15 enero, 2022 06:50

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La entrevista comienza con dos vejigas a punto de reventar. La de la fotógrafa y la del reportero. No hay tiempo para ir al baño. Fernando Arrabal ha fijado la visita a las 14:11. Si se toca el telefonillo un minuto antes, nadie contesta. Si se hace un minuto más tarde, adiós a la oportunidad. "¡Corre! ¡Ahora!".

–¿Fernando?

–Ahora mismo baja –responde Luce, su mujer.

París, distrito XVII. Edificios blancos, portales negros. Enormes. Como los de las películas. Con alfombras que cubren las escaleras. Aparece un hombre de medidísima estatura, pantalón y chubasquero negro, mochila multicolor y deportivas. Es, si nos atenemos a The New York Times, "el único testigo de los cuatro avatares de la modernidad", pero parece encajarle mucho mejor la descripción de su amigo Milan Kundera: "El niño que jugó en el siglo donde estaban prohibidos los juegos".

Arrabal va a cumplir noventa años. Es el último de su especie. El hombre que frecuentó a los genios del XX: "Imagino que están ustedes aquí porque soy un acumulador de anécdotas y experiencias valiosísimas. No han venido porque hayan estudiado mecánicamente mi obra. Oigan, hacen bien. Por eso son ustedes periodistas españoles, y no periodistas chinos".

–Pero, Fernando, claro que le hemos leí…

–Miren –dice mientras echa a andar por el boulevard camino de un café–, seguro que ustedes, también debido a su procedencia, me preguntarán por mi borrachera en Televisión Española. No me importa, se lo contaré.

[Arrabal] es el niño que jugó en el siglo donde estaban prohibidos los juegos

Milan Kundera

Porque Arrabal, misterio de la casualidad, encarnó el momento estelar de la televisión reciente. Fue un día de 1989. Al grito de "¡el milenarismo ha llegado!" y de "soy el representante de Dios y la virgen María", puso patas arriba el plató de TVE. Aquella escena le convirtió, literalmente, en el borracho más famoso del mundo. Su vídeo cuenta en Youtube con miles y miles de visitas, muchísimas más que la entrevista ebria del mítico Charles Bukowski.

Arrabal durante la entrevista.

Arrabal durante la entrevista. Teresa Fernández

Pero no hemos venido a eso. O no solo –"Fernando, de verdad, que no es eso"–. Arrabal (Melilla, 1932) es hoy el dramaturgo español más representado en los cinco continentes. Gran Premio de Teatro de la Academia Francesa, Mariano de Cavia de Periodismo, Wittgenstein de Filosofía, World’s Theater Prize y un largo listado de galardones que vamos a frenar aquí porque redunda en lo que dicen sus amigos: "Es un personaje único, lleno de talento". Y lo más importante: el mejor amigo de los genios. Los ha visto escribir, follar, pintar, recitar, cocinar, beber, cantar.

Ya estamos llegando. Al final de la calle, casi en mitad de una rotonda, tomamos asiento en una terraza de mesas pequeñitas y redondas. Metálicas. ¡Con lo bonitos que son los cafés en Francia! ¡Con lo bonito que es éste mismo por dentro! Parece que Arrabal ha decidido hacer una entrevista a la española.

Entrevistar a este escritor entraña un riesgo. Cuando responde por correo, emplea ese lenguaje patafísico difícilmente comprensible para los paganos. Por ejemplo –y este ejemplo es real–: "¿Qué opina de la última medida de Fulanito?". Respuesta: "¿Fui novio de su papá?". Otro: "¿Le gusta viajar?". "Sólo adonde comen Coca Zero. Con un encanto de Rihanna en posición fetal. A Corea del Norte vienen militantes que no existen. Y, como hace menos frío, se quitan sus calcetines rosa bombón".

No ha sido siquiera fácil ponerse de acuerdo para esta cita. Entre un mail y otro, Arrabal nos enviaba correos aparentemente dirigidos a otras personas. Nos encargó recoger en su casa unos cuadros para Antonio Garrigues Walker. También nos mandaba mensajes cifrados para su amigo Michel Houellebecq. Rezamos al dios Pan –la divinidad preferida de Arrabal– para que su hijo abra las puertas del corazón y nos permita encontrar la verdad. Su verdad.

Pregunta.- ¿Es cierto que tiene usted en casa un garrote vil? –un coche atraviesa la rotonda a toda velocidad, provocando muchísimo ruido.

Respuesta.- ¿Qué dicen? ¿Un guardia civil? ¿En mi casa? –contesta Arrabal algo alarmado.

P.- ¡No, no! Un "garrote vil".

R.- ¡Ah! Sí. Es un decorado de teatro. Una tontería. Bueno, ¡no me entiendan mal! Quiero decir que lo que yo tengo es una tontería, pero el garrote vil fue algo muy serio, una barbaridad. El mío es obra de un gran escultor. A lo largo de las últimas décadas, muchos de ustedes han creído que es de verdad.

Fernando Arrabal, durante la entrevista.

Fernando Arrabal, durante la entrevista. Teresa Fernández

Llega el camarero. Arrabal pide una copa de Marie Blizard, un licor muy típico en Francia. Con el primer sorbo, escruta a sus interlocutores. Lo hace con sus dos pares de gafas. Las de ver y otras cuyas esferas subrayan un jardín de flores.

Se desabrocha el abrigo. Viste una camisa negra pespuntada con estrellas blancas. Y una especie de corbata de un rojo chillón, ilustrada con motivos orientales. O eso parece desde el metro y medio de distancia reglamentaria. Arrabal no se quita la mochila para charlar. No sabemos lo que hay dentro.

P.- Entonces, no tiene usted una sala de tortura en casa.

R.- Eso son inventos de la Stasi [los espías de la difunta Alemania del Este]. Miren, yo he pertenecido a grupos muy coherentes: el surrealismo, la patafísica, el movimiento pánico… En España, muchos piensan que son una broma. ¡Pues no!

P.- ¿Y aquello del milenarismo? Todos nos reímos mucho con el vídeo de la borrachera, pero ninguno tenemos ni puñetera idea de lo que significa.

R.- La verdad de todo aquello está en que yo no conocía el alcohol. Ese día, estaba sediento y bebí. Ni bebía entonces ni bebo hoy.

P.- Pero… –miramos la copa de licor.

R.- Salvo hoy, claro, que han venido ustedes a París a visitarme –da otro sorbito–. Yo tampoco entiendo cómo ese momento se hizo tan famoso. ¿Saben? Mi página de Wikipedia está traducida a cuarenta o cincuenta idiomas. ¿Existe otro español así? ¡Casi tantas traducciones como mi poema del clítoris! ¡Cómo se inventan tantas lenguas!

El surrealismo y los calzoncillos verdes

André Breton, el padre del surrealismo.

André Breton, el padre del surrealismo.

Antes de empezar, conviene resolver un concepto que ha marcado la vida de Fernando Arrabal: el surrealismo. Según la RAE, "movimiento artístico y literario iniciado en Francia en 1924 con un manifiesto de André Breton, y que intenta sobrepasar lo real impulsando lo irracional y onírico mediante la expresión automática del pensamiento o del subconsciente".

"Yo he pertenecido a grupos muy coherentes: el surrealismo, la patafísica, el movimiento pánico"

Las reuniones tenían lugar todos los días en un café llamado La promenade de Venus. De 18h a 19:30h. Puntuales al empezar y al concluir. Arrabal llegó allí a principios de los sesenta. En realidad, se mudó a París en los cincuenta para estudiar con una beca, pero lo que había sido un exilio sentimental se convirtió en un exilio efectivo en cuanto su obra alcanzó el éxito. Muchos grandes artistas querían ser admitidos en el surrealismo, pero la mayoría se quedaba fuera. Todavía hoy, Arrabal no sabe por qué Breton lo apadrinó: "Nunca lo he comprendido".

P.- Pero, ¿qué hacían en esas reuniones?

R.- Por ejemplo, juegos de inteligencia.

P.- Cuéntenos uno.

R.- Dijo Breton: "Vamos a encontrar a los animales que encarnen a las personas que yo diga". "Rimbaud", pues respondíamos… "¡El águila!". Pero un día preguntó por "Saint Just" [uno de los grandes personajes de la revolución francesa, conocido como el "arcángel del terror"].

P.– ¿Y qué pasó?

R.- Sennelier, un poeta vietnamita, le contestó: "¡La rata!". Cuando lo oyó, Breton se quedó estupefacto: "Pero, ¡cómo puede usted decir que el héroe de la revolución es una rata!". De pronto, se le iluminó la cara y añadió: "Ahora lo entiendo. Usted viene aquí, al grupo, para espiarnos". Sennelier le contestó: "¿Espiar? ¿Espiar qué?". Fue expulsado inmediatamente.

P.- ¿Y ya está?

R.- No, no. Sennelier, a cambio, le quemó la casa a Breton. Está aquí cerca, pueden ir a verla.

P.- Tenía usted razón: el surrealismo era una cosa muy seria.

R.- Fue tremendo porque la casa era muy pequeñita, un estudio. Breton me llamó por teléfono a las cinco de la mañana para que fuera. Llegué y vi el desastre. ¡Ay!

P.- Decían que Breton tenía muy mala leche [se cuenta que expulsó a Salvador Dalí].

R.- Era un pozo de ciencia y de saber. Es muy fácil ser un pozo de ciencia, pero es muy difícil tener la chispa del saber. Breton había sido secretario de Proust. Aprendí mucho de él.

Arrabal interrumpe la conversación para mirar a un hombre. Está a dos o tres metros de nosotros. Se ha plantado en la acera y hace reverencias al escritor. "No sé quién es –nos dice en bajo–, pero esperen, esperen, porque me gusta. Me gusta mucho lo que hace". El hombre desconocido concluye su coreografía de agasajos y se marcha.

Nostálgico, regresa a la entrevista para lamentar la "muerte de las tertulias". Entre trago y trago, reitera que ya sólo quedan "las de la tele y las de la radio". El propio Arrabal, pasados los años, se convirtió en maestro de ceremonias. En su casa, aquí al lado.

Imagen mítica de Salvador Dalí.

Imagen mítica de Salvador Dalí.

Los movimientos, por surrealistas que sean, suelen acabar mal. Érase una vez un día en Nueva York. Arrabal, animado por Jack Kerouac –el gran novelista de la generación beat–, compra unos calzoncillos verdes. En la zona de la bragueta, cuelgan unas llamas estridentes. Kerouac le convence para que, a su vuelta a París, los muestre en la reunión de los surrealistas.

Lo hace. Alejandro Jodorowsky, que está al otro lado de la mesa, le dice que no los ve bien. El ingenuo Arrabal se los lanza volando y pasan rozando la nariz de Andre Breton, el líder del grupo. Esa misma noche, los pretorianos del surrealismo llaman a Jodorowsky y a Arrabal a un domicilio particular. Les dicen que han sido expulsados. Consideran lo del calzoncillo una ofensa. De pronto, suena el teléfono. Es Breton, que intercede por Arrabal. Pero ya es tarde. Decepcionados con la actitud de sus compañeros, Arrabal y Jodorowsky se van. Cerramos el capítulo del surrealismo.

P.- Qué cosas, Fernando.

R.- He tenido mucha suerte en la vida. Lo más importante fue encontrarme a la madre Mercedes. Todo lo demás es añadidura.

La madre Mercedes –Mercedes Unceta– fue profesora de Arrabal en párvulos. Le enseñó a leer y a mirar la vida. Tanto le importa al escritor la madre Mercedes que le envió al presidente Macron un texto sobre ella. El jefe de la República, emocionado, le contestó con agradecimiento.

Aquel niño, Fando, de Fernando, había nacido en Melilla en 1932 [no existe una biografía de Arrabal, pero todos sus textos biográficos están recogidos en un volumen titulado "Familia", editado por Libros del Innombrable]. Hijo de un militar republicano que sería condenado a muerte por no querer sumarse al golpe de 1936. Esa historia es la clave de todo, la figura del padre, la verdad de Arrabal; pero todavía queda mucho que escarbar, mucho que confraternizar para intentar meternos ahí.

El padre de Fernando Arrabal, de niño, con sus hermanos.

El padre de Fernando Arrabal, de niño, con sus hermanos. Cedida.

Si logramos resolver ese enigma, y a eso hemos venido, habremos despejado la ecuación Arrabal. Porque Kundera nos ha enseñado que Arrabal es un niño. Y aquel niño, que sólo recuerda las manos de su padre rebozadas de arena en una playa, es el único que puede desnudar al hombre.

Arrabal ganó con nueve años el concurso de superdotados que organizaba el régimen. Con ese dinero, su madre pudo darle estudios. Fue dando tumbos por distintas ciudades hasta que se puso a trabajar en una fábrica papelera. Luego llegó el exilio y sus primeras obras de teatro, que lo convirtieron en una estrella. Sus editores dicen en las solapas de sus libros que a punto estuvo de ganar el Nobel de Literatura.

P.- ¿Es verdad que casi gana el Nobel?

R.- No creo que se me pueda conceder un premio de ese prestigio. España ha tenido mucha suerte con el Nobel. Se lo dieron a uno de los espíritus más inteligentes de nuestro país: José Echegaray. Aún hoy, ¡cómo somos!, es objeto de mofa. Se le conoce más por una obra que le parodiaba que por sus textos. Se titulaba "Un drama de Echegaray, ¡ay!". ¿Saben ustedes lo de la estatua?

P.- ¿Qué estatua?

R.- Unos amigos y yo fuimos al Banco de España porque sabíamos que había una estatua dedicada a Echegaray, que fue fundador del banco. Nos echaron a patadas. La segunda vez, cuando volvimos, nos dejaron entrar y la vimos. Pedimos que se trasladara a la calle, que se le rindieran honores, pero nada, ahí está, en un rincón. Echegaray es un gran científico, un hombre brillantísimo, y nadie se acuerda de él. Lo que estuve a punto de ganar fue el Premio Cervantes.

P.- ¿Por qué se torció?

R.- Mi mujer, que es francesa, se quedó asombrada de que sucediera algo así. Me hicieron ir a España desde París. Vinieron a verme la ministra de Cultura, el secretario de Estado… Todos. Fue muy curioso. Me contaron que había ganado el Cervantes, pero que había que elegir el jurado para hacerlo oficial [no es un error de transcripción; Arrabal revela que primero se eligió al ganador y después al jurado]. Cuando ya estaba todo decidido, Aznar cambió de opinión y dijo que había que dárselo a Jiménez Lozano, que debía de ser amigo suyo.

P.- Que el dios Pan interceda por Echegaray. Usted siempre habla del dios Pan.

R.- Es cierto. Siempre digo: "Si Pan me presta vida…". Mis amigos científicos, estoy pensando en los mejores, tienen ideas extrañas sobre la divinidad. Kurt Gödel, el gran matemático, preguntaba a quienes iban a verle: "¿Ha pasado miedo en el bosque por culpa de los fantasmas?". Gödel era brillantísimo, ¿qué derecho tengo yo a no creer en los fantasmas?

P.- ¿Y cree? ¿En qué cree usted?

Arrabal en su primera comunión, junto a su hermana.

Arrabal en su primera comunión, junto a su hermana. Cedida.

Cuando se le apareció la Virgen

Nos adentramos ahora en un episodio clave: la religiosidad de Arrabal. De joven, intentó ser jesuita. En esa época, según cuenta, se le apareció la virgen. Antes de venir, un amigo suyo nos ha regalado un dato importantísimo. Cuando le preguntan por la Virgen, tiende a percibir mofa en los periodistas y acaba remitiendo al libro en que dejó por escrito el suceso.

Hemos leído esas páginas para poder repreguntarle. Está escrito en tercera persona porque se lo atribuyó al personaje de una novela titulada La torre herida por el rayo [sobre otra virgen, La virgen roja, escribió una de sus grandes novelas, recientemente editada por Berenice].

Dice así: "Aquella mañana, a las seis y media, en el momento en que se incorporaba de la cama para ir a misa, la virgen se le apareció radiante, plantada sobre una nube, aureolada de una titilación deslumbradora. Su faz era la del ser más hermoso y más sereno; resplandecía intensamente. Su velo azul lo mantenía contra sus pechos con sus manos como palomas del Espíritu Santo. La virgen le sonreía al tiempo que le miraba fijamente como para decirle: 'Eres mi hijo predilecto en el que tengo puestas todas mis esperanzas' (…) No podía decir cuánto tiempo había durado la aparición. Había sentido el esplendor y el éxtasis, la luz de la creación, el halo del paraíso y el fulgor de los ángeles (…) Cuando llegó a la convulsión, se fue lentamente como si disolviera en su resplandor, dejando entre luz y luz, por un brevísimo instante, su sonrisa. Cuando desapareció, él quiso rezar, pero sus labios y su mente sólo sabían decir Dios-te-salve-María".

P.- Suele decir que para creer en Dios le haría falta dominar las matemáticas. Pero sí cree en la Virgen. Se le apareció. No nos remita al libro porque ya lo hemos leído. ¿Podría contárselo a nuestros lectores?

R.- Bueno, bueno… En ese momento estaba en Valencia. Hubo una gran riada. Creí haber visto a la Virgen María. Tengo muchísimo cariño a la Virgen. Está siempre pendiente de mí y yo de ella. No me gusta que se hable mal de la Virgen. Cuando la gente dice esas cosas… Fue una vivencia impresionante.

P.- ¿Cómo la recuerda?

R.- Como en el cuadro de Murillo, la pena es que ese cuadro, actualmente, no me gusta mucho. Pero lo que vi en la pared fue más o menos eso.

 P.- ¿Le trasladó algún mensaje?

R.– No, pero me quedé eufórico. Fui inmediatamente a comulgar a un sanatorio de niñas tuberculosas. Todavía me cuesta creer que vi aquello, pero… ¿por qué no?

P.- En ese momento, usted estaba a punto de convertirse en jesuita.

R.- Otro bello momento. Iba a entrar en la provincia tarraconense. Fue entusiasmante. Siempre he tenido amigos únicos. Es una pena. Creo que habría sido un gran jesuita. Pero estando en las Cuevas del Drach, creí que pequé. Una ridiculez. Entonces lo dejé.

"Lo siento por los jesuitas. Nos divertíamos mucho. Yo era el encargado de comentar películas mudas"

P.- Nos hemos perdido. ¿Qué es eso del pecado en las Cuevas del Drach?

R.- Iba a entrar en la Compañía de Jesús. Organicé mi despedida de soltero, que fue algo así como mi despedida de hombre laico. Ocurrieron cosas que interpreté como pecados mortales y sexuales. Elegí cambiar de vida. Lo siento por los jesuitas. Nos divertíamos mucho. Yo era el encargado de comentar películas mudas.

P.- Hablando de sexo… Usted es hombre de una sola mujer. Lleva casado tropecientos años con Luce. Defiende firmemente la monogamia. Son malos tiempos para la monogamia, Fernando.

R.- ¿Cómo voy a cambiar de mujer? ¡Mi mujer es maravillosa! Lo veo lógico, no tiene ningún secreto. Algunos enemigos decían que yo no tenía vida sexual. ¡A lo mejor eran ellos los que no la tenían!

Las orgías de los mitos

Alcanzamos otro episodio fundamental: las orgías. No hay nada como una orgía –ahora lo vamos a descubrir– para conocer al hombre. Se celebraban con harta frecuencia a las afueras de París. Por una cuestión de cortesía, Arrabal sólo menciona la participación de quienes ya han fallecido. A los otros les llama "fulanito" y "menganito".

P.- Fernando, usted organizó tres orgías. Son bastantes para un monógamo.

R.- Se han documentado ustedes mal. Participé en tres orgías, pero no las organicé.

P.- Disculpe, entonces. ¿Y cómo fueron? ¿Nos lo recomienda?

R.- Fueron lamentables. Sólo se salva una de las tres, a la que me invitó Dalí. Más que buena fue interesante. Con muchos elementos para estudiar. Dalí es como Echegaray. Otro genio incomprendido.

"Sartre se inventó eso de la teoría de la contingencia para poder tener queridas mientras estaba con Simone de Beauvoir"

P.- En qué se diferencia la buena orgía de la mala orgía.

R.- Me acuerdo de una orgía en la que había una vedette muy grande, muy conocida en el mundo de la canción francesa. Estaba fornicando con un hombre, pero ella, mientras lo hacía, echaba mano de una bandeja y comía queso y chorizo. El hombre, que era un gran artista, creía que follaba, pero ella estaba comiendo.

P.- De Dalí se decía que organizaba las orgías, pero que no participaba.

R.- Llegamos juntos, pero me fui cuando él quiso que yo participara activamente. Fui a ver lo que sucedía. Él no tenía sexo. Era un sitio en la montaña, cerca de aquí, con una gran piscina y mucha gente desnuda. Yo ya no quiero ir a más orgías. ¿Saben lo que me contó Françoise Sagan?

P.- No.

R.- A ella no le gustaban las orgías, pero a su novio de entonces sí. Entonces fue a una… Y en el pasillo, medio escondido, vio a Jean Paul Sartre. Se quedó anonadada. ¿Ven ustedes lo que les puede ocurrir por ir a una orgía?

Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre en Pekín en el año 1955.

Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre en Pekín en el año 1955.

P.- Se nos puede caer un mito.

R.- Sartre se inventó eso de la teoría de la contingencia para poder tener queridas mientras estaba con Simone de Beauvoir –lo dice con un deje aparentemente despectivo, aunque lanza pronto un comentario–. No me gustan las orgías porque se suele humillar a las mujeres. ¿Saben lo que me dijo Andy Warhol? "Hacer el amor es como meter un palillo en la oreja para limpiarse el oído". No sentía respeto por el sexo.

Un joven que escribe en la mesa de al lado levanta la vista de su ordenador y mira a Arrabal. Al principio no se atreve. Quizá sean dudas. Cuando confirma el dato, alza los brazos y grita en francés: "¡Es Arrabal¡ ¡Es Arrabal! ¡El surrealismo! ¡El líder del movimiento pánico!". Se acerca a saludarle, le dice que sabía que "vivía por aquí", pero que nunca le había visto.

 P.- Por cierto, Fernando, no hemos hablado del movimiento pánico. ¿Qué es?

 R.- Roland Topor y yo llegamos a la conclusión de que, desgraciadamente, la confusión existe. Y lo que no es confuso no puede existir. Sin confusión no se puede explicar la política, la música ni la filosofía. La confusión inspira miedo y también guasa. Yo no la reivindico, pero estoy seguro de su influencia. Eso es el movimiento pánico.

Cuando quiso matar a Franco con un libro de Santa Teresa

Fernando Arrabal es un gran amante del género epistolar. Además de sus obras de teatro, se convirtieron en best sellers sus cartas a los grandes dictadores. A Franco, a Stalin, a Castro… [todas ellas están reunidas en una edición ilustrada de Reino de Cordelia].

Hubo un día en que soltó la pluma y pasó a la acción. De joven, cuando se topaba con un facha que odiaba sus escritos, Arrabal se sentaba en la acera y esperaba. Tenía una teoría: eso quita a todo agresor las ganas de pegar. Hasta que, de pronto, decidió asesinar a Francisco Franco Bahamonde.

El dictador Francisco Franco.

El dictador Francisco Franco.

P.- Usted, junto a Tristan Tzara, urdió un plan para matar a Franco. ¿Qué falló?

R.- Se me ocurrió cuando asistía a las reuniones patafísicas en casa de Nathalie Sarraut. Un sitio formidable. Para mi felicidad, apareció un día el hijo de Tristan Tzara, un comunista que había obtenido uno de los premios más importantes de física. Al verle, me quedé entusiasmado y le pedí una cita para el día siguiente.

P.- ¿Para qué necesitaba usted a un físico?

R.- Fui a su casa, que estaba al lado de Notre Dame. Le dije: "Quiero matar a Franco". Me contestó: "¡Qué bien! ¿Cómo ha pensado usted hacerlo?". "Pues con un libro de Santa Teresa, que estoy seguro de que le va a interesar. Colocamos algo atómico en el borde y, así, cuando Franco lo abra, ¡bum! Explota. Usted es físico, ¿no?". Pero el Partido Comunista arruinó la operación.

 P.- ¿El Partido Comunista arruinó el plan para matar a Franco?

 R.- Miren, los comunistas no pueden hacer nada sin que lo sepa el partido. El hijo de Tzara, tras escuchar mi propuesta, se la planteó al partido. Le dijeron que no era el momento.

Arrabal, durante su mítica participación en 'El mundo por montera'.

Arrabal, durante su mítica participación en 'El mundo por montera'. RTVE

El régimen lo detiene en España

Estamos en 1967. Camilo José Cela invita a Fernando Arrabal a España para que firme libros. La estrella del exilio se presenta en Madrid. Se forma una cola tremenda. Aparece un joven, que le pide una dedicatoria "blasfema". El escritor accede: "Me cago en Dios, en la patria y en todo lo demás".

La dedicatoria termina en manos de un militar, que lo denuncia. El régimen se frota las manos: acaba de encontrar la excusa perfecta para detener a su odiado Arrabal. Ocurre días después en Murcia, adonde ha viajado con su mujer.

P.- ¿Pasó miedo?

R.- Yo creía que me habían detenido por mi plan de asesinar a Franco. La policía española era cojonudísima, por eso pensé que se habían enterado. Eran las tres o las cuatro de la mañana, estaba en la cama con mi mujer y aparecieron siete policías. Apuntaron con la pistola. "Venimos a detener a Fernando Arrabal". Les dije: "Con un tirabeque les valdría". Se echaron a reír y empezó una historia de amor entre nosotros.

P.- ¿Entre usted y la policía?

R.- Me llevaron a la comisaría de Murcia. El jefe preguntó: "¿Por qué Madrid ha dado la orden de detenerle?". Y yo, claro, no iba a decir que porque había planeado matar a Franco, que es lo que realmente pensaba. Respondí: "Ustedes sabrán". Se puso furioso y me pegó un golpe.

P.- ¿Muy fuerte?

R.- No, no mucho, pero le contesté: "Si usted me tortura, estoy dispuesto a confesar que he matado a mi vecina". El comisario pidió que me incomunicaran. Me llevaron a un váter, que en realidad era un agujero en el suelo. Me vino muy bien porque, por culpa del miedo, me había entrado una diarrea tremenda. No había papel y me limpié con el pasaporte.

P.- ¿Y luego?

R.- Me llevaron a la Dirección General de Seguridad, en Madrid. Todo fue muy absurdo, como en Picnic, mi obra de teatro [esta obra y las más características de ese periodo están editadas por Cátedra]. Íbamos de camino. Ya le digo que la policía era cojonuda. "¿Quiere que le quitemos las esposas?". Hombre, no estaría mal. "¿Qué le apetece desayunar?". En París no es fácil conseguir churros. Paramos en un sitio buenísimo.

Tres obras de teatro de Fernando Arrabal.

Tres obras de teatro de Fernando Arrabal.

P.- Después, vuelta al calabozo.

R.- Sí, me encerraron en una celda muy pequeñita. No podía ni tumbarme. Por la noche, entró un carcelero muy gordo. "Le traigo la cena". Pero me habían vuelto el miedo y la diarrea. Seguía pensando que habían descubierto mi plan para matar a Franco, no imaginaba que todo eso era por la dedicatoria del libro. "Mañana va a ver a un juez, tiene que alimentarse. Además, es fabada y está buenísima". Se sentó a mi lado y, ¡se lo juro!, empezó: "Abra la boca. Una para papá, otra para mamá".

P.- ¿Se acabó enterando de cómo la dedicatoria blasfema acabó suponiendo su detención?

R.- Me enteré muchos años después a través de Fernando Savater. El chaval al que le firmé el libro era un familiar suyo. Resulta que lo enseñó por toda la universidad. Acabó en manos de un capitán de Marina, que le escribió a Franco: "Allí donde no llegue la justicia irá el peso de mis puños". Y me detuvieron. Eso fue lo que pasó.

P.- No ha contado lo de su hermana, que es formidable.

R.- ¡Es cierto! Mi hermana se presentó allí y dijo: "Quiero cambiarme por mi hermano. Tiene que ser libre, es un genio". El juez le contestó: "¿Cómo va a ser un genio? ¿Ha leído la prensa esta mañana?". Se estableció entre ellos una discusión casi teológica sobre mi situación. Yo estaba tuberculoso, me encontraba muy mal. Mi hermana se fue al bar.

P.- ¿Cómo que al bar?

R.- Al bar de enfrente. Preguntó a los camareros: "¿Vienen aquí los carceleros?". Allí iban, así que se sentó a esperarlos. Cuando aparecieron, les preguntó algo así como: "¿Qué pasa con Arrabal? Es mi hermano. ¿Cómo está?". "Arrabal está bien allí abajo, pero tiene una cagalera impresionante". Mi hermana, que era médico y directora del centro más prestigioso de prematuros, corrió a por una caja llena de limones y medicación. Regresó con ella ante el juez.

P.Para que le dejaran colar la caja.

R.- El juez le dijo: "Lo siento, no puedo ayudar a un enemigo del régimen". Ella le avisó: "Espero que ni usted ni sus compañeros tengan un bebé prematuro" –suelta una carcajada–. Minutos después me llegó la caja.

P.- Y se le pasó a usted la cagalera.

R.- ¡No, no! Porque me la entregaron sin remite. Pensé que me querían envenenar y tiré todo lo que había en la caja por el retrete.

El poeta Vicente Aleixandre.

El poeta Vicente Aleixandre.

Visto así, resulta divertido, pero no fue ninguna broma. Fernando Arrabal fue condenado, según la prensa de la época, a doce años de cárcel. Sólo una campaña internacional encabezada por los grandes nombres de la literatura logró que lo pusieran en libertad pasados tres meses. Al régimen le entró el tembleque al comprobar el eco que la detención provocó en los medios internacionales.

Fue todo un delirio. La dictadura, para no aparentar debilidad, tuvo asimismo que justificar la liberación. Arguyeron que Arrabal estampó esa dedicatoria bajo los efectos de "siete pastillas de simpatina y tres copas de licor". Los medios oficialistas se remitieron a un "desgobierno de sus estructuras superiores" fruto del consumo de sustancias.

P.- La que se montó. Tiene guasa porque casi todos los que le defendieron acabaron recibiendo el Nobel.

R.- Es cierto. Samuel Beckett, Octavio Paz, Vicente Aleixandre… Lo de Aleixandre fue cómico. Ya estaba muy mayor. Y sordo, como yo ahora. Fue a declarar para defenderme. Le preguntaron: "Señor Aleixandre, diga, por favor, su dirección y su fecha de nacimiento". Contestó: "Conozco muy bien a Arrabal y…". "No, no, oiga, diga su dirección y fecha de nacimiento". Dijo: "Conozco muy bien a Arrabal, conozco incluso a su gata".

P.- ¿Es verdad que José María Pemán dudó si defenderle porque se había cagado usted en Dios?

R.- Pemán me acabó defendiendo, pero antes se puso en contacto con mi mujer. Sabía que me había cagado en Dios mediante esa dedicatoria, pero quiso averiguar si también me había cagado en la Virgen. Mi mujer le dijo que eso nunca, que yo le tengo mucho cariño a la Virgen. Entonces me defendió. ¡Hasta vino a verme a París! ¡Pemán, el escritor del régimen! Nos encontramos en un hotel. Aparecieron unos fotógrafos y, al no reconocerle a él, le pidieron que se apartase porque querían tomarme un retrato. Cómo pudieron… En fin.

Fernando Arrabal y su mujer Luce Moreau.

Fernando Arrabal y su mujer Luce Moreau.

La bofetada a un periodista

P.- Transmite de sí mismo una imagen pacífica, asesina a ratos, pero pacífica. Aunque no cuela. Sabemos que una vez abofeteó a un periodista por hablar mal de Cervantes.

R.- Es cierto. Un periodista, por cierto, bastante célebre. Pasó lo que tenía que pasar. Le dije: "Si usted sigue diciendo cosas así de Cervantes, tendré que meterle una hostia". Me respondió: "¡Atrévase!". Le pegué una hostia tremenda. Ahora nos vemos a menudo. Cuando nos reconocen, la gente le grita a él: "¡Cuidado, cuidado, que Arrabal le va a dar una hostia!".

P.- El régimen le nombró, junto a Pasionaria, Carrillo y algún otro, uno de los cinco españoles más peligrosos. A ver si iban a tener razón.

R.- Era ridículo. Al final, cuando se murió Franco, tuvo que intervenir Willy Brandt [había sido canciller de Alemania] para que me dejaran volver a España.

La Transición no fue tan rápida como a veces se dibuja. Ni tan pacífica. Hubo muertos. Sangre. Y muchas librerías destrozadas. Libros quemados. Cines atacados con explosivos. Algunos de esos episodios llevaron el nombre de Arrabal.

Prohibida su obra en España, grupos de ultraderecha cruzaban la frontera para destrozar los escaparates franceses que la mostraban. En términos de ventas, se disparó el éxito. El editor le dijo a Arrabal que alcanzaron el millón de ejemplares en todo el mundo. No estrenó una obra en Madrid hasta 1977.

El expresidente José María Aznar.

El expresidente José María Aznar. Gtres

P.- ¿Tiene relación con políticos españoles?

R.- Cuando volví a España, estando en Valencia, un ministro me reconoció, cambió de acera y se acercó a mí gritando: "¡Francisco! ¡Francisco!".

P.- Aparte de eso. ¿Ha tratado con presidentes?

R.- Estuve en La Moncloa con Aznar. No sé si esto se puede… Bueno, seguro que él lo recuerda. En un momento dado, él apareció envuelto en una especie de capa española. Como un torero. "Pero, ¿eso qué es?". ¡Era una bandera republicana! "Es la bandera del último Consejo de Ministros de la República".

P.- Aznar envuelto en una bandera republicana como un torero. Lo que no haya visto usted…

R.- Ya les he dicho que soy un gran testigo, un gigantesco acumulador de anécdotas.

"Aznar aparecío envuelto en una especi de de capa que era una bandera republicana"

La verdad de Arrabal

Ahora sí. Es el momento. En apenas media hora va a anochecer en París. El padre de Fernando Arrabal, militar y pintor, estaba destinado en Melilla. Por eso Fernando, el hijo, nació allí el 11 de agosto de 1932. Cuatro años después, el 17 de julio de 1936, el militar se mantuvo fiel a la República. Lo encerraron. Amenazado de muerte, le dieron la oportunidad de cambiar de opinión, pero no lo hizo.

La ejecución fue conmutada por treinta años de cárcel. Pasó por las celdas de Melilla, Ceuta, Ciudad Rodrigo y Burgos. En esta última ciudad, lo encerraron en el manicomio. Hasta que el 29 de diciembre de 1942, con metro y medio de nieve, se fugó sin más armadura que su pijama. Se adentró en la noche y nunca más se supo.

Ochenta años después, ese misterio sigue siendo el motor de Fernando Arrabal. Este hombre, este escritor, es sólo un niño que busca a su padre. De ahí nacen todas sus creaciones, todas esas lágrimas que acaban convertidas en sonrisas tras pasar por la máquina de escribir. El dolor, la puñalada oscura, alumbran las carcajadas de millones de lectores. Asombrado, Vicente Aleixandre habló de la "luz moral" de Arrabal. Una linterna que ilumina el mal hasta diluirlo.

P.- Queremos preguntarle por su padre. En esa carta que mandó a Franco, le dijo: "Es usted el hombre que más daño me ha hecho en mi vida". Le ofreció el perdón, le escribía, a ratos, incluso con ternura.

R.- Es cierto, Franco me hizo todo el mal que pudo. Pero ese mal, al mismo tiempo, me hizo mucho bien. Fíjense en todo lo que vino. Fue imposible que me invadiera el mal. Soy un hombre con suerte –ya no hay risas en la conversación, han desaparecido de manera abrupta. Impacta ver la seriedad en el rostro del niño que se vuelve hombre para contar cómo se siente el niño.

P.- Un verso suyo [la poesía completa está editada por Huerga & Fierro] dice: "Aún siento su sangre resbalar por mi espalda desnuda". La sangre de cuando su padre intentó suicidarse en la cárcel de Ceuta.

R.- Fue una vida trágica. Todavía hoy, tantos años después, no sé nada. Nunca he recibido respuesta a las preguntas que lancé a ese organismo público… ¿Cómo se llama?

P.- ¿Memoria Histórica?

R.- Sí, eso, Memoria Histórica. Nadie sabe, o nadie quiere decirme, qué pasó con mi padre.

P.- Sólo tiene un recuerdo: las manos del padre en las piernas del hijo, jugando en la playa. Si la vida fuera una sola imagen, ¿esa sería la suya?

R.- Es mi mejor recuerdo… Esas manos en la arena, sobre mis piernas. También tengo los cien dibujos, muy bien hechos, que mi padre trazó de todos sus compañeros condenados a muerte.

El exvicepresidente Alfonso Guerra.

El exvicepresidente Alfonso Guerra.

P.- Ha dedicado gran parte de su vida a investigar. A estas alturas, ¿qué sabe de lo que pasó con su padre?

R.- El único político que me dio algún detalle fue Alfonso Guerra. Me mandó una carta de su puño y letra. Es raro que un español escriba a mano. Por eso le manifesté mi emoción. Investigó en el archivo de Salamanca, creo. Me contó que mi padre fue muy amigo del alcalde socialista de Melilla, que también era pintor. Sospecho que su amistad fue más pictórica que política. Es un misterio. Pido, por favor, al Gobierno que me ayude.

Dice un texto de Arrabal: "Vino el cura a ver a mi madre y le dijo que yo estaba loco. Entonces mi madre me ató a una silla, y el cura, con un bisturí, me hizo un agujero en la nuca para sacarme la piedra de la locura. Luego, entre los dos, me llevaron atado de pies y manos a la catedral de los sumisos".

Poco tardó Fernando en salir de la catedral. Fuera, a la intemperie, azotado por las dictaduras de cada tiempo, hace mucho frío, como esta tarde en París. Por eso el escritor lleva un abrigo negro, una corbata roja y una mochila llena de los genios que fueron sus amigos. Como dice su propio poema, Dios te salve, demente. Y si no hay Dios, lo hará la virgen. Seguro.

Arrabal, con su mochila a la espalda.

Arrabal, con su mochila a la espalda. Teresa Fernández