Jaime Lorente es un actor todoterreno que puede con todo lo que le echen encima. Ha sobrevivido a las cinco temporadas de La Casa de Papel, a proyectos vanguardistas y arriesgados sobre las tablas como Matar Cansa o la adaptación de Paco Macià de la Equus de Peter Shaffer. Hasta a un puñado de haters desvelados por las batallas medievales que encausó en el traje de Rodrigo Díaz de Vivar en El Cid. Ahora, a punto de cumplir los 31 años, el intérprete, por fin despegado de la estela de Denver, se ha colocado el gorro de baño para lanzarse a las piscinas de las Olimpiadas de Barcelona del 92. 42 segundos, su nueva película, es pura adrenalina.
Él define la experiencia con una palabra: "brutal". Como haber vivido en "una suerte de universo paralelo, como si se tratase de un campamento deportivo". No es para menos. La cinta de Dani de la Orden y Àlex Murrull es un chute de emoción para aquellos nostálgicos del legendario España-Italia con el que la selección española de waterpolo puso en el mapa internacional deportivo a nuestro país. El liderazgo del feroz y exigente entrenador croata Dragan Matutinovic –a quienes muchos apodaban 'el ogro'– y la ambiciosa capitanía del mejor jugador de España en esta categoría, Manel Estiarte, consiguieron aupar a la roja de waterpolo al podio olímpico.
Lorente encarna a Pedro García Aguado, una de las grandes leyendas del deporte español. En el agua un prodigio; fuera de ella, un hombre atribulado y polémico que consiguió escapar del fantasma de la adicción a las drogas y se recicló en presentador de televisión, conferenciante y, recientemente, en director general de Juventud de la Comunidad de Madrid. Dimitió del cargo en 2020. Un personaje que ha llevado al extremo a la estrella de La Casa de Papel. "Hemos sufrido mucho, especialmente en el agua. Representar a jugadores de élite de waterpolo no es nada fácil", confiesa sobre las intensas sesiones de entrenamiento –delante y detrás de las cámaras– a las que tuvieron que someterse. Rodar 42 segundos fue como pasar por la mili.
Lejos de los papeles de tipo duro, serio, algo chulo con los que se le suele asociar, Jaime Lorente es una persona cercana y risueña. Adora el arte, como se enfatiza cada vez que cita a Shakespeare, Lope de Vega o Goya. También a su hija, "su medalla de oro olímpica", aquella que lo ha librado de "taras y lastres". Lorente tampoco tiene pelos en la lengua, como demuestra el enfado que brota en sus ojos cuando recuerda a EL ESPAÑOL | Porfolio desde la azotea del Hard Rock Hotel de Madrid aquel titular con el que el diario Huffington Post tituló una entrevista con él: "Que se preparen las derechas cuando vean El Cid". Según el artista, nunca dijo esas palabras. Todo fue una encerrona orquestada por alguien que lo "odiaba profundamente". Y estuvo a punto de tener graves consecuencias.
El artículo al que se refiere vino a colación de una polémica relacionada con el revisionismo histórico que Amazon hizo en su serie de la figura del Campeador. "Me hace una gracia tremenda que se critiquen los fallos históricos. Si fuese una serie documental me preocuparía que hubiese fallos, pero es una producción de entretenimiento", relató durante aquel encuentro que ahora critica, asumiendo que había ciertas "licencias" narrativas que diferían del personaje histórico.
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PREGUNTA.– La figura histórica de Rodrigo Díaz de Vivar en El Cid despertó un revuelo tremendo tras la serie. Durante la promoción dijiste: "Que se preparen las derechas de España". ¿Crees que fue una declaración afortunada?
RESPUESTA.– No, no, no. Eso fue clickbait total. Me hicieron una entrevista y pusieron un titular que nunca dije. ¡Jamás! Al ver la entrevista me escandalicé, pedí el vídeo, pero había desaparecido por arte de magia. No estaba ni transcrito. Fue una absoluta mentira. Yo soy hiper prudente, no hablo de nada político porque no soy político. Así que sí, me la liaron. Fue El Huffington Post. Me quedé alucinado.
P.– ¿Crees que fue orquestado con algún fin político?
R.– Yo creo que fue alguien que me debía odiar mucho que montó una encerrona muy fea y desagradable. Acabé con todos los 'haters' de este país queriendo tirarme la serie abajo. Pero sin saber a quién voto, porque nadie tiene ni idea... ni lo van a saber. ¿Cómo pueden ser tan ruines algunos medios de comunicación como para poner titulares que, ya no es que estén mal interpretados, sino que son absolutamente falsos, creados a través de preguntas que nunca se hicieron?
P.– ¿Cuál era la pregunta original?
R.– Algo así como '¿puede haber revuelo político por la serie?'. Y yo respondí que no tocaba absolutamente nada político, porque para empezar la política de ahora no tiene nada que ver con la de la época de El Cid. Era una tontería. Nadie podía usar la serie como hacha política, pero de esas declaraciones sacaron algo muy extraño que era falso. Lo peor es que este tipo de mentiras pueden hacer mucho daño a una carrera.
P.– Hace unos meses confesaste en una entrevista que la fama de La Casa de Papel te había afectado psicológicamente. Al acercarse, nadie te preguntaba 'Qué tal, Jaime', sino que soltaban un frío 'Qué pasa, Denver'. ¿Qué ha cambiado desde entonces?
R.– Recuerdo perfectamente ese momento. Confieso que me he sentido muy mal. Hay fotos, por ejemplo, que nunca querría haberme hecho. Al principio me forzaba a decir que sí siempre, pero ya no. Por ejemplo, si estoy comiendo. Uno tiene que luchar por su espacio, su privacidad. He vivido momentos muy violentos. Esa entrevista trajo, de forma indirecta, cosas muy positivas. Hay gente que se ha atrevido a contar su propia historia, a buscar ayuda. Poco a poco el prisma desde el que se nos mira cambia, y creo que la gente empieza a respetar nuestra intimidad. ¡Al final somos seres humanos! Necesitamos apoyo, alguien que nos quiera, algo de amor.
P.– Pero hay algo de fanático en acercarse a un artista en su tiempo libre y empezar a atosigarlo con preguntas, fotos, vídeos...
R.– No sé si es por fanatismo o porque la gente malinterpreta verte en el salón de tu casa o en la cama desde una tablet. Vivimos en la época del gif, donde todo lo miramos a través de una pantalla. Mira lo que pasó con la muerte de Charlie, el tiktoker de 20 años, que hacía una labor increíble divulgando información sobre el cáncer. Tras morir empezó a haber un montón de gente cosificando su muerte para aprovecharse y hacer números. Hay una falta de empatía tremenda. Y eso viene de los problemas en casa, que es la fuente de toda la educación.
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P.– ¿Estamos faltos de referentes?
R.– Sí, pero porque tomamos como referente cualquier cosa. Alguien que sea un poco conocido ya se convierte en una figura trascendental. En mi caso, yo veo esto sólo como mi trabajo, así que no quiero ser ejemplo de nadie. Mi opinión sobre las cosas no es más importante que la de los demás. No por tener una cuenta de TikTok o de Instagram o muchos seguidores tu opinión vale más que la del resto. Las cosas en su sitio.
P.– Acabas de ser padre. ¿Temes por la educación digital de tu hija?
R.– Muchísimo. Nunca me ha dado miedo ser padre, pero es que en realidad no se puede pensar en el hecho de ser padre, sino que se debe ejercer en el día a día. Lo que sí me abruma es pensar que tengo en mis manos la capacidad de crear trauma o no. De condicionar mi relación con mi hija cuando sea mayor o la forma en la que se relaciona con el mundo. Yo soy la puerte a la vida que ella conoce. El reflejo del mundo. Su madre la dio a luz y la conoce desde que estuvo en su barriga, pero la primera imagen que recibió es la mía, que viene de fuera, por tanto represento ese lugar. Así que tengo la responsabilidad de darle a conocer la libertad, no sólo como un derecho sino como la capacidad de hacer libre a los demás, de hacer el bien, de querer. Creo que, en general, debemos formarnos más como personas.
P.– Una de las últimas polémicas que protagonizaste estuvo relacionada con Borja Escalona, el youtuber que quería comer gratis en una tapería. Dijiste, cito literalmente, "le metía una galleta con la mano abierta que me la iba a pagar a plazos el tonto mierdas este". ¿Qué te saca de tus casillas?
R.– Lo que más me enfada es la incompetencia. Todos nos equivocamos, por supuesto, pero tenemos una responsabildiad con nosotros mismos y con aquellas personas con las que tenemos relación directa. Yo, si me estoy tomando un café contigo, tengo una responsabilidad sobre ti. El bien se encuentra en un lugar común, porque somos comunes, como una manada. ¿Cada uno puede hacer lo que le dé la gana? No. Cada uno influye sobre los demás. Las redes sociales, al final, son una gran amenaza. Así que no me asusto cuando pasan estas cosas, porque a veces crean monstruos.
P.– ¿Es el arte, quizás, ese lugar común, ese punto de encuentro humano?
R.– Sí, pero el arte es el reflejo de que lo único importante es el otro. El arte es contemplación, y eso implica al otro, la 'otredad'. El Guernica de Picasso en mitad de la selva no es nada: sólo lo es cuando tú te pones delante y lo observas. Hemos perdido la capacidad contemplativa, y eso sólo se recupera leyendo, yendo al teatro, al cine. El problema es que estamos atiborrados de ficción y todo se vuelve fast food muy fácilmente, especialmente todo lo que se consume a través de redes sociales.
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P.– ¿Dónde está la medicina para curarnos de la desconexión?
R.– En los clásicos, que lo son precisamente porque tocan temas universales que nunca mueren. Ahí está recogida la condición esencial del ser humano. Lope de Vega habla del amor, y más de 400 años después de su muerte yo lo sigo leyendo y me emociono. ¿Por qué? Porque los temas siempre conectan con lo mismo: nuestra condición humana. Eso es lo que nos une. Como leer a Shakespeare.
P.– Imagino que adaptando el lenguaje, las preocupaciones y los personajes a los nuevos tiempos.
R.– Claro, porque luego te topas con gente que representa a Lope de Vega y los ves como si estuviesen interpretando en el Siglo de Oro. Pero fue uno de los autores que rompió con la estructura tradicional e inventó la 'Comedia Nueva'. Si estuviese vivo seguro que rompía con todo. Debemos adaptar los clásicos a los tiempos modernos, porque el relato universal es cíclico.
P.– ¿Qué otros momentos duros has pasado como actor?
R.– Tengo un trabajo que es una suerte, así que no puedo decir que haya tenido momentos realmente duros.
P.– ¿Por qué decidiste dedicarte a esto? ¿De dónde viene la chispa de la pasión por la interpretación?
R.– Mi gran pasión es el teatro, que era lo que hacía principalmente antes del boom de La Casa de Papel. Yo siempre he sido mal estudiante, muy inquieto, así que conocí el teatro de pequeño. Me sentía valiente encima de un escenario. Eso me permitía contar muchas cosas de mí sin decirlas claramente, y eso me enganchó. Yo no encuentro diferencia alguna entre estar sobre un escenario o frente a una cámara. ¿Qué importa? A mí si me dan a elegir, siempre me quedo con un buen proyecto, un guion que me emocione. Siempre aprendo, aunque haya proyectos en los que he dicho que sí.
P.– ¿Cuál es tu primer recuerdo sobre un escenario?
R.– Mi primera vez. Empecé interpretando al Niño Jesús en una obra de Navidad.
P.– ¿Te consideras una persona religiosa?
R.– Soy espiritual, sí. Estoy en mi camino. Podría decirse que me estoy reencontrando con Dios, no me preguntes mucho más allá. Me considero una persona trascendental.
P.– El arte es una forma de conexión con lo Trascendente, escribía Paul Schrader.
R.– El arte es una vía para darle forma a lo inasible. Dar forma a lo que no lo tiene, poner en orden lo que está desordenado, aunque el arte deba ser desorden puro. Para mí el arte es un intento: si el arte termina algo, entonces no es arte, porque debe haber un punto donde el espectador complete las cosas.
P.– ¿Qué es lo que más te apasiona de la industria?
R.– Las familias que se generan, la burbuja. Esos pequeños momentos que a veces duran una escena, o ni siquiera una, donde te sientes borracho de mentiras. Tanto que uno cree que lo que ocurre a su alrededor es pura verdad. Los actores nos pegamos unos viajes tremendos, que es lo que nos hace estar enganchados. Es como leer. De pequeño me enamoré de la lectura gracias a un libro que llevo buscando toda la vida. No paro de leer tratando de encontrarlo, y nada es capaz de gustarme tanto como aquel libro. Pero sigo haciéndolo...
P.– ¿Sueñas con algún papel literario que aún no te haya tocado interpretar?
R.– Con Calígula de Albert Camus. Es algo que me motiva mucho como actor. Me pone "muy cachondo" (risas). Si ahora me dicen ahora de hacer el Calígula lo dejo todo y me lanzo a ello.
P.– ¿Dirigida por Tinto Brass?
R.– Prefiero que se inspire en Camus (risas).
P.– Si alguien se pasea por el Prado, ¿dónde te encuentra?
R.– Frente a las pinturas negras de Goya.
P.– ¿Y en el cine? ¿Cuáles son tus referentes?
R.– Mis referentes suelen estar muy presentes. Rodrigo Sorogoyen, por ejemplo. Es el mejor director que hay y que ha habido en España. Lo suyo no es normal. A mí, como Jaime, me parece una locura. Lo veo y me meto tanto en su lenguaje, lo comprendo tan bien... Ojalá tuviese su mano. Entiendo su mundo, me encanta, me fascina, y siempre pienso lo mismo: 'Qué suerte que esté vivo mi referente'. Me encantaría trabajar con él.
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P.– Has pasado delante de las cámaras, sobre las tablas de los escenarios, ahora tienes tu propio proyecto musical... El siguiente paso es la dirección.
R.– Estoy escribiendo mi primera película. Siempre me he considerado más director que actor, porque me encanta dirigir. Es mi gran sueño. Estoy pensando sólo en eso. Ya tengo un guion, pero de momento es top secret. Ya estamos con una productora y hemos puesto en marcha la financiación. No puedo decir más porque me matan (risas).
Una final olímpica de vértigo
La selección española de waterpolo necesitaba un cambio de dirección urgente cuando Dragan Matutinovic llegó para sustituir al legendario Toni Esteller. El croata no tenía la templanza del catalán. Tampoco sus formas: Matutinovic impuso un sistema de entrenamiento exhaustivo, más propio de un campamento militar de élite que de una selección deportiva. El entrenador llevó al límite a sus jugadores y seleccionó por descarte a los que "sobrevivían" a las pruebas físicas. Ellos fueron los que jugaron en las Olimpiadas del 92.
España pasó de ser un amateur en el mundo del waterpolo a convertirse en una de las puntas de lanza del deporte español. El equipo de Matutinovic arrambló a Estados Unidos, una de las grandes favoritas, y se batió en duelo con Italia en dos ocasiones. La primera venció. El segundo encuentro dio como resultado una de las finales olímpicas más tensas y recordadas de la historia.
Italia comenzó adelantando a España en el marcador por 4 a 1. Los de Matutinovic, entre ellos Manel Estiarte y Pedro García Aguado, respondieron como auténticos animales. Tras un duelo de desgaste, Miki Oca marcó el 7-7 y llevó el partido a una primera prórroga. Estiarte llevó la contienda a un 8-7 gracias a un penalti. Los italianos contrarrestaron con un potente ataque que empató de nuevo (8-8) y sentenció el encuentro a una segunda prórroga.
Exhaustos, los españoles perdieron un minuto antes de que el marcador ampliase de nuevo la encarnizada batalla sobre agua a una tercera prórroga. Italia se alzó con el oro olímpico y España tuvo que conformarse con la plata. Las lágrimas de los waterpolistas de la selección española fueron enjugadas por los fuertes aplausos de un público entregado a su equipo. Cuatro años después, en las olimpiadas del 96, en Atlanta, España ganó el ansiado oro olímpico.
P.– Las Olimpiadas del 92 marcaron un antes y un después en el deporte español. ¿Qué significa el recuerdo de esa medalla de plata de España?
R.– Yo soy del 91, así que no tenía demasiadas imágenes guardadas de ese partido. Conocía la historia del equipo de waterpolo de la Selección Española, quería resonar dentro de mí, pero no era algo que conociese con detalle. Al toparme con la historia real he alucinado de lo difícil que fue, la exigencia física a la que estuvieron sometidos los deportistas y la preparación que todo eso conllevaba. Pero bueno, yo soy un apasionado del deporte, incluso de aquellos que no sigo, así lo he llevado bien (risas). Soy de los que se engancha viendo la final de la selección española de bádminton sin tener ni puñetera idea y me pongo a pegar gritos. Es algo que me encanta.
P.– Supongo que también estuvisteis en contacto con los protagonistas reales, Pedro García Aguado y Manel Estiarte. Hacéis un retrato bastante íntimo de su vida personal, hasta del problema con las drogas de Aguado. ¿Hay más realidad que ficción?
R.– Yo hablé con Pedro García Aguado y Álvaro Cervantes estuvo en contacto con Manel Estiarte. Los cuatro comimos juntos. Fue precioso. Los entresijos de la historia deportiva los conocíamos porque la documentación, evidentemente, estaba ahí, pero ellos eran los únicos que podían ofrecernos los verdaderos detalles emocionales. Sus comportamientos, su forma de ser, la parte sensible. Al final, el mensaje que uno saca de toda su historia es que la unión y el amor son lo más importante, que hay mucho tipo de triunfos en la vida y que incluso en las derrotas hay victorias. La plata que ganó España refleja muy bien eso: una medalla de plata que ganas perdiendo. Pero claro, hay una victoria muy fuerte tras esa "derrota".
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P.– Que culmina con la justicia poética del 96...
R.– La mítica Atlanta, sí (risas).
P.– Los jugadores de waterpolo son como un equipo de cine. ¿Has sentido esa hermandad en tu carrera profesional?
R.– Es algo que me ha ocurrido con Álvaro Cervantes. He encontrado a un compañero generoso del que me he enamorado. Hemos vivido la historia como niños. Aunque sin padecer tantos dramas como el equipo español.
P.– ¿Cuál es tu medalla de oro olímpica? La meta que anhelas, la final de tu carrera personal.
R.– Mi hija. Es mi oro olímpico. Sin duda.