El pasado sábado, Vaguit Alekpérov, presidente de la compañía rusa LUKoil, despegó desde Estambul y aterrizó en Moscú. Unos días antes había estado en su yate, el Galactica Super Nova, por Montenegro. Un viaje también interesante hizo Roman Abramovich, cuya fortuna viene del petróleo, que despegó de Dubai y poco después aterrizó en Moscú... Y así se puede seguir un buen rato.
Estas dos personas, y otras tantas de perfil similar cuyos viajes ahora están siendo monitorizados, tienen en común una cosa: son gente que se hizo rica tras la caída de la Unión Soviética y que ahora representan ese grupo de pretorianos que son los oligarcas rusos cercanos al presidente del gigante eurasiático, Vladimir Putin.
Si se puede saber de dónde despegan, dónde aterrizan y dónde fondean sus súper yates todos estos oligarcas, no es gracias a una sofisticada agencia de espionaje, sino a Jack Sweeney, un chaval de 19 años que estudia Tecnologías de la Información en la Universidad Central de Florida. Monitoriza los movimientos desde su diminuto cuarto en la residencia estudiantil y lo sube a Twitter para que lo vea todo el mundo. La magia de internet hace el resto.
"Antes de esto, ni siquiera sabía que había oligarcas así de influyentes. Ahora veo que tienen una cantidad importante de poder", relataba el joven en una entrevista. Así, casi de casualidad, como si fuera un juego, Sweeney se ha convertido en un agente más contra los poderosos rusos que campan a sus anchas por el mundo y que ahora están siendo presionados por las fuerzas de Occidente con el objetivo de elevar la tensión contra Vladimir Putin a causa de la invasión rusa contra Ucrania.
Ante la imposibilidad de tomar acciones militares directamente contra Rusia, por las consecuencias -guerra nuclear incluida- que ello podría acarrear, los principales apoyos internacionales de Ucrania han visto en estos oligarcas, a los que consideran corresponsables de la guerra, un frente más sutil pero también doloroso: el económico.
Tanto Estados Unidos como otros países de Europa han comenzado a atacar a esta clase social rusa expropiando sus bienes, impidiéndoles acceder a sus activos, confiscando sus yates, etcétera. Y la medida parece que está siendo efectiva ya que, según la revista 'Forbes', su patrimonio está cayendo en millones de euros. La esperanza es que aquellos que susurran a los oídos de Putin, susurren que basta ya en Ucrania. Y Sweeney aporta su granito de arena complicando su privacidad.
Más presión
Esos oligarcas que conforman el círculo de confianza de Putin son todos personas que se hicieron increíblemente ricas tras la caída de la Unión Soviética, aprovechando sus contactos para agenciarse empresas clave para el país que antes eran de propiedad estatal. Ahora, 30 años después de su gran oportunidad, llevan una vida de lujo casi obscena para el resto de los mortales.
Un ejemplo de ello es el Galactica Super Nova de Alekpérov, que tiene 70 metros de eslora, piscina con fondo transparente que se llena por una cascada y cuatro suites dobles. Pero también tienen jets privados con los que se mueven por el mundo y con los que llevaban una vida relativamente privada. Hasta ahora, hasta que Jack Sweeney se ha puesto a darles publicidad.
Este estudiante monitoriza sus movimientos a través de tres cuentas de Twitter. Empezó en febrero con los perfiles @RUOligarchJets y @PutinJet, que siguen los aterrizajes y despegues de los aviones privados de los oligarcas y los del propio presidente -que, la verdad, se ha movido poco últimamente-. Y hace unos días añadió a sus dos cuentas la de @RussiaYachts, que hace lo propio con los yates.
Entre las tres cuentas junta ya casi medio millón de seguidores y se ha convertido en todo un fenómeno en internet. En ellas advierte de cuándo despegan los aviones, su ubicación, su destino y hasta detalles sobre cuánta gasolina han gastado y cuánto ha costado todo ello. Lo que no puede asegurar es si el oligarca de turno va dentro del vehículo, pero si no es él, se trata de alguien cercano. La gente no va prestando sus jets por ahí.
Lo curioso es que Sweeney ni siquiera ofrece una información secreta, sino que ha tenido la astucia para saber tratarla y dar con la forma adecuada de ofrecérsela al mundo. Y es que los datos con los que trabaja son relativamente fáciles de conseguir. Hay muchos portales gratuitos en los que metes la matrícula de un avión y le puedes hacer el seguimiento. Sin embargo, muchas de estas empresas dejan fuera de sus listas aviones de Estado, militares, de personalidades famosas, etcétera.
Pero Sweeney se ha saltado esta limitación comprando a los datos de ADSBexchange, una empresa que comercializa con ellos y no pone trabas a qué información se accede o quién accede a ella. A partir de ahí, ha elaborado un código que ha enlazado con sus cuentas de Twitter, que ahora publican automáticamente la información cada vez que una de las aeronaves seleccionadas registra un movimiento en un aeropuerto. Y si algo caracteriza los viajes en avión, es que los detalles del mismo se conocen al milímetro.
Becario de Elon Musk
Pero, en realidad, nada de esto es nuevo para Jack Sweeney, sino que ha estado practicando y no es la primera vez que monitoriza las aeronaves privadas usadas por personas ricas. En junio de 2020 juntó su pasión por la informática y por la marca de coches Tesla, y se puso a seguir al avión Gulfstream G650ER del multimillonario Elon Musk, dueño de la empresa, entre otras.
Poco a poco, la popularidad de su perfil de Twitter, Elon Jet, empezó a subir como la espuma y llegó a los oídos de Musk. El 39 de noviembre de ese mismo año, fue el propio dueño de Tesla el que escribió un mensaje por la red social a Sweeney y le pidió que, por favor, eliminase la cuenta ya que podía suponer un problema para su seguridad. Hacía más fácil que "los locos me rastreen", dijo, según aseguró Sweeney en una entrevista.
Cuando el estudiante, que entonces apenas gastaba 17 años, dijo que no, Musk respondió ofreciéndole 5.000 dólares americanos por cerrarla. Sweeney contraofertó: la cerraría si el magnate le daba 50.000 dólares, un Tesla, o un puesto de becario en alguna de sus empresas. A todo ello el multimillonario ni respondió.
La popularidad de la cuenta, avivada por la negativa del joven a cerrar la misma, empezó a correr por internet y, en cuanto empezó la guerra de Rusia contra Ucrania y comenzaron las sanciones a los oligarcas, un usuario anónimo le preguntó a Sweeney que por qué no hacía con los rusos lo mismo que había hecho con Elon Musk. Y, así, gracias a ello, ahora cualquiera puede saber dónde vuelan estas personas que forman el círculo de benefactores de Vladimir Putin.
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