¿Por qué no juzgamos con el mismo rasero la persecución a los migrantes de Italia y China?
En la UE y en China, tanto la ultraderechista Meloni como el comunista Xi Jinping están instrumentalizando falsos riesgos y violando derechos humanos.
Europa y China están adoptando políticas restrictivas en un momento de incertidumbre y turbulencias.
Todas las críticas se las lleva el controvertido plan del Gobierno de ultraderecha de Giorgia Meloni por su llamada política de externalización, con la que pretende enviar migrantes a Albania para acelerar su deportación, porque en las democracias capitalistas nos podemos permitir la crítica sin riesgo de ser detenidos, torturados o aniquilados.
En su primer ensayo, la justicia ha tumbado el plan Meloni. Mientras tanto, a unos 8.200 kilómetros hacia el este, China refuerza cada vez más su presión militar sobre Taiwán, una democracia autogobernada también desde 1949, cuando los perdedores de la guerra civil china, los nacionalistas del Kuomintang, se refugiaron en la isla. Es un auténtico "panda-monium", en palabras de Phelim Kine de Politico.
Ha llegado el momento de tratar a China como la superpotencia económica mundial que es, y aplicar y exigir los mismos criterios que a otras potencias desarrolladas.
La República Popular aspira a mantener su milenaria autarquía, ya que no sólo no acepta migrantes, sino que expulsa a extranjeros con décadas de residencia a los que no está dispuesta a pagar pensiones. En 2012 el régimen implementó la Ley de Entradas y Salidas, que ha supuesto la expatriación forzada de miles de africanos, según análisis del Migration Policy Institute.
Mientras Europa ha recibido a millones de migrantes y refugiados en las últimas décadas, Pekín solamente ha otorgado la residencia permanente a unos 10.000 extranjeros o chinos de segundas generaciones altamente cualificados entre 2004 y 2016. Es más, de China han salido unos diez millones de emigrantes a otros países del mundo desde la década de 1980.
Al mismo tiempo, el presidente Xi Jinping está escalando una futura ofensiva contra la isla de Taiwán, como método preventivo de control territorial que enfatiza su narrativa nacionalista de la soberanía nacional, según la cual Taiwán siempre ha pertenecido a China.
"Los intentos por frenar la inmigración ilegal responden a criterios populistas y son ineficaces"
Con esta estrategia, el Partido Comunista de China (PCCh, en el poder desde 1949) intenta asegurar su estabilidad interna y proyectar poder ante amenazas percibidas, incluso si estas no son inminentes.
La externalización migratoria de Meloni es también una reacción frecuente entre los países europeos ante lo que se percibe como una "crisis de seguridad": la llegada de migrantes irregulares.
Con ella, los gobiernos europeos intentan evitar la presión sobre sus propios sistemas de asilo y su Estado del bienestar, controlando las fronteras de forma preventiva.
Cabe añadir que, al igual que otras políticas restrictivas aplicadas por miembros de la Unión Europea, los intentos por frenar la inmigración ilegal responden a criterios populistas y son ineficaces.
Populistas porque están basados en una percepción falsa. En 2023 tan sólo un 10,3% de entradas migratorias a Europa fueron ilegales, según datos de Frontex. La mayoría de emigrantes entran con visado turístico o exención de visados y permanecen en Europa sin regularizar su situación.
E ineficaces porque el sentimiento racista es fácilmente exacerbado por unos políticos, incluidos los de izquierdas, incapaces de solucionar las raíces de esos temores entre los locales más pobres: los bajos salarios, la inseguridad laboral y económica, el encarecimiento constante de la educación, o la vivienda y la sanidad, como explica el sociólogo holandés Hein de Haas en Los mitos de la inmigración.
"Una de las razones que enarbola Pekín para rechazar la migración y los refugiados es el deseo supremacista de mantener la pureza étnica"
En la UE y en China, tanto la ultraderechista Meloni como el comunista Xi Jinping están instrumentalizando no sólo falsos riesgos, sino violando derechos humanos.
Aunque con un marco más garantista, la italiana enfrenta acusaciones de quebrantar los principios de protección internacional, de estigmatizar a los migrantes y de crear zonas oscuras fuera del escrutinio legal y mediático en aras de proteger la seguridad fronteriza.
Por su parte, Xi manipula las tensiones de Taiwán como un asunto interno y justifica su militarización a expensas de los derechos de autodeterminación de los taiwaneses. Además, usando como excusa esas supuestos peligros externos, el régimen de Pekín impone una censura férrea entre sus propios ciudadanos, limitando las críticas, el activismo y cualquier demanda humanitaria.
Entre las razones que enarbola Pekín para rechazar la migración y los refugiados hay un enfoque selectivo, ya que se centra en atraer talento cualificado, una preocupación (lícita) sobre el desempleo interno en un país de 1.400 millones de personas, y un recelo cultural y social. Es decir, un deseo de mantener la pureza étnica.
Eso que los activistas de izquierdas llaman en Occidente "supremacismo", "racismo" y ¿"colonialismo"?
En Europa tenemos un caso paralelo de un líder autocrático con una visión imperial y territorial que en febrero de 2022 decidió invadir Ucrania porque "percibía" una amenaza externa y quería preservar su "unidad soberana".
Un conflicto entre China y Taiwán tendría consecuencias globales trágicas. Y generaría una crisis significativa de desplazados y refugiados en la región, con cifras de cientos de miles de taiwaneses abandonando la isla en busca de refugio en países vecinos, como Japón, Corea del Sur o Filipinas.
Otras potencias económicas también han decidido mantenerse puras y libres de migrantes, como Japón y Singapur, con soluciones diferentes a la necesidad de crecimiento demográfico y económico. O los Estados del Golfo, que aparte de financiar a grupos radicales islámicos, no han firmado acuerdos ni acogido a ningún refugiado en su belicosa región.
¿No deberíamos juzgarlos a todos con el mismo rasero?
*** Marga Zambrana es periodista, corresponsal en China desde 2003 y en Oriente Medio desde 2013.