Macarena Gómez acaba de terminar los ensayos previos a la celebración de la 29 edición de los premios Forqué, los galardones que entregan anualmente los productores de la industria del cine. La actriz, que este sábado 16 presenta en el Palacio de Ifema la gala junto a su cómplice de La que se avecina Pablo Chiapella, acude a la entrevista emperejilada con una suerte de fular de pelo azul sobre un vestido negro, exhausta del trajín de las cámaras, de las órdenes de los regidores, del ir de acá para allá y allá para acá sobre el escenario. Abre su botella de agua, sorbe varios tragos y se sienta en el sofá de su camerino emitiendo un suspiro.
Macarena, la mujer sin filtros, la ametralladora de verdades que escuecen. Habla sin pelos en la lengua, le ofenda a quien le ofenda, y ella misma reconoce que ni siquiera busca en internet lo que dicen de ella cuando lanza sus bombas. Le da igual. "A mí me lo dicen mis amigos: 'Macarena, ya están hablando otra vez de ti por lo que has dicho, te la están liando'. Pero ni me entero", asegura, diva como es ella, desprendiendo ese aura propio de la fama que a la vez entra en conflicto con la imperiosa y terrenal necesidad tener los pies en el suelo.
Sobran las presentaciones para la estrella, por catorceava temporada consecutiva, de La que se avecina, para la femme fatale de Álex de la Iglesia en sus judaicas 30 Monedas, la Sexykiller de Miguel Martí y Paco Cabezas, el rostro inconfundible de ojos saltones a-la-Christina Ricci –palabras de su marido, Aldo Comas, junto a quien convive gran parte de su tiempo en una castiza finca en el Alto Ampurdán– de esta estrella inconfundible de nuestro cine.
PREGUNTA.– La segunda temporada de 30 Monedas, la número catorce de La que se avecina, un ritmo de cinco películas por año... ¿Cómo aguantas?
RESPUESTA.– Lo aguanto porque hay muy pocos actores en España que puedan dedicarse a vivir de esto. No es cierto, como piensan algunos, que nos lleguen veinte proyectos y elijamos el que más nos gusta. Quien te diga lo contrario, miente. A lo mejor le pasa a un actor de Hollywood, o a Javier Bardem o a Penélope Cruz, pero al resto no.
P.– Eres de las que le dicen que a sí a todo.
R.– No siempre, pero no es que yo elija o descarte. Si yo rechazo algo es porque realmente me horroriza el guion. Yo no discrimino un proyecto por si lo dirige un director muy conocido o un novel con poca experiencia. Lo que me seduce es el guion. La historia. Pero cuando te encuentras con un mal texto, y yo te aseguro que me encuentro con algunos horrorosos, me niego a hacerlos. Si se da el caso, suelo ofrecer algunos cambios, pero cuando hay un guionista o director que me dice que no es capaz de cambiarlo, simplemente digo que no lo voy a hacer.
P.– ¿Esta edición de los Forqué se prevé una gala reivindicativa?
R.– No, va a ser un homenaje a la comedia. Decisión de EGEDA. Yo soy una mandada. Además, yo creo que es importante que se le reconozca importancia a los productores, que para eso son los que financian las películas. Yo me he metido a productora desde hace un año. He descubierto lo complicado que es. De hecho, ahora si voy a un evento o una fiesta prefiero juntarme con los productores. Empatizo más con ellos que con los actores. Pero vamos, que a mí me preguntas si quiero presentar la gala, y como a mí me gusta mucho presentar, y ya lo hice hace años... digo que sí. Pero no puedo evitar ponerme de los nervios.
P.– ¿Nerviosa a estas alturas de la carrera?
R.– ¡Por supuesto! No es lo mismo presentar una gala que hacer una película. Sientes cierta inseguridad porque es un público que te está observando y que te juzga. Cuando ruedas tú ya conoces a todo el equipo con el que trabajas.
P.– Este año le dedicáis un homenaje a Itziar Castro. ¿Admiras su legado?
R.– Ella fue muy lista. Yo recuerdo cuando todavía era una actriz que estaba luchando por hacerse un nombre. En Pieles es la primera vez que ella pudo demostrar que era muy buena. Las secuencias que hacíamos juntas me parecían dificilísimas. Ella me ayudó mucho, porque yo en la película era ciega, no veía, y todo lo hacíamos a través de la piel, del olor, de la química. Estábamos compenetradas. Entonces Itzi, cuando la nominaron al Goya y adquirió una popularidad y su voz comenzó a ser escuchada, decidió defender el movimiento LGTBI y el feminismo, todas esas cosas. Si lo quería reivindicar y tiene voz para hacerlo, bien hecho. Eso es la libertad de expresión.
P.– ¿Cómo recibiste la noticia de su muerte?
R.– La verdad es que llevaba años sin ver a Itzi. Qué te voy a decir. Siempre que se muere alguien, y más cuando la conoces, es un golpe muy duro. Pero Itziar ya respiraba fatal desde hace años. Yo siempre lo digo: por su obesidad tendría que haberse cuidado más. ¿Le ha pasado demasiado pronto? Sí. Pero todo el mundo sabe que la obesidad es peligrosa para la salud. Me flipa que la gente se ofenda por decir esto. Igual que fumar mata, ser obesa mata. Y estar muy delgada es peligroso. Si es de sentido común. Si tienes problemas de colesterol sigues tomando cosas con aceite, las dejas de tomar. Es obvio, ¿no?
P.– "Para mí, el feminismo radical son esas mujeres que están continuamente degradando al hombre, considerando que el hombre es malo para todo", dijiste hace poco. ¿Aún lo piensas?
R.– Me han dicho que me llovieron críticas por eso, pero también me aplaudió muchísima gente. Y te puedo decir que yo soy la primera feminista, porque a mí mi madre y mi padre me educaron desde muy pequeña en la cultura del esfuerzo y me inculcaron la idea de llegar a ser lo que yo quisiera y tener mi independencia económica para luego por hacer con mi vida lo que me diera la gana. Siempre he pensado así. Y te voy a contar una cosa: a mí me insultaron por ir a trabajar después de quedarme embarazada. Me increparon y me dijeron que cómo, con un bebé, se me ocurría ponerme a currar. ¿Perdona? Yo no sé si eran feministas quienes me lo dijeron, pero yo soy una mujer que ha parido, a la que le gusta trabajar, que tiene un hijo, que adora su profesión. Si yo me voy a trabajar, dejo a mi marido cuidando a mi hijo, como tiene que ser. Para feminista, yo. Eso sí que es serlo.
P.– ¿Nos pasamos de rosca?
R.– Claro. Si es que hay miedo de decir algunas cosas. Me pasa con algunos amigos. 'Uy, qué chica tan guapa', y me dicen: 'No, no, no, a ver si me van a oir'. Pero... ¿qué? ¡Dilo libremente, chico! Ya nadie se atreve a abrir la boca. Por favor, si a mí me gusta que me echen piropos y que me digan cosas bonitas.
P.– ¿Qué es, para ti, ser feminista?
R.– La igualdad. El feminismo es la mujer igual que el hombre. Pero más inteligente. ¡Que no, que me atacan! (Risas).
P.– Hace unas semanas entrevistábamos a Carlos Olalla, el nuevo rostro de la Lotería de Navidad, y nos contaba cómo durante un tiempo tuvo que acabar pidiendo en el Metro para sobrevivir. A pesar de haber trabajado en decenas de proyectos. ¿Cómo es posible que aún siga habiendo una desigualdad estructural en un sector históricamente tan reivindicativo?
R.– Creo que somos sólo un siete o un ocho por ciento los privilegiados. Yo me encuentro entre ellos, porque vivo de mi profesión. ¿Pero qué es lo que debemos hacer para reivindicar que mejore? ¿Vamos a ir los actores a enfrentarnos a los productores y a increparles diciéndoles que por qué no nos dan trabajo? No se puede reivindicar de otra manera. O sea, si te contratan es porque gustas o porque interesas.
P.– Precisamente el nuevo ministro de Cultura, Ernest Urtasun, propuso crear una nueva Ley del Cine para que las productoras no puedan ser subvencionadas si hay deudas con trabajadores o que los derechos laborales de la industria tengan más peso. ¿Se necesita legislación?
R.– Pero ya está bien legislado el caché que tiene que cobrar un actor. Cuando hay películas de bajo presupuesto, normalmente el productor dice que paga basándose en los honorarios que establece la ley. Tienes un mínimo que puedes pagar. Eso sí está legislado. Por ejemplo, pasa en los cortos.
P.– El eterno olvidado del cine español.
R.– Mucha gente me pregunta eso, que por qué hago cortos. Pues porque me gusta el personaje, la historia, me apetece, aprendo algo nuevo. Antiguamente hacía cortos y a mí no me pagaban. Lo hacía gratis. Hoy en día hay una obligación de remunerarlo. La ley exige que al director, al técnico, al maquillador, al microfonista, a la de atrezzo o a la ayudante de producción se le pague, que existan unos mínimos. Eso está ahora legislado. ¿Que los mínimos son muy bajos? En eso estoy de acuerdo.
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P.– ¿Pero lo de 'hacerlo gratis', que lo has comentado en varias ocasiones, no es romantizar un poco la precariedad?
R.– Si alguien oye este mensaje me puede decir que estoy dando una idea errónea o equivocada. No quisiera que me malinterpreten. Pero antes, si tú trabajabas gratis, era porque previamente te habían dicho que en una película no había presupuesto. ¿Quieres trabajar gratis? Tú aceptas o no aceptas. Nadie te obliga a nada. Yo lo hacía porque aprendía la técnica y así conocía a gente de la industria. Trabajar siempre es un aprendizaje. ¿Tú sabes que mis mejores amigos de ahora eran los chavales con los que empecé a hacer cortos gratis hace veinte años? Ahora son directores, productores, gente de mi círculo más cercano.
P.– ¿Hemos perdido la cultura del esfuerzo?
R.– La hemos perdido totalmente. Mi padre y mi madre me enseñaron lo importante que era esforzarse y trabajar. Lo tengo asimilado en mi ADN. Yo sólo creo en la cultura del esfuerzo.
P.– Quizás los móviles, la hiperconectividad, acostumbrarnos a tenerlo todo a golpe de click, sean los culpables.
R.– Pues tienes toda la razón. Si tú antes tenías que ir a trabajar, levantarte a las 05:00, coger el Metro, luego un ferrocarril para llegar a un rodaje, tenías que trabajar para lograr algo. Con el móvil, con internet, tenerlo todo a un click, que todo te venga a ti, ha acabado por malacostumbrar a la gente.
P.– ¿Crees que los españoles valoramos nuestro cine?
R.– Pues yo te digo una cosa. Cuando empecé hace veinte años escuchaba siempre ese típico comentario de que 'el cine español es una mierda'. Yo llevo años sin oírlo. Incluso mis amigas, que decían que no veían cine español, ahora me sueltan 'Macarena, he visto tal película española y me ha encantado'. Hemos mejorado y conseguido que los españoles aceptemos nuestro cine y nuestras series.
P.– Pero es la derecha más reaccionaria la que os mete caña.
R.– La gente ultraconservadora. ¿Quiénes son esos? ¿Abuelos y señores mayores de 80 o 90 años que han vivido otras cosas?
P.– Bueno, y cada vez más jóvenes. Vox tampoco os quiere mucho. No hay día que no llamen 'subvencionados' a los del cine.
R.– Bueno, pero yo creo que es ignorancia. Además, tú puedes criticar que el cine esté subvencionado, pero es que en este país se subvenciona todo. La recogida de patatas, la plantación de lo que sea. A mí me han contado historias que no te puedes ni imaginar. Subvencionan hasta tener bananeros. La gente aún no se entera.
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P.– ¿Cómo valoras que la ultraderecha esté censurando tantas obras de arte? ¿No crees que pone en peligro la libertad de la cultura?
R.– ¿Pero eso no viene por ambos lados, quizás? Cómo te lo digo. Yo creo que quienes deciden censurar una obra de teatro son personas particulares. No tiene que ver con su pertenencia a un partido político, sino a una ideología personal. Es así de sencillo. No se puede meter a todo el mundo en el mismo saco.
P.– ¿Te consideras un verso suelto en la industria?
R.– Sí.
P.– ¿En qué sentido?
R.– Hasta ahí puedo leer.