Un británico debe tener dos escuelas en la cabeza cuando se pone a escribir sobre España: el relato apasionado, estilo George Orwell; o un trabajo mecánico, escrupuloso, siguiendo el indiscutible peso de los hechos. Michael Reid (Guilford, Reino Unido, 1952) es periodista, pero en lugar de entregarse a la crónica efervescente, se inclinó por imitar a historiadores como John H. Elliot o Paul Preston para traernos un nuevo tratado sobre nuestro país. Spain: The trials and triumphs of a modern European country (Ed. Yale Books) ya está disponible en inglés y se espera que en los próximos meses llegue a las librerías traducido al español.
El ensayo recorre ese camino desde la España atrasada del fin de la dictadura a un país avanzado en costumbres sociales, que en el salto hacia la integración global se vio atropellado por una crisis económica especialmente dolorosa. Todo ello visto con ojos de un guiri que se empapó del español en Latinoamérica antes de llegar a España.
Reid comenzó a escribir para The Economist en los noventa desde México. Fue jefe en Brasil, dirigió la sección de Las Américas del periódico y en 2016 se instaló en Madrid, donde ha ejercido como corresponsal hasta 2021. Ahora disfruta de escribir sin las obligaciones de las urgencias y de los lujos de un jubilado, como apoderarse de nuevo de su tiempo. Tanto, que quedamos en un café del centro de Madrid un Jueves Santo a las 11 de la mañana, con la ciudad aún medio vacía, antes de que el turista salga a tomar este solecito primaveral. "No me voy de vacaciones, en España hay demasiadas fiestas". Comenzamos con un tópico. Después comprobaremos que su intención es desmontarlos todos.
P.– Los corresponsales tienden a querer explicar un país a partir de los comportamientos de la gente, de un análisis casi sociológico de la realidad. ¿Es posible analizar un país dejando al margen los clichés?
R.– No soy muy partidario de hablar de un carácter nacional. Claro, cada país tiene sus especificidades en su cultura, en sus hábitos, tradiciones, etc. Es importante tratar de entenderlos, pero pienso que España ha sufrido demasiado por los intentos de definir una esencia nacional, como quiso hacer la generación de 1898. Aún así, me parece más importante la interacción de la geografía, la historia o de los acontecimientos con las tradiciones y la cultura para tratar de explicar los aspectos de un país.
P.– Algo de fascinación tendrá España para los británicos, que siempre se han interesado mucho por lo que nos pasa. Algunos de los mejores historiadores de mi país han nacido en el suyo.
R.– Efectivamente, y por eso mismo, mucho antes de embarcarme en el libro, pensé que ya había demasiados libros sobre España de británicos. Pero bueno, pensé que tenía cosas que decir que no se habían dicho y decidí hacerlo. Al comienzo del libro afirmo que entre España y Reino Unido hay una relación de antagonismo histórico, pero también me parece que existe una fascinación mutua por el otro. Reino Unido es un país de historiadores, hay una escuela grande y se dio la circunstancia de que durante mucho tiempo los historiadores españoles no podían escribir la historia de la Guerra Civil. Entonces surgieron libros como los de Hugh Thomas o Paul Preston, pero felizmente eso cambió y muchos historiadores contemporáneos españoles han reescrito la historia de la Guerra Civil. Eso me parece importante.
P.– Vayamos a lo que tiene que decir. Yo he pasado 10 años fuera de España y, al volver, hay muchas cosas que no reconozco, sobre todo en las grandes ciudades. Usted llegó aquí por primera vez en 1971, ha visto a España hacerse adulta.
R.– Aquel fue un viaje de estudiante, hice varios así en los setenta. Después, no vine a vivir hasta 2016, aunque estuve escribiendo editoriales y reportajes especiales a partir de la crisis de 2008. Por un lado, vi toda esa transformación en España desde el franquismo y la Transición. Pero también he comprobado que los últimos 15 años en España han sido difíciles tras la crisis financiera y la quiebra de la burbuja inmobiliaria. Eso es lo que realmente quería hacer en el libro, analizar hasta qué punto los populismos que surgen en España a partir de la crisis eran taras puramente españolas o simplemente fenómenos que ocurren en las democracias europeas de este siglo. Y he llegado a la conclusión de que básicamente es lo segundo.
P.– Por ir con el primer cambio, la España del tardofranquismo tiene poco que ver con la actual.
R.– No, todavía hay pobreza, pero es un país mucho menos pobre y mucho más conectado. En esos primeros viajes de estudiante, a mí me impresionó lo grande que era España y lo lento que era viajar por ella, fuera por carretera o por tren. Obviamente, la inversión durante décadas en comunicaciones ha transformado el país: la España del AVE, las autovías… No sólo se alineó con la corriente occidental europea con el ingreso en la UE, sino que es un país más abierto al mundo. España está abierta siempre a lo nuevo, y eso representa un cambio.
P.– En el libro menciona el surgimiento de la clase media como un aspecto positivo del franquismo. ¿Sin ese elemento sería posible la España actual?
R.– Creo que fue importante, hubo casi 20 años de crecimiento económico rápido antes de la muerte de Franco que facilitaron el crecimiento de una clase media mucho más grande. Y los deseos de democracia y libertades de toda esta gente fueron importantes no sólo en la Transición, sino unas cuantas décadas después. En el libro trato de explicar que Franco fue un dictador autoritario al viejo estilo español o latinoamericano, más que un fascista. Fue un fascista de conveniencia más que de convicción.
P.– El libro narra la transición hacia la democracia como la historia de un éxito, pero esto nos lleva a la segunda etapa de esos cambios que mencionaba. ¿Qué piensa cuando escucha a una corriente política que ha surgido en los últimos años y a las nuevas generaciones que reniegan de aquel proceso, que hablan de forma despectiva del régimen del 78?
R.– Bueno, ellos han tenido la suerte de crecer en un país democrático, de libertades, socialmente muy tolerante, y eso es otro gran cambio. Pero hay que entender que también se han enfrentado a una crisis económica que ha provocado que esos 50 años de avance social se interrumpieran. Creo que es más duro ser un joven español hoy que hace 30 o 40 años. No hay duda de que los políticos favorecen con el gasto público a los viejos y discriminan a los jóvenes. No poder independizarse hasta los 30 es duro. Dicho esto, creo que tenían razón en algunos aspectos de la crítica: había demasiada tolerancia con la corrupción, demasiados abusos de los bancos durante el boom inmobiliario y el sistema de partidos se había enquistado. Pero, 15 años después, las fuerzas políticas que querían desafiar la Transición han fracasado en esa crítica. Sumar dijo hace unos días que no comparte el rechazo al régimen del 78, que es una frase de Podemos, y que prefiere centrarse en reformas concretas. Veremos qué pasa en las próximas elecciones, pero creo que habrá una reconstrucción imperfecta del bipartidismo.
P.– ¿Cree que después de este periodo de agitación política, volveremos a un periodo de mayor moderación?
R.– Pienso que sí, no es definitivo. Pueden surgir descontentos otra vez, pero yo pienso que sí, hay algunas señales de ello.
P.– Por terminar con Franco, escribe que la figura del dictador no está presente en la vida de los españoles a día de hoy, pero me llama mucho la atención que en las crónicas del periodismo anglosajón siempre suele aparecer. No hay un análisis de la realidad española en la que no se mencione a Franco.
R.– Era uno de mis propósitos, criticar esa visión extranjera de la España de hoy, porque me parece que es equivocada. Y creo que de alguna forma es una continuación de una leyenda negra, de que hay algo atávico, cruel, autoritario, reaccionario en el alma española, lo que me parece falso. Por ejemplo, creo que para explicar Vox es mucho más lógico compararlo con los movimientos de la derecha nacional populista que han surgido en otros países de Europa y que son sus referentes: los partidos gobernantes en Polonia y Hungría, el Frente Nacional de Francia o el partido de Giorgia Meloni o la Liga en Italia.
P.– Vox es uno de esos elementos que amenazan la moderación. Otro es Cataluña. Al final, cada país tiene su obsesión: Reino Unido, la relación con Europa; Francia, la laicidad; Italia, la inmigración… Y en España nos toca la cuestión territorial. Poco después de llegar aquí cubrió el referéndum ilegal de 2017. ¿Cómo ha visto la situación en Cataluña desde entonces hasta ahora?
R.– En los medios de Reino Unido y Estados Unidos creo que había mucha simpatía por el separatismo catalán y muy poco análisis serio de lo que había detrás. Para mí, tenía muchas semejanzas con el Brexit. Era un movimiento nacional populista que buscaba a un enemigo externo, ya sea Bruselas o Madrid. 2017 fue un fracaso de la clase política catalana y todavía parece que lo están digiriendo. Mientras que ahora, uno puede discrepar de algunos detalles, pero el enfoque de Pedro Sánchez de distensión con el independentismo me parece lo correcto. Aún así, todavía hay 2 o 3 millones de catalanes que quieren separarse de España y eso es un desafío.
['The Economist' rebate al independentismo: España es una democracia plena]
P.– Cita a Eric Hobsbawm para describir la idea de nación catalana como la "invención de la tradición". El catalanismo alude a razones históricas para construir su narrativa, pero también a una competición desleal con Madrid. Es decir, a una fiscalidad más baja, a una capacidad para atraer inversiones enfocada en la capitalidad, a un centralismo que se ve en esa red viaria que ha permitido que las comunicaciones sean más fluidas…
R.– Hay que decir que la invención de la tradición existía en muchas otras partes en el siglo XIX: en Alemania, en Escocia o en el resto de España. Yo entiendo esa visión que algunos catalanes tienen de la postergación por parte del Estado y de las ventajas de la capitalidad que tiene Madrid. Pero creo que el tema fiscal es una competencia lícita y es reflejo de elecciones políticas. La idea de ‘cocapitalidad’ entre Barcelona y Madrid me parecería muy valiosa para España. Me parece interesante cuando algunos catalanes piden que España sea un país más como Alemania que como Francia, que Barcelona fuera como Múnich, con mayor vida propia que Marsella o Lyon en una Francia centralizada. Sé que no se va lograr a corto plazo, pero un federalismo formal sería mejor para España que el Estado autonómico, que además pondría límites a la competencia fiscal, entre otras cosas.
P.– Otra de las cuestiones que nos unen a españoles y británicos es la monarquía. En España hemos vivido muchos años con la sensación de no poder criticar nada de la Casa Real, con un pacto de silencio. ¿No cree que a Juan Carlos I en Reino Unido lo hubieran masacrado mucho antes?
R.– Creo que sí, probablemente sí. Lo han hecho, por ejemplo, con el príncipe Andrés. Yo pienso que es evidente que las monarquías en el siglo XXI son, desde un punto de vista doctrinal, una aberración. Pero gozan de gran ventaja, que es la inercia, ya que lo más sencillo es no desmantelarlas si no son totalmente disfuncionales, porque la alternativa podría ser peor. La restauración de la monarquía en España fue esencialmente pragmática y Juan Carlos se encargó de legitimar las críticas a la institución, no entendió que no tenía derecho a una vida privada, así son las monarquías. Creo que el rey Felipe tiene la complicada tarea de recuperar la legitimidad perdida, tiene un reto importante ante la juventud y ante Cataluña, donde existe un rechazo mayor.
P.– A nivel político, España ha entrado en un ciclo electoral perverso, con elecciones constantes y un clima de agitación permanente. Ha mencionado la aparición de populismos como una de las amenazas al sistema, cita expresamente a Vox y Podemos, pero quizás no hable tanto en el libro de la ausencia de un verdadero partido liberal, a diferencia de lo que ocurre en otros países. En su momento parecía que ese rol lo podía ocupar Ciudadanos, pero también ese intento fracasó.
R- Si entendemos el liberalismo como un movimiento político que reconoce la importancia de la igualdad de oportunidades y de la acción estatal para fomentar eso, es cierto que fracasó todo. O tal vez estaba condenado al fracaso, pero esa es otra discusión. Creo que el liderazgo de Ciudadanos fue pésimo, Albert Rivera podía haber jugado ese papel y renunció a hacerlo. Para mí fue un político desastroso y muy destructivo. Pero el aspecto al que hago referencia en mi libro es que tal vez el legado más duradero de la Guerra Civil es que esa trinchera, que se da en todos los países de Europa, seguramente sea más profunda en España. Y la posibilidad de colaboración en algunos aspectos es muy difícil.
P.– Entonces sí existe una mayor polarización, por mucho que seamos un país equiparable al resto de Europa…
R.– Una mayor polarización entre políticos, pero no en la sociedad, yo diría.
P.– ¿Y esto cómo se explica? Porque al final los políticos tienden a ser un reflejo de la sociedad en la que viven.
R.– Creo que se explica por ese legado histórico que han recogido los partidos. Lo que es preocupante desde el punto de vista de la democracia es esa incapacidad para llegar a acuerdos básicos. Y lo hemos visto con asuntos como la renovación del Consejo General del Poder Judicial.
[Al loro, que dice 'The Economist' que no estamos tan mal]
P.– Sin embargo, habla de España como un país imperfecto, pero no más que otros de nuestro entorno. Y sí que identifica tres grandes problemas: el papel de los partidos, la burocracia y el sistema judicial. ¿Esas son las tres grandes reformas que debe acometer España?
R.– Bueno, no hay un sistema político perfecto. En España se intentó crear partidos políticos fuertes para impedir la fragmentación, aunque ahora hay fragmentación por otros motivos. Sé que no hay soluciones fáciles, pero hay un reconocimiento generalizado de que existe un problema con la Administración Pública. España se ha modernizado en otros aspectos, mientras que la carga administrativa y regulatoria de las empresas es muy alta. No se trata sólo de digitalización, es mucho más que eso. Y, por último, en este país hay pocos jueces, se necesitan más jueces. Se desconfía mucho de ellos. Yo no pienso que el problema sea que estén politizados, los jueces suelen ser conservadores en muchos países, porque defienden el statu quo, pero el sistema es muy ineficiente y eso lo retrasa todo muchísimo. Por ejemplo, finalmente condenaron a muchos banqueros y a otros corruptos, pero se tardó años en hacerlo.
P.– Llama la atención que un corresponsal de un periódico económico hable también de una clase empresarial anquilosada, que se ha perpetuado en sus puestos durante muchos años.
R.– Es así. Hay empresarios que son ejecutivos nombrados, no son propietarios de sus empresas, pero se eternizan, actúan como si fueran propietarios de empresas familiares. Hay excepciones femeninas, pero en España existe un oligopolio empresarial masculino. Es una observación empírica.
P.– Pongamos ejemplos.
R.– Es muy poco común en el mundo capitalista que un ejecutivo se quede tanto tiempo y, si ocurre, se suelen revelar una serie de problemas que no se enfrentaron. No digo que tenga que pasar necesariamente, pero es un patrón que se repite. Otra característica del país es que la política manda bastante sobre las empresas y no al contrario. Por tanto, la idea de que el Estado está capturado por el capitalismo me parece que no se ajusta a las circunstancias.
P.– ¿Qué le parece el rol internacional que intenta subrayar actualmente Pedro Sánchez?
R.– Me parece un activo para España, que sepa inglés de forma fluida y que se sienta cómodo en el ámbito internacional, está intentando ser activo. Ahora, pienso que eso es una condición necesaria pero no suficiente para que España juegue un papel más importante y defienda sus intereses de forma efectiva. Hace falta también una estrategia en política internacional que no se ha notado demasiado. En la UE Francia y Alemania siguen siendo dominantes, mientras que España no ha jugado un papel muy influyente. El Magreb tampoco es precisamente un éxito de la política exterior española.
P.– ¿Y ve a Feijóo como alternativa? Porque The Economist publicó un artículo en el que calificaba a Isabel Díaz Ayuso como la gran esperanza de la derecha.
R.– Yo había dejado de ser el corresponsal cuando se publicó y no comento los artículos de otros compañeros. Creo que Ayuso es una política interesante, exitosa, muy efectiva en Madrid, pero tengo mis dudas en sus apoyos más allá de la meseta. La percepción en España es que Casado fue un fracaso, porque nunca creció en el cargo ni definió una estrategia de un Gobierno alternativo. Y pienso que Feijóo empezó a hacer lo mismo y hay una sensación de cierta decepción.
P.– Aún así, el PP necesitaría a Vox y el PSOE a socios de todo el arco parlamentario. ¿Es posible así ese camino hacia la moderación y hacia una cierta reconstrucción del bipartidismo que dice percibir?
R.– Ahí está el desafío para España. Creo que ha habido logros de la coalición de Gobierno, sobre todo en fortalecer el Estado del bienestar; pero también ha sufrido un desgaste, como se ve en esa legislación mal hecha que hemos visto en los últimos meses. Por eso digo en el libro que se corre el riesgo de qeu crezca la polarización, porque la política, en lugar de buscar el centro, se convierte en una competición entre los actores más cercanos.
P.– ¿Está de acuerdo con esa afirmación que dice que los extranjeros tienen una mejor percepción de España que los propios españoles?
R.– Creo que sí. Hay algo de humano en eso, todos nos quejamos de nuestros propios países, aunque quizás en España esté más marcado. La idea de que España es un fracaso es muy profunda y eso tiene que ver con su condición postimperial. Mi idea es que no ha sido un fracaso, sino un experimento exitoso en los últimos 50 años.
P.– Termino con el cliché que le preguntarán a cualquier español al cruzar la frontera: ¿Madrid o Barcelona?
R.– ¿Como ciudades?
P.– La pregunta siempre va por el fútbol…
R.– Pues yo te diría Betis… o Athletic de Bilbao. No me gustan Barça ni Real Madrid por el ambiente alrededor de esos clubes.