Cuando a la duquesa Consuelo de Marlborough, tía de Winston Churchill, le preguntaron por sus hijos, explicó: "Uno es el heredero y otro el repuesto". Los segundones de Isabel II hace muchos años que dejaron de ser repuestos para convertirse en sobrantes. El príncipe Andrés es el noveno en la línea de sucesión al trono británico, pero hasta el nacimiento de su sobrino el príncipe Guillermo, en 1982, ocupaba el segundo lugar, después de su hermano Carlos.
Ser miembro de la familia real otorga algunas ventajas que sus miembros soportan con admirable fortaleza de ánimo: una riqueza virtualmente ilimitada, un reino devoto que los colma de reverencias y asistentes al quite de cada capricho. Financiados, algunos de ellos, por los contribuyentes y con una enorme fortuna familiar, no tienen que preocuparse por el dinero. Entonces, si no tienen que hacer ni el huevo, ¿qué hacen día tras día?
Pues, según los tabloides sensacionalistas y otras aves de rapiña, darse a la buena vida. Como regla general, las tropas de choque de los tabloides, impresos o digitales, seguirán despellejándolos por gandules y derrochadores o, en el caso de la biógrafa Kitty Kelley, autora de Los Windsor. Radiografía de la familia real británica (Plaza y Janés), por "fríos, aburridos o sinvergüenzas".
Claro que los Windsor vienen de fábrica adiestrados para desactivar esas trampas explosivas sin dejar de gastar dinero a espuertas, que es una forma de crear riqueza. Sin asomo de cinismo, decía Lady Violet Crawley en Downton Abbey que la misión de los aristócratas es crear empleo: mayordomos, lacayos, chóferes, doncellas, niñeras, encargadas de vestuario, secretarios, jardineros y palafreneros.
En la cuarta temporada de The Crown, encontramos a Andrés por primera vez en el episodio titulado Favoritos, en el que la reina Isabel organiza almuerzos privados con cada uno de sus cuatro hijos en un ridículo intento de determinar cuál es su favorito. Queda claro que ni Carlos ni Andrés hacen absolutamente nada para asegurarle a su madre que hizo un buen trabajo criándolos. La Reina se siente incómoda con Ana, no conoce realmente a Eduardo y apenas puede soportar estar cerca de Carlos. Sólo cuando el príncipe Andrés llega a almorzar en helicóptero, finalmente la Reina se relaja: él es su favorito.
En 'The Crown, el príncipe Andrés es presentado como un completo rufián
Pero no el favorito de los guionistas que, sorprendentemente para una serie tan poco irreverente, es presentado como grosero y desagradable. Para decirlo sin rodeos, como un completo rufián. Comienza el almuerzo con su madre con una broma de pedos y, llorón como todos los hijos de la reina, rápidamente empieza a pedir favores y luego le cuenta a su madre detalles escabrosos de una película (The Awakening of Emily) que protagoniza su novia Koo Stark, una actriz americana de porno blando con la que Andy se ponía Randy.
Más tarde, la reina le comenta a su marido: "Si Andrés no cambia…", y se eclipsa en una mirada preocupada, como si presagiara que su comportamiento lo va a meter en problemas. La secuencia parece un guiño a su futura, infame y larga amistad con el difunto y deshonrado pederasta Jeffrey Epstein, que mantuvo durante décadas, incluso después de que Epstein fuera condenado por prostituir a una menor.
El 10 de agosto del pasado año, Virginia Giuffre (de soltera, Roberts) denunció al príncipe Andrés por abusos cometidos en Nueva York, Londres y las Islas Vírgenes. Giuffre asegura no sólo que fue obligada a mantener relaciones sexuales con él en 2001, cuando tenía 17 años, en varias ocasiones, sino que temió su muerte o daños físicos si desobedecía. El juez Lewis Kaplan, del distrito sur de Nueva York, ha dictaminado en una resolución de 46 páginas que la demanda de Giuffre debe seguir adelante.
El jueves pasado, el palacio de Buckingham comunicó que la reina lo había despojado de "las afiliaciones militares y los patronatos reales". El duque de York continuará sin desempeñar ninguna función pública y defenderá su caso como ciudadano privado. También dejará de usar el título de alteza real.
Ansiosa por ver la quinta temporada, la peña se pregunta cómo serán los capítulos que se estrenarán en noviembre de 2022. Esta claro que a los guionistas no les faltarán personajes: la reina viuda y nonagenaria, la hija proxeneta del dueño de prensa amarilla, el vicioso y pérfido millonario Epstein… y el príncipe casquivano.
La gran pregunta es cómo contará The Crown la caída en el ostracismo del duque de York. El pasado verano, Peter Morgan, el creador de la ficción palaciega, sugería que la serie omitirá algunos detalles actuales, como los que atañen a los vínculos de amistad del príncipe Andrés con Jeffrey Epstein. Piedad se llama eso.
Como presagiaba la reina en The Crown, las amistades peligrosas iban a llevar al duque por mal camino: modelos de Playboy, dictadores, viudas del rock, Koo Stark, un magnate pederasta y su madame escoltaron su trayectoria crápula. En Tramp, el deslumbrante club nocturno de Jermyn Street, cuando era un chico rico y corriente que salía con los viejos amigos de Gordonstoun (el severo internado escocés en el que se educó), conoció a la modelo Ricci Lewis, la exmujer de Leonard of Mayfair, el peluquero de ricos y famosos que en los 60 lanzó la carrera de la cantante y supermodelo Twiggy. A través de Ricci conoció a Koo Stark y a otras luminarias de lo que quedaba del Swinging London, como Francesca Thyssen, "Chessy", la hija del barón Heini von Thyssen, que invitó al duque a pasar un fin de semana en la mansión de su padre en Gloucestershire.
En las fiestas caseras de fin de semana, Andrés jugaba al "tren choochoo", donde todo el mundo se agarraba por la cintura en fila india gritando "choochoo". En esos saraos, Steve Strange, cantante post-punk y emprendedor de discotecas, se maquillaba como una drag queen. Cuando Andrés llevaba a Chessy en su Jaguar plateado, era como un niño en su primera visita al Museo del Espacio. Chessy lucía unos hombros y pechos como los de Batman, llevaba el cuello tachonado de diamantes y olía a Poison de Christian Dior. Andrés era abstemio total en ese ambiente que solía acabar en lances de promiscuidad. Según algunos amigos, el duque dejó de participar porque siempre se "golpeaba la cabeza contra el cabecero de la cama".
Sin embargo, seguían llamándolo Randy Andy (Andresito el Cachondo) desde que los adolescentes del Lakefield College, en Canadá —donde el duque de 17 años pasó un intercambio de Gordonstoun—, acuñaron esa etiqueta. Los tabloides se abalanzaron con entusiasmo sobre el apodo y, hasta su boda con Sarah Ferguson, trató de estar a la altura. A diferencia del príncipe Carlos, torturado por sus dudas, Andrés siempre lo tuvo claro.
Bala perdida, se desquitaba de la dureza de Gordonstoun y ni siquiera escuchaba a papá cuando le daba consejos sobre las mujeres y le advertía: "No lleves a Koo Stark a Mustique (la isla de lujo caribeña de las estrellas, los royals y, últimamente, de Boris Johnson), te machacarán los paparazzi". O cuando le decía que no se mezclara con oportunistas. No le hizo caso y la modelo Vicki Hodge vendió por 40.000 libras su historia de amor "entre flores perfumadas" a News of the World, el periódico escandaloso de Rupert Murdoch.
Su guardaespaldas Steve Burgess, que escoltó a Andrés a Mustique en el viaje que hizo con Koo Stark y otras dos chicas, estuvo entretenido jugando al gato y al ratón con los paparazzi del mundo arrastrándose entre los arbustos. Gran parte de su fama de oveja negra le viene de su relación con Koo Stark.
Courtney Love, la viuda Kurt Cobain, contó que Andrés llamó a su casa de Hollywood a la una de la mañana "buscando tema". Un portavoz del duque matizó que "sólo quería tomar un té". Las escapadas románticas de Andrés, junto con su inclinación a las bromas pesadas, le valieron la reputación de Royal Lout-About-Town (patán real suelto) una etiqueta que entristeció a su madre y molestó a su padre. En secreto, sin embargo, Felipe de Edimburgo admiraba la imagen de macho man de Andrés, le recordaba su propia juventud. Esa afición de los Windsor la subraya la biógrafa de los Windsor Kitty Kelley: "Les encanta el sexo en todas partes: en los jardines, en las caballerizas, en el yate Britania. Quizá tienen poco trabajo y por eso están obsesionados con el sexo".
Sus escapadas románticas y las bromas pesadas causaron que se le llamara el 'patán real suelto'
Hasta que la pecosa chica de campo Sarah Ferguson —Fergie, como la llamaba todo el mundo— llegó a su vida, siguió cultivando su imagen de Casanova con una sucesión de chicas glamorosas. En una entrevista televisiva, David Frost le preguntó por lo más significativo de su vida. El duque pensó un rato y respondió: "¿Me atrevería a decirlo? Lo más significativo es la soledad". Aunque era el hijo predilecto de la reina, era el menos popular entre el público. "Germánico, grosero, ferozmente tradicional y antiintelectual" era como lo describían sus conocidos. "Lleno de mierda" decían de él en la Armada. Sólo en las fiestuquis lograba espantar la soledad que lo escoltaba como su guardaespaldas Steve Burgess.
Cuando empezó a salir con Andrés, Fergie era una chica agradable, animosa, con un cociente intelectual más que notable y sumamente adecuada para el papel de nuera de segunda línea. La pareja convirtió su vida en una telenovela y, a semejanza de las telenovelas, el espectador quedaba a la espera del próximo capítulo, con una carga de alborotos más ruidosos que el anterior. Fergie confesó a los cuatro vientos que se había hecho la prueba del sida en tres ocasiones y que había pasado noches enteras en vela, temerosa de tener el virus por sus desprotegidos lances y sus problemas de drogadicción.
En Berkshire, cerca de Ascot y del castillo de Windsor, la reina regaló a la pareja la mansión de Sunninghill Park. Solo seis años después, su matrimonio terminó en escándalo por unas fotos comprometedoras publicadas en el Daily Mirror que, entre otras imágenes para mayores, mostraban al millonario texano John Bryan besando y chupando los dedos de los pies de Fergie. Tras su divorcio en 1996, la duquesa de York recibió de la reina 350.000 libras en efectivo, 500.000 para una nueva casa y millón y medio para un fideicomiso para sus hijas Beatrice y Eugenie.
En 2001, el príncipe Andrés fue nombrado embajador honorario para asuntos comerciales, que le valió su otro apodo, "Andy Miles", por sus viajes alrededor del mundo. La prensa británica reveló que había gastado 800.000 euros con sus estancias en los mejores resorts de golf del planeta. En 2008, hubo una polémica por un encuentro con Gadafi. También se vio doce veces con Aliyev, el déspota de Azerbaiyán.
Pero su amiguito del alma de alto riesgo fue Jeffrey Epstein, un bróker de Brooklyn milmillonario, encantador, inteligente y filántropo…pero pederasta. A su agenda la llamaron en los juzgados "el Santo Grial" porque en ella figuraba el who's who global: Donald Trump, Bloomberg, Tony Blair, Mick Jagger, Bill Clinton o miembros del clan Kennedy. Hasta el inadvertido Stephen Hawking pasó por la isla privada del Caribe de Epstein, donde pudo ver los peces de colores en un submarino. Entre palmeras, bungalós pintados de blanco y azul y un templo con una cúpula dorada, allí mantuvo el duque de York el tercer y último encuentro con Virginia Giuffre en una orgía con otras menores.
En Nueva York y en el Caribe, los paparazzi sorprendieron al duque con Epstein. También en Tailandia, en la cubierta de un yate rodeados de una legión de scorts en topless. Andrés invitó al amigo americano a los palacios de Balmoral y Sandringham incluso después de que, en 2008, condenaran al pederasta a 18 meses de cárcel por mantener relaciones con una menor de 14 años.
Fue Ghislaine Maxwell, la proxeneta posh que reclutaba el harén de menores, quien los presentó. Epstein era su ex y ahora ella pastoreaba a las menores. El pasado mes de diciembre fue hallada culpable de cinco delitos por su complicidad con Epstein. Ghislaine es hija del magnate de la prensa Robert Maxwell, que desvalijó el fondo de pensiones de su grupo mediático, el Mirror. En 1991, un pescador canario rescató su cadáver desnudo de las aguas del Atlántico. Había caído al mar desde su yate Lady Ghislaine, así llamado por su hija. Tal vez un suicidio. Ghislaine se mudó a Nueva York, pero conservó su apartamento en el exclusivo Knigtsbrige londinense donde, según Virginia Giuffre, en 2001 tuvo lugar su primer encuentro sexual con el príncipe Andrés, tras bailar juntitos en la discoteca Tramp, only for members.
Sin embargo, nadie podría acusar al duque de estupidez. Lo hizo muy bien en la academia naval y era un extraordinario piloto de helicóptero. En algún lugar debajo de su inmadurez, hay un buen tipo tratando de salir, un tipo que no hizo ningún esfuerzo para evitar la guerra de las Malvinas, que lo convirtió en un héroe para los británicos. De hecho, su valentía en ese momento fue impresionante a cualquier nivel. Y fue modesto al respecto, los Windsor —la reina sobre todo— casi siempre se acogen a su máxima de "never complain, never explain" (nunca te quejes, nunca te expliques).
El divorcio de Fergie ha derivado en una amistad tal que se diría que siguen casados. En las horas más oscuras del duque, ella ha salido al quite para proclamar que "Andrés es el mejor hombre del mundo". No es la única que lo cree, pero su vida crápula lo ha expulsado del calorcito de ser un Windsor comme il faut para ser un apestado, como su tío abuelo Eduardo VIII. Ante los avatares procesales que lo esperan, se aferra a negarlo todo como un percebe al casco de un barco.
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