El 29 de marzo de 2022, durante la preparación del Congreso que iba a elegirme como presidente del Partido Popular, decidí crear un órgano de asesoramiento externo que enriqueciese nuestro proyecto. Durante casi un año se me preguntó con frecuencia a qué se debía el retraso en materializar aquella idea y quién iba a liderarla, sin que viera conveniente responder. Hoy puedo hacerlo porque ya no daño al amigo que aceptó mi oferta de presidir la Fundación Reformismo 21, pese a que nunca lo hizo, porque durante largos meses esperé una mejoría en su estado de salud que jamás llegó.
La conversación en la que yo renunciaba expresamente a designarle como presidente nunca tuvo lugar y fue sustituida por otra en la que él me animaba a resolver la Fundación, como finalmente se hizo, y me garantizaba su ayuda “como sea y donde sea”.
Todos contamos con un elenco de personas que forjan nuestro carácter y nuestra forma de ver la vida. Da igual cuándo hayan aparecido en el camino, en torno a ellas están las referencias que nos hacen ser como somos. Josep Piqué siempre será una de las mías.
Empecé a admirarle escuchando sus ruedas de prensa como portavoz del Gobierno cuando yo era presidente del Insalud, pero fue varios años después, haciendo campaña juntos por las carreteras de Cataluña, cuando me cautivó como político y nació además una amistad que se mantuvo hasta su último aliento. Mientras él practicaba el catalanismo constitucionalista en su tierra y yo trataba de defender el galleguismo en la mía, me fui dando cuenta de que, por encima de unas siglas, nos unía algo mucho más profundo: esa forma de ver España que prefiere construir puentes entre diferentes sensibilidades en lugar de consolidar muros.
De todos los elogios que justamente recibirá estos días, creo que uno de los más merecidos es precisamente haber sido el mejor intérprete de los valores del Estado autonómico, ése que rechaza hacer de la Nación algo monolítico con la misma intensidad que se opone a cuestionar la utilidad del proyecto común. Piqué lo hizo con gran inteligencia y por eso hoy podemos decir que fue un buen español, porque fue un buen catalán.
Suele hablarse a menudo del papel que los padres de la Constitución tuvieron en la consolidación de nuestra democracia. Sin embargo, tiende a minimizarse la importancia de los hijos que, después de ellos, gestionaron adecuadamente aquel legado, preservaron el espíritu de la Transición y fueron siempre leales a sus principios. En el futuro habrá de reconocerse con mayor intensidad ese esfuerzo continuado de generación en generación e incluirse a Piqué como uno de sus principales valedores.
"Digo adiós al hombre que me enseñó a amar y admirar lo catalán al margen de prejuicios y tópicos"
Como muchos ciudadanos, el hombre que nos dejó estaba hondamente preocupado por la deriva de nuestro país. Como hizo siempre desde que nos conocimos, también en el último año me trasladó con generosidad múltiples opiniones acerca del futuro y, fruto de ello, pude comprobar que, pese a haber dejado la vida pública en 2007, la política no le había abandonado a él. Preservaba intacto un amplio conocimiento, pero sobre todo una profunda vocación de consenso y seriedad frente a la fractura y frivolidad que hoy nos gobierna.
Sin ninguna duda, Josep Piqué no tenía nada que ver ni con el fondo ni con la forma que mayoritariamente se han instalado en las instituciones en nuestros días. Él era cercanía frente a la distancia respecto al que piensa diferente, interés general frente a los particulares o personales, diálogo frente a la imposición, mensaje profundo frente al contenido vacío, ejemplo de servicio público frente a los comportamientos que deshonran el ejercicio de la política.
Quien deduzca de ello que su legado pertenece a la vieja usanza creo que se equivoca. Hay un tipo de discurso que poco a poco se va agotando, basado en el conflicto por el conflicto, no en la controversia que tiene por finalidad el logro de una solución. El legado de Josep Piqué es plenamente actual porque propone romper el nudo gordiano de la confrontación para encontrar caminos por los que podamos andar juntos.
En el entendimiento era feliz y se le notaba. Es una receta que él supo aplicar tanto a la política nacional y catalana como a la geopolítica, un capítulo que dominaba manejando su gran experiencia, su vasto conocimiento histórico y su prodigiosa intuición para captar los grandes cambios.
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Piqué participó como miembro fundador en la primera reunión de la Fundación Reformismo 21 que hace unas semanas echó a andar. Intervino varias veces con un hilo de voz que hacía innegable su debilidad física, y sin embargo se impuso ante todos los presentes su gran fortaleza y valentía. Recuerdo que pensé que, si finalmente no había podido ser el presidente de este órgano, quizás fuese porque esta era política le quedaba muy pequeña a un tipo como él. En efecto no lideró la Fundación, pero sí lo hará su ideología y los modos con los que la defendió hasta el final de sus días.
Como harán su amada Gloria, sus hijos y todos los que le queríamos, también yo debo ahora acostumbrarme a seguir el viaje sin sus consejos. Sé que era muy consciente de que su afecto y apoyo eran claves para mí, y por eso le agradezco tanto que en los últimos mensajes que me envió me transmitiese con gran seguridad que el PP iba a ganar las próximas elecciones generales “sin duda”.
Digo adiós a una figura del Partido Popular. Digo adiós a un español libre que no permitía que su pensamiento estuviera encarcelado en dogmas. Digo adiós al hombre que me enseñó a amar y admirar lo catalán al margen de prejuicios y tópicos. Digo adiós a quien se había sumado al propósito de pensar juntos las grandes reformas que precisa nuestro país. Y pese a la tristeza que ello produce, no puedo evitar encontrarme también feliz porque me sigo sintiendo en su equipo. Recordemos que él militaba, sobre todo, en el entendimiento y la concordia.
Hasta siempre, querido amigo.
*** Alberto Núñez Feijóo es presidente del Partido Popular.