Mario Casas fue muchas veces el niño de nuestra vida, cuando nos enamoramos de él durante diez o veinte años que volaron como siglos en ráfaga en la grupa de su moto: en su cara y en su cuerpo nacieron las historias preferidas de las españolitas somnolientas, pizpiretas, melancólicas, porque él reunía chulería y gracia entreveradas con una ternura insoportable, una belleza anfíbica siempre a caballo entre el chaval y el hombre.
Le veías la bravura y la vulnerabilidad al mismo tiempo, una imaginación divertida para hacer la vida ancha e interesante y una rabia diminuta nacida de la incomprensión adolescente. Casas creció y nosotros crecimos con él, y le vimos mutar y ambicionar y entregarse a papeles incómodos, a personajes desbaratados como la cama de un loco. Ahora se ha decidido a coger la batuta de director y lanza su ópera prima, Mi soledad tiene alas, protagonizada por su hermano Óscar.
Es una película en la que promete como cineasta, un cuento quinqui y dosmilero sobre la precariedad, el arte y la supervivencia de un chaval de barrio con todo en contra, uno que (a veces) se recuerda a sí mismo. Hay robos, pillaje y violencia; hay traumas infantiles, hay pesadillas y epifanías, hay grafitis que son gritos, hay compadreos y amores incipientes, hermosos de tan sugerentes, de tan dolorosos e incalcanzables.
Hay un dúo carismático frente a la crueldad del mundo, al estilo Deprisa, deprisa de Carlos Saura, y una heroína magnética, y un lenguaje secreto entre cachorros de ser humano que se desean y se comprenden y se buscan y se repelen: hay tardes de juego para huir de la rutina áspera que se celebran en parques acuáticos abandonados. No digo más. Tienen ustedes que ir a verla.
P.- ¡La romantización del barrio! ¡Temazo! En los últimos años ha estado muy en auge, pero tu película es todo lo contrario: aquí vemos toda su crudeza, su precariedad, su violencia. He leído que esta película tiene mucho de tu biografía. ¿Cómo fue la infancia de Mario Casas?
R.- Bueno, la película no es autobiográfica, aunque sí hay mucho de mí. Mi familia no es la que tiene el protagonista, ni mucho menos. Él no tiene madre, tiene un padre en la cárcel, muy violento, una abuela ya muy mayor que a lo mejor no ha podido enseñarle como quería… Yo he crecido en la periferia de Barcelona, no justo en Hospitalet, pero he pasado mucho tiempo allí. Vengo del barrio, me he criado así y mis padres también. Está todo lo vivido ahí. Es todo ese imaginario del 2000 que está en la peli. No sé qué edad tienes tú, ¿llegaste a vivir las camisetas de El Niño?
P.- Y tanto.
R.- Hay algo de eso. De Alfa Industria, de los pantalones Adidas estos que vuelven ahora también, la música… hay algo de mi adolescencia, sobre todo de mis 12-13 a los 18, que es cuando me vengo a Madrid. En la escritura afecta. Es el recuerdo de esos barrios... No me voy al trap, me voy más al rap. Pero, sobre todo, la historia musical de la peli es el flamenco.
"Vengo de barrio y mantengo la conciencia obrera, me he criado en la calle y eso afecta a la escritura"
P.- Ese flamenco que es puro quejío’, que es la llamada de socorro de un pueblo. ¿Tú viviste esas imágenes de violencia, de delincuencia, de peleas…?
R.- No. Aunque he visto muchas cosas, mi educación ha sido distinta. Mis padres han intentado siempre guiarme y que tuviera cuidado con quién me juntaba ya desde niño. Me han protegido desde ese lugar, desde ese cariño. Y mis colegas de toda la vida, que siguen en Barcelona, no están tan llevados al extremo como los personajes de esta película. Me he criado en las calles, y sin móviles, que era otra cosa. Todas las relaciones eran ahí, conocías a la gente en la calle…
P.- También sabemos los que venimos de barrios más humildes que coquetear con el riesgo molaba, que estaba premiado socialmente.
R.- ¡Bueno!
P.- Si no, eras un poco tolai.
R.- Sí que era una supervivencia más callejera. Ahora la gente sobrevive detrás de una pantalla. Yo iba a picar un timbre a una casa y echaba a correr, ese era mi juego. Policías y ladrones. Jugar en un párking, dar toques…
P.- Era muy romántico lo de los toques, ¿eh? No teníamos saldo para llamar, pero a las siete de la tarde te daba un toque el niño que te gustaba y era como “¡bien!”.
R.- (Ríe). Total. Y hay algo de eso en la peli. Es el amor de los 2000, es la idea que tenía. Y las películas de esa época: El Bola, 7 Vírgenes…
P.- Haze de fondo.
R.- Y La Juani. Hay algo de ella en Candela [coprotagonista]. Yo he bebido de ese cine y es el que me sorprendió de chaval.
P.- ¿Crees que sigue existiendo la lucha de clases como tal? ¿Qué mirada social y política tiene esta película? ¿Mantienes esa conciencia obrera por venir de barrio?
R.- Completamente, la tengo. Y la peli tiene su corte social. No eliges dónde naces. Hablo de lo que la desestructuración familiar puede causar en un joven. ¿Cómo es tu vida si naces en un lugar y con una educación que no has pedido…? Todavía lo vemos ahora. Los chavales se expresan con la música y con el arte, eso viene del barrio.
P.- Es una forma de rabia. ¿Tiene sentido esa rabia hacia los ricos?
R.- Sí y no, hay todo tipo de música y de letras. La mirada del barrio habla de todo, no sólo de los demás, sino que habla de ellos mismos. Yo escucho rap y tocan todos los temas. Yo en la peli no quería llegar a esa comparación de clases, sino colocar a los chavales y escucharles: quieren cumplir sueños. Él quiere pintar. Y ella lo único que quiere es irse a una casa cerca del mar. A veces los sueños no tienen que ser tan grandes. Mira, el sueño que tenían mis padres era salir del lugar que les vio nacer y darles a sus hijos una crianza en un sitio que tuviese mar, por eso se fueron a Barcelona. Son sueños pequeños pero hacen que tu vida cambie por completo.
P.- ¿Cuál ha sido tu sueño más largo?
R.- Es el que está en la peli de alguna manera. Mi viaje a Madrid. Inconscientemente, en la escritura, me los llevo a Madrid. Quería sacar alas para volar, quería luchar, quería ser actor.
"Nunca le he dado una torta a nadie, a mí la violencia me da mucho miedo: en el cole me buscaba las castañas siendo el simpaticón, no el malote"
P.- Cuando llegan los protagonistas a Madrid, veo esta ciudad filmada de forma muy esquizofrénica. Es un lugar agobiante, recuerda a Japón. Es una ciudad que te devora.
R.- Son dos películas. Lo más complicado técnicamente era el tono: juntar la peli que empieza en Barcelona, en el barrio, y luego el viaje hacia una gran ciudad. Cambia por completo la película. Quería conectar los dos mundos. Pero sí, hay algo más frío en la ciudad, están perdidos, y eso era necesario mostrarlo. No saben a dónde ir. Y una vez allí, lo que hace él es enseñarla a pintar a ella: enseñarle su mundo, abrirse.
P.- Compartir su lenguaje.
R.- Sí, pero no diciendo “me gustas”, no centrándolo todo en las palabras. Compartir tu arte es una forma de amor. Cuando grabamos en Madrid, solté a los protagonistas en Cibeles y llegamos andando a plaza Dos de mayo. Son 40 y pico minutos los que grabamos. Era flipante. No tenían que hacer nada, no tenían que interpretar. Con los que se cruzan y preguntan son reales, son gente de la calle. Los únicos actores que hay en la película son Óscar y Francisco.
Todo lo demás que rodea a la película es gente real, o actores no profesionales como Fariti y Candela. Eso era importante para darle verdad a la película. A Oscar le rapé, le hice adelgazar 8 kilos. Pero el resto, nada. A mí me gustaba eso, me gustaba que fueran actores no profesionales, porque creo que eso ayuda a sumergirte en la película de forma más fácil. No estás juzgando al actor que ya conoces y que está haciendo un papel. Buscar a gente fresca, gente que no se corta, gente que reacciona de verdad. Esa es la energía.
P.- ¿Qué relación tienes tú con la violencia, con la ira contenida que acaba estallando? ¿La sientes asociada a la masculinidad?
R.- Bueno, en ese sentido no tengo nada que ver con el protagonista…
P.- No sé si has tenido que dar una torta a lo largo de la vida. O recibirla.
R.- (Ríe). No, no, nunca, a mí me da mucho miedo la violencia. Lo puedo hacer en el cine como manera de expresarme emocionalmente hablando, pero en la ficción.
P.- Ha habido un lenguaje, ya más en desuso y más ceñido a la etapa adolescente, con el que los tíos se comunicaban a leches.
R.- Sí, sí. Desde luego. Al final las sociedades pasan por lugares educacionales. Pero te juro que a mí la violencia me da pavor. Cuando veo algo raro o escucho algo… le tengo muchísimo respeto, estoy alerta, pendiente de si la situación puede estallar. Me dan miedo las situaciones extrañas o que pueden desembocar en algo… se empieza a oler…
P.- No tienes mecha corta.
R.- No, no. Cuando era pequeño y adolescente, quizá me hacía el valiente, sólo el valiente. Pero yo me buscaba las castañas de otra manera. Yo era el simpaticón de clase, para nada el malote, no me gustaba esa actitud. Yo me buscaba las castañas para que no me pegaran. Esto de “a las cinco de la tarde, fuera”. Buf. Pues yo intentaba ser el que unía a la clase para no pasar por ahí. Todo viene de la educación.
P.- ¿Qué tienes tú de tu padre y qué tienes de tu madre, en qué te pareces a cada uno de ellos?
R.- Ostras… pues de mi padre mi manera de trabajar, mi obsesión, mi querer ir a más, el no parar. Mi padre es ebanista. Trabaja en la construcción también, pero ha sido ebanista siempre. Y yo tengo el recuerdo de que mi padre trabajaba todo el día y volvía a casa y seguía trabajando en casa. Tenía un talento bestial para la madera. Hay algo de eso en mí en otro ámbito.
"Yendo al psicólogo aprendí a hablarme en alto a mí mismo estando solo"
P.- Una perseverancia.
R.- Sí, y una forma de evadirse con lo que amas. A mí me pasa con el arte y con la interpretación, ahora con la dirección. Y de mi madre tengo la sensibilidad o una inteligencia más emocional, quizás por eso sea actor. Yo soy un tío que piensa mucho en las cosas. Yo vivo solo en Torrelodones con mi perrita. Me gusta mucho estar conmigo mismo.
P.- ¿Qué encuentras en esa soledad?
R.- A mí la soledad me da el hablarme. El hablar conmigo.
P.- ¿Te gusta más vivir solo que en pareja o con amigos?
R.- A mí me gusta vivir solo, de momento. En esta etapa de mi vida, pero que dura ya desde hace años…
P.- Hay gente que lo decide para siempre y es legítimo. ¿Recuerdas la casa de Frida Kahlo y Diego Rivera? Eran dos casas diferenciadas unidas por un puente, por una pasarela. Para mantener la individualidad. Tu cuarto propio.
R.- ¡Sí! A ver, yo entiendo que mucha gente necesite a alguien, tener esa comunicación y compartir. Yo puedo compartir muy bien las cosas conmigo mismo y no me hace falta nadie más.
P.- Hablas contigo mismo.
R.- Mucho. Yo, por ejemplo, he estado en psicólogos desde hace mucho tiempo, y una de las primeras cosas que me dijeron la sigo haciendo, me he quedado con ella: “Aparte de escribir tus cosas y lo que quieras, háblate en alto”. Lo hago. Así no filtras, así sales tú de verdad, y así te escuchas. Lo paso bien conmigo mismo, tengo esa capacidad. Pero hay algo que te dicen: el peligro de la soledad es que te acostumbres a ella. Es verdad, ¿no? Si pasas diez años solo… y luego quieres formar una pareja, y más cuando nos vamos haciendo más mayores… pues a ver, porque la personalidad se afianza más.
“Yo soy un gran romántico. Tengo la misma idea del amor con casi 40 que cuando tenía 18"
P.- Y cada vez somos más neuróticos, más nuestros, tenemos más detallitos.
R.- Total, y todo eso hace que compartir te cueste un poco más. Yo lo pienso: ¿y si algún día comparto mi vida con alguien…? No sé cómo lo haré. Y ojalá, porque eso también es lo que he vivido en mi casa, con el amor de mis padres.
P.- ¿Crees en el amor porque lo has visto en casa?
R.- Sí, en el de la pareja, en el de los amigos, en el del trabajo, en el del universo. Bueno, y el amor romántico también son etapas, depende mucho del cuándo.
P.- ¿Qué fue lo que descubriste de ti mismo, como persona y también como creador, en esas sesiones de psicólogo?
R.- Pues mira, yo los personajes los suelo trabajar con un ‘acting coach’ o con psicólogos y psiquiatras, para entenderlos más profundamente. He leído y estudiado mucho sobre la figura y el camino del ‘líder’, el líder a la hora de llegar a los demás, de organizar un equipo, sobre todo ahora como director. Todo en positivo. Tú no puedes levantar una película si tienes a la gente en contra.
P.- Hay directores heterodoxos, digamos. Puedes ser Hitchcock y putear a la rubia.
R.- (Ríe). Pero yo no soy Hitchcock. Yo hablo de un líder positivo. Me gusta dar el mensaje de que todos somos lo mismo. Sí, yo he escrito el guion, yo tengo que poner la cámara, pero cada persona que está ahí (y llevo trabajando en esto muchos años) aporta algo.
P.- Eres antijerarquías.
R.- Sí. Yo necesito escuchar. Es mi primera vez como director, pero es que la script lleva cincuenta películas. Yo lo que tengo que hacer es aprender. Hay que apartar el ego, he aprendido a eso.
P.- ¿Cómo te llevas tú con tu ego?
R.- Yo bien. En este proceso he intentado no tener ego y confiar en la gente con la que trabajaba. Yo quería que me dijeran las cosas. Mira, si yo me descarrilo un poco, tengo a una persona que siempre me dice la verdad, y es mi madre. Le enseño algo y me dice “no me gusta”. Y es lo que hay.
P.- ¿Es importante que nos digan “oye, estás siendo gilipollas”?
R.- ¡Pero vamos! Muy necesario. Yo quiero me digan que estoy siendo gilipollas. Lo prefiero. No quiero un “qué bien todo”. Quiero tener a gente que me hable de verdad.
P.- Algo que me interesa de la película son las decisiones que se toman como director a la hora de rodar desnudos o escenas de sexo. Esta es una propuesta muy poco sexualizada. Cuando se acuestan es muy sugerente, es muy poético. Es cero pornográfico.
R.- No, no, no… no quería. No quería grabar sexo pornográfico, quería sexo idílico.
P.- Pero que no pasaría nada tampoco, que somos mayores ya.
R.- (Ríe). Sí, es que la peli está en otra parte. Yo no quería ver cuerpos, yo necesitaba ver las caras, las pieles.
P.- Me gusta cuando ella se recrea en acariciarle el lóbulo.
R.- Eso. Ella se lo toca bastantes veces en la peli. Se lo dije a Candela desde el primer momento, más no siendo ella actriz. Le dije: “Tranquila, porque te voy a cuidar, y en esta escena no vamos a ver nada, no quiero nada”.
P.- Hemos vivido y quizás vivimos en el país de las tetas por las tetas. ¡Y venga tetas! ¿Cuántas tetas hemos visto de gratis, que no servían al relato?
R.- (Ríe). Bueno, depende del tono de la película. A veces puede tener sentido y lo puedo entender, pero esta película era más de piel, es lo que yo quería. Yo quería algo idílico, de amor imposible, de sensaciones.
P.- Solamente se ve la espalda de Óscar. Huyes de la sexualización.
R.- Sí, para mí lo importante es que los dos, los dos, no él ni ella, estuviesen conectados. Para mí la escena es cómo se miran.
P.- Ese es el reconocimiento de que el sexo puede estar en la cabeza, en las caras. Otras veces también puede estar en las manos.
R.- Sí. Es un sexo elevado, más onírico.
P.- Ojo, ella le besa a él.
R.- ¿Sabes algo? Nosotros no decidimos quién besaba a quién hasta el día de “cinco y acción”. Mira, me emociono y todo (sonríe). Le escondimos el dibujo a ella. Ella no sabía lo que iba a ver. Ella llega a la escena, Óscar la lleva hasta el lugar (la llevábamos siempre de espaldas, ella no podía ver), y de repente, ella se gira y ve el dibujo. Y dijimos “a ver qué pasa”. Y esto fue lo que sucedió. Es toma única. Luego la repetimos, obviamente, pero es la primera toma. La cara de ella es real. Yo no quería decidir quién besaba a quién. Llega un momento en el que los actores conocen mejor a los personajes que tú, y entre ellos dos había magia. Entre ellos dos había química. Estaban pasando cosas…
"No quería rodar sexo pornográfico, sino sexo idílico, elevado: el que no está sólo en los cuerpos, sino en las miradas”
P.- Estaban pasando, desde luego.
R.- (Ríe). Yo no sé lo que estaba pasando, pero estaba pasando. Y era su primer beso. Nunca se habían besado. Candela es increíble, tiene un power, tiene un carisma… y como personaje tiene su propio camino, no está pendiente al de él. Se comía a Óscar en los ensayos y en el cásting. Yo quería a esa chica a la que le diese igual que Óscar fuese Óscar o que fuese más o menos conocido, yo quería a esa chica con ese desparpajo y con esa autenticidad. Es magnética. Pero esto que te cuento ha pasado más veces en la película. Cuando el personaje de Óscar rompe, le da realmente un ataque de ansiedad. Se corta, se tiene que ir el equipo, tuve que ir a recogerlo…
P.- Ese llanto me fascinó. Era un llanto de entre el niño y el hombre. Es un desgarro.
R.- Exacto. Era Óscar real. Se han sumergido mucho en los personajes.
P.- ¿Para qué sirve la belleza y dónde la encuentras, tú que has sido un actor canónicamente bello o deseado?
R.- Ostras, pues no quiero que te suene esto a tópico, pero yo no buscaba en Óscar ni en ella una belleza canónica. Óscar es un tío atractivo, claro, pero lo que más me interesaba era una belleza como la de ella, magnética, y la belleza magnética viene de adentro, es inexplicable y no tiene que ver con un físico, sino con lo que tú transmites o con cómo eres. Hay algo de ella que te atrapa. Y en persona, más. Tenía que traspasar la pantalla, y muchas veces un físico no sólo traspasa la pantalla, sino el alma, la mirada y el magnetismo que uno tiene. La energía poderosa.
P.- ¿Tú te has sentido hombre objeto?
R.- No, nunca me he sentido un hombre objeto, y me lo han preguntado algunas veces: ahora he hecho la peli que quería hacer, no tiene nada que ver con cosas que he vivido en mi profesión y que me han puesto una serie de etiquetas y de repente he querido como aquí quitármelas…
P.- A mí me han parecido valiosos todos tus papeles, simplemente éste es tu momento de madurez.
R.- Sí. He hecho el cine que me gusta. He sido sincero. Te gustará más o menos, pero soy yo. No he pensado en los demás. No he pensado en nadie. No he pensado en demostrar nada.
P.- ¿Cómo ha cambiado tu manera de entender el amor romántico desde los 18 hasta ahora?
R.- Yo soy un gran romántico. Y soy un enamorado de la vida. Yo me he criado en una historia de amor, la de mis padres, siendo muy jóvenes ellos, cuando me tuvieron a mí… ¡y cómo les he visto crecer! Con cinco hijos. Es la historia de unos padres que dejan todo por irse con sus dos hijos, sin nada, sin nada, sin nada, para buscar una vida mejor.
Mi madre tenía 17 cuando me tuvo, mi padre 19. Tengo una educación romántica de la vida y las relaciones. Tengo la misma idea del amor con casi 40 que la que tenía con 18. Aunque cuando eres niño eres más inconsciente y te basas en tus emociones simplemente, no eres racional del todo, cuando te haces mayor sabes lo que quieres, te conoces más, eres más racional y tienes claro a qué persona quieres enfrente. Yo si me enamoro no voy a taparlo, lo voy a vivir al máximo, porque es lo más bonito del mundo. Yo sé que estoy enamorado porque no puedo dejar de pensar en otra cosa.