El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, suele cargar de manera habitual contra el legado de España en América. Evidentemente los colonizadores españoles hicieron cosas muy mal, pero a su vez fueron de los pocos que llegaron a aquel nuevo y desconocido mundo y se preocuparon realmente por sus habitantes originales.
España llenó América de hospitales gratuitos y universidades y nunca consideró que aquellas lejanas tierras fueran un botín. La Corona envió a sus mejores profesores, a sus mayores intelectuales y a sus religiosos más prestigiosos. Mientras Inglaterra llenaba Australia de presidiarios, la corona española había fundado siglos antes la primera universidad americana, la Nacional Mayor de San Marcos en Lima. Y mientras la política colonial inglesa afirmaba que el mejor indio era el indio muerto, los españoles creaban una legislación considerada el precedente del derecho internacional y del reconocimiento de los derechos humanos: las Leyes de Burgos.
Y todo gracias a un humilde fraile dominico cuyos sermones inspiraron el primer texto normativo sobre el tratamiento de los indios en el Nuevo Mundo: Fray Antonio de Montesinos.
Antonio de Montesinos nacía en 1475 en algún lugar de Castilla e ingresaba en la Orden de los Dominicos del Convento de San Esteban de Salamanca en 1502. Entre 1507 y 1508 estudia en San Pablo de Valladolid, donde conoce a Domingo de Mendoza y Pedro de Córdoba, que le hablan sobre una posible misión en las Indias. Terminados sus estudios de teología y ordenado ya sacerdote es destinado al nuevo y flamante Real Convento de Santo Tomás de Ávila en 1509 junto a Pedro de Córdoba, que le cuenta a Antonio sus planes.
Con la llegada de los colonizadores españoles al Nuevo Mundo, se creó el sistema de Encomiendas. Esta figura consistía en la asignación — por parte de la corona — de una determinada cantidad de aborígenes a los colonizadores españoles, los encomenderos, en compensación por los servicios prestados al rey. Estos se hacían responsables de los nativos puestos a su cargo, los evangelizaban y percibían los beneficios obtenidos del trabajo que realizaban. El problema era que estas obligaciones rara vez se cumplían. Pero como la tarea de la evangelización correspondía, naturalmente, a la Iglesia, el rey Fernando decidió enviar a quince religiosos dominicos a las Indias.
El primer grupo, que partió a bordo de la nave “Espíndola”, estaba conformado por Antonio de Montesinos, Pedro de Córdoba y Bernardo de Santo Domingo y llegaban a La Española, actual Santo Domingo, en octubre de 1910. En sucesivas expediciones llegarían el resto de religiosos de la orden hasta completar los quince frailes.
Muy pronto advirtieron los dominicos los abusos y atropellos que se estaban cometiendo contra los indios. La escasez de mano de obra para la extracción de oro provocaba que los nativos fueran tratados como esclavos y se desataban auténticas cacerías humanas en masa por todas las islas del Caribe en busca de esa mano de obra que tan necesaria para conseguir el preciado oro. La distribución y caza de nativos se volvió un negocio muy lucrativo en el que participaban funcionarios del más alto nivel. Y, por supuesto, las encomiendas no se cumplían. Ni se evangelizaba a los nativos, ni se les trataba con respeto, ni se les cuidaba.
Así que, conscientes de las injusticias que allí sucedían, decidieron denunciarlas en privado a las autoridades españolas y del Nuevo Mundo. En especial, al almirante, virrey y gobernador de las Indias, establecido en Santo Domingo, Diego Colón y Perestrelo, hijo de Cristóbal Colón.
No consiguieron nada
Conscientes de lo que allí sucedía, comenzaron un tiempo de ayunos, vigilias y oraciones para debatir qué hacer. Y decidieron que la única manera de detener estos abusos era denunciarlos públicamente. Para ello eligieron a Antonio de Montesinos, quien era considerado un magnífico predicador, para ejecutar su plan en la misa del cuarto domingo de Adviento de 1511. Su sermón, preparado por todos los miembros de la comunidad de los Dominicos, quienes lo firmaron de su puño y letra para dejar constancia de la autoría colectiva y de la relevancia de tan decisivas palabras, cambiaría para siempre la historia de dos mundos que habían colisionado y amenazaban con destruirse mutuamente.
¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas?
El 21 de diciembre, en una iglesia de paja y adobe llena de público, Antonio lanzó sus palabras ante el virrey y las principales autoridades coloniales: "Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas? ¿Cómo los tenéis tan oprimidos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, o mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y conozcan a su Dios y creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos?”
Para los que oyeron ese día a Montesinos, su sermón cuestionaba todos los fundamentos jurídicos y éticos del dominio de los Reyes Católicos sobre el Nuevo Mundo. No solo se cuestionaba su proceder, sino las mismas bases de su poder sobre los indios. Además, el dominico también les había dejado claro que, en caso de no se restituyera el espíritu de las encomiendas, se les negaría la absolución cuando se confesaran.
La reacción
Diego Colón se dirigió al convento de los dominicos para que se expulsara de la isla a Antonio o se retractara de sus palabras en público para apaciguar los ánimos.
Pero el 28 de diciembre, con la iglesia aún más repleta que la semana anterior, Montesinos no solo no se retractó, sino que se ratificó en lo dicho incidiendo en que las encomiendas eran ilegales e inhumanas, que no existen diferencias raciales ante los ojos de Dios, que la esclavitud era ilícita, que se debía restituir a los indios su libertad y sus bienes y que solo con el ejemplo era posible convertir a los nativos al cristianismo.
Ante esta situación, Colón envío una carta al rey Fernando, que el monarca respondió el 20 de marzo de 1512, en la que prohibía a los monjes tratar pública o privadamente el tema. En caso de no obedecer, serían enviados de vuelta a Castilla para rendir cuentas ante el superior de su orden.
Diego Colón, convencido de que los frailes no acatarían las órdenes reales, ordenó negarles el sustento y envió a un delegado a España, para exponer al rey la situación. Los dominicos se enteraron y enviaron al propio Montesinos para defender su posición frente al rey.
Al llegar a España, el dominico fue ignorado por Fernando, hasta que un día, harto, forzó la entrada ante el rey, que accedió a oírlo. Asombrado por todo lo que escuchó, convocó un Consejo con teólogos y juristas, cuyas deliberaciones seguían siendo insuficientes, por lo que los dominicos siguieron peleando hasta conseguir el 28 de junio de 1513 que se introdujeran algunas enmiendas importantes en el que se considera el primer código colonial de la Europa moderna: las Leyes de Burgos.
De regreso a La Española, Montesinos y otros dos compañeros emprendieron un viaje a Píritu, en Venezuela. Durante una parada en San Juan (actual Puerto Rico) enfermó gravemente, por lo que tuvo que convalecer durante un tiempo en la isla, donde proyectó la fundación de un nuevo convento y trabajó como misionero. En 1514 participó en la primera expedición de los dominicos a la actual Cumaná, en Venezuela, donde se cree que ofició la primera misa en tierra firme del continente americano, además de fundar el convento de Píritu en 1515.
En 1518 viajó a España junto a Pedro de Córdoba para gestionar el establecimiento de una provincia dominicana en América y tres años después fundó, junto a otros cuatro dominicos, un nuevo convento en la ciudad de San Juan Bautista de la Isleta, que se acabaría convirtiendo en 1532 en la primera universidad de Puerto Rico.
Montesinos siguió predicando incansablemente y participando en expediciones por todo el continente hasta que el 27 de junio de 1540 fallecía con 65 años.
Para perpetuar su memoria y su lucha por la justicia en favor de los indígenas, fue instalada, 442 años después de su muerte, un monumento de 15 metros de altura en el malecón de la ciudad de Santo Domingo que fue inaugurado en 1982 por los presidentes de México y de la República Dominicana.