Kennedy 'for president', la ira de Ronaldo y las regatas del Emérito
Robert Kennedy Jr., Juan Carlos I, Carolina de Mónaco y Cristiano Ronaldo; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Robert Kennedy Jr.
El árbol genealógico de los americanos es complicado por la cantidad de ramas que se desprenden del tronco. Especialmente, en el caso de las familias de origen irlandés. Son interminables. Es el caso de los Kennedy, que no caben en un libro ni en una enciclopedia.
Hoy toca hablar de un Kennedy que lleva una interesante carga de actualidad como candidato a la Casa Blanca si antes gana a Joe Biden en las primarias del Partido Demócrata. Se trata de un hijo de Robert Kennedy, el fiscal general de Estados Unidos, asesinado en 1968 precisamente mientras hacía campaña en unas primarias demócratas para ser nominado a las presidenciales.
Ahora hablo de su hijo, Robert Francis Kennedy, el tercero de diez hermanos. Católico, universitario, profesor de Derecho ambiental, experto en litigios, ecologista convencido y padre de seis hijos. Es un activista antivacunas. No es que se oponga a ellas, pero sí exige que estén rigurosamente probadas porque, entre otras cosas, cree que existe un vínculo indeseado entre ciertas vacunas y el autismo.
El tercero de la camada acaba de lanzar su candidatura para disputarle la nominación al mismísimo presidente, que quiere repetir en 2024. No parece que al último representante del clan Kennedy le vaya a favorecer especialmente su posición recelosa ante las vacunas. El espejo de Miguel Bosé lo dirá todo.
Las regatas del emérito
El avión se detuvo a la hora prevista en el aeropuerto de Vigo. La puerta de la aeronave se abrió y Juan Carlos de Borbón, calzando unos juveniles vaqueros, descendió como pudo por la escalerilla. Sin levantar la mirada ni saludar con la mano a la multitud (sólo había cuatro gatos en la pista) caminó hasta el coche que lo estaba esperando con su anfitrión, Pedro Campos.
A diferencia del viaje anterior, en esta ocasión hizo gala de una presencia escurridiza. Los cronistas desplazados al aeropuerto de Vigo creyeron advertir que, esta vez sí, las consignas de Zarzuela se habían impuesto y el emérito había decidido ser discreto.
La próxima vez tendrá que ser la infanta Elena la que corra con la organización del acto: los niños agitando sus banderitas, los coches pasando a toda leche y haciendo vibrar sus cláxones, la banda de música escupiendo por megafonía aquella canción de Bienvenido, mister Marshall: "Americanos, os recibimos con alegría, viva el tronío y viva tu tía".
Así se hace feliz a un rey emérito y así se cabrea a los guardianes de las esencias. También con mariscadas y jornadas marineras como las que le prepara Pedro Campos. Los amigos están para eso, para juntarse alrededor de una mesa y brindar por la amistad con los caldos de la tierra.
Don Juan Carlos tiene amigos en todas partes. En Gran Bretaña, sin ir más lejos. A Juan Carlos le dijeron días atrás que Carlos III le invitaba a un almuerzo privado en Buckingham Palace. Es la cita que nunca existió y la invitación que ahora nadie reconoce. En su lugar hubo cena con amigos en un club privado de Londres, presencia en el palco de Stamford Bridge para ver el Chelsea-Real Madrid y mariscada en Sangenjo, todo seguido, antes de echarse al mar para liberar el "instinto competitivo de un anciano de 85 años", según frase leída en El País y de la que todavía no me he recuperado.
Carolina de Mónaco
En una revista del colorín acabo de ver una foto que a duras penas consigo identificar. Cielos, es Carolina con más años de los que cabría suponerle. Un detalle me llama la atención: la princesa tiene los párpados superiores algo caídos, como Kate Moss, Faye Dunaway o Cate Blanchett, el pelo abundante de canas y un moño lateral enroscado, como los moños de los años 50 o 60. Una versión nueva del clásico moño italiano que Carolina pone nuevamente de actualidad.
Comparto el estupor con otras personas que han visto la foto. Ya no es la misma, pero sigue luciendo magnífica. Todas las mujeres se han sentido alguna vez fascinadas por Carolina de Mónaco. Digo alguna vez, pero si he de ser sincera, debería decir "siempre". Quitando el día de su boda, que no tuvo nada de particular (ella parecía una cursi princesita de cuento y Junot, un ligón de playa), el resto de su vida estuvo marcada por el papel cuché y la moda parisina. Respecto a la moda, tenía gran dependencia de Karl Lagerfeld (alias Mortadelo), que trabajó muchos años para Chanel y contribuyó a forjar el mito de Carolina.
Divorciada y libre, la hija de Rainiero y Grace Kelly se dedicó una temporada a cambiar de novios, entre los que destacaron el tenista Guillermo Vilas, el actor Vincent Lindon y aquel Stefano Casiraghi que murió en el mar cuando chocó con una ola inesperada y la lancha salió volando. Su última pareja (la de Carolina) fue Ernst de Hannover, con el que sigue casada, aunque apenas se dirijan la palabra.
Carolina de Mónaco es, sin duda, la mayor influencer del mundo rosa. Desde antes de su boda, todo lo que hacía causaba sensación e impacto. En Francia, donde la revista Paris Match era la biblia y su eco daba la vuelta al mundo. O en España, donde ese papel lo interpretaba Hola!, que vivía de algunos reportajes residuales desechados por la revista francesa. Hola! se encargaba de fotografiar a los jóvenes Casiraghi cuando venían en verano a Ibiza o cuando en invierno algún aristócrata invitaba a Carolina a cazar en Extremadura, donde siempre tenía un amigo terrateniente con finca interminable.
Mientras la princesa estuvo casada con Stefano, siempre se dedicaron a complacer a los reporteros del cuché, ya fuera yendo en bici por la Provenza o navegando por la costa Amalfitana en un velero de lujo.
De todos los reportajes que guardo en la memoria, hay uno que considero un capricho de hemeroteca. Se trata de un amplio reportaje en la cocina de una casa veraniega. Carolina lleva el pelo absolutamente rapado y sostiene en la cadera a su hija de meses. La cocina está decorada con bonitos artilugios y ella luce un vestido de tafetán o raso en color azulón. Stefano completa la escena, irreal pero bella. Podría decirse que es un paisaje estrafalario.
Cristiano Ronaldo
No es por hacerme la interesante, pero el futbol tiene un componente bastante obsceno. No lo digo por el futbol en general, sino en particular por el señalamiento a Cristiano Ronaldo, cuyo equipo (Al-Nassr) perdió en el derbi del futbol saudí. El jugador sufrió un incontenible ataque de contrariedad mientras el público del estadio gritaba "¡Messi, Messi, Messi!" quizás como reclamo del buen futbol que echa de menos en el futbolista portugués.
Para qué las prisas en responder a la ofensa, oiga. Total, que Cristiano se llevó la mano a los genitales y los sopesó. Y mientras calculaba el peso de sus joyas familiares en el cuenco de su mano derecha, el estadio entero rugió todavía con más fuerza coral. Más madera. CR7 insistía en dedicar el gesto al palco del estadio.
Aún no había terminado el partido contra el eterno rival saudí (Al-Hilal) y los espectadores pedían a grito pelado la ruptura del contrato y la deportación del futbolista. Ahora, la Fiscalía Saudí estudia si el desplante de Cristiano encaja en el delito de "deshonra pública", que podría terminar en la deportación por haber sido cometido por un extranjero.
Bueno, tal vez no sea para tanto si tenemos en cuenta que lo último del astro portugués ha sido someterse a un tratamiento de botox para aumentar el grosor de su miembro viril. Él presume de haber aumentado 2,5 centímetros, y por eso digo que a lo mejor no se trataba de expresar el cabreo por el ninguneo de su fútbol frente al añorado Messi. Puede que sólo estuviera haciendo la enésima verificación por el trabajo bien hecho del cirujano.