Tras la Dana tendremos que preguntarnos en qué se gastan nuestros impuestos
Nos hemos acostumbrado a una política ideológica que se ha olvidado de que el Estado y sus administraciones deben tener un mínimo de eficacia comprobable.
Los dramáticos sucesos de estos días han dejado un rastro de muerte y destrucción que los atavismos intentarán atribuir a lo ineluctable. A que la vida es así y nada está seguro en este mundo.
Sin embargo, debiéramos hacer un esfuerzo para abandonar esa perspectiva pesimista y acrítica y preguntarnos en serio si en pleno siglo XXI se puede considerar que tales cosas sean al tiempo imprevisibles e inevitables. No parece que sea el caso.
Lo que nos ocurre es que nos hemos acostumbrado a que una política del día a día y de retórica ideológica, que siempre está luchando contra un mal metafísico (sea el comunismo o el fascismo, que tanto da a estos efectos), se ha olvidado de que el Estado y sus administraciones tienen que tener un mínimo de eficacia comprobable.
Que se ha olvidado de que los miles de millones de euros que se gastan y que salen de nuestros bolsillos deberían emplearse en evitar que desgracias como las recientes arruinen un número inmenso de vidas, destrocen la economía de regiones enteras y ocasionen gastos inmensos que una administración prudente debiera haber hecho todo lo posible por evitar.
Las inundaciones de 1957 dejaron con toda probabilidad centenares de víctimas. Como sucede habitualmente, la chapucería administrativa no permite conocer el dato con exactitud, como ha ocurrido recientemente y para vergüenza nacional con la pandemia.
Pero ante el cauce nuevo del Turia, construido a raíz de aquellas inundaciones, se puede calcular con facilidad lo que habría pasado ante la extraordinaria gota fría de estos días, de no haberse hecho esa obra a raíz del desastre de finales de los años cincuenta.
Vale, pero también hay que preguntarse por las razones por las que no se han continuado las obras ya previstas o sugeridas entonces. Salvo que se pretenda que estos episodios catastróficos son del todo inevitables y que no hay ingeniería concebible capaz de encauzar un diluvio semejante.
¿Se harán ahora las obras convenientes o volveremos a pensar que tenemos otros setenta años para abordarlas?
La ingeniería hidrográfica es perfectamente capaz de contener avalanchas como la de estos días. Y lo que ha pasado, sencillamente, es que las presas de Benagéber y Forata, que han minimizado el impacto de la riada, no han sido suficiente.
Pero seguro que los ingenieros de caminos y los técnicos de las cuencas son perfectamente capaces de calcular lo que será necesario construir para contener avenidas como la reciente y superiores.
Estos días, un desvergonzado anuncio de Hacienda nos recuerda con cariño lo mucho que se nos devuelve cada vez que se nos saca un euro de nuestros bolsillos para financiar bienes públicos.
Es seguro que el porcentaje de ciudadanos perfectamente angelicales que cree que los perros se atan con longanizas se sentirán estimulados ante semejante llamamiento a vaciarnos los bolsillos por el común, pero seguramente somos muchos más los que pensamos que, siendo correcta la doctrina, la aplicación dista mucho que desear.
"Los españoles todavía somos rehenes de una mentalidad política que piensa en los favores que nos hace el Estado"
Es imposible no pensar en los miles de millones que se gastan en propósitos muy discutibles, como rescatar líneas aéreas por su mala gestión o llenar de museos de arte contemporáneo casi cada barrio. Y perdonen si mis ejemplos no son brillantes, pero seguro que ustedes los tienen mejores.
Mientras, parece que no hay dinero para evitar que los barrancos y ríos de Levante se desmanden y se lleven a cientos de inocentes por delante.
Lo que hay detrás de todo esto es que los españoles todavía somos rehenes de una mentalidad política que piensa en los favores que nos hace el Estado, sin caer en la cuenta de que su misión no es subvencionar ocurrencias o amparar delirios, sino llevar a cabo las obras y las acciones necesarias para que nuestras vidas puedan desarrollarse con normalidad, y en los términos que permite la tecnología contemporánea y la pertenencia a una zona particularmente civilizada del mundo.
Algunos hay tan necios que llegarán a pensar que hacer presas es sinónimo de franquismo. Y que ahora que somos ecologistas y cuidamos del planeta tenemos que dejar que las aguas que nos llueven del cielo fluyan con suavidad hacia mares limpios y playas sin mácula.
Pues no, señores, no es así.
"Lo esencial es dotarse de medios capaces de evitar y controlar las grandes avenidas con tecnologías que están perfectamente a nuestro alcance"
Naturalmente que hemos de actuar con el máximo respeto posible al medioambiente.
Pero no está escrito en ninguna parte que hayamos de sacrificar centenares de vidas a los caprichos del clima, sean o no consecuencia del cambio climático que, a estos efectos, es irrelevante para los cálculos de prevención que han de hacerse y las medidas de contención que se tengan que tomar.
Hay, sin duda, responsabilidades urbanístico al permitir que se construya demasiado cerca de barrancos naturales. También de política medioambiental, al no dedicar el esfuerzo necesario a liberar de obstáculos y limpiar a fondo los ríos, las riberas y los cauces.
Pero lo esencial es dotarse de medios capaces de evitar y controlar las grandes avenidas con tecnologías y procedimientos que están perfectamente a nuestro alcance.
Para nuestra desgracia, estamos permitiendo que se nos gobierne sin mirar en lo que gastamos y en cómo lo hacemos. Sin que aprendamos a pedir cuentas al rey, como se decía hace siglos en épocas tal vez menos dichosas, pero en las que había conciencia de que el dinero público no se fabrica en maquinitas mágicas o en deudas que no se pagan, sino que se sacaba íntegramente del bolsillo de cada cual.
Los Parlamentos han dejado, en la práctica de cumplir con esta misión de control, dando un ejemplo pésimo de moralidad pública. Y tienen con frecuencia la desfachatez de subirse el sueldo mientras piden recortes para todo el mundo. Y de procurarse soluciones de previsión social que no están al alcance del común de los mortales.
Si lo seguimos consintiendo, todo irá, sin duda a peor.
Ni se harán las presas necesarias ni se dará cuenta de en qué se emplean nuestros caudales, a no ser a la manera donosa del Gran Capitán ("picos, palas y azadones cien millones"). Y con la dulce melodía de esos anuncios de Hacienda que, como si fuera el mismo Dios, nos promete el ciento por uno, con tal de que no nos fijemos mucho en los detalles.
*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es 'La virtud de la política' (Unión Editorial)