Europa no tiene héroes, ojalá no los necesite
Los europeos Churchill y Monnet fueron héroes a la altura de los tiempos que vivieron. ¿Quiénes lo serán, en esta época, si las circunstancias lo requieren?
Uno de los padres de la Unión Europea (UE), Jean Monnet, comienza su libro de memorias con un capítulo a modo de prefacio que, por sí mismo, podría inspirar una trepidante serie de televisión. Pero él no seria el protagonista, seguro, porque la Unión todavía no ha conseguido crear héroes.
Es muy posible que usted ni siquiera se haya enterado de que esta semana, el martes 9 de mayo, celebramos el Día de Europa. Los medios, incluido este, dimos más espacio al Día de la Victoria, que es como se le llama más allá del nuevo telón de acero, que es el frente bélico en el que los ucranianos tratan de expulsar a los rusos de su territorio.
Y es que Vladímir Putin se exhibió en Moscú tratando de mostrarse como el padre de todos los hijos de la Madre Rusia, y eso sí lo hemos conseguido: la inmensa mayoría de los ciudadanos comunitarios estamos a favor de ayudar a los soldados de Volodímir Zelenski. Pero, además de financiarla, ¿haríamos la guerra por defender nuestros ideales?
Ojalá no tengamos que responder a esa pregunta, cuando por guerra entendemos pegar tiros, recibir bombardeos, sangrar y arruinarnos. Aunque a la vez que las anchas avenidas a moscovitas se llenaban de generales y misiles, en Estrasburgo daba un discurso Olaf Scholz, canciller de Alemania, ante el pleno del Parlamento Europeo.
Usted sí sabe que esa es la única institución de la UE que elegimos los ciudadanos, votando cada cinco años. Pero usted sabe, tanto como yo, que lo hacemos siempre pensando en pequeño: los resultados de las elecciones europeas suelen ser una especie de ensayo general con todo —como se dice en el teatro— en el que sacamos las urnas e imprimimos papeletas solo para hacer una encuesta aún más cara que las del CIS sobre nuestros políticos nacionales.
En la próxima legislatura europea, dijo Scholz, habrá que afrontar verdaderos desafíos, esta vez sí, existenciales para el proyecto de la UE. ¿Seremos autónomos en lo económico? Para eso, tenemos que cambiar de arriba abajo nuestra política industrial. Si eso lo logramos, ¿traduciremos nuestro poder económico en geopolítico? Para eso, hará falta la comunitarización de una vez de la política exterior y de seguridad... y ponerle nombre y apellidos: el nombre debe ser el que eso tiene en cada Estado miembro: Defensa, ejército, armas, innovación militar. Y el apellido “europeo”. ¿Seremos capaces?
Y si hacemos todo eso, no quedara más remedio que asumir que eso nos convierte en un bloque de poder en el mundo. Y que eso significa tomar decisiones y hacérselas tomar a los vecinos: o conmigo o contra mí. De momento, Ucrania nos cae bien y, menos antes que después, estamos dispuestos a su integración. Pero ¿y Turquía? O los países de los Balcanes Occidentales. ¿Dejamos que Serbia se siga deslizando hacia Rusia o la invitamos? Y si lo hacemos, ¿qué pasa con Bosnia o, peor aún, con Kosovo?
A este último, los españoles ni siquiera lo reconocemos como país independiente...
Y, si finalmente somos un bloque de poder, ¿qué lado elegimos en la contienda entre China y Estados Unidos? Eso sí que nos supera. ¿A lo que diga Washington, sin rechistar? ¿Podemos renunciar a ese mercado de 1.500 millones de personas? Y peor, ¿estamos preparados para las consecuencias? Pekín y, de nuevo, Moscú llevan más de una década cercándonos, aprovechando el hartazgo del Sur Global con la superioridad moral de un Occidente que primero los colonizó, luego los oprimió y ahora quiere seguir imponiendo las normas del planeta.
¿Hay alguien ahí? ¿Piensa en esto, siquiera un poco, alguno de nuestros dirigentes? Y no digo solo los españoles. Porque Scholz habló el martes con buenas palabras, pero ni siquiera él ha cumplido lo que prometió cuando anunció hace un año que Berlín lideraría todo esto.
La UE no tiene héroes porque habría que buscarlos entre sus líderes políticos. Y hace décadas que nos olvidamos, los dirigentes y los que los votamos, del discurso largo, ese que pone retos e ilusiones en el horizonte, en lugar de números en tablas Excel sobre fondos a repartir y cuotas de inmigrantes que soportar.
Usted no lo sabrá, pero hace ahora 82 años, cuenta Monnet en sus memorias cómo logró que Winston Churchill firmara, entusiasmado, el documento de fusión entre Francia y Reino Unido. Eran los peores años de la invasión nazi y, por apenas unas horas, la cosa no se convirtió en real. Justo cuando De Gaulle y Monnet se iban a subir al avión desde Londres hacia Burdeos para llevar el documento a que fuera firmado en la sede del Gobierno provisional francés, todo se derrumbó por la elección de Pétain...
Ojalá, decía, nunca nos veamos tan desesperados. Pero, si llega el momento, harán falta héroes. ¿Hay alguien ahí?