Una reina sin privilegios, Sancho 'el descuartizador' y la fascinante Piru
La reina Sofía, Daniel Sancho, Piru Urquijo y el rey Juan Carlos; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Sofía de Grecia y Hannover
Doña Sofía está acaba de salir del hospital con el alta médica. Lo celebro porque ya no estoy para sobresaltos. No me había repuesto de la inesperada muerte de Jaime de Armiñán, a quien descubrí a la vez que la tabla de multiplicar, y volví a asustarme cuando de pronto los noticiarios anunciaron el ingreso hospitalario de la reina emérita Sofía por una infección en el tracto urinario que, dicho sea de paso, yo no sabría en que consiste de no ser porque acabo de mirarlo en el diccionario.
El tracto urinario, es decir, el trayecto que va de los riñones a la uretra, es un foco de infecciones. Según los médicos, afectan más a las mujeres que a los hombres: cosas de la vida. O caprichos de la naturaleza, si se prefiere.
Mientras medio Madrid preparaba la despedida de Armiñán, el célebre director de películas como Mi querida señorita o la serie televisiva Confidencias, en la clínica Ruber Internacional, doña Sofía (86 años) pedía no ser no ser tratada como una reina sino como a cualquier otra persona hospitalizada en el centro. Y afrontaba sus dolencias haciendo uso de una paciencia bíblica de la que ya venía haciendo gala, por otras razones, desde que llegó a España recién casada con el entonces príncipe Juan Carlos de Borbón.
Ahí, en esa misma clínica donde nació la heredera Leonor, los especialistas en urología se han afanado por devolverle la paz al tracto urinario de la Reina.
En los aledaños de la Ruber se fueron concentrando poco a poco algunos madrileños con la esperanza de ver de cerca a doña Sofía e incluso darle la mano. Felipe VI fue el primero en visitar a su ilustre madre y a la salida, responder a las preguntas apresuradas del pueblo soberano sobre la mejoría de su madre. Que así sea.
Daniel Sancho
Tiene lugar estos días en la isla tailandesa de Koh Samui el juicio secreto (nada de "vista pública") del chef que ha protagonizado uno de los crímenes más macabros de la historia, que no son pocos. Algún día veremos en el cine los morbosos detalles de la venenosa relación entre un joven cocinero español y un cirujano colombiano.
Las ataduras emocionales se intuyen, pero no son claras. Todo lo contrario. Daniel Sancho parece odiar a Edwin Arrieta. Sin embargo, a la luz de los acontecimientos, se diría que Edwin ama a Daniel. Aunque en su historia, amor y odio se dan la mano. Puede ser que algún día funcionara la relación afectiva, pero desde que la pareja aparece en los escenarios idílicos de Tailandia, todo empieza a cambiar, y el hotel en el que transcurre su última noche huele a sangre que apesta.
Daniel es duro y tiene apariencia de no andarse con contemplaciones. Sus padres, Silvia y Rodolfo, sufren en silencio a la espera de que el juicio, suspendido por el año nuevo budista, se reanude el miércoles que viene. Su abuela, la uruguaya Noela Aguirre, que es periodista y ejerció gran influencia sobre su marido y sus tres hijos (Rodrigo, Rodolfo y Félix) dice estos días con un halo de tristeza: "Creo en la justicia, creo en los dioses y creo en la verdad de mi nieto".
Su padre se llama Rodolfo Sancho, hijo del actor Sancho Gracia y ahijado de Adolfo Suárez, que era presidente del Gobierno cuando lo apadrinó. La abuela Noela cuenta el tiempo que falta para ir a visitar a su nieto, sobre el que planea una condena a la pena de muerte. O cárcel de por vida.
Piru Urquijo
Me motiva la "fascinante historia de Piru Urquijo" (Jesús Carmona, 6 de abril en EL ESPAÑOL). De todas las damas aristocráticas que pasean por Madrid, y no sólo en las bodas, bautizos y comuniones, la más lista, y también la que goza de más desparpajo, es Piru Urquijo. Resumiendo: Piru por Carmen y Urquijo por los Urquijo de toda la vida, aunque su verdadero nombre es el de Carmen Fernández de Araoz. La misma que prestó su histórica finca de "Los Molinillos" (descrita por Ernest Hemingway en Por quién doblan las campanas) para la reciente boda del alcalde de Madrid con Teresa Urquijo.
Es una de las mujeres más envidiadas de la capital. La que tiene mayor número de "capriles" en el armario y más peso de joyas en el joyero. Todo el mundo la quiere invitar a sus bodas para que cuente cosas de cuando se codeaba con Dalí, Robert Graves, Luis Miguel Dominguín y, por supuesto, con Gregorio Marañón, su abuelo.
Todos la quieren en sus eventos, pero ella sólo va a los que le salen del moño. Es el caso del último matrimonio celebrado en San Francisco de Borja, una iglesia de triste recuerdo porque en ella Carrero Blanco subió a los cielos y la calle Serrano pasó a la historia.
Piru es la abuela paterna de Teresa Urquijo, reciente esposa del alcalde José Luis Martínez-Almeida con quien acaba de contraer matrimonio. A la boda asistieron parientes y amigos, Borbones dos Sicilias y hasta tres o cuatro.
Teresa Urquijo, la desposada, se permitió el lujo de lucir un traje de novia que tenía tres posturas. Una, la del estreno, que corrió a cargo de la abuela materna de la novia. Dos, la de la madre de la novia (Beatriz Moreno de Borbón-Dos Sicilias). Y tres, la de la novia y ya esposa del alcalde Almeida, con algún que otro retoque, como sucede con los trajes heredados.
Lo que no había sido heredado era la tiara, entre otras razones porque el día de su boda, Teresa no llevó tiara. Alguna dama entendida comentó por lo bajo que en muchas familias nobles las tiaras se han vendido o las han reciclado para convertirlas en collares o arracadas.
La boda terminó con un chotis que a ratos parecía una conga.
Juan Carlos de Borbón
No sé por qué lo llamamos emérito. Siempre nos engañamos con metáforas, figuraciones y quiebros semánticos. En realidad Juan Carlos es el Rey, aunque lo hayamos privado del ejercicio y, por su falta de ejemplaridad, su lugar lo ocupe ahora su hijo, Felipe VI, que por algo lleva desde niño yendo al teatro Campoamor de Oviedo y soltando discursos por un tubo.
A lo que iba. Felipe VI es el Rey, pero la actualidad nos recuerda que don Juan Carlos ha vuelto y los monárquicos se ponen una corbata verde y gritan "viva el Rey" para festejar el recibimiento.
Estamos en tiempo de reconciliación. He venido siguiendo los pasos del Borbón desde que salió de España para emprender el exilio de Abu Dabi y debo reconocer, con cierto júbilo, que poco a poco estamos llegando al final. En esta última etapa, lo más relevante es el acercamiento entre padre e hijo, acercamiento que se hizo especialmente visible en los funerales de Isabel II de Inglaterra y de ahí en adelante.
Al principio la escenificación tenía su gracia. Si Juan Carlos giraba la cabeza hacia la izquierda, Letizia la giraba hacia la derecha y Felipe miraba al techo. Parecía un despropósito, pero no lo era. En dos o tres funerales, todo se arregló. Unos y otros se miraban entre sí sin necesidad de disimular.
La cuestión Sanjenjo tuvo su importancia. Era el lugar del mapa que daba más juego. Lo más cerca de lo más lejos. O al revés: lo más lejos de lo más cerca. El rey Juan Carlos entró por Sanjenjo y acabo en Madrid, siempre rodeado de sus hijos (los Reyes) y especialmente, de sus hijas, las infantas.
El último acto donde se vio al llamado Rey emérito fue en la boda del alcalde de Madrid, de la que ya me he ocupado largamente. Ese día Juan Carlos de Borbón estaba espléndido. Nunca, desde su anclaje en Abu Dabi, incluso mucho antes, le habíamos visto tan risueño y con tan buen aspecto. Merece afincarse en Madrid. Aquí ganaría en poderío y los haría felices a todos.