"Yo en realidad cuando era pequeño no sabía qué quería ser de mayor. Lo único que quería era no hacerle gasto a mi madre", arranca el coronel del Cuerpo de Ingenieros José Sevillano para explicar el génesis de su existencia. Una vida que merecería ser llevada a una pantalla, grande o pequeña, o a una novela. Recién huérfano de padre en los primeros meses de la Guerra Civil, fue evacuado desde Valencia a Francia, y desde Irún regresó a Andalucía atravesando una España escindida.
Siendo aún un niño, marchó a Madrid a estudiar y después recaló en la Escuela de Ingenieros Militares en Zaragoza. Su carácter, su agilidad mental y su formación le llevaron a atender un encargo que cumplió superando toda expectativa, hasta el punto de que lo convirtió en espía y en vertebrador del CESED, el actual CNI. Porque Sevillano, hoy un anciano afabilísimo, fue espía entre 1968 y 1981. Cuando le falta un mes para cumplir 94 años, lo recuerda todo para EL ESPAÑOL | Porfolio.
Que lograse identificar rápidamente un nuevo grupo terrorista, la Organización Marxista-Leninista de España (OMLE) e identificar a sus miembros asombró a todo un Luis Carrero Blanco. Cuando le pasaron el informe elaborado por Sevillano, el todavía ministro estaba en su casa de verano en Puerto Real (Cádiz). Nada más leerlo, se preguntó cómo era posible que nadie supiera nada de aquello, interrumpió sus vacaciones y partió a Madrid. A continuación, dio orden de que Sevillano se fuera a trabajar con él y creó el Servicio de Documentación.
En las distancias cortas y medias es Pepín, como es conocido en su tierra, San Fernando (Cádiz). También en la corta y en la media, más que hablar, ametralla. Habla muy rápido, no olvida un dato, una fecha, un matiz... y lo hace todo junto con un gracejo descomunal. Por poner contexto y quitar prejuicios, da exactamente igual la ideología que tenga quien le escuche: se le descolgará la mandíbula oyéndole, y a ratos le arrancará sonoras carcajadas.
Trufa sus anécdotas mientras mueve las manos contando un relato, el suyo, tan único y sorprendente como histórico. Arranca un 12 de noviembre de 1929, el día que nació. El primer recuerdo que atesora se remonta a cuando tenía 6 años. Fue el 14 de abril de 1935, Día de la República, en el Palacio Real. Aquel día, el presidente Niceto Alcalá-Zamora, en presencia del jefe del gobierno, Alejandro Lerroux, le impone a su padre, el capitán de ingenieros Ángel Sevillano, la Laureada de San Fernando a título individual por su heroicidad en el combate de Kudia Tahar, durante la Guerra de Marruecos.
Su padre fue uno de los únicos tres militares laureados entre 1931 y 1935, todos aquel primer día de infancia que recuerda Sevillano. Eso no impidió que un año después su padre fuese fusilado en Paracuellos del Jarama pese a quedar absuelto en el juicio. "Una vez fui a verlo, con mi madre", a la cárcel Modelo. "Ya no le volví a ver más porque en octubre suspendieron las visitas". Por eso, luego le dijo a su madre, siendo muy chico, que quería ingresar en el colegio de huérfanos, para que su educación no costase dinero a una viuda con otros seis hijos.
Pero antes de aquello aun había inocencia y felicidad. La familia vivía en Chamberí, en último piso de 'La Casa de las Flores'. Uno de sus vecinos fue el cónsul de Chile, Pablo Neruda, quien años después incluso dedicaría un poema a la casa. En 1936 estalla la Guerra Civil, y Pepín recuerda cómo su padre atravesó la puerta de aquella casa el 20 de julio para irse a trabajar y no volver nunca más. También, que sus 6 hermanos y su madre embarazada se refugiaban en el metro para huir de unas bombas que acabarían destruyendo el edificio. Se quedaron en la calle y fueron auxiliados por la familia del almirante Cervera, quienes los acogieron en su casa de la calle Goya.
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En agosto de 1937 fueron evacuados de Madrid a través de la Cruz Roja. Viajaron a Valencia, y en la playa fueron recogidos por una lancha que los llevó al destructor británico 'Hostpur' en altamar para que los trasladase a Marsella. En total, unas 80 personas abarrotaban la cubierta y dormían al raso. "Dentro del barco había de todo: leche, chocolate, bollos, galletas... solo tenías que señalar lo que querías y un marinero inglés te lo daba", rememora Pepín.
De Marsella fueron a Irún en taxi y, de ahí, en tren hasta San Fernando. Fue allí cuando, ya acabada la Guerra Civil, les llegó la noticia de la muerte del padre, fusilado en Paracuellos junto con otros 31 militares. Fue también cuando Pepín, de un día para otro, le dijo a su madre que quería estudiar como interno por ser huérfano, marcando así su destino.
Primero lo hizo en Cádiz, en el Colegio San Felipe Neri, y luego inició el bachiller en el Liceo. "Ahí me di cuenta de que no iba a aprender como yo quería, y a las dos semanas hablé con un tío mío para pedirle que mediara y me dejaran irme a Madrid. Me respondió que iba a pasar hambre. Pero yo ya sabía, por la guerra, lo que puede aguantar una persona sin comer". Estudió el bachiller y la reválida en el Colegio de Huérfanos del Ejército en Carabanchel.
Cuenta Pepín que solía sacar muy buenas notas. "A la primera tanda de alumnos del Colegio de Huérfanos que se presentaron a los exámenes de ingreso de la Academia se la cargaron entera en Matemáticas. Yo era el primero de la segunda. El coronel director me dijo: 'Sevillano, el Colegio de Huérfanos está haciendo el ridículo. Haga usted algo'. Saqué la máxima nota en Matemáticas, pero él sabía que yo fallaba en francés".
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Así que le hizo memorizar una frase para superar el examen. "Era, traducido, la respuesta al Tribunal cuando me preguntase algo en francés: ¿tendría la bondad de repetir lo que ha dicho, porque no lo he entendido bien? Y ya está, eso fue lo único que dije correctamente. Me preguntaban si por ejemplo podía decir conejo en francés y yo decía conejé. Al final del examen el presidente del Tribunal preguntó a los vocales de la mesa que qué nota me ponían. Y uno, que era teniente, dijo que me merecía un 5 por lo que se habían reído".
Esa mezcla de suerte, desparpajo y viveza le llevaría con 18 años a la Academia del Ejército, en Zaragoza... y posteriormente, también a convertirse en espía. Salió de teniente del Cuerpo de Ingenieros destinado a la frontera española con Francia, a dirigir la construcción de nidos de ametralladoras tras la II Guerra Mundial. Allí estuvo seis meses, y luego lo destinaron a Ceuta.
"Estando de permiso en verano en Cádiz me llamaron de la empresa nacional Bazán para construir la parte española de la Base Naval de Rota. Me pidieron que copiara fidedignamente las instalaciones estadounidenses. Excepto en las filas de los inodoros, que me exigieron que le pusiera puertas. Se ve que los españoles tenemos más pudor para ir al baño", ríe.
PREGUNTA.– ¿Cómo fue que acabó siendo espía?
RESPUESTA.– Después de trabajar en Bazán como ingeniero estuve destinado en San Fernando, en el Cuartel de Camposoto. En aquella época ETA estaba ya haciendo estragos. Una noche antes de cenar vinieron a verme a casa dos amigos, Juan y Gonzalo, a los que conocía de la Escuela de Estado Mayor.
Le pidieron que investigara una información sobre un posible atentado que iba a producirse haciendo estallar un barco en los astilleros de Cádiz. "Dije que sí". En 1968, por expreso deseo de Franco y durante la presidencia del almirante Carrero Blanco, se creó el primer órgano de información que se encargaría de seguir la incipiente subversión en el ámbito universitario.
Se trataba de la Organización Contrasubversiva Nacional (OCN) que se le encomienda al comandante José Ignacio San Martín. De la OCN surgiría el CESED, que posteriormente sería el CESID, y luego, el actual Centro Nacional de Inteligencia.
La primera misión
"Lo que hice fue fichar a un cabo de la Policía Armada, que era avispado, y que además sabía soldar, para que se infiltrase en el equipo de soldadura de los astilleros. Le di órdenes para que alquilara un piso en Cádiz capital a su nombre. Yo no figuraba en nada. El piso era muy gaditano: te asomabas y podías ver los partidos de fútbol del estadio Carranza", para que pudiera invitar a ver los partidos gratis a los que formaban parte del equipo de soldadura y contribuyera que pudieran establecer relaciones fuera del trabajo.
El plan salió a la perfección. El policía infiltrado identificó al cabecilla en los astilleros, "un profesor de la Facultad de Medicina", la misma de donde nació el GRAPO, y descubrieron la Organización Marxista-Leninista de España (OMLE) un grupo terrorista que quedó desmantelado. "Al policía infiltrado lo mandé con la mujer un mes a Canarias para quitarlo de en medio y que se lo pasara bien el hombre".
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Sevillano elaboró un informe completísimo donde, además del ingenioso plan de acción que incluía aquel piso con vistas al estadio, daba nombres y apellidos de los supuestos miembros de la OMLE. Aquel documento llegó a manos de Carrero Blanco, quien inmediatamente creó el Servicio de Documentación. "Sevillano, te vas a Madrid a trabajar en Presidencia de Gobierno".
En paralelo, fue destinado al Alto Estado Mayor para hacer el curso durante 3 años. "A la hora de escoger idioma, escribieron en una pizarra los que se impartían. Inglés, francés, alemán... yo escogí ruso, no sé por qué. En plena Guerra Fría, me llamaron para preguntarme que por qué había escogido ruso. Yo respondí que porque estaba puesto en la pizarra".
Vuelta al sur
Tras tres años colaborando con el Departamento de Terrorismo ("yo estaba ya harto de Madrid", matiza) lo envían a Andalucía. ¿La misión? Organizar el Servicio de Información desde Marbella a Conil de la Frontera (Cádiz). "En aquel tiempo existía la preocupación por los espías rusos y checos, que entraban por aquella zona". Pese a que la verja de Gibraltar estaba cerrada desde 1969, el lugar era un enclave geopolítico estratégico, como lo fue durante la II Guerra Mundial.
"Obviamente algunos de aquellos a los que detectaba y vigilaba estaban más preparados que yo. Todavía me acuerdo de la vigilancia que hice de un ruso en su hotel: tenía que seguirlo cuando saliese y el tío dejó la ducha abierta para que pareciera que no se movía de la habitación. Se me fue el jodío".
Sevillano se encargó de tejer la red de confidentes, desde empresarios a gente humilde. Se pasó seis años negando medios y personal de refuerzo. "Prefería actuar solo, con más libertad. Lo único que acepté fue un coche, con el que me desplazaba". También le encomendaban labores de control, como visitas, llamadas o salidas. A muchas misiones se llevaba a su mujer, Loli, y a alguno de sus hijos.
En una ocasión, al enterarse que había un ruso ingresado en un hospital tras sufrir un accidente, para ganárselo y poder investigarlo se llevó a sus hijas pequeñas "a que le cantaran la canción de moda que yo les había enseñado y habían memorizado en ruso". Era La Yenka: "Nalieva, nalieva, naprava, naprava... Por poco no se le saltan los puntos de la risa".
Un domingo recibió la orden de ir al Hotel María Cristina donde se esperaba que llegase un ruso que debía ser vigilado y controlado. "Durante el viaje aleccioné un poco a mi mujer, y mi hijo de 6 años, que iba detrás, cogió onda. Llegamos al hotel, nos pusimos en la terraza y localicé al individuo, que jugaba con una pelota de golf. El tío no era tonto y golpeó la pelota para colocarla bajo mi silla. Vino, y al agacharse para recogerla mi hijo gritó: 'Cógelo ahora'. Salvé la situación respondiéndole al niño que no, que no era 'cógelo'. Era 'cógela'".
Recuerda una misión en la que tenía que localizar a un alemán que había huido de un campo de concentración ruso. "Se llamaba Paul. Había entrado en España desde Marruecos, por Algeciras, en una caravana, y había que localizarlo y expulsarlo por orden de Europol. Lo encontré en un camping en el que trabajaba a cambio de comida. Tenía una cicatriz en el cuello que iba de oreja a oreja. Iba con su mujer y su hijo pequeño, que tenía fiebre. Me dio mucha pena. Digamos que compré medicinas para el niño y los billetes para salir de España. Y nunca supe más de ellos".
Con la llegada de Felipe González al poder, el Alto Estado Mayor se disuelve y, con él, su Servicio de Información. Sevillano se integró entonces en el CESID, donde trabajó hasta noviembre de 1981. Sobre el Golpe de Estado de febrero de 1981, asegura que "para mí, pese a todo, fue un éxito, porque la imagen del rey salió fortalecida". Subraya Pepín que "no voy a entrar en detalles ni nombraré a los participantes de las reuniones previas (al golpe de Estado). Yo me limité a informar de lo acontecido". La fecha no fue elegida al azar. "Era el aniversario de la Brigada Paracaidista".
José Sevillano, hasta hoy, nunca había hecho pública su historia, que es, en parte, la del siglo XX español. Sólo ha contado muchas anécdotas a la familia, que sabía a lo que se dedicaba. También ha escrito un libro de memorias, inédito, que manuscribió –este periódico ha tenido acceso al documento– porque se lo pidió un nieto. Este, asombrado, le instó a que lo recopilara, pues todo lo que había vivido no podía perderse. "Y ahora te lo cuento a ti porque, a mi edad, ya todo ha prescrito".