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Manuel Valls (Barcelona, 1962) camina igual que habla: más rápido de lo que parece. Cuando te quieres dar cuenta, va por delante. Lo mismo por las estrechas calles salpicadas de galerías de arte de uno de los barrios más exclusivos de París, Saint Germain des Prés -Rive Gauche- que al conversar con él. "Esto seguro que me lo ibas a preguntar", se adelanta el ex primer ministro francés, un par de veces, durante su entrevista con EL ESPAÑOL | Porfolio. Es la primera que concede a un medio español tras su regreso a la capital francesa, en septiembre del año pasado, después de su efímero paso por la política española.
El político e historiador hispano-francés, primer ministro con François Hollande, intentó liderar el partido socialista galo en 2017. Perdió contra Benoît Hamon que se estrelló después en la carrera al Elíseo. Valls se mudó a Barcelona y se alió con Ciudadanos para llegar a la alcaldía de la ciudad. Terminó dando su apoyo a Ada Colau, para evitar el ascenso de los independentistas, dijo él. Ciudadanos deshizo entonces la alianza. Concejal de la ciudad condal de 2019 a 2021, dimitió en agosto del año pasado.
De vuelta a su otro país, explica Valls, se encontró una Francia más dividida, más polarizada, más fracturada. Pero que sigue siendo "una potencia". Como quiere que así se mantenga, acaba de publicar un libro. Un manual contra la extrema derecha francesa. En concreto, contra uno de sus nuevos líderes: Éric Zemmour. Las encuestas -faltan tres meses para las elecciones presidenciales en Francia- le dan opciones. Valls le llama el anti-republicano. Así se titula su libro. Quiere desmontar sus mentiras históricas, asegura. Ha salido a la venta el miércoles de esta semana, justo el día que esta revista ha quedado con él.
Lo más difícil de nuestra jornada no es su apretada agenda -que incluye grabación en la televisión-, ni los 10 grados menos respecto a Madrid que luce París. El reto es cruzar el renombrado Pont des Arts. El primer puente metálico de la ciudad, construido en tiempos de Napoleón, tiene 155 metros, pero en los primeros diez a Valls le han parado tres veces. Primero un ex alto magistrado, después uno de sus exministros. La tercera parada es por una mujer que le ha pedido una foto y con la que aparece en la imagen que abre esta entrevista. ¿También alto cargo? "No, no…", contesta, tras conversar con ella.
El Pont des Arts también se conoce como puente de los enamorados por los candados que los amantes cerraban en sus barandas arrojando la llave al Sena. Desde 2015 está prohibido porque el peso del metal puso en peligro la estructura del puente, así que Valls no ha enganchado ninguno con su nombre y el de la española Susana Gallardo (1964), la heredera de los laboratorios Almirall -y exmujer del fundador de Pronovias- con la que se casó en su estancia en Barcelona.
Asegura que su mujer es, junto a todo lo que aprendió en esa etapa, lo mejor que se trajo de España. Europeísta convencido, a favor de la energía nuclear, Valls está en contra de los populismos, de la cultura de la cancelación histórica y de los antivacunas: "En el país de Pasteur...", lamenta con resignación. Su batalla actual es la lucha contra la extrema derecha y asegura tener el antídoto: hay que endurecer las políticas de inmigración porque si no, la extrema derecha seguirá sumando. En Francia, en España y en toda Europa. Por eso, advierte, no hay que perder África de vista.
Pregunta.- ¿Por qué un libro sobre un líder de la extrema derecha?
Respuesta.- Parte del éxito de Éric Zemmour es su visión de la historia. Su deformación, sus mentiras sobre la historia francesa y la Francia republicana no son solo un debate histórico. Las pone al servicio de un proyecto político: acabar con la frontera que existe entre la derecha republicana de De Gaulle y la extrema derecha desde la última Guerra Mundial. Las encuestas nunca reflejaron un nivel tal alto de apoyo a la extrema derecha. La suma de Le Pen y Zemmour supera el 30%. Él piensa que Le Pen no puede ganar, pero él sí puede lograr la reunificación de las derechas. Pero para eso tiene que acabar con la historia republicana. La bandera para reunir a todas esas derechas extremas es el odio al extranjero. Tenemos que debatir, denunciar, hablar de las manipulaciones y de las mentiras de Zemmour y hacer propuestas, que es lo que yo hago en la segunda parte de mi libro.
P.- ¿Por qué calan esos discursos?
R.- Todas nuestras democracias occidentales en Europa viven una crisis larga y profunda. Se debe a las últimas crisis económicas y a las cuestiones identitarias. Este siglo comienza con los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EEUU y la gente tiene miedo: al futuro, al otro… y por razones obvias. Francia no tiene miedo al inmigrado, pero sí a la ola de inmigración que cambiaría la población francesa. No se confunde, en general, a los musulmanes con el islamismo, pero todos los atentados en Francia han sido provocados por islamistas. Hay un sentimiento de que se vivía mejor antes, de que la civilización europea ya no juega el mismo papel que hace siglos. Hay una mayoría de franceses que creen en la llamada 'teoría del gran reemplazo': el cambio de población. Somos un país de raza blanca y existe un miedo a ser minoritarios. No es verdad, pero el miedo está ahí, en algunos barrios.
"La izquierda ha abandonado el universalismo, solo habla de las minorías"
Zemmour se alimenta de todo esto y de una izquierda que ha abandonado el universalismo, que solo habla de las minorías, de acabar con una parte de la historia de Francia, del debate sobre la colonización y de un movimiento que quiere derribar las estatuas que ha entrado en las Universidades. Es la cancel culture, la cultura de la cancelación, en un país que tiene una crisis identitaria. Como en España, donde Vox se ha nutrido del independentismo, del neofeminismo, de la inmigración…
P.- Hace el paralelismo con Vox en España, ¿es Abascal como Zemmour?
R.- En todas partes hay esa crisis democrática y se abren espacios para populismos de derechas y de izquierdas. En Brasil lo hemos visto, en Europa Oriental, en Italia y, por supuesto, en España con Vox. Sí, por las mismas razones: ese miedo de Europa a la inmigración, a la globalización, a los musulmanes...
En España, en parte eso, y por supuesto, el separatismo catalán, la pérdida de una forma de identidad española... Hay este debate. Este tipo de nacionalpopulismo tiene años, depende de circunstancias, depende de líderes, depende de la capacidad de la derecha y de la izquierda a responder a esos retos, pero son movimientos hoy que tienen una larga vida porque están profundamente integrados en la sociedad. A veces porque las clases medias viven la crisis de la precariedad o porque parte del calado más conservador, de gente mayor, tiene miedo. En Francia, una parte de la juventud votó a Le Pen y también una parte de lo que vosotros llamáis la España vaciada.
P.- ¿Francia vaciada? ¿Cómo la llaman aquí?
R.- Hace 50 años lo llamaban el desierto francés. Se dice que detrás de cada francés hay un agricultor. Hace 60 años la agricultura representaba el 40% del país. Es un fenómeno global: se vacían no solo los pueblos, también las pequeñas ciudades. No hay empleo, no llega el AVE, no llega internet siempre… A veces hay un sentimiento de abandono porque la gente ve la misma televisión y siente que no le ha llegado la globalización. Vives en un sitio pequeño y tienes que trabajar en la ciudad. Tu mujer, tu marido, tus hijos, necesitan un coche y gasolina. El coste de la vida es más alto porque no hay transporte público. Pasó lo mismo en el medio oeste americano: todo más complicado, más lejos, un coste de la vida mayor.
P.- ¿Vamos a ese modelo América profunda también en Europa?
R.- Es un fenómeno global que explica gran parte de las crisis económicas y sociales. El fenómeno de los chalecos amarillos empezó en las rotondas con gente que representaba esas clases medias bajas. Muchas mujeres solas. Las sociedades se parecen cada vez más, pero las formas de acceder al progreso no son las mismas y eso da sensación de declive generacional y declive social: te parece que tus hijos no se van a aprovechar de los institutos de las grandes ciudades.
P.- En España hay una teoría que señala que los hijos vivimos peor que nuestros padres…
R.- Bueno... Hoy vivimos en unas condiciones en temas de salud pública increíbles. La gente tiene más acceso a la información, a la educación. Pero ese sentimiento de progresar en la sociedad... Eso de que el hijo del obrero podía ser maestro, el hijo del maestro podía ser ingeniero y el hijo del ingeniero podía ser miembro del Consejo de Estado, es muy francés, pero también es español. Hoy es más complicado ascender en la escalera social: el hijo de un obrero tiene más difícil que hace unos años convertirse en clase media.
"Hoy el hijo de un obrero tiene más difícil convertirse en clase media"
P.- ¿Cuál es la propuesta de Manuel Valls respecto a la inmigración?
R.- Existe la sensación de que no logramos contenerla, sobre todo la subsahariana, con sus dramas el Mediterráneo, en el Estrecho, en Inglaterra. Con sus muertos, sus solidaridades y sus miedos, el sentimiento es que Europa no protege sus fronteras, sobre todo las del Mediterráneo. Todos los políticos que hemos gobernado hemos fracasado en la gestión de esta inmigración. No somos capaces de devolver a los que entran de forma ilegal en Francia o a los que no han logrado el asilo. Se quedan aquí de forma ilegal, en una situación oscura, gris y se genera el sentimiento de que el Estado es impotente. La gente piensa que las políticas de inmigración, de la derecha y de la izquierda, han sido un fracaso. Si queremos luchar contra las ideas de la extrema derecha, que señala al inmigrante como responsable de todos los problemas, tenemos que cambiar de forma fundamental nuestras políticas de inmigración. Es complicado, sí. Lo sé porque he sido primer ministro y ministro de Interior.
Primero tenemos que preguntarnos ¿Francia necesita la inmigración? La inmigración de trabajo hoy es bajísima, no es la más importante. Si necesitamos inmigración, mejor instaurar cuotas por sectores de la economía: agricultura, industria, informática, restauración... Cuotas temporales, como en Canadá. Eso no se hace en Francia, solo en el sur con las vendimias.
"Todos los políticos que hemos gobernado hemos fracasado con la inmigración subsahariana"
Segundo, el derecho de asilo. El derecho de los refugiados es universal, constitucional y fundamental. La gente que huye de su país por las guerras, de las torturas, de dictaduras, tiene que poder entrar en Francia o en Europa y tener un sitio donde ir. Pero si no queremos que la gente se vuelva en contra de este derecho, el que no ha sido aceptado, casi un 80% de los demandantes, debe volver a su país. Eso es muy difícil de hacer. Los procedimientos de este derecho, el estudio de las demandas, los tenemos que hacer más rápidos o en las fronteras: en el Magreb, en Libia...
Además, hay un debate sobre la reagrupación familiar y la posibilidad de casarse con una pareja francesa. La inmigración familiar es la más importante. Tenemos que hacer una reforma, abrir un debate en Europa, para que esta reagrupación familiar no sea automática.
Hay que reducir la inmigración. Si queremos hacerlo, no podemos hacerlo solos. Tenemos que hacerlo con Europa. Hay que decir las cosas claras, y sobre todo con quienes están en Schengen: las fronteras comunes europeas tienen que estar más protegidas. Europa ha ganado la tensión con Bielorrusia. No cedimos al chantaje, con esa pobre gente que llegaba de Mosul o del Kurdistán iraquí. Bielorrusia creó una tensión con Polonia y la UE. De la misma forma tenemos que proteger toda nuestra frontera mediterránea. Grecia lo está haciendo bastante bien, Italia no lo tiene complicado.
P.- ¿Y España?
R.- España no solo no lo tiene fácil. La gente en España entra, muchas veces no se queda y sube al norte. En Canarias la cuestión es complicada. Me va a preguntar: '¿usted cree que se tiene que poner un muro?' Los símbolos son muy complicados. Pero ya hay muros, en Ceuta y Melilla. Somos el único continente tan abierto, por eso necesitamos otra política con África. Europa les ha ayudado, pero hemos estado más centrados en nosotros. Pero nuestro destino está totalmente vinculado al que creo que es el continente de futuro, África, con su gente joven, sus clases medias, sus recursos propios.
"Europa es el continente más abierto, necesitamos otra política con África"
P.- Y mayor nivel de natalidad.
R.- África va a doblar su población de aquí a nada. Tiene los países con mayores niveles de fecundación. Nigeria, de aquí al 2050, va a tener 400 millones de habitantes. Hay países que están en una situación muy complicada: pobreza, terrorismo, corrupción... Tenemos vecinos con muchas dificultades como Argelia y Túnez. Para Europa hay un país aliado estratégico con el que hay que cooperar de forma estable: Marruecos. El futuro de Europa, en cuanto a presencia política, militar, cooperación, economía y educación es el continente africano. Porque EEUU no está presente, pero sí China y Turquía. Nuestros intereses estratégicos pasan por la inmigración, el Islam y buscar la estabilidad. ¿Es fácil? No, es muy complicado. Pero no podemos continuar con una política de dejar de hacer. Si lo dejamos, el discurso más brutal y duro de la extrema derecha, el de discurso de 'fuera los africanos, fuera los inmigrantes', ganará. El miedo ganará. Por eso hago propuestas de cambio. Necesitamos un cambio de pensamiento, protegernos.
Yo creo mucho en la soberanía nacional y en la soberanía europea. La frontera es una realidad humana. Europa es una federación de Estados nacionales. Hay fronteras entre los continentes. Las civilizaciones se protegen. Si queremos una Europa generosa, abierta, que corresponde a lo que es el mundo de hoy, también debemos tener capacidad de protegernos. No tenemos que ser naif. Tenemos que protegernos de los productos chinos, tenemos que plantear derechos de aduana. Tenemos que proteger nuestros productos y nuestras fronteras. La izquierda no debe tener miedo a esos problemas.
P.- Teniendo en cuenta al África francófona, ¿Francia debería liderar esa nueva etapa?
R.- Francia la tiene que liderar con España, con Grecia... Es un error tremendo, estratégico e histórico que Reino Unido se haya ido, que lo hayamos dejado ir. Para los franceses, Reino Unido fue nuestro gran aliado en las dos guerras. Francia e Inglaterra son los dos únicos países que tienen la bomba atómica, la disuasión nuclear, y son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Y por nuestro pasado colonial: Francia e Inglaterra se repartieron África, ellos también tienen responsabilidad. En el espacio mediterráneo hay una responsabilidad política histórica para España, Italia y Francia. Tenemos que convencer a todos los países europeos. Necesitamos tiempo, estrategia e inversiones de la Unión Europea que tiene esa capacidad financiera.
En un win-win, no un neocolonialismo. Hay que formar a las élites africanas, respetando a los africanos. Tenemos que pensar esa relación estratégica y no podemos entrar en peleas absurdas con Marruecos, no podemos jugar con el tema del ex-Sáhara español.
P.- ¿Qué papel le gustaría jugar en las próximas elecciones de Francia?
R.- Un ex primer ministro debe aportar su experiencia, lo hago y me escuchan. Como estoy retirado de la vida política, veo más simpatía… es normal. Ha habido un movimiento de traer nuevos movimientos, los jóvenes, la nueva política, lo veo con mucha simpatía, pero tienen sus límites.… como ha pasado con Ciudadanos y Podemos en España. La experiencia política en el debate público puede ser muy útil, sobre todo en un momento que necesitamos unidad. Me gusta la política, quiero a mi país. Yo ya he gobernado; claro que me gustaría gobernar otra vez, sí, pero no depende mí.
"Me gusta la política, me gustaría gobernar otra vez, sí, pero no depende de mí"
P.- ¿Su candidato es Macron?
R.- No. De momento, no… Hablamos, sí. No siempre ha sido fácil entre nosotros. Tiene grandes capacidades políticas intelectuales, pero está solo. Puede ganar, pero se va a encontrar la situación en la que estará solo. Sus equipos de campaña privilegian demasiado el enfrentamiento con Le Pen. Eso quiere decir que en la segunda vuelta, la extrema derecha sería de facto la única alternativa, eso es muy peligroso.
P.- ¿Situación ideal para esa segunda vuelta?
R.- Para la democracia y para los franceses, pero eso no depende de mí, depende de los franceses, lo ideal sería un debate de segunda vuelta entre Macron y Valérie Pécresse [candidata de la derecha clásica francesa, los Republicanos].
P.- Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, ¿dónde la coloca?
R.- No solo porque somos los dos de origen español, le tengo cariño, simpatía y respeto. Ahora, el partido socialista está muerto. Hablo del partido socialista francés. Primero porque la palabra socialismo está muerta, es un debate intelectual.
Anne Hidalgo está prisionera, rehén de la historia del partido. Ella hace propuestas que no le pueden ayudar, como salir de la opción nuclear, que es ir en contra de todo lo que hemos hecho durante años y en contra de lo que necesitamos para luchar contra el cambio climático. Se aleja de lo que es la gobernabilidad. ¿Otros socialistas europeos también están mal? Sí, pero no han dejado de gobernar: el PSOE en España, en Alemania, en Portugal… En Francia han abandonado la disposición de gobernar.
P.- ¿En España también hay crisis con la palabra socialismo?
R.- En general. El socialismo es una idea del siglo XIX, con una visión de los medios de producción y de la apropiación de esos medios. La socialdemocracia o el social liberalismo como el de Tony Blair existen. Pero les ha costado mucho renovarse. Hay tres temas con los que la izquierda reformista, la socialdemocracia, no ha sabido reinventarse. Muchas veces, para gobernar, al socialismo, a la izquierda, solo le queda el antifascismo, la defensa de las minorías y el feminismo, pero en otros temas, ¿cuál es su aportación? La izquierda es útil: cada uno de nosotros tiene una mano derecha y una mano izquierda, pero tiene que reinventarse y no caer en la trampa identitaria.
P.- ¿Macron podría llamarle esta vez?
R.- No, no creo que necesite mucha gente. Además, no quiero perder el estatus de observador, de alertar de lo que tenemos que hacer, para lograr estabilidad. Seré más útil en este debate. Yo he gobernado, he sido popular, impopular, muy popular y muy impopular. Veo que hablando en este libro y en coloquios mi discurso interesa. Es más interesante que entrar en campaña.
P.- Como me ha dicho que le gustaría gobernar…
R.- Sí, me gustaría, pero tampoco… No vivo ni con rencor ni con la obsesión porque la vida sería muy triste. Hay tiempo. No tenemos que ser impacientes. Quiero más estabilidad para mi país. Siempre lucharé contra las ideas de la extrema derecha. Ahora tenéis elecciones en Castilla y León y estoy de acuerdo en que el PP tiene que decir claramente que no va a gobernar con Vox. No desprecio a la gente que coge esas opciones, pero los grandes partidos tienen que entender que si se meten en las manos de partidos más radicales, más extremos, más identitarios, pierden. El PP con Vox, la derecha francesa con la extrema derecha. En Francia lo dije en la izquierda: no podíamos gobernar nunca con la izquierda populista de Mélenchon. Es un error histórico y político dejar el destino del gobierno de España en las manos de los nacionalistas catalanes y vascos, de los separatistas. Es un error, porque no es progresista. No lo son ni el populismo de Mélenchon, ni el separatismo catalán o vasco. Creo que fue [Félix] Bolaños quien hablaba de "socios progresistas": nunca he pensado que Bildu; el PNV, un partido más bien conservador, muy respetable; o Esquerra sean progresistas. Aquí hay una equivocación. Por eso, si no hay grandes pactos entre los grandes partidos, pero para solucionar los problemas, no para repartírselos como en el Poder Judicial, no hay solución. Si no, eres rehén de tus socios y eso te aleja de los pactos y provoca polarización.
"En Castilla y León, el PP debe decir claramente que no va a gobernar con Vox"
P.- En España no se ven muy factibles pactos PP-PSOE.
R.- Es absurdo que no sea posible y las culpas son compartidas. Pero, vuelvo a Francia: hay que trabajar de forma diferente. Pactos con los agentes sociales, con los territorios… Pero si no, el populismo, que es la negación de la democracia, ganará. No pensemos que la democracia es eterna.
P.- ¿Definición fácil de lo woke?
R.- Lo woke: el despertar que estaba en un discurso de Martin Luther King. Es un movimiento de destrucción, lo digo de forma negativa, la cancel culture. De imponer la tiranía de las minorías. Una cosa es luchar contra las desigualdades, por supuesto. Otra es que, como una forma de revancha, esas minorías, que pueden ser sexuales o relativas al origen, impongan su lógica en el mundo, en los medios y en la sociedad.
En España hay un intelectual y una política que tienen visión universalista. El intelectual es Félix Ovejero y la política es Cayetana Álvarez de Toledo. Aquí acaba de morir un amigo mío, Laurent Bouvet, gran intelectual francés, de la izquierda. Habló de los fenómenos identitarios. A él, a mí y a otros cuando entramos en esos términos se nos trata de fascistas, de extrema derecha. Y eso ha pasado mucho en España. Te llaman facha. El problema es, si todos somos fachas, ¿el día que llegan los fachas de verdad, qué? Falta que la izquierda intelectual encuentre un espacio político. Lo identitario, el feminismo, el separatismo a través del idioma como en Cataluña o el País Vasco... tenemos que ir con mucho cuidado. Si la izquierda desaparece arrastrada por esos fenómenos, la alternativa será la derecha o la extrema derecha.
P.- Sé que está al tanto: si un ministro francés dice que Francia exporta algo de baja calidad, ¿qué le dicen los franceses?
R.- [Risas] Habría el mismo debate, porque ya lo hay. Las alcaldías del Partido Verde, en Burdeos y en Lyon, no querían carne en las escuelas, en los comedores. El debate no es nuevo: macrogranjas, bienestar animal y qué comemos. Las formas de producción, lo bio, la ecología. Aquí los agricultores hacen muchos esfuerzos. Es un debate interesante. Pero se tiene que hacer de forma razonable. No se puede pasar de un extremo a otro para provocar el sentimiento de que nos están abandonando, de que se están cargando tradiciones y la forma de vivir del campo.
P.- Francia, ¿tiene un verdadero problema con los antivacunas?
R.- Sí, hay hasta directores de hospitales que tienen que contratar seguridad. Cuatro o cinco millones de franceses no han querido vacunarse. En el país de Pasteur...
"Cuatro o cinco millones de franceses no han querido vacunarse. En el país de Pasteur..."
P.- ¿Cuál es su personaje histórico francés más admirado?
R.- Clemenceau, un personaje considerable a quien pocos conocemos. Fue muy importante en los acuerdos de Versalles después de la Primera Guerra Mundial. De joven fue médico en los barrios complicados de París. Pasó varios años en EEUU y hablaba perfecto inglés a mitad del s. XIX. Republicano, laicista, fue periodista. Como político, creó la figura de ministro de Interior. Gran amigo de Claude Monet, viajó mucho y vivió casi hasta los 90 años. Con muchos defectos y terrible con sus enemigos, nunca se equivocó en lo más importante: defender la democracia, la tolerancia, la república y la patria y, además, con una mente abierta en temas culturales.
P.- ¿Y un español?
E.- Carlos V, le tocó uno de esos momentos como los que estamos viviendo en los que el mundo va cambiando. Entre el mundo de la Edad Media y el Renacimiento. Es el heredero de dos imperios, cuando él es emperador se está descubriendo el Nuevo Mundo, nace el Protestantismo...
P.- Padeció muchas crisis.
R.- Vive solo de crisis. Es un caso único. Abandona el poder en uno de los sitios más bonitos de España, más entrañables: el Monasterio de Yuste, al que he ido mucho.
P.- ¿De visita o de retiro?
E.- De visita. Yuste es humilde, no es Versalles. Es parte de la Historia de España. A pesar de un siglo XIX espantoso, España tiene una historia increíble y un idioma con una gran fuerza, el segundo idioma en EEUU. Los mejores 40 años de su historia moderna son la historia de la Transición. Los políticos tenemos que ayudar con la historia: hay que mirarla con los ojos de la verdad, pero también con orgullo. Si a un pueblo no lo ayudas a estar orgulloso de su historia, y sobre todo de su historia moderna, creas unas condiciones en las que en un momento u otro llegan los que te explican que hay que estar orgulloso de la Historia de otro modo. Es de lo que va mi libro. Me fascina el tema de la memoria histórica. En España es triste ver que los logros de la Transición, de la Constitución del 78, han sido tan atacados en los últimos años. Es un error político y también un error ético, casi más que político. Los padres de la Constitución y sus herederos, que han sido los jefes de Gobierno hasta hoy, que España no pueda transmitir a sus hijos a sus nietos esa historia... Utilizar el pasado para dividir es lo que hace Zemmour, es lo que hace parte de la derecha y de la izquierda en Francia, lo que hace parte de la derecha y la izquierda en España… utilizar la historia para dividir. Es un error. Los historiadores tienen que hacer un gran trabajo.
P.- Ahora tenemos a un rey emérito en el exilio.
R.- Ese es otro debate. Pero el logro de Juan Carlos ha sido un logro increíble. Yo tuve la suerte de conocer a Jorge Semprún, era amigo de mi padre. Esa generación que había sido antifranquista en la clandestinidad pero que reconoció los méritos, que participó de este cambio tan importante. El rey emérito fue imprescindible en ese momento, como Adolfo Suárez. A veces, gobiernas no mucho, pero eres útil. El jefe de Estado desempeñó un papel imprescindible. Después ha habido errores, pero no deben servir para borrar lo que fue un momento importante en el que España recobró la democracia. Con su nivel de vida, hoy España es uno de los países más desarrollados del mundo. Y ya estamos hablando demasiado de España.
P.- Terminemos con libros. ¿Qué lee y a quién relee últimamente?
R.- Hay una película francesa que ha sido un éxito que parte de una novela de Balzac, Ilusions perdues. Su historia se ha modernizado para hablar de redes sociales, de polarización, de rumores. Ya había rumores en el siglo XIX. He aprovechado para releer a los grandes autores del siglo XIX: Balzac, Flaubert, Stendhal, Zola, Galdós… La novela moderna que nace en el siglo XIX, que permite entender la modernización de la sociedad, el ascenso de la burguesía… se puede aplicar hoy. Y estoy leyendo, por supuesto, el nuevo libro de Houellebecq [Acaba de publicar Anéantir].
P.- ¿Veredicto?
R.- Es un libro muy diferente de los otros. Hace siete años publicó Sumisión el mismo día del atentado contra Charlie Hebdo. Fue un choque. Éste es interesante, muy diferente, pero hay algo desesperado siempre en él.