El expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero este viernes en Sevilla.

El expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero este viernes en Sevilla. Efe

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El PSOE es el partido que más se parece a la España autonómica

El Congreso "Federal" del PSOE en Sevilla es fiel reflejo de cómo Pedro Sánchez ha logrado que su partido se fusione con los resortes del poder.

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Parece mentira, pero han pasado ya veinte años desde que Zapatero acuñara, en vísperas de las elecciones del 14 de marzo de 2004, una de sus frases más intrigantes: "el PSOE es el partido que más se parece a España".

Nunca llegó a profundizar en el eslogan, deliberadamente vidrioso y maleable. Dada su trayectoria posterior, cabe colegir que no se refería el entonces candidato a ninguna esencia ni volksgeist compartidos. Tampoco a la convivencia o el mestizaje de nuestra historia.

Hablaba de algo mucho más mundano y tangible: de la simbiosis casi perfecta entre el sistema y su partido hegemónico.

El congreso socialista celebrado en Sevilla. EE

El congreso socialista celebrado en Sevilla. EE

El XLI Congreso ("Federal") del PSOE que estos días se celebra en Sevilla es fiel reflejo de cómo Pedro Sánchez ha logrado que su partido se fusione con los resortes del poder.

Éstos se derivan de dos pilares fundamentales: el sistema de partidos y el Estado de las Autonomías.

El primero asegura el culto al líder y el prietas las filas, cuyos integrantes dependen no tanto de su desempeño como de su adhesión inquebrantable a quien elabora las listas electorales.

El segundo favorece a quien promueva aquí una cosa y allí la contraria: cupo vasco, navarro y catalán para los unos, pero solidaridad y multilateralidad para los otros. Todos engañados, todos contentos.

Desde el Reino Unido, país en el que resido, me llaman la atención aspectos de la política española que a muchos pasan desapercibidos.

En las últimas semanas, fui asombrado testigo de cómo, por ejemplo, la ministra de Defensa Margarita Robles se permitía la licencia de abroncar a una ciudadana valenciana que, escoba en mano, limpiaba lodo en un garaje.

Ante la petición de más medios, la ministra respondía, con arrogante indignación, que no era responsabilidad suya, mientras aleccionaba a la mujer sobre subsidiariedad y repartos competenciales.

Lo hacía con la suficiencia de quien sabe que su puesto no depende de esa ciudadana, sino del líder de su partido. En el sistema británico, el diputado está al servicio del ciudadano: si alguien puede abroncar a alguien, es el segundo al primero.

"En el Congreso del PSOE se aplaude lo mucho que hoy se parece el partido a los peores vicios del sistema autonómico y partitocrático"

En España, por virtud de esa partitocracia de listas cerradas, el político se ve a sí mismo no como un servidor público, sino como la "autoridad competente". El Estado Autonómico hace el resto. Ya saben: "Si quieren ayuda, que la pidan". El Estado de las Autonomías reparte cargos, pero no responsabilidades.

Sirve, claro está, a los partidos: para engrasar instituciones con cargos afines en diecisiete gobiernos, con sus parlamentos y sus puestos de confianza. Pero no sirve, y esto ya es palmario, a los ciudadanos: ni siquiera para proteger sus vidas ante una catástrofe.

Entre tanto, el PSOE se felicita estos días por ocupar el poder, aunque sea a costa de renunciar a los principios más básicos de la socialdemocracia: la eliminación de privilegios, un estado robusto que garantice unos servicios públicos de calidad, o la igualdad de oportunidades en todo el territorio.

El Estado de las Autonomías había exhibido ya su monstruosa disfunción durante la crisis del Covid-19. Entonces comprobamos que no tenemos historiales médicos compartidos; ahora, que los bomberos y policías de otra comunidad autónoma son, a efectos prácticos, igual de extranjeros que los de Francia o Portugal.

La "lógica política" de nuestro sistema penaliza la unidad, la lealtad y el acuerdo, mientras incentiva la goyesca lucha a garrotazos, el ancestral cainismo patrio que, efectivamente, tanto se parece al PSOE. Que se lo pregunten a Lobato.

La dinámica de partidos y autonomías ha convertido a España en una nación sin Estado, en un compendio de artificiosos hechos diferenciales. Los perfiles de liderazgo han ido degenerando de manera natural en favor de taimados, bellacos y rufianes.

Y el Congreso del PSOE es una celebración de todo ello: se aplaude allí lo mucho que hoy se parece el partido a los peores vicios del sistema.

Zapatero, en suma, tenía razón: el PSOE es el partido que más se parece a la España autonómica, y le va bien así. No tiene por qué cambiar.

Por ello, quienes aspiramos a que España deje de parecerse al PSOE, debemos formular una alternativa. No se trata, necesariamente, de "recentralizar". El sistema británico que antes mencionaba obliga al diputado a vivir a pie de calle, en constante comunicación con los votantes de su barrio.

Las diputaciones provinciales sirven para gestionar las necesidades de la España vacía y del mundo rural. Se trata, en cambio, de algo tan revolucionario en España como el sistema que tienen Francia o Portugal: de desmontar el Estado Autonómico para salvar el Estado.

*** Carlos Conde Solares es profesor universitario y presidente del Consejo Nacional de Izquierda Española.