad mayor de la que corresponde) mientras que sobre otras estamos infrainformados e indefensos. Y las dos son actitudes erróneas.
Ocultar la realidad nunca es una solución. Exagerarla tampoco. Parece claro que, por ahora, los problemas con la inmigración islámica no alcanzan en nuestro país la magnitud que ya sí tienen en otros países europeos como Francia, y que muchos descubrieron gracias a la final de la Champions en el estadio del barrio parisino de Saint Denis.
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Pero aun así tienen una relevancia que no deja de crecer y frente a la que debemos protegernos. Con una adecuada política de seguridad, desde luego. Pero también con el conocimiento. Con una información que rehúya el eufemismo y nos permita comprender en cada momento dónde estamos.
A fin de cuentas, se trata de eso, de saber el suelo que pisamos, aunque, por descontado, sucesos excepcionales, como esperamos que sea este, siempre nos van a coger por sorpresa.
*** Vidal Arranz es periodista.