La mañana del 16 de agosto de 1932, en la habitación de un lúgubre hotel de París, Candelaria Brau agarró una navaja de afeitar y la hundió profundamente en el cuello del que fuera su novio, provocándole la muerte. En los bolsillos de las ropas del cadáver, la policía francesa encontró una tarjeta de identidad que lo identificaba como el príncipe Edgardo de Borbón.
Momentos más tarde, en una comisaría de policía cercana al lugar del suceso, la mujer aseguró que el hombre al que acababa de asesinar era el hijo bastardo del emperador Francisco José I de Austria. Pero, ¿quién era esta mujer, capaz de degollar a sangre fría a nada menos que a un descendiente a la corona? ¿Y él, era realmente quien decía ser?
Comencemos por ella. Candelaria Brau Soler nació el 2 de febrero de 1888 en Maella, una localidad cercana a Zaragoza, donde creció en el seno de una familia de agricultores, hasta que, cumplida la mayoría de edad, en un viaje a Barcelona, conoció a un industrial catalán afincado en Cebú, una de las islas Filipinas. A los 22 años se casó y pronto tuvieron un hijo. Sin embargo, la relación entre ambos comenzó a resultar tormentosa, lo cual les llevó a la separación. La zaragozana volvió a España con su hijo y, tras vivir durante un tiempo a caballo entre Filipinas y Buenos Aires, se asentó en Barcelona, donde comenzó a fabricar cosméticos, jabones y productos de belleza que vendía de puerta en puerta para así ganarse la vida.
Así viviría durante diez años, hasta la noche en la que esta humilde mujer comenzaría a escribir la historia que marcaría su destino. Fue en el hotel Majestic de la Ciudad Condal; se acercó a ella un señor de aspecto formal y adinerado que se hacía llamar Carlos Edgard Serge de Borbón, según él, nacido en el castillo de Runkelstein, una fortificación medieval italiana que adquirió en 1882 Francisco José I de Austria, quien Carlos afirmaba ser su descendiente directo, aunque nunca quiso reconocerlo como hijo.
Por ese motivo, Carlos adoptó el apellido de la que decía ser su madre, Alicia de Borbón y Borbón-Parma —por lo que Francisco José I, esposo de Sissi emperatriz, tendría que haber tenido una relación oculta con Alicia—. "Candelaria, que era una chica humilde, se quedó sorprendida y cautivada por lo que este señor le contaba. Creyó que él era hijo del emperador y su madre una Borbón, así que era la oportunidad de su vida", cuenta a EL ESPAÑOL Javier Pardo, autor de Asesinato a un Borbón (editorial Caligrama), un libro que recoge esta historia tras más de tres años de investigación.
Después de aquella noche de hotel, Candelaria y Carlos comenzaron una relación sentimental. Por entonces, la joven desconocía las grandes dotes de manipulación que poseía su nuevo novio descendiente de la realeza, un estatus que le permitía codearse con la alta burguesía catalana de la época. Sin embargo, la realidad es que su modo de vida guardaba muy poco de honorable. "Era un estafador profesional, y no dudaba en ausentarse unos días de casa para engañar a Candelaria con otras mujeres", asegura Pardo.
Mientras tanto, y también a escondidas, se dedicaba a vender armas a los separatistas catalanes que luego darían el frustrado golpe de estado de 1926 en Barcelona. Un golpe cuyo fin era restablecer el régimen constitucional y acabar con la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Además, "también trabajó como espía a favor de Alfonso XIII, por lo que sería detenido y posteriormente encarcelado", relata el autor del libro.
Candelaria, víctima de la ceguera de amor del que aseguraba ser descendiente real, pagó la fianza para su excarcelamiento. Así, Carlos Edgardo salió de la cárcel después de un año entre rejas. Después, sería expulsado de España, por lo que decidió marcharse a Francia con la compañía de la que fuera su amada, quien no podía dejar que cruzara la frontera en solitario. Así, en compañía del hijo de ella, los tres emprendieron rumbo hacia París en 1926.
Asesinato en París
Pero la capital francesa no resultó ser el escenario idílico en el que asentar una relación que cada vez se tornaba más desilusionante. Transitaron de pensión en pensión, dejando las cuentas sin pagar, mientras subsistían con las escasas ganancias de los cosméticos que fabricaba Candelaria. "En Barcelona todavía podían sobrevivir gracias al trabajo de ella y a la venta de armas de él, pero en París pasaron un auténtico calvario. Además, Carlos siempre fue un gran derrochador y ella tenía que pagarle todo", relata Pardo.
Candelaria, cansada de recibir a menudo a exasperados cobradores reclamando las deudas que dejaban, y sin un hogar donde forjar su matrimonio —era una mujer muy devota, por lo que tendría anhelos de formalizar su relación ante los ojos de Dios—, comenzó a plantearse su relación. Carlos le propuso marcharse juntos a Niza. Ella se negó. Y en una de las tantas discusiones acaloradas que tenían, el supuesto Borbón la amenazó con una navaja de barbero. Ella, tras un empujón, se la arrebató y le asestó un corte en la yugular que le provocaría la muerte.
Tras cometer el asesinato, la joven zaragozana se entregó a la policía antes de que estos llegaran al hotel de Blois, donde ocurrió el crimen. En el juicio, celebrado en julio de 1933, el juez creyó el testimonio de la acusada, quien dijo haberlo hecho en legítima defensa. Aunque quizá lo único que esta joven de Zaragoza quería era comprobar si la sangre que brotase del cuello del presunto Borbón era roja y no azul… ¿Quién sabe?
Lo que sí se supo es que Carlos Edgardo de Borbón sería enterrado en el cementerio de Thiais en París. Allí descansaron sus restos durante cinco años. Los costes del sepelio y posterior conservación de la tumba corrieron a cargo de Rodolfo de Borbón, un hijo que Carlos tuvo con Clara Conger, una americana con la que estuvo casado antes de conocer a Candelaria. "Transcurrido ese tiempo, Rodolfo dejó de pagar los costes y los restos de su padre fueron exhumados y trasladados a una fosa común, cuyo paradero es desconocido", revela Pardo, quien ha llegado a obtener ese conocimiento tras revisar, entre otros muchos documentos, las más de mil páginas del sumario del juicio.
La verdadera identidad del Borbón
Un sumario pone en duda la veracidad de las raíces borbónicas del asesinado —quien también tendría raíces de los Habsburgo por parte de su supuesto padre—. En él, se extraen varias versiones sobre la identidad de Carlos Edgardo. La primera, y la más convincente para la policía francesa, fue que se trataba en realidad de Carlo Lorioli, nacido en 1866 en Arco, un pueblo cercano a Milán— y no en el castillo de Runkelstein, como él decía—.
Antes de conocer a Candelaria, Lorioli contrajo matrimonio —además de con la americana— con Teresa Mangiagalli, una italiana con la cual tuvo un hijo, a los que abandonó para marchar a Lucerna. Años más tarde, en 1882, se fue a Francia, donde sería condenado por infracción del reglamento de ferrocarriles, "ya que se subía a los trenes sin pagar un duro", comenta Pardo. Marchó luego a Southampton y después a Estados Unidos. Allí se cambiaría el apellido de Lorioli por el de Borbón una vez que conoció a su segunda esposa.
Después volvió a Europa "para acudir al aniversario del nacimiento de su padre, Francisco José I, según le contó a Candelaria. Aunque parece ser que nadie lo vio por allí", apunta el autor de este libro que revela esta apasionante historia, prácticamente inédita, sobre la vida de una zaragozana verduga del asesinato de un supuesto Borbón, "aunque eso nunca lo sabremos", concluye.