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En octubre de 1991, Billy Tyne, patrón del pesquero Andrea Gail, de 22 metros de eslora, zarpó de su puerto base en Gloucester, estado de Massachussetts, y tocó la sirena para saludar al hijo del farero de la isla de Ten Pound, como hacía cada vez que salía a faenar. Llevaba una tripulación de cinco hombres a una expedición tardía, con la que quería compensar las pérdidas por una mala racha de capturas. Había prometido a su armador que esta vez volvería con las bodegas llenas, y luego descansaría.
Al salir al océano, puso rumbo noreste hacia el caladero de Flemish Cap, sólo frecuentado por algunos congeladores españoles y portugueses. El desenlace de lo que ocurrío aquel día fue novelado en La tormenta perfecta, libro que se llevó al cine con el mismo título algunos años después.
En aquel momento, el Villa de Pitanxo todavía no había sido construido en Vigo. Pero el lunes pasado es posible que a Juan Padín, patrón del congelador gallego, se le pasara por la cabeza la historia del Andrea Gail mientras extraía fletán 250 millas al este de Terranova. Lo que no podía imaginar es que, en pocas horas, las cuadernas de su barco reposarían junto a las del pesquero americano a mil metros de profundidad bajo las aguas más malditas de todo el Atlántico, en la zona que se ve en el mapa que ilustra este reportaje.
Pesqueros españoles acorralados
A finales del siglo pasado la NAFO, Organización para las Pesquerías del Atlántico Noroeste, comenzó a limitar el cupo de capturas a los congeladores extranjeros para colaborar en la regeneración de las especies de bacalao, gallineta, fletán y camarón. Canadá se reservó una zona de restricción de 200 millas y arrinconó a los pesqueros españoles y portugueses hacia la meseta de Flemish Cap, un vivero natural solitario, en el mar de Terranova.
La devoción portuguesa por el bacalhau obliga a sus pesqueros a navegar allá dónde se encuentre esta especie. Pero Portugal no tiene flota capaz de capturar todo lo que consume. En esta labor le ayudan los pesqueros españoles, que lo extraen, lo congelan y lo venden en las lonjas gallegas a distribuidores mayoristas.
En las últimas décadas, la especie más codiciada es el fletán (un pescado parecido al lenguado, pero mucho más barato). El actual cupo para España es de 4.000 toneladas. Diez barcos como el Villa de Pitanxo, de entre 50 y 60 metros de eslora, y capacidad de carga superior a las mil toneladas, todos gallegos, partieron a finales de enero a esta campaña invernal. El área de pesca se encuentra en la salida al océano de la corriente del Labrador que trasporta decenas de miles de icebergs árticos, a 5 kilometros por hora.
Las historias que se cuecen en las tabernas hablan de que los hielos son más frecuentes cerca de la costa, no en mar abierto. A veces, -es verdad pero para qué pensarlo- han sido avistados en latitudes excepcionalmente bajas, como Bermudas o Azores debido al derretimiento de Groenlandia por el efecto invernadero.
La noche del hielo
En la noche del 14 de abril de 1912 todavía no había aparecido el cambio climático. El mayor trasatlántico del mundo se encontraba, en una noche estrellada y con mar en calma, en los 41ºN 49ºO, a unas 320 millas (600 kilómetros) al sur de Terranova. Era su viaje inaugural desde Southampton a Nueva York, con 2.208 personas a bordo entre pasaje y tripulación. Sí, hablamos del Titanic, de cuyo hundimiento se cumplirán 110 años en las próximas semanas.
A la cabina de telegrafía del mítico transatlántico había llegado días antes un cable sobre el avistamiento de algunos icebergs por la zona. El capitán, Edward Smith, el comandante más reputado de la armadora White Star Line, había ordenado lo correcto: virar unos grados más al sur para intentar sortear los bloques y situar vigías nocturnos en la cofia.
El marinero Frederick Fleet estaba de guardia aquella noche mientras el barco se dirigía a 22 nudos de velocidad (41 km por hora) hacia la estatua de la Libertad. Quedaba poco más de día y medio para conseguirlo cuando una enorme sombra taponó el horizonte estrellado. Frederick lo tuvo claro desde el primer instante: aquella masa opaca solo podía ser un iceberg gigante.
Tocó la campana tres veces y avisó por teléfono al puente. El oficial Murdoch ordenó al timonel Hichens que virara todo para sortear el obstáculo por estribor y parara máquinas para limitar la fuerza del impacto. A continuación, ordenó hacer lo mismo al sentido contrario para que la popa librara el hielo. Todas las maniobras fueron las pertinentes y de hecho evitaron la colisión frontal, pero la fricción del iceberg con aquella masa de más de 46.000 toneladas desgarró las planchas de acero del costado de estribor, a unos 5 metros por debajo de la línea de flotación. Aunque la anchura de las roturas no superaba los 5 cm, produjo al barco una herida mortal.
Una buena captura
Billy Tyne, al mando del pesquero Andrea Gail, ordenó lanzar las artes de pesca apenas a unos 200 kilómetros al norte del pecio del Titanic. Y comenzó la captura de bacalaos, peces espada y tiburones de más de dos metros de longitud. Los marineros norteamericanos sabían naturalmente que el Titanic se había hundido por esa zona. Murieron 1.496 personas -entre ellas, tres españoles acaudalados- porque no había botes salvavidas para todos; fue el mayor desastre de la historia de la navegación en tiempos de paz. Pero qué importaba ese mal pensamiento ante la gozosa posibilidad de llenar las bodegas. En pocos días estuvieron repletas: casi medio millón de dólares en pescado. Euforia total. En Gloucester, el puerto más antiguo de Estados Unidos, como les gusta presumir a sus habitantes, ya esperaban su regreso. Volverían con unos días de retraso, pero con la caja llena.
La perspectiva de un marinero siempre se reserva un margen oscuro. Hasta la primera cerveza en la taberna del puerto no hay que cantar victoria. Aquel 26 de octubre de 1991, con las cámaras llenas, el congelador del Andrea Gail dejó de funcionar y, además, Billy recibió un parte meteorológico preocupante. A su mente debió llegar como una ráfaga lo que le había ocurrido no muy lejos de allí a la plataforma petrolífera Ocean Ranger nueve años atrás.
La tragedia de la plataforma
Como el Titanic, la plataforma era el artefacto más grande del mundo en su gama y en su momento. Una plataforma petrolífera semisumergible y autopropulsada, construida por Mitsubishi en Hiroshima para la Ocean Drilling Company (ODECO) de Nueva Orleans, capaz de extraer crudo hasta una profundidad de 8 kilómetros. Pesaba 25.000 toneladas con doce puntos de anclaje para soportar vientos de 190 km/h y olas de 34 metros. Estaba situada en los Grandes Bancos de Terranova, 270 kilometros al este del puerto de St. John's. Antes del Atlántico Norte ya había operado en Alaska, Nueva Jersey e Irlanda sin problemas.
El 14 de febrero de 1982, la Ocean recibió el aviso de la llegada de un importante ciclón atlántico. Sus trabajadores siguieron el protocolo establecido para el mal tiempo: colgar la tubería de perforación en el cabezal del pozo submarino y desconectar el tubo ascendente del dispositivo de prevención de reventones.
A primera hora de la tarde todos estos trabajos estuvieron realizados. A las 19.00 la Ocean reportó a sus compañeras de extracción petrolera Sedco y Zapata, ubicadas a pocos kilómetros, la llegada de una ola de 20 metros que había penetrado por un portillo encima de la línea de flotación. A las 21.00 el telegrafista de la Ocean informó que las válvulas de regulación del lastre se abrían y cerraban por efecto del mar. La noche trascurrió dentro de la rutina de un tiempo agitado, pero no inquietante.
El operador transmitió su último mensaje: "No habrá más comunicaciones por radio desde Ocean Ranger. Vamos a los botes salvavidas"
Sin embargo, a la una de la madrugada la emisora de la Ocean emitió un Mayday (llamada de socorro) ante la imposibilidad de corregir una escora de 15 grados de inclinación sobre el mar. Desde tierra partieron en auxilio helicópteros canadienses y desde las plataformas vecinas sus dos buques auxiliares. Media hora después, el operador de radio transmitió su último mensaje: "No habrá más comunicaciones por radio desde Ocean Ranger. Vamos a las estaciones de botes salvavidas". En medio de la noche y de un mar arbolado, la tripulación abandonó la plataforma que permaneció a flote durante otros noventa minutos. A las tres de la madrugada, se hundió.
Una fecha siniestra
A la mañana siguiente, en su lugar sólo quedaba un puñado de boyas maltrechas. Ni rastro de sus operarios. Testigos desde los barcos de socorro aseguraron haber visto a una veintena de hombres en el agua. Con los restantes no pudieron hacer nada para rescatarlos de las balsas debido a la oscuridad y al oleaje descomunal. Cuando llegaron los helicópteros, a las dos y media de la madrugada, todos habían sucumbido a la hipotermia y se habían ahogado. No hubo supervivientes. Ochenta y cuatro víctimas, cinco de ellas, españolas.
El mar devolvió en las siguientes horas 22 cadáveres. Era el 15 de febrero de 1982. Parece increible. ¡Exactamente 40 años antes del hundimiento el martes pasado del Villa de Pitanxo en las mismas aguas! De hecho, las ceremonias de conmemoración de la tragedia petrolífera tuvieron que posponerse en tierra debido al mismo tiempo adverso que estaba haciendo zozobrar al pesquero de Marín.
Al día siguiente de la catástrofe de la Ocean Ranger, el portacontenedores soviético Mekhanik Tarasov fue golpeado por las mismas condiciones climáticas aproximadamente a 65 millas (105 km) al este. El carguero se inclinó dramáticamente durante horas antes de hundirse. Perdieron la vida 32 de sus 37 tripulantes.
La isla de Nantucket, al sur de la bahía de Boston, es de donde parte el ballenero Pequod en busca de Moby Dyck en la famosa novela de Herman Melville, escrita en 1851. Allí los lugareños supersticiosos creen escuchar el golpeo de la pata de palo del capitán Ahab cuando el mar se cobra su impuesto humano en las noches de tormenta. Algunos aseguran haber visto su figura negruzca en el muelle y un gesto de extraña conmiseración en el rostro del personaje literario que más se obsesionó jamás por la captura de un cachalote.
Los lugareños creen escuchar la pata de palo del capitán Ahab cuando el mar se compra su impuesto humano en las noches de tormenta
La decisión del Andrea Gail
Pero Billy Tyne, a bordo del Andrea Gail, no estaba para supersticiones aquel 26 de octubre de 1991 en el que recibe el parte meteorológico que nunca habría querido recibir. La estación avisa de la llegada del huracán Grace desde las Bermudas y su colisión con un frente frío procedente de Canadá en dirección Este. La confluencia ocurrirá sobre un vórtice de bajas presiones a 300 kilómetros de la isla de Sable, justo donde se encuentra el pesquero. Es la tormenta perfecta.
La historia fue recreada por el escritor Sebastian Junguer y llevada al cine en el 2000 por Wolfgang Petersen, con George Clooney como protagonista. Ningun patrón de pesca del mundo se ha perdido esta película.
Billy reunió a la tripulación. Había que elegir entre alejarse del temporal y volver a puerto con el pescado podrido, o intentar atravesar el temporal y salvar las capturas. Los cinco marineros decidieron intentarlo y el barco puso proa a Gloucester. En su última comunicación por radio, Billy reportó olas de más de diez metros y vientos de más de 150 kilómetros por hora a 300 kilómetros de la isla de Sable, un pequeño arenal frente a Halifax en el que están datados 353 naufragios desde el siglo XVI.
Una ola inimaginable
Posiblemente, la ola que se llevó por delante al Andrea Gail fue de 30 metros; hay quién opina que de 45 metros. El temporal sacudió Terranova, Nueva Inglaterra y Massachussets durante días. Nunca se encontró ni el pesquero ni a sus ocupantes. Aquel ciclón fue bautizado como la Tempestad de Halloween. El taco de madera del capitán Ahab seguía resonando en los muelles.
Todos los accidentes en el mar han mejorado las condiciones de seguridad a posteriori. La pérdida de vidas es una inmolación que siempre redunda en beneficio de quienes lo surcan después. El naufragio del Titanic en 1912 provocó la creación a los dos años del convenio internacional SOLAS de protección de la vida humana en el mar, todavía vigente. El hundimiento de la Ocean Ranger en 1982 obligó a incrementar las medidas de supervivencia de los buques auxiliares de las plataformas petrolíferas. En cuanto a los barcos pescadores, hacen lo que pueden… entre las exigencias de su armador, la climatología que sufren y el cascarón que manejan.
Desde que en 1565 se hundiera en Terranova el ballenero guipuzcoano San Juan en una singladura pionera, la lista y la aprensión hacia estas aguas malditas no ha hecho más que crecer. El 24 de enero de 1992, los 23 tripulantes gallegos del Izarra I fueron salvados por la tripulación del Arkay vigués, cuyos marineros tuvieron a su vez que ser rescatados por la marina canadiense once años más tarde, semicongelados y a la deriva. Al llegar a Cangas, los marineros declararon: "¡Son gajes del oficio!"
En 2009, otro congelador gallego, el Monte Galiñeiro, se hundió en las aguas frías entre Groenlandia y Terranova en sólo 18 minutos. Sus 22 ocupantes pudieron ser recuperados sanos y salvos por los guardacostas canadienses.
El último siniestro de la lista es el Villa de Pitanxo hace tres días. Un golpe de mar por popa empieza a abrirse como explicación de su naufragio. El hundimiento debió producirse en minutos. De sus 24 marineros, tres fueron rescatados con vida, entre ellos el patrón, Juan Padín. Nueve fueron encontrados muertos por hipotermia. Doce siguen desaparecidos. La historia de la pesca es la de hombres que desaparecen en el mar, llorados por mujeres y otros hombres que los esperan inútilmente en tierra.
La niebla se levanta. Entonces sueltas amarras. Te acercas al canal. Haces sonar la sirena y saludas al hijo del farero de la isla Ten Pound. Eres el patrón de un maldito barco de pesca. ¿Hay algo mejor en el mundo?