Juan Carlos I ya descansa en su residencia en Abu Dabi. Ha sido una semana intensa para el Emérito, ya que a sus 85 años ha realizado un viaje con escala en Londres, luego ha pasado por Sanxenxo para participar en las regatas de la II Volvo Autesa Cup y, finalmente, ha hecho una 'parada técnica' en Vitoria. El objetivo de esta pausa en la capital alavesa no era otro que participar en una revisión médica y dental con dos de sus médicos de confianza antes de volver al desierto. Fue exactamente lo mismo que hizo en agosto de 2020 antes de marcharse a su exilio forzoso en Emiratos Árabes Unidos, del que ya se van a cumplir tres años.
El Emérito permaneció desde el domingo pasado hasta el martes en la clínica dental de Eduardo Anitua, un médico odontólogo experto en implantología oral que se encarga, desde hace años, de la salud bucodental del exmonarca. Durante las 36 horas que estuvo, se sometió a un reconocimiento y a varias pruebas. Pero la verdadera intención de Juan Carlos con esta parada en Vitoria era encontrarse con el doctor Mikel Sánchez, con el que desayunó el lunes y que le trató en el centro hospitalario en el que trabaja.
El traumatólogo cuida de los huesos del exjefe del Estado desde hace años y sus dolores en las articulaciones, sobre todo en cadera y en la rodilla. Con la cabeza puesta en la Copa del Mundo de Vela, en la que quiere participar a finales de agosto, Juan Carlos I ha decidido someterse a un tratamiento innovador con plasma y células madre que ayuda a rejuvenecer las articulaciones. "No solo pensando en la vela, él está obsesionado con no terminar en una silla de ruedas como su madre, y este tratamiento nuevo, al parecer, le va a ayudar a caminar mejor", revela a EL ESPAÑOL | Porfolio una persona cercana al Emérito.
Tras someterse a la primera sesión del tratamiento, el exmonarca tomó el mismo vuelo privado en dirección a Abu Dabi. Su intención es regresar a España a finales de mayo, para volver a entrenar y participar en unas regatas en Sanxenxo, Pontevedra. Será entonces cuando el padre de Felipe VI continúe con el procedimiento para rejuvenecer sus articulaciones.
Es por todos conocida la obsesión de Juan Carlos por mantenerse joven. Durante los años 90 pasaba semanas en la Clínica Planas de Barcelona, donde se sometía a los cuidados antiaging más innovadores, intentando parar así las agujas del reloj. Fue allí donde se recuperó de uno de sus episodios de salud. El 8 de mayo del 2010 fue operado para la extirpación y estudio de un nódulo pulmonar, una intervención que permitió descartar la existencia de células malignas. El entonces rey abandonó el hospital el 11 de mayo y continúo su recuperación en dicha clínica, tiempo que compartió con la que entonces era su amante, Corinna Larsen. Diez días después, abandonaban juntos las instalaciones del centro médico.
El caso es que el Emérito ha ido a Vitoria para encontrarse con estos dos médicos y no, como han asegurado varios medios, con Iñaki Urdangarín. "Es absurdo. ¿Qué va a negociar con él? Eso está ya todo cerrado y más que cerrado. No ha visto al exmarido de la infanta Cristina, ni ganas. Te recuerdo que con el caso Noos comenzó todo", aclara la misma fuente. Puede que esa especulación nazca de que la clínica en la que ha estado ingresado se encuentra muy cerca de la zona en la que vive parte de la que ha sido la política de la infanta hasta hace poco, en el barrio de Mendizorroza.
La fuente se equivoca al decir que con el caso Noos empezaron los malos tiempos para la relación de Juan Carlos e Iñaki. El tema viene de años antes; casi podemos decir que se remonta al principio de la relación, ya que con su suegro la situación siempre fue muy tensa. Sin embargo, aunque desde fuera la historia de amor entre la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin fue vendida como un cuento de hadas, lo cierto es que las cosas no fueron fáciles para la pareja.
Mientras que la reina Sofía mostró todo su apoyo a su hija pequeña, no obtuvieron la misma complacencia por parte del entonces jefe del Estado. Para Juan Carlos, Iñaki era un simple jugador de balonmano, con mucha ambición y sin formación. Sin embargo, la infanta se mostró tan enamorada que, tras hacerle firmar un contrato prematrimonial muy exigente (por eso ahora con el divorcio no ha habido mucho que negociar) el Emérito dio su brazo a torcer.
El gasteiztarra no lo tuvo nada fácil. Siempre se sintió de menos dentro de la Familia Real, aunque tanto su suegra como su cuñado, Felipe, le trataron con muchísimo cariño. "Pero él tenía la sensación de que no estaba a la altura, y eso fue lo que le llevó a la cárcel. No mientras jugaba, ahí era el mejor, pero ¿después? Y llegó el problema. Un buen ejemplo de esto es la vez que Juan Carlos estuvo en el primer piso en el que vivieron la infanta y su marido en Barcelona, que estaba en una de las mejores zonas de la ciudad.
Después de comer, el rey se acercó a Iñaki y le dijo: '¿Cuándo le vas a comprar una casa de verdad a mi hija?'. Esos eran los comentarios a los que sometía a Iñaki, así que cuando compraron el palacete de Pedralbes, él lo sintió como una victoria", cuenta una amiga de la exduquesa de Palma.
Fue entonces cuando las alarmas saltaron en la Zarzuela. "Los de Barcelona gastaban mucho más de lo que supuestamente se podían permitir y todos lo sabíamos. Ante la ceguera de la infanta Cristina y de la reina Sofía, fue el rey el que quiso coger el toro por los cuernos, pero sin que fuera un escándalo. Así que pidió ayuda a su amigo, el conde de Fontao, una persona de total confianza que ha llevado siempre parte de sus finanzas".
"Tras estudiar los asuntos del entonces duque de Palma puso en conocimiento de Alberto Aza, que Iñaki estaba no cometiendo una actividad ilícita, sino inadecuada para el marido de una infanta de España. Ese fue el momento definitivo en el que ponerle la tirita a la herida ya era imposible. Mandarlos a Washington fue solo un intento de alejar el problema, pero ya no había vuelta atrás. Al final, cuando saltó todo el escándalo de la novia, Juan Carlos no le quiso decir a su hija el 'te lo dije', pero seguro que lo pensó en su fuero interno", concluye la fuente.
El caso de su relación con su otro yerno, Jaime de Marichalar, fue distinto. Juan Carlos siempre lo vio con buenos ojos y el cariño era recíproco. Al exduque de Lugo le llega su lealtad al rey desde mucho antes de haberse casado con la infanta Elena. Su padre, Amalio de Marichalar, fue el séptimo conde de Ripalda, un título creado por Felipe V a favor de uno de sus antepasados y que ha heredado el hermano mayor de Jaime, Amalio. Su abuelo, Luis de Marichalar, fue vizconde de Eza y ministro de Guerra y Fomento durante el reinado de Alfonso XIII. Así que Jaime lleva en la sangre su respeto a la monarquía.
La relación del Emérito con el que fuera su yerno sigue siendo buena a pesar del inexistente contacto que él mantiene con su exmujer, la infanta Elena desde que en 2007 anunciaron aquel "cese temporal de la convivencia". Son muchos los amigos que tienen en común, como el cardiólogo Valentín Fuster, al que acudió Marichalar a ver a Nueva York tras su ictus o Rafael Spottorno y Fernando Almansa, ambos exjefes de la Casa Real y con los que cena de vez en cuando en Madrid.
Jaime de Marichalar entra en Zarzuela en 18 de marzo de 2005 tras una gran boda con la hija mayor de los reyes en la Catedral de Sevilla. Para él todo es mucho más sencillo, siempre se le quiso, con estudios superiores e hijo de una buenísima familia, no podían encontrar un yerno mejor. Después de una estancia de dos años en la capital francesa, donde él trabajaba en una entidad bancaria, la pareja volvió a Madrid y allí nacieron sus dos hijos, Juan Felipe Froilán (1998) y Victoria Federica (2000).
Junto a Marichalar, la infanta se convirtió en reina de la elegancia y su popularidad subió como la espuma, pero poco tiempo después del nacimiento de su comenzaron los rumores de separación. En plena crisis, un problema de salud volvió a unir a la pareja: el 22 de diciembre de 2001, Jaime de Marichalar sufrió una isquemia cerebral, de la que aún arrastra secuelas. La infanta Elena abandonó su idea de separarse y en octubre de 2002, se trasladó a vivir durante once meses a Nueva York para acompañar a su marido durante su tratamiento de rehabilitación.
Cinco años después, en el que incluso se llegó a anunciar un tercer embarazo que la infanta perdió, la situación se hizo imposible y Elena se fue de casa con sus hijos. La idea era que la pareja se diera un tiempo para reflexionar, pero ella lo tenía claro: no quería saber nada de su marido. Dos años después, firmaron el divorcio. "En esa negociación Juan Carlos estuvo pendiente. No quería que su hija perdiera absolutamente nada, ni que cediera. Pero aquí era distinto. Ella es la niña de sus ojos, pero Jaime siempre le ha caído bien, le tiene mucho cariño, nunca hubo terceras personas por medio. Así que fue una negociación limpia y sin problemas", nos revela la misma fuente.