Alfredo García comenzó a divulgar sobre energía nuclear por pasión. Al volver a casa después de sus largas jornadas de trabajo en la central nuclear de Ascó, en Tarragona, abría sus redes sociales y, escudado tras el seudónimo de 'Operador Nuclear', se lanzaba a desmontar todos aquellos mitos que arremetían –por interés perverso o por desconocimiento científico– contra el universo atómico. Era, y es, pura vocación. Tras años de exposición mediática y de acumulación de cientos de miles de seguidores, García se lanzó a escribir su primer libro, La energía nuclear salvará el mundo (Ed. Planeta). Un éxito de ventas. Dos años después, hoy, expande su bibliografía con una visión más amplia, Geoestrategia de la bombilla: energía nuclear para un cielo más limpio (Ed. Península). Dos obras que, ya desde su título, son una atrevida declaración de intenciones.
En su batalla por dar a conocer las virtudes de la energía nuclear, García se ha encontrado con el rechazo frontal de grupos ecologistas; de lobbies de los combustibles fósiles y, en menor medida, de las energías renovables; de políticos que huyen de posicionamientos que suenen a 'pronuclear' por ser políticamente incorrectos. Navegar a contracorriente, no obstante, no le ha quitado el sueño, sino que lo ha erigido en una figura de referencia dentro de la divulgación energética. Un verso suelto. Hasta el propio director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (OIEA), Rafael M. Grossi, se deshizo en elogios hacia él calificándolo de autor "claro, didáctico y objetivo".
Alfredo García es, efectivamente, claro, didáctico y objetivo. También cercano, sencillo y amable. El divulgador posee el aura de aquellas personas que creen fielmente en lo que dicen. No es de los que vende la moto con argumentos falaces; siempre se ampara en la ciencia, en los datos, en la experiencia. Está realmente convencido de que la energía nuclear es una de las vías para solucionar –o al menos paliar– la crisis energética que padece el mundo. Pero conforme da rienda suelta a sus argumentos surgen cada vez más dudas. ¿Es realmente la energía nuclear la panacea? ¿Qué pasa con los residuos radioactivos que duran decenas de miles de años? ¿No es la carencia de uranio un problema para alimentar nuevos reactores nucleares y, por tanto, su construcción es profundamente inútil? ¿No corre el mundo el riesgo de padecer un nuevo Fukushima o, peor aún, un Chernóbil que siegue miles de vidas?
"Que puede explotar como una bomba atómica. Que genera riesgo de cáncer en el entorno de la central. Que las torres de refrigeración emiten gases tóxicos y contaminantes. Que nos vamos a quedar sin uranio. En fin, la energía nuclear, como ves, está rodeada de mitos", asegura, paciente, Alfredo García. "Hace tiempo preparé un hilo de Twitter en el que recogía 42 de ellos. Me di cuenta de que si existía tanta desinformación era porque se necesitaba divulgación". Ese agujero de desconocimiento es lo que le impulsó a dedicarse a la comunicación científica. "Nunca imaginé que esto iba a llegar tan lejos", confiesa, aunque no recela de la fama repentina.
La desconfianza hacia la energía nuclear tiene, según García, dos responsables o culpables: "Por un lado, los promotores de otras energías, especialmente de los lobbies de los combustibles fósiles, como el petróleo y el gas, que han tratado de perjudicar su imagen. Por otro están los intereses políticos. Muchos se han posicionado en contra de algo que produce miedo porque eso da votos", sostiene el experto.
"La izquierda, por ejemplo, se ha asociado habitualmente a políticas antinucleares. Pero es un posicionamiento artificial, porque si miras a la historia, la Unión Soviética o Cuba construyeron sus reactores. España, sin embargo, es diferente. Ser antinuclear ha dado votos. Por eso la derecha no estuvo claramente a favor de la energía nuclear durante años. Hay hasta organizaciones ecologistas que se han posicionado en contra sólo para conseguir adeptos".
No obstante, García vislumbra un horizonte de esperanza. La percepción de la gente está cambiando, en parte por la decisión del Parlamento Europeo de calificar la energía nuclear como "actividad económica medioambientalmente sostenible" e incluirla en su taxonomía verde y, en parte, por el trabajo de divulgación de personas que, como él, tratan de demostrar que la energía nuclear no es el demonio que nos han hecho creer. Por el camino ha cosechado aliados inesperados, como Atte Harjanne, la líder de los Verdes finlandeses, representante del primer partido ecologista que se ha posicionado a favor de la energía nuclear.
"¿Por qué ha sido posible en Finlandia?", se pregunta el autor de Geoestrategia de la bombilla. "Porque la educación y la formación científica son pilares básicos de su sociedad", afirma. "Todos sabemos que los países nórdicos son de los más avanzados del mundo. Ellos intentan hacer un uso racional de los recursos basándose en la ciencia, y la ciencia nos dice que la energía nuclear no es sólo necesaria, sino sostenible". Así que no, no está demostrado que vivir cerca de una central nuclear produzca cáncer. Tampoco que haya peces de tres ojos en los ríos colindantes. Ni que el 'humo' que sale de sus enormes 'chimeneas' sea radiactivo, sino simple vapor de agua.
La mayoría de países avanzados del mundo tienen centrales nucleares o están desarrollando nuevos reactores, aduce el experto. "Estados Unidos sigue apostando por este tipo de energía. Rusia igual, aún con la guerra de por medio. Incluso está participando en la construcción de centrales más allá de sus fronteras, como en Turquía y Egipto. China está levantando 22. Corea del Sur tenía planeado cerrar 24 reactores, pero han cancelado el cierre y apostado por el desarrollo de tres nuevos. Japón está reabriendo sus centrales. India, después de China y Rusia, es la que más construye. Hay un cambio de paradigma en el mundo".
Dentro de Europa, no sólo Finlandia avanza hacia un nuevo escenario políticamente unificado en torno a la energía nuclear. Si bien Francia es el principal generador de energía atómica del Viejo Continente –los 56 reactores nucleares que luce con orgullo proporcionan el 72% de su energía eléctrica–, otros países, como Reino Unido o Polonia, están reclamando su trozo del pastel atómico.
"Los británicos, por ejemplo, están construyendo dos reactores, además de dos que tienen previsto aprobar 16 reactores modulares [o SMR, de menor potencia que las centrales tradicionales] que ya tiene Rolls Royce. Polonia tiene que descarbonizar su economía y por eso ha impulsado la construcción de sus primeros siete. Finlandia también está construyendo nuevos, al igual que Suecia. La mayoría de países de Europa del Este están apostando por ello. En el mundo hay 32 países que tienen centrales nucleares o que están construyendo, y otros 30 que tienen planes para hacerlo".
El desmantelamiento nuclear en España
España, a pesar de gozar de su 'excepción ibérica' y de ser una de las principales plataformas de regasificación de Europa, se encuentra entre esos países que, contra todo pronóstico, plantean desmantelar su parque nuclear para apostar únicamente por las renovables. El Gobierno planeó cerrar las centrales nucleares –en acuerdo con las empresas gestoras– entre 2027 y 2035. Pero para Alfredo García eso es un "error considerable" que sólo traerá problemas y que hará de nuestro país una nación menos competitiva en el mercado energético global.
"Somos uno de los principales productores de energía nuclear del mundo con sólo 7 reactores que generan el 20% de nuestra energía eléctrica", recuerda García. "Pero hay un plan de cierre que se va a revisar en 2023. Habrá que ver si realmente es factible desmantelarlas, porque la Agencia Internacional de la Energía (AIE) publicó en 2021 un informe sobre España en el que aplaudía la apuesta decidida por las renovables pero le daba un tirón de orejas por cerrar las nucleares. Clausurarlas provocará un aumento del precio de la electricidad. También mayores emisiones, porque el parque nuclear será sustituido, previsiblemente, por centrales de gas".
[Así Es el Silo Nuclear Que los Rusos Tenían en Ucrania para Destruir Estados Unidos]
PREGUNTA.– ¿Qué pasaría si España cerrase todas sus centrales mañana mismo?
RESPUESTA.– Que habría una mayor polución, una mayor dependencia exterior y perderíamos un activo económico importante. El sector nuclear español es uno de los más punteros del mundo. Tecnatom, por ejemplo, realiza formación de operadores. Yo mismo me formé allí y voy a entrenarme cinco semanas al año. Aparte de realizar formación de operadores en otros países, como China, diseña salas de control o simuladores de alcance total. Luego está ENSA, un fabricante de componentes nucleares que produce equipos como generadores de vapor que luego son comprados por Estados Unidos. Hablamos de que hay más de 30.000 empleos de calidad relacionados con el sector, la mayoría de alto nivel de formación, que se perderían con el desmantelamiento.
P.– Si todas las virtudes que usted señala son tan evidentes... ¿Por qué se insiste en desmantelar el parque nuclear?
R.– Porque es una decisión política. Las empresas lo han aceptado porque la fiscalidad que experimentan las centrales no les permite continuar operando si los precios de la electricidad volvieran a valores normales. Tienen impuestos duplicados, algunos recurridos al Tribunal Constitucional, que consideran abusivos. No creo que si se llegara a una fiscalidad justa aceptaran clausurarlas. De todos modos, creo que al final el desmantelamiento no se va a poder llevar a cabo porque el paradigma de la opinión pública está cambiando y los propios partidos de centro y derecha, como Ciudadanos y PP, se están dando cuenta. Hasta Vox la defiende. Los tres apuestan porque sigan funcionando los reactores. Si el Consejo de Seguridad Nuclear autoriza que continúen operativos, todos empezarán a darse cuenta de que es mejor mantenerlos activos.
P. ¿Qué influencia tiene el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) en las decisiones políticas?
R.– Es un organismo independiente que no depende del Gobierno, sino que rinde cuentas ante el Congreso de los Diputados. Está formado por un cuerpo técnico de especialistas de altísimo nivel que lo que hace es tener a inspectores residentes en cada central nuclear. Hasta 2 o 3 al mismo tiempo. Ellos tienen acceso a todos los aspectos de las centrales nucleares. Pueden ver los documentos, estar en las reuniones, supervisar la seguridad de la central. Nosotros, los operadores, tenemos una licencia otorgada por el CSN [García tiene dos, una de operador y otra de supervisor]. El Consejo también dicta las normas y protocolos que deben cumplirse en las centrales, siempre tomando como base al referente normativo, que es Estados Unidos.
Chernóbil y Zaporiyia: el fantasma soviético
Uno de los objetivos de Alfredo García consiste en desmontar los principales mitos que oscilan en torno a la energía nuclear. El desconocimiento científico sobre cómo opera una central y la magnificación mediática de tragedias como Fukushima o Chernóbil han generado auténtico pavor hacia los reactores de fusión. Pero a pesar de que los elementos que las hacen funcionar son peligrosos, existen tantos sistemas de regulación internacionales y tanta seguridad que hacen que un error catastrófico sea prácticamente imposible.
"De entrada, una central nuclear no puede estallar nunca", asevera Operador Nuclear. "Ningún accidente ha producido una explosión nuclear. No por las medidas de seguridad, sino por el principio básico que rige una central: no existe una proporción de uranio-235 tal y como para provocarla. Para entendernos: si en una central usáramos uranio con la proporción natural que hay presente en la naturaleza, es decir, de un 0,7%, tendríamos que parar para recargar cada dos o tres meses".
"Sin embargo, para que una central funcione durante 18 meses seguidos, aumentamos la proporción de U-235. Ese aumento se llama enriquecimiento, y lo hacemos entre un 3% y un 5%. ¿Es suficiente para provocar un estallido nuclear? No. Una bomba nuclear necesita más de un 90%. Aunque en una central tuviésemos un 85% de uranio enriquecido... no podría explotar".
[El Director del Hospital de Chernóbil Que Espiaba a los Rusos: un Héroe con Bata]
Pero hay otras 'tragedias' posibles que sí podrían ocurrir, y recuerda que en la historia de la energía nuclear hubo tres accidentes graves: el de Chernóbil en 1986, el de Fukushima en 2011 y el de Three Mile Island de Pennsylvania en 1979. La central nuclear soviética, situada en actual territorio ucraniano, es uno de los principales fantasmas que recorren la sombría mitología nuclear, pero, como asegura García, es el accidente menos representativo de esta industria.
"Se le llamaba central nuclear, y así lo era, pero en su momento tuvo un diseño pensado para producir plutonio destinado generar bombas atómicas. Era un diseño antiguo, de los años cincuenta, que generaba tanto calor que se aprovechaba para producir electricidad. Así que tenía un doble uso. Al tener ese planteamiento militar, la seguridad era un aspecto secundario. Por ejemplo, no tenía un edificio de contención. Estas condiciones no son reproducibles en ninguna central nuclear actual".
P.– ¿Pero ni siquiera en un país que empiece su trayectoria nuclear y que no tenga experiencia previa en el manejo y gestión de este tipo de centrales se podría producir un error fatal?
R.– Cualquier país que quiera tener energía nuclear debe estar supervisado por la OIEA. China, Rusia, cualquier país africano, como Egipto o Sudáfrica, deben ser vigilados por el organismo internacional de la energía atómica de la ONU. Estos sistemas están muy estandarizados, y un accidente así sería improbable porque las causas que lo provocarían ya no existen. Si nos pusiéramos en la hipótesis muy poco probable de que pasara, el mero hecho de tener sistemas de seguridad y edificios de contención –con los que no contaba Chernóbil– ya limitarían enormemente las consecuencias del accidente.
P.– Pero Fukushima no queda tan lejos y ya contaba con sistemas de seguridad.
R.– En Fukushima se fundieron tres reactores nucleares por el tsunami. Dejaron a la central sin alimentación eléctrica y sin generadores diésel de emergencia. Se fundieron los núcleos y hubo emisiones radiactivas, es cierto, pero está científicamente demostrado que no ha aumentado ni la incidencia de cáncer en la población japonesa ni que nadie ha fallecido directamente por la radiactividad del accidente. Fukushima sirvió para revisar el protocolo de seguridad de las centrales, para reforzar la seguridad con equipos portátiles, autónomos e independientes..
P.– ¿Cuál es el peor escenario posible, entonces?
R.– Lo de Pennsylvania, que fue un accidente con la fusión del núcleo, pero dentro de un edificio de contención que no provocó emisiones al exterior. Ese es el peor escenario posible, pero improbable.
P.– Recientemente muchos medios de comunicación alertaron de que los combates en la zona cercana a Zaporiyia, la mayor central nuclear de Ucrania, podrían provocar un desastre. ¿Hay riesgo real?
R.– Noticias de este tipo las tenemos a diario. Zaporiyia tiene seis reactores de 1000 MW de potencia. Nosotros tenemos siete en toda España y los ucranianos seis en una sola instalación. Su tecnología, no obstante, es tan segura como la nuestra, y cumple con los mismos estándares. Además, están preparados para resistir un accidente desde dentro del reactor y hasta una agresión externa, ya que tienen una cúpula o esfera de hormigón armado diseñada para aguantar el impacto de aviones y determinados misiles. Si empiezas a lanzar muchos sobre el mismo punto podrías llegar a destruirlo, pero eso no provocaría un accidente nuclear, sino que simplemente rompería la carcasa de protección del reactor. Hay muchas capas de protección internas. Tendría que haber un intento deliberado. Y, aún así, las consecuencias serían muy locales, pero no catastróficas como para que Europa pueda desaparecer (risas). Es sólo propaganda de guerra.
Fusión nuclear vs. fisión nuclear
Las centrales nucleares que conocemos funcionan mediante fisión nuclear, un método de producción energética que consiste en romper los núcleos fisionables de Uranio-235, previamente enriquecidos hasta un 3% o un 5%, mediante el bombardeo de neutrones. La energía provocada por este bombardeo es lo que genera la ruptura o fisión nuclear, que libera una energía térmica que sirve para calentar el agua de refrigeración que, a su vez, provoca vapor a alta presión que mueve una gigantesca turbina conectada a un generador. La energía mecánica del giro es transformada en energía eléctrica.
La contraparte de la fisión nuclear contemporánea es la fusión nuclear, una tecnología aún no perfeccionada ni, por tanto, operativa, que, en un futuro, podría ser la solución definitiva a la producción energética segura y eficaz. La fusión se logra mediante la unión o fusión de núcleos ligeros de hidrógeno que producen un núcleo más pesado, el helio, el siguiente elemento de la tabla periódica tras el hidrógeno. Este proceso de fusión produce mucha más energía que la fisión convencional.
¿Cuál es la dificultad? Que la presión y la temperatura tienen que ser extremadamente altas para que los núcleos de hidrógeno estén excitados, se muevan mucho, colisionen y se enganchen, provocando la fusión. "El Sol, por su propia naturaleza, lo consigue a través de su fuerza de gravedad y con una temperatura de 15 millones de grados Celsius", recuerda Operador Nuclear. "Pero en la Tierra no hay tanta fuerza de gravedad, por lo que se necesita más temperatura, casi 10 veces más: hasta 150 millones de grados".
El problema de la fusión nuclear consiste en estabilizar el plasma, un gas con carga eléctrica en el que se encuentran dos isótopos de hidrógeno, el deuterio y el tritio. El plasma tiene que estar confinado en un reactor mediante campos magnéticos para que no toque las paredes del reactor y las funda. Ese es el reto, recuerda García: mantener el plasma estable, que no toque las paredes y permita producir la fusión. "Ya se ha conseguido en algunos reactores en momento puntuales, pero han necesitado inyectar más energía de la producida, y lo que se necesita es lo opuesto".
Lo bueno de la fusión nuclear es que el riesgo de explosión es cero, porque el plasma de isótopos de hidrógeno es muy poco denso y el helio que produce es un gas noble y no radiactivo, por lo que no produce residuos al generar la fusión. Otra gran ventaja es que tiene un combustible inagotable, el hidrógeno, que es el elemento químico más abundante del universo. Optimizar y perfeccionar el desarrollo de la fusión nuclear podría suponer una revolución energética sin precedentes y un aliado muy poderoso en la lucha contra el cambio climático.
Uranio y torio, un baile complicado
Numerosos científicos y divulgadores consideran que los recursos de uranio del planeta no son suficientes para satisfacer la producción de energía nuclear. Sin embargo, Alfredo García no está de acuerdo con que las reservas de uranio sean un problema a medio y largo plazo. De hecho, el Red Book del uranio de la Agencia de la Energía Nuclear (NEA), dependiente de la OCDE y elaborado en colaboración con la OIEA, donde se mide la cantidad de uranio disponible en el mundo, aún no se ha publicado este año (se lanza de forma bianual). "Cuando hablamos de recursos minerales hay que poner un precio. No puedes decir cuánto uranio hay, sino cuánto y a qué precio. Con lo actual hay reservas para 135 años. Subiendo algo el precio, un 15% o un 30%, habría para 200 años".
García recuerda que existen diferentes formas de extraer uranio de la Tierra, como sacarlo como subproducto de los fosfatos para la agricultura o a través de los océanos, que contienen uranio disuelto. "Se están desarrollando tecnologías para extraerlo del mar. Ahora mismo es carísimo, casi diez veces más que sacarlo de una mina, pero se acabará abaratando y nos garantizará uranio para toda la vida". Además, ante una emergencia también se podría reciclar uranio de viejas bombas atómicas, como hizo Estados Unidos tras la Guerra Fría, cuando aprovechó el desmantelamiento del arsenal nuclear para alimentar sus centrales. "El 10% de la energía eléctrica estadounidense de dos décadas provino de ese desmantelamiento", recuerda el operador.
Aunque, para él, la tabla de salvación de la energía nuclear en caso de carestía sería el torio. "Es muy interesante, porque hablamos de un mineral no fisible directamente pero que, en determinados reactores, se puede convertir en uranio-232, que tiene unas propiedades muy similares al uranio-235. ¿Por qué es bueno? Porque hay cuatro veces más de torio que de uranio. China e India ya lo utilizan en varios reactores. El uranio, enriquecido al 5%, es directamente fisionable, pero la ventaja del torio es que todo lo que se convierte en uranio-232 se puede fisionar, no sólo un 5%, sino el 100%. Y como hay cuatro veces más de torio en el mundo, estamos hablando de casi veinte veces más de aprovechamiento, ochenta si se tiene en cuenta que hay cuatro veces más de torio que de uranio".
P. – Supongamos que realmente mantenemos las centrales nucleares abiertas con uranio o con torio. ¿Qué hacemos con los residuos radiactivos, que duran casi 10.000 años activos? Eso es un problema.
R.– Cuando hablamos de residuos una frase típica de políticos y ecologistas es la siguiente: 'No sabemos qué hacer con ellos'. Cuando lo oigo, siempre respondo: 'Y yo no sé qué hacer con un bisturí, porque no soy cirujano'. Mejor que pregunten a los que saben. Sí que existe solución a la gestión de residuos. Y es doble. Primero, para los residuos de alta actividad, como el combustible de los reactores nucleares, existen los conocidos como 'almacenes geológicos profundos', agujeros de 500 y 800 metros de profundidad en los que se introducen sarcófagos sellados. Para ello se buscan lugares que han sido geológicamente estables durante unos 10.000 años [que es la esperanza de vida de algunos residuos radiactivos nucleares]. Por ejemplo, en Finlandia están terminando de construir uno de 500 metros de profundidad en un lugar que lleva estable 1.000 millones de años. La Tierra tiene 4.500 millones. Una vez sellado, el almacén no necesita supervisión ni mantenimiento ni conlleva gastos adicionales.
P.– ¿Y no hay nada que se pueda reaprovechar o reciclar? ¿Todo lo desechado se pierde para siempre?
R.– Esa es la segunda vía, aunque todavía no tiene amplio desarrollo: el reciclaje de residuos radiactivos. Hay centrales nucleares que tienen capacidad de introducir combustible usado y convertir ese residuo en recurso. Los reactores nucleares actuales aprovechan sólo el 5% del combustible, pero hay otros reactores, como los que tienen China o Rusia, que pueden extraer el 99%. Para entenderlo: hay dos tipos de uranio en la naturaleza, el U-235 y el U-238. Son dos isótopos que se extraen de una misma porción de uranio. El que fisiona, el que se rompe y produce energía cuando lo bombardeas con neutrones, es el U-235. El problema es que tenemos la mala suerte de que el U-235 está presente en la naturaleza sólo en un 0,7%. El resto es U-238.
P.– ¿Qué diferencia a los reactores convencionales de aquellos que pueden aprovechar casi el 100% de la energía del uranio?
R.– Estos reactores son especiales porque aprovechan todo el uranio, ya que producen plutonio constantemente a través del uranio-238, lo que consigue fisionar todo el combustible que tiene dentro, aprovechando el 100% de la energía. ¿Consecuencia? Más residuos radiactivos, más ligeros que el uranio, pero de alta actividad, igual que el combustible de los reactores actuales. ¿Qué tiene de bueno? Que son residuos con una vida más corta, que son radiactivos mucho menos tiempo, decenas de años o, a más tardar, uno o dos siglos. Pueden necesitar un almacenamiento geológico profundo, sí, pero sabes que dentro de 100 o 200 años todo dejará de ser radiactivo.
P.– Otro argumento de los antinucleares consiste en decir que se tardan décadas en construir una central nuclear y que, por tanto, no vamos a llegar a tiempo para frenar el cambio climático. Tenemos el ejemplo de Flamanville en Francia.
R.– (Risas) Ese es muy típico, sí. Esto es lo que se conoce como falacia de muestra sesgada, que básicamente consiste en escoger el caso que más me interesa y tomarlo como algo generalizable. El ejemplo perfecto es el Flamanville 3, que lleva 18 años en construcción. Lo que no se dice es que hay otros 60 reactores nucleares en construcción y que su la mediana del tiempo de construcción –y digo mediana porque la media toma todos los valores y la mediana los más típicos– es de 7 años. Hay centrales que se construyen en 4 o 5 años. Y debemos recordar que el mundo no se acaba ni en 2030, ni en 2035, ni en 2050.
Un aliado contra el cambio climático
Mirar al futuro. Ese es el reclamo de Alfredo García. Él considera que la energía nuclear es la principal aliada para luchar contra el calentamiento global. "Es la más limpia, la más segura y la más eficiente. Es la rival más temida de los lobbies de los combustibles fósiles tradicionales, como el carbón y el gas, que son los más contaminantes". La energía nuclear proporciona energía las 24 horas, los 365 días del año. "Es un gran complemento de las energías renovables variables".
[Los 27 años de "obsceno teatro" de la COP que debe salvarnos: "Todos somos parte de la farsa"]
En el caso de España las energías renovables o limpias son las que más producen en su conjunto. Según señala Red Eléctrica, el 47% de la energía de 2022 se obtuvo de la suma de la producción de energía eólica, hidráulica, solar fotovoltaica y solar térmica, en ese orden. Otro 20% pertenecería a la nuclear. Sumadas darían un 67% de la energía total generada en nuestro país. A pesar de los avances concretos de España y de otros países de su entorno comunitario europeo, Alfredo García asegura que el mundo se encuentra ante un "trilema".
"Hay tres cosas que se deben encajar", continua el experto. "Primero, el calentamiento global. Hay que mitigarlo. Debemos descarbonizar nuestra energía, nuestra economía, pero sobre todo la producción de energía, y para eso tenemos que hacer una transición hacia energías que provoquen menos gases de efecto invernadero (GEI), como la nuclear. Otro reto es garantizar el desarrollo energético para el futuro de nuestras sociedades. El tercer reto es no dejar atrás a nadie".
Y concluye: "Hay más de 800 millones de personas sin acceso a energía eléctrica, y ya somos 8.000 millones en el mundo. Hablamos de un 10% de la población. Como humanidad debemos facilitar que las personas tengan acceso a la energía, y eso sólo es posible mediante una alianza entre las energías renovables y la energía nuclear. Las metas de reducción de emisiones tienen la vista puesta dentro de 28 años, en 2050. Alcanzar los objetivos es cuestión de voluntad política, de dejar de pensar sólo en las elecciones y de mirar, sobre todo, al futuro de nuestros hijos".