Un grupo de manifestantes antiinmigración protestan frente a un hotel de solicitantes de asilo en Reino Unido.

Un grupo de manifestantes antiinmigración protestan frente a un hotel de solicitantes de asilo en Reino Unido. Efe

LA TRIBUNA

Piénsatelo dos veces antes de criticar la inmigración

La izquierda ha descubierto que el woke es un importante caladero de votos, compatible con otro igualmente antioccidental que no para de crecer: el de los propios inmigrantes.

11 agosto, 2024 02:21

El 29 de julio, once niñas de edades entre seis y nueve años fueron apuñaladas en una fiesta de disfraces, y tres de ella murieron. El asesino fue Alex Rudakubana, un joven de 17 años nacido en Cardiff de padres ruandeses.

Tal vez su aspecto escasamente británico favoreció que se propagaran rumores sobre una motivación islamista del crimen (nada lo indica de momento) que culminaron con la congregación de una turba ante la mezquita de Southport y los primeros encontronazos con la policía.

A partir de ese momento la violencia brotó en distintas partes del Reino Unido, que el primer ministro Keir Starmer atribuyó a la ultraderecha y prometió reprimir con firmeza.

Manifestantes antirracistas protestan en Londres el pasado miércoles.

Manifestantes antirracistas protestan en Londres el pasado miércoles. Reuters

Que las autoridades repriman la violencia de las masas enfurecidas es saludable. Que parezca que practican represión selectiva, y que sólo persiguen a algunas de ellas, no. Inmediatamente después de los primeros disturbios surgió la llamada Liga de defensa musulmana, cuyo objeto social parece ser (pueden verse numerosos videos en la red) aporrear a viandantes sospechosamente blancos.

Starmer no se ha manifestado con la misma energía sobre su actividad. Y de hecho su retórica (existe un problema de islamofobia y de una ultraderecha que amenaza a las comunidades inmigrantes) ha alentado a la Liga para que patrulle armada por sus barrios.

Jess Phillips, subsecretaria de Estado del Ministerio de Interior, ha ido más allá y ha dicho en su cuenta de Twitter que la culpa no es de las bandas armadas musulmanas sino de la desinformación.

Son las fake news las que deben ser vigiladas, y por eso el Gobierno ha anunciado que un comentario en las redes sociales puede provocar serios problemas con la policía y la justicia. "Think before you post", "piénsatelo antes de poner un comentario", ha declarado ominosamente en Twitter sin aplicarse a sí mismo el consejo.

Entretanto, el concejal laborista Ricky Jones animó a una multitud a cortar el cuello de todos los fascistas, mientras una mujer con camiseta de Amnistía Internacional escuchaba beatíficamente (ha sido suspendido por sus "comentarios", nos cuenta sobriamente el titular de la BBC).

Pero tal vez lo más llamativo ha sido la conversación grabada a un policía en la que recomendaba a unos manifestantes antifascistas musulmanes que dejaran los cuchillos en la mezquita (tal vez en el mihrab), que desde luego ellos, los policías, no los iban a detener.

Por esta asimetría la gente ha empezado a usar el pegadizo apodo "Two-tier Keir", Keir el de los Dos Raseros. Incluso Elon Musk ha entrado en el debate y ha interpelado al primer ministro: "¿No debería estar preocupado por los ataques hacia TODAS las comunidades?".

Las razones que han llevado a este tratamiento distinto (y un tanto suicida) de la violencia son diversas.

Es obvio que la izquierda ha interiorizado los dogmas del wokismo, que incluyen la culpa de Occidente por un supuesto racismo estructural, la compartimentación de la ciudadanía en identidades, y un reparto arbitrario e inamovible de los roles de opresores y oprimidos entre éstas que justifica el trasvase de recursos hacia los segundos.

Esta es la razón, digamos, ideológica. Pero a ella se añaden otras de interés puramente electoral.

Para empezar, los políticos de izquierda han descubierto que el del woke es un caladero de votos bastante impresionante, compatible además con otro al que tampoco gusta la cultura occidental y que no para de crecer: el de los propios inmigrantes.

Además, simplifica notablemente la política. Es mucho más sencillo no hacer absolutamente nada, y convertir la incompetencia en bondad, que intentar solucionar un problema tan complejo como el de la inmigración. Es más fácil proclamar "refugees welcome" que reconocer que no se sabe qué hacer con el asunto. Y además permite etiquetar al adversario que no comparte el lema como racista y ultraderechista.

La derecha, digamos, no extremista percibe el vigor del fenómeno y renuncia a combatirlo, acaba asumiendo los dogmas e intenta atenuar sus efectos como aquel que, incapaz de resistir los dictados de la moda, acaba haciéndose un tatuaje pequeñito sabiendo que le va a quedar mal.

No le sirve de nada porque a la izquierda le resulta facilísimo estirar el concepto de ultraderecha para abarcar a cualquier derecha. En esto ha triunfado, y cada vez se interioriza más en sus votantes la idea de que cualquier cosa que impida el acceso de sus adversarios al poder es tolerable.

"La izquierda no es consciente de que vive en una cámara de eco que la induce a pensar que todos comparten su visión de la inmigración"

De este modo la alternancia, junto a la igualdad, es otro valor que se está abandonando por el camino.

En suma, la solución de problemas reales es sustituida por la de problemas fantásticos (pero electoralmente rentables), remuneración de lobbies identitarios y exhibición de virtud.

Los problemas culturales derivados de la inmigración masiva no están en la agenda política. Y así los segmentos de renta más baja, que son los que los experimentan en primera línea, son abandonados por la izquierda virtuosa que, además, pasa a considerarlos racistas.

El caso más extremo es el de los "grooming gangs" de Telford, Rotherham y Rochdale, bandas de inmigrantes de origen pakistaní y de Bangladés que durante décadas se dedicaron a violar en grupo y prostituir a menores vulnerables de zonas desfavorecidas (las víctimas se cuentan por miles) sin que la policía ni los servicios sociales se atrevieran a destaparlo, por no recibir ellos también el infamante sello de racista.

Pero la izquierda no es consciente de que vive, como todos desde 2010, en una cámara de eco que la induce a pensar que todos comparten su visión de la inmigración.

No es así. Una encuesta de BVA Xsight revela que 7 de cada 10 europeos piensan que su país acoge demasiados inmigrantes. Desde luego este también es un caladero electoral bastante importante en el que, por el momento, sólo está dispuesta a pescar la extrema derecha, que ya viene estigmatizada de fábrica. El fingido temor hacia una ultraderecha fantasmal puede acabar materializándola.

*** Fernando Navarro es exdiputado de Ciudadanos y exviceconsejero de Transparencia en Castilla y León.

El presidente ruso Vladímir Putin recibe en el aeropuerto de Moscú a los prisioneros intercambiados con EEUU, el pasado 2 de agosto.

Desde Rusia con amor

Anterior