El día había salido perfecto de no ser por la inoportuna lluvia. Pero las fotos ya estaban hechas, se habían disipado los nervios y sólo quedaba una cena íntima en La Zarzuela con medio centenar de personas para cerrar la boda de don Felipe y doña Letizia en familia. Allí estaban como invitados Amadeo de Aosta y Víctor Manuel de Saboya, ambos herederos de una monarquía, la italiana, que se había quedado sin corona hacía más de medio siglo. Tras muchos años de desencuentros, Amadeo entendió la fiesta como un momento para la distensión. Saludó a su primo Víctor Manuel con una palmadita en el hombro y éste le respondió con dos puñetazos. Juan Carlos I, anfitrión del convite y también primo de Víctor Manuel de Saboya (Nápoles, 1937), observó la escena abochornado. El hijo del último rey de Italia llevó una vida tan desmedida como la de aquella noche. Su viaje terminó este sábado en Ginebra a los 86 años.
La historia de un heredero al trono es la de un hombre a la espera. Pero la suya fue la del predestinado que comprendió muy pronto que a él la voluntad divina nunca le correspondería. La Casa de los Saboya protagonizó la unificación del Estado italiano en 1861 con el Risorgimento, caminó de la mano con Benito Mussolini durante el fascismo y en 1946 fue desalojada de palacio con un referéndum en el que el pueblo eligió vivir bajo una República. Humberto II había accedido al trono en mayo de ese año en un intento desesperado por salvar la institución. Pero su mandato sólo duró un mes y la familia se vio obligada a vivir en el exilio. Víctor Manuel, el único hijo único varón de Humberto II y María José de Bélgica, tenía sólo 9 años, tres hermanas y la fundada sospecha de que jamás lograría ser rey. Le quedaba una fortuna y el único oficio de vivir.
Cuando le preguntaron, tiempo después, si no sentía lástima por no haber podido seguir los pasos de su padre respondió que no, que sólo lamentaba “no haber podido crecer en Italia”. Se crió entre Suiza y Francia, aunque se casó, como las estrellas, en Las Vegas. La elegida para ser la consorte de ese trono inexistente no era otra royal, sino la campeona de esquí suiza Marina Doria. El enlace se firmó por lo civil en los casinos del Estado de Nevada en 1970 y un año más tarde celebraron los religiosos en Irán, debido a las buenas relaciones de la familia con el entonces Sah de Persia, Mohamed Reza Pahlavi. El heredero del poder imperial iraní acogió en esos años a otros reyes destronados, aunque curiosamente unos pocos años después correría la misma suerte que esos monarcas tras la revolución de los ayatolás.
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En esa década de los setenta comenzaron los líos con la justicia para Víctor Manuel de Saboya. Gracias a sus conexiones con el Sah fue acusado de participar en una red de tráfico de armas con varios países de Oriente Próximo que en aquellos momentos se encontraban bajo embargo, aunque finalmente el caso fue archivado. Pero los problemas con las armas fueron mucho más allá. En 1978 alguien intentó robarle a él y a sus acompañantes mientras viajaban en barca por Cerdeña. El príncipe heredero sacó una carabina y disparó dos veces. Uno de los proyectiles impactó en la pierna de un joven alemán de 19 años, llamado Dirk Geerd Hame, que estaba durmiendo en otra embarcación cercana. El chico pasó varios meses en el hospital, donde finalmente murió tras una larga agonía. Víctor Manuel fue arrestado por la Gendarmería francesa, aunque más tarde los jueces lo absolvieron.
El caso dio incluso para un documental de Netflix, titulado ‘El príncipe que nunca reinó’. En él, Víctor Manuel no sólo defendió una vez más su inocencia, sino que ofreció más detalles sobre un caso que recordaba de alguna forma al suyo: la muerte de Alfonso de Borbón, después de que su hermano Juan Carlos le disparara accidentalmente. “Juanito la armó gorda, le disparó a su hermano y lo mató. Se llamaba Alfonsito. No le disparó directamente, sino a través de un armario. Yo estaba allí. Fue un accidente al cien por cien, ¿eh? Escondí mi arma inmediatamente; si no, me habrían culpado a mí. Después de eso lo llamó Franco y le dijo: te convertiré en rey”, contó el príncipe de los Saboya en el documental.
Este otro suceso ocurrió en 1956 en Estoril (Portugal). Los Borbones también vivían en esos momentos en el exilio, aunque su destino sería después muy diferente al de los Saboya. Víctor Manuel, primo de ‘Juanito’, no sólo era un monarca sin corona expulsado de su país, sino que además mantenía una disputa sucesoria con la rama de los Saboya-Aosta. Tras la abolición de la monarquía se desató la guerra entre los clanes. Los descendientes de la Casa de Aosta, otra familia nobiliaria emparentada con los antiguos reyes, consideraron que Víctor Manuel no era un digno heredero al trono por haberse casado con una mujer sin sangre azul, por lo que designaron Jefe de la Casa de Saboya a su primo y rival Amadeo de Aosta. Y así, dos desheredados terminaron luchando por una corona que sólo era parte de un recuerdo.
Pero si hay algo impera en Italia es la nostalgia. Y aunque su forma de gobierno sea republicana, el país nunca ha dejado de ser estéticamente algo monárquico. De ahí que Víctor Manuel siguiera fantaseando con pisar el Palacio del Quirinal, que un día perteneció a los papas y hoy al presidente de la República, o al menos fingiendo que esa posibilidad seguía existiendo. Insistió durante años para poder volver a Italia y en 2002 consiguió forzar la abolición de una ley constitucional que prohibía expresamente la presencia en el país de los hijos varones de la Casa de los Saboya. Juró lealtad al presidente de la República, condenó las leyes raciales aplicadas durante el fascismo -que siempre convivió con la monarquía- y se vio en una audiencia privada con el papa Juan Pablo II.
Conspiraciones y prostitución
Aquello ya fue una victoria. Aunque para llegar hasta ahí, Víctor Manuel de Saboya tuvo que intrigar tanto como el resto de personajes que componen esa Italia que se mueve en paralelo a los salones de poder. El príncipe heredero tenía el carné con número 1.621 de la logia masónica P2, que se vio implicada en todo tipo de escándalos financieros y durante años protagonizó una guerra sucia para impedir que los comunistas llegaran al poder. Fue acusado de tráfico de estupefacientes, corrupción o explotación de la prostitución y todos los casos, como el del presunto homicidio del joven alemán en Cerdeña, fueron archivados.
Tan sólo pasó unos meses en una cárcel de Potenza, al sur de Italia, por el caso de prostitución. Y allí se filtró una conversación suya en la que supuestamente admitía haber disparado a un joven y celebraba haber salido airoso del asunto. “Estos jueces son unos pobrecillos, envidiosos, imbéciles. Piensa en esos idiotas que me están escuchando: son sólo muertos de hambre, no tienen un duro. Deben estar todo el día escuchando mientras sus mujeres, probablemente, les ponen los cuernos”, se le escuchó en otra de esas interceptaciones.
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La pelea a puñetazos de Víctor Manuel de Saboya con su primo en el lugar menos indicado fue sólo el reflejo de una vida de lujo vivida desde los márgenes. Hubo también peleas por las herencias, escándalos, humillaciones, disputas con el Estado por sus bienes. Podía vivir en Italia, pero prefirió pasar sus últimos días en la casa que mantenía en Ginebra. Dejó un hijo, Manuel Filiberto, y una nieta influencer, Victoria de Saboya, que ahora hereda unos derechos dinásticos que tampoco ejercerá. Víctor Manuel no será enterrado en un panteón, como lo fueron algunos de sus antepasados, sino en una tumba familiar a las afueras de Turín, donde emergió siglos atrás la Casa de los Saboya.