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Marine Le Pen (53) impone su presencia. Mide casi dos metros con tacones y tiene una voz grave, reconocible, incluso, a través de la mascarilla. Todo esto me lo ha contado una amiga francesa que se la cruzó la semana pasada en el aeropuerto de Orly y se quedó petrificada. "Ahí está ella, la sonrisa del régimen, la primera dama de la extrema derecha francesa", pensó, y, sin embargo, mi amiga, estilista de profesión y muy acostumbrada a lidiar con los egos de las celebrities, solo se atrevió a balbucear un comentario absurdo: "Eres Marine Le Pen, ¿verdad?". Circunstancia que la aludida confirmó para, inmediatamente, seguir paseando su rotundidad por la sala de embarque.
A Marine se le pueden señalar muchas faltas, pero hay que reconocerle un mérito: convertir un partido marginal en la segunda fuerza política de Francia. Sus incondicionales más ortodoxos la llaman chaquetera (retourner sa veste en francés), según contaban la semana pasada en una radio francesa.
Le afean que haya matizado su discurso sobre el velo y que haya eliminado puntos del programa de su padre, entre ellos la expulsión inmediata de los emigrantes ilegales. Tampoco les gusta que haya aceptado las uniones civiles de parejas del mismo sexo, que haya dejado la ley del aborto tal cual está, y que haya eliminado de su programa la pena de muerte.
Todo para que los votantes la miren con otros ojos, concretamente, con los de Madame la Présidente de la République. Gracias a una minuciosa operación de blanqueo que la propia Marine llamó en su día de "desdemonización" (dédiaboliser, en francés) ha pasado a la segunda vuelta de las elecciones con más de la mitad de la población considerando que ya no es un peligro para la democracia, y el 24 de abril le disputará la presidencia de Francia a Emmanuel Macron (44).
Si el viento gira a su favor -hasta ahora Macron es el favorito- Le Pen podrá mudarse con sus seis gatos al Elíseo y allí podrá darles la vida de amor y lujo que merecen porque estas mascotas, personajes con peso específico en su Instagram, han sido un elemento clave en su blanqueamiento. Casi desde los albores de internet quedó demostrado el efecto magnánimo de los gatos sobre las opiniones del personal.
La experta en cultura digital Jessica Gall Myrick, después de estudiar en profundidad un asunto que parece trivial, llegó a la conclusión de que, incluso, ver vídeos de gatos sin sus dueños saca lo mejor de la gente. "Se sienten mejor, con un estado de ánimo positivo, más energía, esperanza, felicidad y alegría", escribió en su trabajo.
Le Pen podrá mudarse con sus seis gatos al Elíseo y allí podrá darles la vida de amor y lujo que merecen
Nunca sabremos si el equipo de Marine conoce este estudio, pero es evidente que sus gatos han sido un activo en su carrera política. Recordemos que Marine salió finalmente de la égida de su padre por la muerte de Artémis, uno de sus gatos que fue devorado por un dóberman de Jean-Marie Le Pen (93).
Después del trágico suceso ocurrido en 2014, Marie salió pitando con sus hijos y su prole gatuna de la casa paterna para empezar a andar su propio camino. Al año siguiente expulsó a su padre del partido después de que soltara aquello de que las cámaras de gas habían sido solo "un detalle" en la II Guerra Mundial.
La resurrección de Marine Le Pen la resumen muchos analistas franceses en la fórmula Pouvoir d' achat et pouvoir de chat, un juego de palabras que describe su estrategia: una fórmula equilibrada de poder adquisitivo, el problema de primer orden de los franceses, más el poder de los gatos, que le otorgan una imagen de mujer tierna y cercana. En su cuenta de Instagram celebró el Día Internacional del Gato con este chiste:
- ¿En qué se parecen un perro y un gato?
El perro piensa: ellos me alimentan y me protegen, ellos deben ser dios
El gato piensa: Ellos me alimentan, me protegen, ¡yo debo ser Dios!
En una encuesta del Instituto Ifop realizada antes de la primera vuelta del pasado domingo, el 53% la consideraba "simpática" frente al 47% que pensaba lo mismo de Macron. El 60% la sentía "cercana a las preocupaciones de los franceses, y un 47%, "apegada a los valores democráticos".
Nadie hubiera imaginado un segundo asalto al Elíseo en 2017 cuando, tras su derrota, muchos la dieron por muerta. En realidad, su campaña de blanqueo en solitario se había puesto en marcha en 2011, cuando tomó las riendas del partido, expulsó a su padre, e hizo una maniobra de rebranding del Frente Nacional que pasó a llamarse Rassemblement Nacional. Un movimiento que el patriarca encajó mal: "Es el golpe más severo que ha recibido mi partido desde su fundación", dijo. Desde entonces Marine ha trabajado a conciencia en la dulcificación de su imagen para ganarse a un electorado que padecía una desconfianza endémica hacia el apellido de su familia.
Algo ha ayudado la aparición de otro líder aún más radical, Éric Zemmour (63), que la ha empujado al centro y ha serenado sus discursos. También parece haberla aupado la enésima intriga de la saga Le Pen: su sobrina Marion Maréchal (32), hija de su hermana Yann, y ahora musa de la ultraderecha radical católica, se ha unido a la campaña de su rival por la derecha, Zemmour. Un giro de guion que centra aún más la posición de Marine y le otorga un halo de lánguida dama traicionada.
En su contra juega su compadreo con Putin en un contexto de guerra con Ucrania y la gran deuda de su partido con un banco ruso. En lo que muchos analistas han considerado un grave error en su campaña, la candidata acaba de anunciar una alianza de seguridad con Moscú cuando termine la guerra. Admiradora de Putin y muy crítica con Alemania su deseo es liquidar el eje franco alemán que vertebra la Unión Europea para crear una alianza europea de naciones, en la que el derecho nacional prevalezca por encima del europeo, y con aliados como Hungría o Polonia.
Algo que dinamitaría los actuales equilibrios europeos en un momento de máxima tensión. El anuncio de Le Pen será probablemente una de las vías de ataque de Macron, que ya ha avisado desde Estrasburgo: "El proyecto de la extrema derecha esconde la salida de Europa".
La operación de lavado de imagen de Marine Le Pen ha necesitado varios años de ingrato trabajo y pobres resultados. Toda su vida ha estado marcada por la postura política extrema de su padre. Y es casi imposible borrar ese vínculo, a pesar de que no se dirigen la palabra desde 2014.
Infancia traumática
Una noche de 1976 Marine, entonces de 8 años, y sus hermanas despertaron cubiertas de cristales y escombros en el piso familiar del centro de París. Una bomba había explotado en casa mientras todos dormían. Su padre que había fundado un partido de extrema derecha en 1972 era el target. No hubo víctimas y nunca se encontró a los atacantes.
Su biógrafa, Cecile Alduy, cuenta que el suceso fue traumático para la niña Marine que aprendió de golpe el significado de la muerte y que el mundo podía llegar a ser un lugar muy violento. En su autobiografía Against the Flow Marine cuenta: "Aquella noche me fui a dormir como cualquier chica de mi edad, pero cuando desperté ya no volví a ser una niña pequeña como las demás". Un poco antes, a los seis años Marine había sido fotografiada en su habitación empapelada con los carteles de la campaña del Frente Nacional que entonces llamaban a la lucha contra "el cáncer marxista".
Después del atentado los Le Pen se mudaron a una mansión de piedra en una urbanización cerrada en las afueras de la ciudad, una residencia llamada Montretout que su padre había recibido en herencia de un ultraderechista adinerado sin hijos. Jean Marie montó en la planta baja las oficinas del Frente Nacional e instaló a la familia en los pisos superiores.
Marine, nacida Marion Anne Perrene Le Pen, era la pequeña de tres hermanas. Sus padres, Jean Marie Le Pen y Pierrette Lalanne llevaban una vida bohemia. Viajaban mucho y se enrolaban en largas travesías en barco alrededor del mundo, que incluían las Navidades y las vacaciones de verano. Las niñas quedaban al cuidado de la niñera.
Marine tenía 15 años cuando un día al llegar del colegio vio cómo toda la ropa de su madre había desaparecido de los armarios, se había marchado de casa con otro hombre… Marine, la más apegada de las tres hermanas, cayó en un estado de desesperación y dejó de comer. No volvieron a verse en quince años.
El libro In the Hell of Montrettout de Olivier Beaumont cuenta la historia de una saga donde política y familia se mezclaban en un cóctel explosivo. Según Beaumont a la casa no paraban de llegar odiados personajes de extrema derecha. Una hiperactividad que tenía una consecuencia grave para los niños: nadie los invitaba, nadie venía a sus cumpleaños, eran los marginados del colegio. Algunos profesores las llamaban "las hijas del fascista". En 1985 el diario Liberation publicó que Jean Marie Le Pen había participado en varias sesiones de torturas durante la guerra de Argelia. A Marine le aconsejaron que ese día no fuera al colegio, pero ella fue, lo negó todo y defendió a su padre a pecho descubierto. Beaumont resume así la infancia de Marine: "estuvo llena de rupturas, salidas y portazos".
Por si la huida de su madre no hubiera sido humillación suficiente, luego llegó el escándalo de un divorcio amargo y público. Jean Marie se negaba a pasar una pensión a su exesposa y madre de sus hijas y la animaba en público a que trabajara de limpiadora para ganarse la vida. En venganza, Pierrette posó desnuda para Playboy fregando los suelos de una cocina. Otra vez Marine se puso del lado de su padre. El escándalo señaló aún más a las hermanas que, según su biógrafo, se protegieron creando un sólido clan, cerrado a cal y canto, en torno a la familia y al partido.
Soltera de oro después de dos divorcios
No parece extraño que la endogamia más absoluta haya marcado la vida amorosa de Marine. Estudió Derecho y durante seis años trabajó en su propio despacho. Se casó en 1995 con un miembro prominente del partido, Franck Chauffroy; con él tuvo tres hijos entre 1998 y 1999, una niña seguida inmediatamente de dos gemelos. Se divorció en 2000 y se casó con Éric Iorio, también del Frente Nacional; el matrimonio duró cuatro años, de 2002 a 2006. Luego tuvo una relación de diez años con Louis Aliot, a quien encontró también en las filas del Frente. Ahora está soltera y ha contado que vive con una amiga de la infancia, Ingrid. En su campaña se define como soltera, política y madre. No siempre por ese orden.
En su Instagram posa con todo tipo de animales, durante sus visitas a la campiña francesa
Se esperaba que fuera su hermana mayor, Marie-Caroline, quien tomara el testigo del patriarca, y se intentó. Marie-Caroline llegó a presentarse con su padre en unas elecciones locales, pero no pudo soportar sus declaraciones contra los negros y los árabes y se enfadaron. Según asegura Beaumont en su libro no se han hablado en 20 años. Marine, la más parecida a su padre, tomó las riendas en 2011 y puso en marcha el lavado de cara, pero tampoco ha hablado desde el suceso del dóberman. Algunos especulan que esta ruptura también es parte de la desdemonización, pero el escritor asegura que es real.
Marine ha trabajado mucho para suavizar y serenar su lenguaje. Según Cecilia Alduy, experta en la extrema derecha francesa de la Universidad de Stanford, su programa sobre inmigración e identidad nacional apenas ha cambiado, pero ella lo cuenta con palabras más suaves. También hace confesiones sobre sus traumas infantiles y desvela zonas de su vida privada que la acercan al común de los mortales. Además, ha cambiado la paleta de colores primarios de su vestuario por amables tonos pastel.
El mantra que repiten sus colaboradores a la prensa reza que Marine es "seria, está bien preparada y tiene un lado muy divertido". Se refieren, por supuesto a los gatos y a su gusto por cantar en karaokes canciones de Dalida, especialmente Paroles, Paroles, aquel clásico que la cantante francesa interpretaba con Alain Delon.
Ella se vende como madre soltera de tres hijos ("soy feliz siendo soltera y no quiero tener que contar para nada con un hombre", dijo a la revista Closer), criadora de gatos con diploma oficial, y ama de casa que hace pasteles y vive con su amiga "que es como una hermana". "No hay hombres en esta casa, solo mujeres. Incluso los gatos son también mujeres", confesó a la periodista Karine Le Marchand.
Le Pen e Ingrid viven en una modesta casa alquilada en la periferia oeste de París. Ella asegura que es mucho más tranquilo que vivir con un hombre: "La diferencia es que no nos gritamos una a la otra. Quiero que mi vida privada sea un remanso de paz, plantando flores en mi jardín", dijo en la misma entrevista, que se ha considerado un paso más en su maniobra de reencuadre como la candidata de una derecha más moderada que la heredada de su padre. "Nos quiere hacer creer que es una ama de casa de 50 años que adora a los gatos", se ha quejado en privado un colaborador cercano a Macron, según publica Le Monde.
Su cuenta de Instagram es un mosaico de sonrisas y selfies en luminosos escenarios color pastel. Se deja fotografiar con sus gatos, pero también con todo tipo de animales nobles que va encontrando durante sus vistas a la campagne francesa: burros, caballos, vacas … y siempre, tras sus idílicas sonrisas deja escapar el rictus preocupado de cualquier madre de tres adolescentes, Jehanne, Louis y Mathilde.
Los observadores solo ven una diferencia esencial entre ella y su padre. Jean Marie Le Pen quería provocar y Marine quiere gobernar. ¿Quién ha llegado más lejos? Gane quien gane el domingo es una pregunta que ya tiene respuesta.