Sánchez ya sólo intenta salvar los restos de su naufragio
En su huida hacia adelante, a Sánchez sólo le importa ya salvar los restos de su naufragio, aunque eso suponga llevarse por delante la arquitectura institucional.
A los que no lo somos, nos cuesta mucho entender la veneración que genera Pedro Sánchez en sus acólitos.
Ese arrobamiento casi místico con que los Patxis, los Bolaños o las Alegrías de turno se visten cuando de hablar del jefe se trata.
Esa histeria de groupie con la que las Montoros y Montoras aplauden cada ocurrencia del ser supremo.
Ese servilismo y entrega absoluta al gran Manitú del progresismo, hay que reconocerlo, me desconcierta. Soy incapaz de comprender cómo, tan evidente para mí el comportamiento falsario y ventajista de Sánchez como presidente, sus adoradores siguen poniéndole más y más velitas en el incensario.
Da igual lo que ocurra, ellos siempre le alabarán el gusto y achacarán a oscuros truhanes en la sombra (o en el foco) la única razón de ser de quienes critican al amado líder.
Que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid inadmite su querella contra el juez Peinado por infundada y temeraria… cosas de la ultraderecha judicial.
Que el Tribunal Supremo imputa por vez primera en la historia al fiscal general nombrado por Sánchez por existir indicios de haber cometido un delito… es que los haters de la derechona también tienen copada la Sala Segunda.
Que dos jueces distintos (uno en Madrid y otro en Badajoz) consideran que nada menos que la esposa y el hermano de Sánchez han podido cometer también algunos comportamientos prohibidos por el Código Penal… pues de nuevo la asquerosa guerra de togas, que es que quieren lograr retorciendo la ley lo que los votos no les permiten.
"Los palmeros de Sánchez están poniendo en riesgo la separación de poderes"
Así que, ya ven, para los embelesados del faro Sánchez, todo se reduce siempre a un simple mantenerla y no enmendarla, un "y tú más que no te acuerdas", o un "ladran luego cabalgamos" que ni en el Quijote ni en ningún sitio.
El problema es que, al así obrar (y al margen de considerarnos a los demás cual tontos de capirote), los palmeros de Sánchez no dudan en poner en manifiesto riesgo el principio de separación de poderes.
Sí, las cosas (siempre) son como son, las cuente Agamenón o su porquero.
Y las cosas, en este caso, son de una gravedad sin duda extrema. Nunca antes se había visto a un presidente del Gobierno querellándose contra jueces (por cierto, usando recursos públicos para dicha querella).
Nunca antes una portavoz había señalado a magistrados con nombre y apellidos.
Nunca antes se había oído a coro a unos y a otras ministras indicarles a los jueces lo que tienen que hacer y regañarles cuando no lo hacen.
Nunca antes, en definitiva, se había alentado desde el mismo Gobierno de la Nación la desconfianza de los ciudadanos en las demás instituciones.
Y todo ello, con un innegable poso a huida hacia adelante, en el que nada importa ya salvo salvar los restos del naufragio, aunque eso suponga llevarse por delante los cimientos de una arquitectura institucional que costó tanto asentar sobre el arenoso suelo de la política patria.
Así que, no lo duden, tras Pegasus, la calamitosa gestión de la pandemia, la amnistía y algunas otras, va a resultar que lo único que verdaderamente preocupa a Sánchez y a sus adoratrices es la Justicia.
Pero no precisamente como se supone debiera hacerlo a un presidente del Gobierno en un Estado de derecho, defendiéndola frente a quienes la pretenden limitar y dotándola de los medios necesarios para trabajar adecuadamente.
Sino al modo clásico en que, otros muchos antes, intentaron someterla por las buenas o por las malas.
Y en este envite, no lo duden, es mucho más que la coyuntura política lo que está en juego.
*** Alfonso Trallero es abogado.