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En un principio las cosas fueron nombradas bajo el saber y la contemplación. La palabra "Ártico" procede del griego Artikos, "de la osa", en referencia a la constelación de la Osa Menor en la que figura la estrella Polar señalando siempre el norte. "Antártico", mediante la negación ant, es su contrario: en efecto, en la Antártida no hay osos. Esta armonía en las nomenclaturas del pasado está a punto de acabar. Pronto tampoco habrá osos en el Ártico.
Las temperaturas aumentan ya a 2.000 metros de profundidad, submarinos nucleares patrullan (y a veces explotan) más arriba de las latitudes árticas, la basura de nuestros humos y lavadoras pudre las profundidades del Gran Norte, el deshielo permite el tránsito de buques que trasportan incluso en invierno más porquería, más rápido y más barato... y ahora Putin abre su frente militar septentrional ante la entrada de Finlandia y Suecia en la OTAN.
El Polo Norte fue pisado por primera vez por el ser humano al tiempo que la Luna, en 1969. Sólo hemos necesitado cincuenta años para cargárnoslo. ¿Tenemos de verdad remedio, o ya todo se reduce a una fantasía de víctimas prematuras?
La OTAN en el Consejo Ártico
La cumbre de la OTAN de Madrid del mes que viene saludará la entrada de los dos países nórdicos en la organización militar. Aunque en esa reunión todavía no sean miembros de hecho, antes de que acabe el año –pese a las reticencias de Turquía- es muy posible que sí lo sean. Putin no quería a la Alianza Atlántica cerca y la va a tener a lo largo de 1.300 kilómetros en su frontera con Finlandia.
La profecía autocumplida (también el temor autocumplido) es un mecanismo mental y social que encamina inconscientemente los pasos hacia el objetivo contrario que se perseguía. Con Suecia y Finlandia en el frente anti-Putin, todo el Báltico, salvo el óblast ruso de Kaliningrado, será atlantista. El ajedrez mundial sube unos grados de latitud e incursiona en el paralelo de los 66º 33' que marca el límite del círculo polar ártico. Para muchos analistas, la próxima región de confrontación entre las grandes potencias.
El Consejo Ártico, con sede permanente en Trömso (Noruega), está formado por representantes de este país y de Canadá, Rusia, Dinamarca, Islandia, Estados Unidos, Suecia y Finlandia. Es el organismo que dirime litigios territoriales y lanza proclamas medioambientales sobre la preservación del Polo Norte, pero no tiene competencias ni en pesca ni en armas.
De todas formas, ha cesado en su actividad como protesta por la invasión de Ucrania. Si Suecia y Finlandia entran en la OTAN, todos los estados miembros del Consejo Ártico –excepto Rusia, claro,- serán atlantistas. Con éste 7+1, Rusia, que domina geográficamente la mitad del círculo polar, se sentirá, seguro, desvinculada. Otro lazo roto.
Amenazas militares
Este invierno, mientras Putin ordenaba a sus tropas atravesar la frontera de Ucrania, la OTAN colocaba a 30.000 soldados de 27 nacionalidades –entre ellas, España-, en unas maniobras en las que simulaba la invasión de Noruega por Rusia.
El frente ártico es para la Rusia de Putin tan valioso como el occidental tras la caída del Muro de Berlín. De esta zona del mundo obtiene más de dos tercios de sus reservas de petróleo y gas. En los últimos años, en una amplia zona costera desde la península de Kola hasta la Siberia Oriental, el Gobierno de Putin ha establecido bases aéreas, estaciones de radar, puestos fronterizos y centros de emergencia. Ha creado un mando especial militar para el Ártico y movilizado a 50.000 tropas en sus maniobras disuasorias. Ha construido centrales nucleares flotantes y buques rompehielos de propulsión atómica.
No es el único guardián del Polo. Bill Gates y Jeff Bezos proyectan –según el diario El Independiente- explotar Groenlandia para extraer sus recursos de tierras raras, con vistas a sus nuevas tecnologías para móviles y paneles solares.
No es la guerra todavía pero sí el escenario de enfrentamiento entre potencias, con el diálogo roto por Ucrania y una creciente presencia militar en las aguas sobre las que hasta hace poco sólo reinaba la aurora boreal.
La explosión del Kursk
"Trece horas, quince minutos. Todo el personal de los compartimentos seis, siete y ocho han pasado al noveno. Somos 23. Hemos tomado esta decisión debido al accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas".
Estas palabras forman parte ya de las tragedias árticas. Fueron escritas por el oficial Dimitri Kolesnikov, del submarino nuclear ruso K-141 Kursk, minutos después de que el sumergible sufriera dos explosiones que lo llevaron a pique, a 100 metros de profundidad en el Mar de Barents. Era el 12 de agosto de 2000, medio año después de que Vladímir Putin tomara posesión como presidente de la Federación Rusa.
El desastre del Kursk evidenció que su ejército había heredado los vicios de la época soviética. Pero, sobre todo, que la presencia nuclear era un hecho en los confines del Océano Glaciar Ártico. El Kursk era una de las joyas de la Marina rusa. Un submarino de 155 metros, con doble casco y propulsión nuclear. Un Titanic que tenía su base en Vidyayevo, provincia de Mursmank, en la península de Kola, lindante con Noruega. Aquel 12 de agosto, a las once y media de la mañana, se dispuso a disparar dos torpedos de salva simulando que atacaba a la nave insignia enemiga.
El desastre del Kursk evidenció que la presencia nuclear era un hecho en el Océano Glaciar Ártico
¿Qué ocurrió? Lo más probable, que una soldadura en mal estado en uno de los torpedos provocara una fuga de peróxido de hidrógeno y su consiguiente explosión. La onda expansiva penetró por los sucesivos compartimentos y los conductos de aire y llegó al puente de mando. El submarino, sin gobierno ni propulsión, se hundió hasta el suelo marino en menos de dos minutos. Entonces hubo una segunda explosión más fuerte que la primera: las ojivas de los torpedos estallaron en cadena. El equivalente a unas seis toneladas de dinamita. Los sismógrafos registraron 3,5 en la escala Richter. La proa se abrió como la boca de un tiburón. El agua helada entró a sus anchas. Todo quedó a oscuras.
Veintitrés marineros consiguieron encerrarse tras el mamparo número 9. Dieciséis horas trascurrieron hasta que el submarino fue localizado. La boya que debería haber señalizado de inmediato su posición para intentar un posible rescate había sido desactivada el verano anterior. Los rusos lo habían hecho por temor a que su despliegue fortuito alertara a la Sexta Flota de EEUU cuando el Kursk la espiaba en el Mediterráneo en plena crisis de Kosovo. Eso también falló.
El oficial Kolesnikov tuvo tiempo y coraje de escribir una segunda nota: "Está muy oscuro para escribir, pero lo intentaré con el tacto. Parece que no tenemos posibilidades. Tal vez el 10 o el 20%. Saludos para todos. No hay que desesperarse".
Tres días después, la flota rusa consiguió descender hasta el pecio. Cinco días trascurrieron hasta que el presidente Putin suspendiera sus vacaciones y pidiera ayuda a Bill Clinton para reflotar el submarino. A los nueve días del accidente, buzos noruegos consiguieron penetrar en el interior y confirmar que no había supervivientes en la tripulación de 118 personas. Entre las víctimas figuraba el oficial Kolesnikov y en el bolsillo de su uniforme, las dos notas manuscritas. Diez días después del drama, la imagen de Vladímir Putin azorado, nervioso y desnortado ante las familias de los marineros dio la vuelta al mundo.
Catorce meses después del hundimiento, el Kursk fue reflotado.
Armas atómicas
En el mundo hay 15.000 armas nucleares, según las últimas estimaciones. Todas están en el hemisferio norte. Es más: todas están entre el Trópico de Cáncer (23ºN) y el Círculo Ártico (66ºN). Según la web El Orden Mundial, sólo Rusia tiene armas nucleares o artefactos con propulsión nuclear por encima de esta línea, en la península de Kola, frontera con Noruega. De los cinco países que se disputan el Ártico, dos de ellos (Estados Unidos y Rusia) poseen el 92% de todas las armas atómicas del planeta.
La conquista del Ártico es fundamental para que estos dos enemigos impacten antes que el otro en la capital ajena con un misil intercontinental. Un rápido ejemplo. La distancia entre Moscú y Washington es de 7.800 Kilómetros. Pero si Rusia disparara su arma desde el Polo Norte, la capital estadounidense la tendría a 5.600 kilómetros. Y si fuera USA quien atacara desde este punto, Moscú sólo estaría a 3.800 kilómetros. A medida que cada imperio se acerca al polo, disminuye la distancia de impacto con el enemigo.
Hace un mes, Rusia realizó una prueba con su nuevo misil intercontinental Sarmat, que la OTAN ha bautizado como "Satán". Lo disparó desde su factoría de cohetes de Plesetsk, cerca del océano Ártico, y alcanzó su objetivo, según medios rusos, a 6.000 kilómetros, en la península de Kamchatka.
Pero, según informaba EL ESPAÑOL esta semana, Estados Unidos acaba de presentar en sociedad también su misil hipersónico ARRW que supera en cinco veces la velocidad del sonido, con un alcance igualmente de 6.000 kilómetros. Fue lanzado desde una fortaleza aérea B-52 al sur de California, y el cohete se autopropulsó hasta alcanzar "en cierto periodo de tiempo" los 1.200 kilómetros por hora. Impulsado desde el Polo Norte, impactaría en Moscú en 4 minutos y 40 segundos.
Esta carrera armamentista, que supera la capacidad mental para imaginar sus consecuencias, tiene siempre al Ártico como banco de pruebas. Sus promotores proyectan los artilugios nucleares temiendo que un día la región del Polo sea la línea del frente. Pero si un incidente nuclear más grave que el Kursk ocurriera en ella, lo peor no sería ni la onda expansiva, ni la radiación, ni la aceleración del deshielo. Un tsunami nunca visto golpearía la fachada norte del mundo y los cambios térmicos y dinámicos de las corrientes de los océanos convertirían la faz del planeta en algo irreconocible.
Calentamiento acelerado
Sin llegar a este escenario, los marinos que atraviesan a diario el Atlántico no pueden borrar la perplejidad de sus rostros cuando vislumbran icebergs a la altura de las Bermudas o de las Azores.
Según alerta la Organización Meteorológica Mundial en su último informe todos los indicadores del cambio climático van a peor. Los gases de efecto invernadero han aumentado un 149% desde la época preindustrial. Los últimos siete años han sido los más cálidos desde que hay registros. La temperatura del último año ha sido 1'11 grados superior a la media. La reducción del PH oceánico, por absorción marina del CO2, acaba con los ecosistemas. Cada año el nivel del mar está subiendo medio centímetro en todo el mundo. Los fenómenos atmosféricos extremos van en aumento con su saldo en vidas humanas y cientos de miles de millones de dólares en pérdidas materiales.
El descongelamiento del Ártico ha provocado que el tráfico internacional de mercancías se desvíe por este extremo
Cada minuto los gobiernos de la Tierra invierten 11 millones de dólares en seguir extrayendo combustibles fósiles. También cada minuto, plásticos equivalentes a dos camiones de basura son descargados en las aguas del planeta. Incluido el Ártico.
El Instituto Alfred Wegener investiga las concentraciones de plástico en los océanos. Su conclusión es que "pese a estar escasamente poblado, el Ártico retiene las mismas concentraciones de microplásticos que la India o China". El Océano Ártico representa el 1% del caudal de la Tierra, pero recibe el 10% de sus microplásticos debido sobre todo a los ríos que desembocan en él desde Siberia y también a la contaminación de la corriente del Golfo. A medida que avanza el cambio climático, el Ártico se calienta tres veces más rápido que el resto del globo.
Como si de una maldición se tratase, este descongelamiento ha provocado que el tráfico internacional de mercancías se desvíe por este extremo del mundo. Un bucle sin retorno.
China entre los hielos
En agosto de 2017 el navío ruso Christophe de Margerie de la compañía SCF llevó gas licuado desde Noruega hasta Corea del Sur por la ruta del Norte, sin necesidad de rompehielos. Recorrió 4.000 kilómetros en 19 días, un 30% menos que si lo hubiera hecho, como era habitual, por el Canal de Suez. Inauguraba una nueva derrota marítima superada en tan sólo unos meses por otro metanero ruso, el Eduard Toll de la compañía Teekay, esta vez en invierno.
El casquete ártico se ha derretido un 40% en los últimos 40 años y, por tanto, dónde antes había hielo hay ahora aguas y singladuras abiertas. El Instituto de Ciencias del Mar del CSIC estima que entre 2030 y 2050 el hielo desaparecerá durante el verano en el Ártico por completo. Ello afectará profundamente a nuestras latitudes en forma de fenómenos meteorológicos cada vez más extremos. Donde la mayoría de la humanidad intuye un desastre mundial, unos pocos ven un negocio particular. En el corto plazo, sí. ¿Al precio que sea? Sí.
Navieras como la danesa Maersk, la china Ocean Shipping Company o la japonesa Mol, también se han apuntado a los rumbos del norte. Incluso han abierto y se han adentrado por otro conducto, la llamada ruta del Noroeste que bordea Alaska, el diabólico norte helado de Canadá y encuentra el Atlántico pespunteando la península del Labrador. Aquí el ahorro es el canal de Panamá.
Un carguero que ahora hace la ruta Shanghái-Rotterdam recorre 10.500 millas yendo por el Canal de Suez, mientras que si usa las rutas del Norte surcará unas 8.500 millas. Canadá sólo pone como condición a estos barcos que le informen de su tránsito. China, apoyada por Rusia, anima a sus buques a usar estos itinerarios.
Desde 2015 este tráfico no ha hecho más que crecer, con las consecuencias que cabría esperar para la supervivencia de los mamíferos del lugar, incluidas las tribus aborígenes. El carbono negro de las emisiones se deposita en el hielo, absorbe más luz y calor y acelera el deshielo. Un tirabuzón mortal que no cesa.
Gas y petróleo en el fondo
El Ártico no es tierra, es agua. Así que no dispone de un tratado de conservación que lo proteja del desarrollo económico, como es el caso del continente antártico. Los cinco países directamente ribereños –Estados Unidos, Canadá, Dinamarca (Groenlandia), Noruega y Rusia- se disputan su propiedad porque debajo de los hielos nórdicos hay petróleo para llenar 160.000 millones de barriles y un 30% del gas mundial que queda por descubrir.
China, que se declara un Estado semiártico, tiene ambición de convertirse también en una potencia polar por su uso de las rutas del transporte. Desde el año 2013 es observador del Consejo Ártico.
Los intereses de Rusia son los recursos de gas y petróleo, las pesquerías y la apertura a estas nuevas rutas de tránsito internacional entre China y Europa. A medida que aumenta la destrucción del Ártico gana la militarización de la zona y son acalladas las voces de los ecologistas y de las comunidades indígenas de Siberia y el Ártico.
Pero seis ecologistas noruegos de Greenpeace y Jóvenes Amigos de la Tierra acaban de llevar a su país ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por la concesión de licencias de explotación de petróleo en el Mar de Barents. Invocan el derecho a la vida.
Debajo de los hielos nórdicos hay petróleo para 160.000 millones de barriles y un 30% del gas mundial
La Alta Corte ha estimado la denuncia y dado un plazo al Gobierno noruego –el mayor país productor de petróleo en Europa Occidental- para que presente sus alegaciones. Una sentencia favorable a los querellantes sería histórica y con consecuencias sobre las explotaciones de otros países árticos.
¿De quién es el Polo Norte?
Hasta 200 millas náuticas (370 kilómetros) estos estados tienen derecho a pescar, construir infraestructuras y extraer recursos naturales. Incluso podrían ampliar esta soberanía si demuestran que su masa terrestre va más allá dentro del agua.
La mayor disputa es una cordillera submarina de 1.700 kilómetros llamada Cresta de Lomonósov, que atraviesa el Polo Norte. La pretenden desde hace años Rusia, Canadá y Groenlandia (Dinamarca). Quien tenga éxito también podría reclamar los 100.000 kilómetros cuadrados de mar alrededor de la misma.
En 2007, tres investigadores rusos descendieron 4.300 metros bajo el Polo a bordo de un submarino de bolsillo. Con un brazo robótico colocaron una bandera rusa hecha de titanio en el lecho. A la vuelta, el jefe de la expedición declaró a la agencia Itar-Tass: "Si dentro de mil años alguien baja allí, verá la bandera de nuestra nación". Desde su despacho en el Instituto Bedford de Canadá, el geofísico David Mosher recordó a la prensa que 16 años antes, en 1991, una expedición multinacional en la que él participó ya había perforado el Polo Norte y enviado un robot no tripulado para recoger un segmento cilíndrico del suelo marino. Mostrándolo, dijo: "Nosotros no plantamos ninguna bandera, hicimos un agujero para que los rusos pusieran una".
La conquista del Gran Norte ha estado plagada de mentiras y faroles. En 1909, los estadounidenses Peary y Cook aseguraron haber conquistado el polo con distintas expediciones. Al parecer, ninguno de ellos lo consiguió. En 1926, americanos, italianos y el noruego Roald Amundsen, descubridor del Polo Sur, sobrevolaron con un dirigible el 90º N y lanzaron tres banderas –USA, Italia y Noruega-, pero sin pisar el punto geométrico. El científico ruso Alexander Kutnesov sí lo pisó en 1948, pero había llegado en avión y su gesta quedó depreciada.
Fue en 1969 cuando una expedición de tres hombres comandada por el británico Wally Herbert alcanzó el confín ártico después de un año de recorrido con trineos por el océano glaciar. Él fue su conquistador al mismo tiempo que el cosmonauta Armstrong pisaba la superficie lunar.
Herbert se tumbó en el hielo y miró hacia arriba. La estrella Polar se encontraba en el cenit exacto de su persona. Todavía había osos.