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"Soy partidario de los negros. La civilización blanca —sus valores, su cultura— son un modelo falso y deshumanizador. El mundo construido por los blancos no ha valido la pena. Opresión de multinacionales depredadoras, MTV, gays y lesbianas: este es el fruto de la civilización blanca, de la cual es necesario deshacerse. Rusia se ha salvado sólo porque no somos blancos puros. Así que estoy a favor de los negros o de los amarillos pero no de los blancos".
Quien esto afirma es el politólogo y polemista Alexander Guélievich Duguin, moscovita de 60 años que se ha convertido en el profeta con los ojos muy abiertos que predice la dominación de Europa por parte de Rusia a través de Ucrania. Hijo de un oficial del KGB, criado en una Unión Soviética que detestaba, abrazó el fascismo como forma de rebeldía. Junto a Eduard Limonov, fundó el Partido Nacional Bolchevique —mitad punk, mitad fascista pese al nombre—y mordieron el polvo en las elecciones.
Duguin puede parecerse al malvado hermano pequeño de Santa Claus y hablar como un villano de una película de Austin Powers, pero no es casualidad que se haya ganado el apodo de Rasputín de Putin.
Sus libros, a menudo, herméticos o simplemente descabellados, son lectura obligatoria no sólo para quienes intentan comprender lo que pasa en Ucrania, sino también el Brexit, la victoria de Donald Trump o la emergencia global de la extrema derecha. Todo lo cual es bastante alarmante, porque revela su inquietante y creciente influencia en Occidente. Duguin actúa como intermediario encubierto entre Moscú y los grupos de extrema derecha en Europa, muchos de los cuales se cree que reciben fondos del Kremlin.
Devoto de Lenin y de Hitler
La actividad política e intelectual de Duguin se inició en los primeros 80 en el Círculo Yuzhinsky, el underground soviético esotérico y filofascista. A finales de 1990, publicó un artículo titulado La amenaza de la mundialización en el que recogía parte de las ideas de Alain de Benoist (fundador de la Nueva Derecha francesa) para alertar de la supuesta conspiración de la élite global para crear un gobierno mundial. Ahora la revista Foreign Affairs, lo llama "el cerebro de Putin" y en alguna ocasión él mismo ha presumido de que Putin llevaba sus musas al teatro y convertía en Historia sus teorías.
Lo llaman "el cerebro de Putin" y él mismo ha presumido de que Putin convertía en Historia sus teorías
Eso es probable, pero Duguin no es exactamente asesor de Putin ni mucho menos su gurú o filósofo de cabecera. Aunque trabajó como asesor del presidente de la Duma estatal Sergei Naryshkin —un miembro clave del partido gobernante Rusia Unida—, que ahora es director del Servicio de Inteligencia Extranjera (SVR) y ha apoyado enérgicamente la intervención rusa en Ucrania. En cualquier caso, si hay un patrón en la política exterior de Putin se parece mucho a lo que viene proponiendo Duguin. De hecho, antes de su guerra híbrida contra Ucrania, el Kremlin infiltró activistas próximos a Duguin en el país vecino.
Cuando era sólo un treintañero, ya tenía una corte de fieles, estudiantes fascistas, curas ortodoxos antisemitas, bohemios y rudos adolescentes provincianos que se referían al maestro como "el más grande filósofo ruso de la segunda mitad del siglo XX".
Cautivaba a su auditorio con las hermosas historias de su repertorio: el sacrificio heroico de los kamikazes japoneses, el suicidio de Mishima, la secta de paramilitares budistas fundada en Mongolia por el barón Ungern von Sternberg. Con su barba negra, sus cejas pobladas, su voz cálida, era el narrador inspirado del que se prendó Limonov y que no tardaría en seducir a los oficiales de la academia de Estado Mayor, a los estrategas del Ministerio de Defensa ruso y a Vladimir Putin.
Cuenta Emmanuel Carrère en su libro sobre Limonov, que revivía con un arte consumado la figura del barón Ungern von Sternberg, -aristócrata letón, ferozmente antibolchevique comparable a otras que también admira como la del Aguirre de Werner Herzog o del Kurtz de El corazón de las tinieblas-. En ese panteón de devociones habría hueco también para Charles Manson, "no hay problema, los amigos de nuestros amigos son amigos nuestros. Rojos, blancos, pardos, da igual: lo único que importa —Nietzsche tenía razón—, es el impulso vital". Su figura y su pose resultaban inquietantemente hipnóticas.
Acoge en el revoltijo de su panteón a Lenin, Mussolini, Hitler, Leni Riefenstahl, Maiakovski, Jung, Mishima, Jünger, al dominico alemán Maestro Eckhart, a Andreas Baader (fundador de las Brigadas Rojas), Wagner, Lao-Tsé, Che Guevara, Rosa Luxemburgo, al sabio de las religiones indoeuropeas Georges Dumézil, al situacionista Guy Debord, o a Julius Evola (inspirador intelectual del terrorismo negro en la Italia de los años 70).
También a Dostoievski, al historiador Karamzín, inspirador de una visión de Rusia donde la desgracia del pueblo se ve compensada por su grandeza espiritual y, last but not least, al poeta ruso Nekrásov cuyo poema-epopeya ¿Quién es feliz en Rusia? describe el panorama de la Rusia rural, sus tradiciones, las penas y alegrías de sus gentes.
Y luego están los fascistas intelectuales, por lo general febriles, macilentos, a disgusto en su pellejo, sumamente cultivados, que frecuentan pequeñas librerías esotéricas y desarrollan teorías nebulosas sobre los templarios, Eurasia o los rosacruces. "Duguin —escribe Carrère— pertenece a esta variedad, sólo que no es un muchacho enclenque y a disgusto consigo mismo, sino un ogro. Grande, barbudo, con el pelo largo, camina como un bailarín. Habla quince lenguas, lo ha leído todo, bebe a palo seco, se ríe abiertamente, es una montaña de ciencia y de encanto".
Desde luego, ha encantado a Putin cuyo comportamiento —primero en Georgia o Transnistria (Moldavia) y ahora en Ucrania— está inspirado por este metafísico ecléctico. Su ideología es una macedonia de frutas tóxicas: un amasijo de fanatismo, esoterismo, teorías conspirativas, misticismo oriental, milenarismo, nostalgia de la Santa Rusia, fascismo, "asiaticidad" y antieuropeísmo. Y todo este patchwork salpimentado con el afán de epatar y la posverdad. De esa envoltura doctrinal para el imperialismo, Putin —hombre pragmático— ha sacado lo que le conviene.
Eurasia, un tercer continente
La intervención rusa en la región ucraniana del Donbás en 2014 se llamó la Primavera Rusa. Pero fue la primavera del fascismo ruso. Duguin expresó entonces su alegría por "la expansión de la ideología de liberación de Europa frente a Estados Unidos". Era el propósito del euroasianismo: una comunidad fascista de naciones desde Lisboa a Vladivostok.
También entonces, proclamó que se había deshecho la historia: "La modernidad siempre fue fundamentalmente mala, y ahora estamos en el fin de la modernidad. La lucha inminente va a ser una emancipación del liberalismo y sus beneficiarios". Para Duguin un diplomático estadounidense de origen judío es "un sucio cerdo", y un político ucraniano de origen judío, "un demonio" y "un bastardo".
En la mente conspiranoica de este antisemita 2.0, el Euromaidán (como se conoce el movimiento de protesta que hubo en Kiev en 2013 de tinte nacionalista y europeísta) era obra del Mossad y, como respuesta, Duguin postuló el genocidio contra los ucranianos. Tras aquella Revolución, escribió en las redes: "Deberíamos limpiar Ucrania de estos idiotas. El genocidio de estos cretinos es inevitable y obligatorio. No puedo creer que sean ucranianos. Los ucranianos son gente eslava maravillosa. Y esto es una raza de bastardos que ha salido de las alcantarillas". Ese mismo año, fue expulsado de su puesto de profesor en Moscú por inducción al asesinato: "Matar, matar y matar a los responsables de las atrocidades en Ucrania".
Por viles que sean sus ideas, constituyen un manual loco y rabioso de lo que está sucediendo hoy y puede seguir sucediendo mañana a mayor escala. Debe ser leído con atención por todos aquellos spin doctors que están planeando el contraataque.
Los últimos acontecimientos en Ucrania han solidificado el dominio del "eurasianismo" made in Duguin en la imaginación de los cabezas de huevo más influyentes del Kremlin. Se trata de una doctrina geopolítica ecléctica y difusa articulada sobre la idea de Eurasia como un tercer continente entre Europa y Asia con Rusia en el centro como eje de una civilización distinta a Occidente e históricamente enfrentada a ella. Esta ideología anuncia el resurgimiento de Rusia como una potencia mundial conservadora en confrontación agresiva con la hegemonía y los valores liberales de Occidente.
La Historia nos enseña que las ideas son la fuerza magmática de la vida pública, que retumban bajo los pies de los poderosos, moldeando sus acciones y la respuesta popular. Como escribió Isaiah Berlin, las ideas "son la brújula de las relaciones de un hombre consigo mismo y con el mundo exterior". Las ideas de Duguin son la brújula de Putin.
El pasado lunes, en un discurso televisado, el líder ruso dijo que Ucrania es un Estado ilegítimo, reclamó toda Ucrania como un país "creado por Rusia" y tildó al Gobierno de Kiev de "títere" de Estados Unidos. De seguir las consignas de Duguin, que han balizado muchas de las actuaciones del Kremlin, Rusia podría tratar de capturar no sólo Donetsk y Lugansk, sino más territorio e incluso expandirse por el país para eliminar la amenaza del viraje de Kiev hacia la OTAN.
La guerra del Donbás
Molesto con las críticas occidentales hacia él cuando regresó a la Presidencia para un tercer mandato en 2012, Putin se dio cuenta de que una Rusia independiente nunca podría ser parte del club occidental como había querido anteriormente. Llegó a la misma conclusión en la práctica que Dugin en la teoría. El filósofo lo celebró: "Putin se está convirtiendo cada vez más en Duguin, implementando el programa que llevo construyendo toda mi vida".
Lo mismo había ocurrido en 2008 cuando Duguin afirmó que Georgia estaba perpetrando un genocidio entre los separatistas georgianos de Osetia del Sur y Abjasia y que Rusia debía responder con la fuerza. En una protesta a las puertas del Ministerio de Defensa, varios activistas de su Movimiento Euroasiático gritaban: "¡Tanques a Tiflis! [capital de Georgia] ¡Gloria a Rusia! ¡Gloria al imperio!". Duguin se fue a Osetia del Sur, se fotografió con una granada anticarro y poco después estalló la guerra. No fue la última vez que el Kremlin lo utilizó como uno de sus instrumentos para externalizar o subcontratar parte de su acción encubierta en el exterior.
Aun así, el alcance de la influencia de Duguin en Putin no está claro y ha tenido altibajos a lo largo del tiempo. Sin embargo, está fuera de discusión el ascendente que ha tenido su visión geopolítica. La reconquista de Chechenia en 1999, la intervención en Georgia en 2008, la invasión de Ucrania en 2014 y el control más estricto sobre Siria son completamente consistentes con la estrategia de Duguin para la Madre Rusia.
La guerra del Donbás empezó en noviembre de 2013, cuando miles de manifestantes protestaron en Kiev contra la decisión del presidente ucraniano, Viktor Yanukovich, de suspender la firma de los acuerdos de asociación y libre comercio con la Unión Europea. Las protestas nacionalistas y europeístas —el Euromaidán— provocaron la destitución de Yanukovich.
Una desgracia para Putin, porque suponía la pérdida total del control de Rusia en el proceso de toma de decisiones en Kiev. Cuando Yanukovich tuvo que salir por pies de Kiev y se acabó la tutela rusa en Ucrania, Putin se dio cuenta de que nadie escucharía a Rusia si no fortalecía su posición. Así que hizo caso a Duguin y la fortaleció. Animó el levantamiento de las comunidades rusas de la península de Crimea y del este de Ucrania y aprovechó la situación para anexionarse Crimea y apoyar a las milicias separatistas de Donetsk y Lugansk. Ese era el propósito de Duguin.
El feroz campeón del imperialismo ruso, o lo que él llama euroasianismo, defiende la tradición frente al liberalismo, la autocracia frente a las instituciones democráticas, la estricta uniformidad frente al pluralismo. Su tesis principal es que las tres grandes ideologías (liberalismo, comunismo y fascismo) están superadas por una nueva que llama "populismo integral" y que es rabiosamente antimoderno. La modernidad sería un proceso de degeneración iniciado en el Renacimiento y agudizado tras la Revolución Francesa, que conduce al triunfo del "totalitarismo liberal"; o sea, la "poshumanidad", el fin de toda trascendencia. Lo dice en su libro más conocido, La Cuarta Teoría Política (2009), la que superaría y suplantaría a la democracia liberal, el marxismo y el fascismo. Aunque él parece bastante aficionado al fascismo. De hecho, fue él quien lo llevó a Rusia desde Occidente.
Esquizofascismo y paranoia
Se trata de una nueva variedad del fascismo a la que el catedrático de Yale Timothy Snyder llama esquizofascismo: los verdaderos fascistas llamándoselo a sus adversarios. Ese es un mantra de Putin en Ucrania: Rusia es inocente y, por tanto, ningún ruso podría ser jamás fascista. Los rusos educados en los años 70, incluidos Putin y sus propagandistas bélicos, aprendieron que "fascista" quería decir "antirruso". En el discurso ruso contemporáneo, le es más fácil a un ruso fascista llamárselo a uno que no lo es que a uno que no es fascista llamárselo a un ruso que sí lo es. Por eso Duguin acusa de fascistas, y con lenguaje fascista, a sus enemigos que no son fascistas. Los ucranianos que defienden su país no son más que "mercenarios sacados de las filas de los cerdos fascistas ucranianos".
Las encuestas señalan en Rusia una creciente nostalgia de la URSS y un deseo de volver al orgullo de ser ruso
El esquizofascismo es una de las numerosas contradicciones en la política del Kremlin en Ucrania. De acuerdo con la propaganda rusa, la sociedad ucraniana está llena de nacionalistas, pero no es una nación; el Estado ucraniano es represor, pero no existe; se obliga a los rusos del Donbás a hablar ucraniano pese a que ese idioma no existe. Como Duguin, Putin tacha de fascistas a los ucranianos que se oponen a la invasión rusa. En marzo de 2014, hablando del caos que había provocado Rusia al invadir el país vecino, Putin afirmó que "este golpe lo llevaron a cabo los nacionalistas, los neonazis, los rusófobos y los antisemitas". Una frase de resonancias duguinianas y esquizofascistas.
El virus del duguinismo se está decantando en el torrente sanguíneo de la "derecha alternativa" estadounidense y de la ultraderecha europea. Duguin es el abanderado en la sombra de esa lucha final: "Debemos crear alianzas estratégicas para derrocar el actual orden de cosas, cuyo núcleo podría describirse como los derechos humanos, la democracia y la corrección política, todo lo que es la cara de la Bestia, el Anticristo".
Aunque critique a Putin de vez en cuando, el Kremlin aprovecha la larga lista de contactos ultras que el filósofo mantiene por todo el mundo: la nueva nomenklatura suele delegar algunas intervenciones a agentes oficiosos. "El valor añadido de Duguin a ojos del Kremlin es su capacidad para consolidar redes de Kazajstán a Argentina, pasando por Turquía, Grecia, Alemania, Italia, Hungría o España", explicaba en la revista Letras Libres Nicolás de Pedro, analista del think tank escocés Institute for Statecraft.
Cada vez más aficionado a la historia, el discurso del pasado lunes del líder ruso (su visión de una Rusia como superpotencia global y sus intenciones de dotarla de nuevo de tintes imperiales) tuvo tintes del esencialismo duguiniano que amenaza el futuro en el espacio postsoviético. Igual que la de Duguin, la visión del mundo de Putin es paranoica. El presidente ruso cree que Estados Unidos está tratando de desestabilizar Rusia. Putin acepta el consejo de un grupo cada vez más reducido de asesores de confianza, la mayoría de ellos tienen —como él mismo— antecedentes en la KGB y ven hasta en la sopa siniestros complots occidentales. Los que se preocupan por la economía en Rusia cuentan poco en la toma de decisiones.
Las encuestas señalan en Rusia una creciente nostalgia de la URSS y un deseo de volver al orgullo de ser ruso, al alma eslavista de los mujiks. Frente al parlamentarismo, prefieren el poder de un hombre fuerte. Ya tienen a Putin. Y el líder tiene a un Rasputín que le susurra al oído el eterno retorno de lo perenne frente a la novedad y el progreso: perversiones occidentales, como la democracia, el liberalismo, el parlamentarismo, los derechos humanos y el individualismo.
Pocas horas después de la publicación de los decretos que reconocían la independencia de Donetsk y Lugansk, una columna de vehículos blindados se adentró en el Donbás. En la retaguardia resonaban las ideas de Duguin y sus palabras frenéticas, que siempre preceden a los hechos sanguinarios.
Lo que piensa de España
Cuando habla de España, Duguin resulta un cruce entre el surrealismo de Dalí y el de Ernesto Giménez-Caballero. Lo hace en el prólogo a la edición española de La Cuarta Teoría Política.
"España —escribe— es parte de Europa, del proyecto occidental responsable de la degradación de la humanidad. La cuestión es ¿los españoles se dan cuenta de ese Untergang (hundimiento)?" Le apasiona la parte trágica de la cultura española, la "España existencial" que sería la confluencia del Alcázar de Toledo y el duende lorquiano. El ejemplo del coronel Moscardó sacrificando a su hijo para no rendir el Alcázar es "la esencia de España, la España Negra. La España cuya existencia está orientada a la muerte".
La voz de esa España telúrica es García Lorca, "el poeta fusilado, el poeta de la muerte", el acuñador de la palabra "para describir lo indecible: el duende". "Ese daimon recóndito es lo que aprieta los dedos de una gitana en torno al cuerpo de un niño muerto, lo que llena el cuerpo de una bailaora con escalofríos de otoño antes de los primeros sones del flamenco, lo que permite a un matador herido de muerte echar una mirada a su pierna ensangrentada. El nombre del duende es España. Un muerto en España está más vivo que en ningún sitio del mundo. España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional".
Lo dice con admiración, como un halago a los españoles: "España es la España negra, mortal y mortífera. Su destino puede ser diferente", con un enemigo que identifica como el capitalismo, destructor de la familia y de los trabajadores.
Sueña con un mundo en el que la vieja división izquierda-derecha y el conflicto Este-Oeste fueran irrelevantes. El conflicto, entonces, sería entre tradicionalistas y pluralistas, entre nativistas y globalistas, entre autocracia y liberalismo. Ese es el mundo de Duguin. En él, Vox y Podemos a pesar de todas sus diferencias, estarían del mismo lado. Como llegaron a estarlo Putin y Trump o el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga de Matteo Salvini cuando en 2018 alcanzaron un acuerdo de gobierno ambidextro en Italia.
Nada de izquierda o de derecha, sólo los pueblos contra las "élites globalizadoras". Fin de la historia.