Los itinerarios de Aziz son como los de un terrorista. Va cambiando de casa cada poco tiempo; apenas sale a la calle, sólo para moverse, o para comprar cuatro cosas en sitios concurridos donde nadie conoce a nadie, y luego vuelve al agujero. Su familia le llama de vez en cuando, le cuentan que otra vez han venido las autoridades a preguntar por él. Ha vivido situaciones complicadas, con las balas pasándole de cerca, y ahora borra las llamadas del móvil para que no quede rastro de con quién ha hablado. Especialmente, para que no salga el prefijo +34.

Porque Aziz, en realidad, nunca ha hecho daño a nadie. Su único delito es haber sido intérprete para el Ejército de España en Afganistán. Pero de sus fotografías sonriente junto a los soldados españoles apenas queda el recuerdo. Ahora, esa sonrisa y ese trabajo estable que consiguió, se han convertido en su sentencia de muerte. Los talibanes que se han hecho con el país buscan darle caza a él y a otros como él. Ya empiezan a saltar a la prensa internacional los relatos de ejecuciones y personas desaparecidas y la preocupación crece entre todos aquellos que los occidentales han dejado atrás.

Pregunta.— Si pudiera volver atrás en el tiempo, ¿habría hecho lo mismo? ¿Habría ayudado a los españoles?

Respuesta.— Sí, claro, habría hecho lo mismo. Los españoles vinieron a ayudarnos a nuestro país y la situación mejoró. Por eso no me arrepiento. Pero ahora nos tienen que ayudar a mí y a mi familia. Tengo todos los documentos, tienen mi nombre, mis medidas biométricas... Pero empiezo a pensar que España no quiere ayudarnos.

[Ninguno de los nombres afganos que aparecen en este reportaje es real por cuestiones de seguridad, ya que permanecen en Afganistán. Todos ellos han demostrado por salvoconductos, fotografías o distintos documentos haber trabajado, de alguna forma, para España durante nuestra presencia en el país asiático]

Ciudadanos afganos suben a un avión del Ejército español durante la evacuación desde el aeropuerto de Kabul. Ministerio de Defensa

Lo peor de todo es que la situación de Aziz no es, para nada, un caso fuera de lo común. EL ESPAÑOL | Porfolio ha solicitado al Ministerio de Exteriores y al Ministerio de Defensa, a través de la Ley de Transparencia que regula el acceso a la información pública, el número de afganos que entraron en las listas para ser evacuados por España y el número de los que finalmente fueron evacuados entre el 19 y 27 de agosto, en la crisis que se vivió en el aeropuerto de Kabul. La cifra ofrece, por primera vez, una imagen real de la dimensión de colaboradores que se han quedado en terreno afgano y ahora ven su vida amenazada por haber colaborado con las fuerzas occidentales.

En las listas de la División de Emergencia Consular que elaboró el Ministerio de Exteriores, incluyendo datos de Defensa, quedaron registrados para ser evacuados un total de 2.657 afganos, de los cuales sólo pudieron salir del país 1.984. Esto implica que se quedaron en el terreno 673 personas. De ellas, 215 eran colaboradores directos del Ejército, los que más peligro corren. Los demás son trabajadores, familiares, agentes de cooperación, etcétera. Más tarde, a través de Pakistán, se fletaron otros dos vuelos que trajeron a 244 personas, por lo que la cifra de afganos que aún siguen ahí a día de hoy rondaría los 429, según estos datos del Gobierno.

Este número son personas con rostro y con una historia detrás, que ahora temen por su vida. Es el caso de Aziz. Pero también el de Hasan, que trabajó como informático en la base española de Qala-i-Naw y al que los chivatos de los talibanes le veían entrar y salir cada día del complejo. O el de Karim, que limpiaba las zonas comunes de la misma base y ahora guarda como oro en paño su carné de paso y una foto con el capitán Germán Ruiz que el español firma "en agradecimiento por tus enseñanzas del idioma". "Hay compañeros míos que no han salido de Afganistán, pero que han desaparecido. Nadie sabe nada de ellos y es raro, porque estamos conectados por si nos enteramos de alguna novedad", cuenta Karim por videollamada.

Además de estos 429, la cifra podría ser incluso mayor. No sólo porque las listas pueden haber aumentado aunque España ya no esté presente, sino también porque un puesto directivo de la Unión Temporal de Empresas (UTE) española Tecnoucal, que se encargó del mantenimiento y otros servicios como la limpieza o la restauración de las bases Camp Arena y Camp Stone en la provincia de Herat, confirma a esta revista que ninguno de sus colaboradores, entre trabajadores directos y familiares de los mismos, ha entrado en las listas para ser evacuados.

Un soldado español junto a un niño en Afganistán. Ejército de Tierra

Durante la fase de evacuación que se llevó a cabo el pasado mes de agosto, el Gobierno español hizo un esfuerzo ingente y sin precedentes, a la altura de las grandes potencias occidentales con presencia en Afganistán, para sacar a toda su gente de un territorio inestable y en el que corrían peligro. Sin embargo, las complicadas circunstancias, la carrera contrarreloj, los atentados... todo ello hizo difícil que se terminara de cumplir al 100% la máxima que rigió la intención de "no dejar a nadie atrás". Aún así, fuentes gubernamentales aseguran que este capítulo aún no se ha acabado.

Mientras esta situación dramática se sigue desarrollando por cada rincón de Afganistán, el país se hunde cada vez más económica y socialmente y las esperanzas que podría traer el fin de los combates han quedado ahogadas en una nueva situación crítica. Al menos 23 millones de afganos están amenazados por la falta de alimentos y están abocados a la hambruna, según la ONU, y la economía cae en picado al haberse retirado las subvenciones internacionales de las que dependía: eran los países extranjeros los que aportaban un equivalente del 43% de su PIB y que financiaban el 75% de su gasto público. De eso ya no queda nada. Y, para colmo, se espera un duro invierno.

Aziz llega a Kabul

Los 20 años de presencia occidental en Afganistán [que empezó en 2001, tras los atentados del 11-S] tocaron a su fin de manera abrupta a partir del pasado mes de mayo, cuando Estados Unidos empezó su retirada efectiva. Los talibanes reconquistaron rápidamente el país, de 652.860 kilómetros cuadrados, y tomaron Kabul el 15 de agosto, mientras los ejércitos aliados aún estaban evacuando a su gente. Lo que se vivió entonces, en torno al aeropuerto, fue un auténtico caos.

Aziz, junto a un soldado español, en Herat, entre 2011 y 2012. Cedida

"Llegué sólo un poco antes del atentado que hubo en el aeropuerto de Kabul [el 26 de agosto]", explica Aziz en conversación telefónica con EL ESPAÑOL | Porfolio. Este afgano, de 32 años de edad en la actualidad y originario de Herat, empezó a colaborar como intérprete para el Ejército español en el año 2011, en la base que había en Qala-i-Naw, a 100 kilómetros de Herat, en el extremo noroeste del país.

Durante aquel tiempo, vivió todo tipo de situaciones. Desde las patrullas habituales en las que intercedía entre los soldados españoles y unos locales recelosos que no entendían bien el porqué de todo eso, hasta misiones de varios días que a veces acababan con situaciones de combate en las que se jugaba la vida como si fuera un militar más. De ahí las fotos que manda, parapetado como un soldado, con radio y chaleco antifragmentación, pero sin arma. Sin embargo, en 2013, las tropas españolas se fueron de la base y él se quedó sin trabajo. Ahí empezó su viacrucis.

"Hay compañeros míos que no han salido de Afganistán, pero que han desaparecido"

"Los talibanes habían mandado una carta a mi familia, que seguía en Herat, diciéndome que sabían que estaba colaborando con los españoles y que me matarían", explica Aziz. "Entonces, decidí que tenía que marcharme y me fui a Irán. Ahí estuve realmente mal. Pagué a un tipo para que me pasara por la frontera, pero no tenía ningún tipo de papel. Vivía como si fuera un ladrón, sin documentos y al margen de todo", añade. Hasta que un día… "Hasta que un día me llamó un compañero y me dijo que los españoles estaban sacando a la gente". Fue en la gran evasión que pasó el pasado mes de agosto.

Aziz volvió a su país para intentar escapar por el aeropuerto de la capital, pero no pudo. El paso estaba atestado de gente y nadie de España le llamó para comentarle alguna alternativa o qué señas debía hacer para demostrar que estaba en la lista. Para colmo, la situación se volvió profundamente inestable. Entonces, decidió volver a Herat, a su ciudad natal, cruzando los 800 kilómetros que la separan de la capital, pero se instaló en la otra punta de donde había crecido, con familia cerca pero esperando que nadie le reconociera.

Gente trasladando al hospital a los heridos del ataque en el aeropuerto de Kabul. Reuters

"No puedo ir a casa de mi padre, porque sería jugarme la vida. Ahí van a preguntar por mí los talibanes de vez en cuando. Ahora mismo estoy en casa de un familiar, pero mañana o pasado cambiaré de lugar. Cambio todo el rato, no me puedo quedar en un sitio fijo", explica. ¿Y puede salir a la calle? "Salgo poco, y por el lado contrario a donde vivía en la ciudad. Me da miedo que alguien me reconozca, por eso busco sitios con mucha gente desconocida", añade.

Pregunta.— ¿Y ha pensado en volver a Irán o intentar la vía de Pakistán?

Respuesta.— Nos dicen que vayamos a Pakistán o a Irán, sí. ¿Pero y mi familia? Mi hermano también está amenazado y no tiene pasaporte. Mi madre tampoco. Y los talibanes tienen cerradas las oficinas que expiden los pasaportes. Tengo que pensar también en mi familia, es lo más importante para mí. Podría irme yo solo, huir, pero no quiero dejarles atrás. Además, ahí tendría que pagar yo el billete porque no hay más vuelos. Aquí, el que tiene pasaporte, no tiene dinero. Y al revés también. Creo, de verdad, que el Gobierno español no nos quiere ayudar.

La vía pakistaní, 'seca'

Hubo un tiempo remoto en que la vía pakistaní de la que habla Aziz fue una opción viable. El ministro de Exteriores español, José Manuel Albares, viajó la segunda semana de septiembre a Islamabad, la capital de Pakistán, para reunirse con su homólogo y el primer ministro del país. El objetivo era abrir nuevas vías de evacuación para todos esos colaboradores afganos que no se había podido rescatar, bajo el lema "no dejar a nadie atrás", según sus propias palabras.



Pero eso, finalmente, se tradujo en poco. Los días 11 y 12 de octubre, España rescató a 244 afganos a través de Pakistán, según refleja una respuesta parlamentaria del Ministerio que dirige Albares a Vox en el Congreso de los Diputados. Poco después, ya no hubo más flujo y ahí acabó la segunda fase de la evacuación. Aunque ésta no era la intención inicial.

¿Cuántos quedan en Afganistán?

Los números. En la primera fase de la evacuación, la de finales de agosto, entraron en las listas 2.657 colaboradores y familiares. De esos, se evacuó a 1.984. Quedaron 673. Otros 244 fueron evacuados en octubre, lo que hace que la cifra se reduzca a 429. Aunque existe la posibilidad de que haya gente que no entró en la lista y podrían ser muchos más. 

Según unos correos electrónicos internos de Cruz Roja a los que ha tenido acceso EL ESPAÑOL | Porfolio, el Gobierno liderado por Pedro Sánchez había previsto dos vuelos más desde Islamabad el día 15 de octubre. La organización había convocado a sus voluntarios para atender a los refugiados que llegasen a la base de Torrejón de Ardoz y, poco después, mandó un correo electrónico desconvocando a todos. "No tenemos previsión de entrada de vuelos y las familias que llegaron saldrán en el día de hoy", se puede leer en el mensaje.

Ninguna de las personas consultadas para este reportaje duda de la buena intención del Gobierno español para evacuar a los colaboradores afganos y resaltan que se ha hecho mucho en ese sentido, convirtiéndose en un ejemplo a nivel internacional. Sin embargo, la realidad ha querido ser caprichosa y convertir la situación en algo más difícil de lo que se esperaba en un principio. Aun así, la desesperación está venciendo a los colaboradores que siguen en el terreno y que creen que no se está haciendo nada al respecto. Resuenan aquí las palabras de Aziz: "Creo, de verdad, que el Gobierno español no nos quiere ayudar".

Según ya informó este diario, el CNI español tiene a colaboradores trabajando sobre el terreno en Afganistán y se sigue sacando a gente. Sin embargo, ni desde Exteriores ni desde Defensa quieren dar detalles para no poner en riesgo la viabilidad de los planes.

Por otro lado, este pasado fin de semana los talibanes se reunieron en Doha (Qatar) con representantes de la Unión Europea para mejorar las relaciones con la comunidad internacional. Los fundamentalistas tienen una oficina política ahí y, por parte de España está la embajadora Belén Alfaro. Seguro que el tema de sacar a los colaboradores que quedan estuvo encima de la mesa. Sin embargo, hay muchos otros que ni han entrado en las listas.

Foto impresa en la que aparece Hasan, que trabajaba en la base, junto a soldados españoles. Cedida

Otra de las fotografías cedidas por Hasan, con españoles y los trabajadores de la base. Cedida

"Nos sacamos fotos"

"Cada vez que entrábamos y salíamos de las bases españolas, había gente que nos veía, nos sacaban fotos, y se lo pasaban todo a los talibanes. Todos nos conocían, es imposible que no. Me gustó trabajar con los españoles, me dio un trabajo estable durante años y todo eso… pero ahora se ha convertido en un verdadero problema", relata Hasan.

Este afgano de 23 años, que trabajó en la base española de Qala-i-Naw entre 2008 y 2012 en la parte tecnológica —consiguiendo móviles, instalando módems, etcétera—, es el otro rostro de esta moneda dramática: la de las personas que no colaboraron directamente con el Ejército, pero sí encontraron un trabajo en las bases. Para los talibanes, esto es igual de grave, es haber colaborado con el enemigo y están condenados a muerte si les encuentran.

Carné de Karim para entrar en la base a realizar sus tareas de limpieza. Cedida

Hasan cuenta que entró a trabajar gracias a un amigo y que disfrutó durante su tiempo ahí. Ahora relata una vida itinerante como la de Aziz, sin volver a su casa del todo para que no le reconozcan. "Estoy en casa con mi hermana, pero no salgo demasiado. Hay gente buscándome y mi vida está en peligro", relata. Durante la evacuación estuvo dando tumbos, desde Herat hasta Kabul, junto a su mujer, pero nadie le pudo ayudar porque tenía un problema. Aunque sabe que está en las listas, porque se lo ha dicho una persona del Ejército español, no tiene pasaporte porque le quemaron la casa los talibanes y ahí se quedó. Ahora, las oficinas para sacar un nuevo pasaporte ya no están operativas.

"Quiero que el Gobierno español nos rescate, aquí estamos en peligro", cuenta, "la vida es imposible". "Nos dicen que huyamos a Pakistán con nuestro pasaporte, pero no todos los tenemos y los talibanes no los están dando. Esperemos que el Gobierno nos venga a buscar porque aquí la vida está en peligro y nadie nos ayuda. Es fácil decirlo, pero si los talibanes nos encuentran, nos matan. Así de sencillo, pero es un problema muy serio", añade.

Dentro de todo, Hasan tiene suerte porque su jefe español intercedió por él y ahora aparece en las listas. Pero hay muchos otros que, a pesar de haber trabajado en las bases y ser considerados enemigos por los talibanes, ni siquiera están. Un puesto directivo de la UTE Tecnoucal —la empresa que se encargó de los servicios de restauración, limpieza, logística y demás en las bases de Camp Arena y Camp Stone en Herat— que estuvo en Afganistán y que ha pedido permanecer en el anonimato, confirma este extremo.

"A nosotros no nos ha llamado nadie del Ejecutivo, nadie nos ha preguntado que cuántos afganos habíamos tenido a lo largo del tiempo. Ni ahora, ni durante la evacuación. Y eso que estuvimos 10 años, imagínate la cantidad de personas. Empezamos a hacer listas por nuestra cuenta de la gente que había trabajado para nosotros y que teníamos sus contratos, pero no sabíamos a quién mandarlas. Hemos ido actuando según la corriente, sin saber bien qué hacer, y los nuestros no están en las listas", explica esta persona.

Karim, junto al capitán Germán Ruiz. Cedida

Es el caso de Karim, afgano de 41 años que trabajó en Herat desde 2006 hasta 2016 como limpiador de la base y comerciante esporádico. Se volvió a su pueblo, tras no encontrar trabajo estable después de colaborar con los españoles, y regresó a Kabul cuando empezaron a evacuar. "Ahí no recibí la llamada de nadie. Escribí al que era mi supervisor, se llamaba José Miguel, y le mandé toda la documentación a ver si había suerte. No la hubo. Ahora la situación no es buena, ando por casas de distintos familiares, para no quedarme mucho tiempo en el mismo sitio. Prefiero no salir de casa. Si lo hago, no voy con el móvil nunca. Tengo amigos que estaban conmigo en la base y ya han desaparecido", relata por videollamada, desesperado.

Tras hablar con este diario, envía la documentación que demuestra que lo que dice es verdad. Toda una esperanza resumida en un archivo PDF. Ahí empiezan a desfilar su distintivo para entrar y salir de la base, cartas con el membrete de la OTAN en la que se le acredita como trabajador... Hay hasta una foto junto a un capitán español, un tal Germán Ruiz que la firma "en agradecimiento por tus enseñanzas del idioma". "Siempre te recordaré con afecto", le dedica el oficial. Y en esas está, esperando que se acuerden de él. Como tantos otros, como todos los que se han quedado.

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