Lula, Podemos y Biden: demasiadas carambolas para Sánchez
Pedro Sánchez ha elegido jugarse la reelección de diciembre en el escenario internacional. Pero su errática política exterior arroja pocas salidas.
Ninguna visita de un mandatario extranjero es casual, pero mucho menos lo fue la que rindió Lula da Silva este miércoles a Madrid. Es cierto que, en realidad, adelantaba unas horas su viaje, previsto para una cumbre bilateral en Portugal, y que la cita con Pedro Sánchez ofrecía réditos más propagandísticos que reales a ambos mandatarios. El español está en plena exhibición de su fortaleza internacional, y el brasileño reivindicando que Brasil está de vuelta en el mundo.
Pero para Sánchez este contacto esconde muchas más cartas de las que se desvelaron sobre el tapete de Moncloa; mientras que Lula parece estar comenzando a dar los mismos pasos que hace 20 años, en su primera presidencia: una suerte de liderazgo de segunda división en el mundo, con un enfoque sólo en parte latinoamericano que, en el fondo, busca oportunidades para que la enorme riqueza de su país pueda salir al mundo y eso le dote del peso político que otros sí tienen.
Por eso tenía sentido que se reuniera con el próximo presidente del Consejo de la UE: porque para Sánchez es prioritario y estratégico que la Unión cierre el Tratado de Libre Comercio con Mercosur en el semestre que le toca liderar las políticas europeas, de julio a diciembre.
Hay muchos obstáculos para ello, pero dos principales.
El primero, que muchos países poderosos entre los Veintisiete se niegan a dar entrada a las materias primas y productos agrícolas del Cono sur, sobre todo los brasileños: su enorme producción a precios mucho más bajos que los europeos podrían distorsionar los mercados, ya muy tensionados en esta multicrisis encadenada.
Y el segundo, que Occidente no deja de temer el poder político que puede adquirir un país que ocupa un tercio del territorio latinoamericano y está habitado por un tercio de sus 640 millones de habitantes: ese peso es lo que reivindicaba Lula en la Moncloa, con su sugerencia de que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no representa el actual mundo "multipolar".
Hay un tercer problema, y no menor, en este caso geoestratégico. Durante su primer mandato, Lula impulsó su propia entente internacional, los BRICS, junto a Rusia, India, China y Sudáfrica. Uno ha desafiado la ley internacional; otro le ampara económicamente y amenaza con hacer lo mismo en Taiwán; el tercero juega a una doble baraja; y el cuarto incluso se abstiene en las resoluciones de condena de la ONU.
Como el resto de Latinoamérica, Brasil se ancla en discursos anticolonialistas para reivindicar una voz en el mundo. Y en este caso, distingue entre la invasión y la guerra: que Rusia entrara en Ucrania le parece mal y lo condena, pero una vez que llevamos 15 meses de bombardeos, violaciones y crímenes de guerra, prefiere no ofender a su socio ruso, ni al jefe del clan, el chino Xi Jinping.
Sánchez, pues, tiene una tarea difícil por delante a sólo dos meses de presidir la Unión Europea... y a pocos días de viajar a Washington para sentarse delante de la chimenea del despacho oval con Joe Biden.
Ha elegido jugarse la reelección de diciembre en el escenario internacional. Pero su errática política exterior sólo tiene dos activos: su figura personal -de ahí la foto con Lula, una más-, y su postura firme sobre Ucrania -aunque sabe que tendrá que pactar con los mismos que hoy le dicen no a seguir ayudando a Kiev. Demasiadas carambolas a la vista de los socios que necesita tanto fuera como en casa.