Elena Martín Gimeno (Barcelona, 1992) ha sido el gran descubrimiento del cine español en 2023. Un destello fulgurante de genio nuevo. Es cierto que Creatura es su segunda película, pero ha resultado también la primera que ha hecho resonar el nombre de esta creadora tan genuina dentro y fuera de España, y, además, con tremendo eco.
Primero obtuvo el premio a mejor película europea de la Quincena de Cineastas de Cannes. El galardón se otorga desde 2003, y ésta ha sido la primera vez que lo gana una película española. Ahora amasa 15 nominaciones a los Gaudí, 3 a los Feroz y 4 a los Goya. Casi nada.
Martín Gimeno es talento puro y sin cortar. Es la mirada cítrica, quirúrgica, experimental, feminista, emancipadora, oscura, perversa, onírica: una visión del amor, de la identidad y del sexo poliédrica y misteriosa que escuece pero sana. Es la mujer-exorcista de los demonios de la infancia. Es la mujer que pisotea los restos del tabú como los añicos de un viejo jarrón roto. Es la mujer que lee, que observa, que piensa, y, sobre todo, que se repiensa: la mujer que no se salva a sí misma, que no se mira con autocomplacencia, que no se tiene ninguna lástima. La mujer capaz de fotografiarse y quedar mal.
Es la mujer que cambia de idea, que escarba, que rasca la costra del subconsciente femenino hasta que sangra. Es la mujer que tritura su propia vida y nos la pone a las puertas de la boca: entonces entendemos que también habla de nosotras. Para escribir Creatura leyó con fruición acerca de género, de amor, de familia, de psicoanálisis. Reinterpretó a Edipo y a Electra, les abofeteó un poco. Entrevistó a cientos de mujeres, y todas esas mujeres le contaron sus secretos, que al final son sólo uno: nunca pudimos ser libres.
Creatura arranca cuando Mila se va a vivir con su pareja a su nuevo hogar (que es el más viejo: el de su abuela fallecida, la casa de los veranos de la infancia) y allí descubre que el bloqueo sexual que la lleva de cabeza desde hace meses parte de sí misma. De su pasado. De los bailes con su padre en las verbenas de la adolescencia. De la primera vez que la llamaron "guarra". Del niño que le gustaba, del que no la miró, del que fue sólo su amigo y la animó a jugar por las noches. De la amiga que era su vida y a la que criticaba cruelmente delante de su familia para salvar su propio prestigio. De los hombres buenos que sin dejar nunca de ser buenos le hicieron tanto daño.
Hay linterna y hay lupa. Esto es un viaje a las entrañas de una mujer.
P.- ¿Cuánto de lo que somos se genera en la infancia? ¿Cuáles fueron los años más fundacionales para ti, de niña, respecto a la mujer que ahora eres?
R.- Yo no tengo muchos recuerdos de la infancia, pero claramente éste es un tema que me atraviesa, si no, no hubiera podido hacer esta película. Toda la parte de la infancia que se trata en la película está construida con investigación y a través de las entrevistas que le hicimos a distintas mujeres para el proceso de guion. Es interesante lo que preguntas: el desarrollo sexual en la infancia en esos años tiernos, de los 3 a los 6 aproximadamente, es complejo.
Me di cuenta de que había libros escritos sobre este tema que unían puntos con bloqueos normalizados de las mujeres adultas. Se hablaba de la desconexión del cuerpo, de la disociación, de miedos muy integrados y muy inconscientes, de reacciones de alerta, de sentimientos de culpa y de asco: cosas que muchas mujeres no recuerdan haber vivido pero sin embargo sí sienten una experiencia traumática. Todo eso me interesó mucho para escribir. Relacionamos el sexo con el sexo, claro, pero también el sexo con la vida y el sexo con el amor propio y el sexo con la familia.
"Relacionamos el sexo con el sexo, claro, pero también el sexo con la vida y el sexo con el amor propio y el sexo con la familia"
P.- ¿Qué pasa en nosotras entre los 3 y los 6 años? ¿Qué parte de Freud te resulta interesante? He leído que no crees en la ‘envidia de pene’, pero sí en ciertas claves psicoanalíticas.
R.- No soy una estudiosa de Freud, pero dentro del proceso de documentación, obviamente pasé por ahí, es obligado. Hay toda una capa de estudios de psicoanálisis de esa época que parten de la base de que las heridas son cosas innatas, de que el ser humano es perverso por naturaleza… yo no creo eso. A mí me han interesado las revisiones que actualizan a Freud que he podido leer y que le ponen el marco de la conciencia de género. Eso me emocionó aún más, así que me basé en tomar consciencia de que nada de esto es innato, sino que es cultural y que los roles de género hacen que se desarrollen este tipo de envidias a la madre, inseguridades, competición por el padre…
Mira, algo que sucede con el estudio de la histeria. Algo que como personas del siglo XXI y feministas rechazamos, ¿no? Pues hay algo útil ahí, algo interesante. La Mila adulta, la protagonista, tiene al principio de la película un ataque de neura, de ansiedad… ¡de histeria! Y sí hay una relación entre ese sentirse desconectada del cuerpo y la represión sexual, lo que pasa es que antaño esto se relacionaba con algo intrínseco, algo que sucedía por el hecho de ser mujer… y no con una cuestión cultural o política.
P.- ¿Cuántas vidas tenemos mientras tenemos sexo? ¿Cuántas mujeres somos a la vez? ¿Por qué una de nuestras versiones tiene sexo pero la otra no, la otra está fuera o mira, o no mira, o se está yendo? Lo pensé viendo tu película y también viendo ‘Un amor’, de Coixet.
R.- Se relacionan muy bien las dos películas. Si tiras del hilo de la Mila adulta bien se podría llegar a Nat. Tengo que comentarlo con Isabel. Laia es maravillosa, una actriz muy exigente. El tema de las disociaciones es algo que salía mucho en las entrevistas que le hicimos a mujeres. Pienso en la ‘teoría del cuerpo borrado’, de Terés Bercerá, una fisioterapeuta que estudió a fondo el cuerpo de la mujer: decía algo así como que de la misma forma en la que si eres pianista y ejercitas la mano físicamente, mental y sensorialmente llegas a generar unas conexiones neuronales con ella superiores a las de alguien que no usa sus manos.
Esta misma teoría explica por qué cuando te amputan un miembro, tú lo sigues sintiendo porque tu cabeza lo sigue pensando: un brazo o una pierna que no está en el plano físico pero está en el mental todavía. Pues ella aplicaba esta teoría a la desconexión de las mujeres con sus genitales. En las culturas en las que desde muy pequeñas se nos enseña a no tocarnos los genitales, a no nombrarlos y a no pensarlos… pues sucede esto: que se debilitan.
"Muchas mujeres sentimos el coño como una zona extraña o no sentimos placer… hay muchas mujeres que no se masturban porque les da “cosa tocarse ahí"
P.- Es curioso lo que dices de nombrarlo, ¿no? Siempre le han puesto a nuestra vulva nombres ridículos, infantiles, como diciendo “hagámosla pequeña, infantil, inofensiva” a partir de la manera de denominarla. Conejito, pepito, toto… o nos han dicho, directamente, siendo niñas, “tápate las vergüenzas”.
R.- ¡Es cierto! (Ríe). Muchas mujeres sentimos el coño como una zona extraña o no sentimos placer… hay muchas mujeres que no se masturban porque les da “cosa tocarse ahí”, dicen, como si fuera una parte del cuerpo que resulta un ente extraño, como si no fuera nuestra del todo, ¿no?, y ahí empieza una disociación muy tocha. Si estiras el hilo no te extrañará nada que en las relaciones sexuales sientas incapacidad de centrarte en lo físico o de disfrutarlo, por mucho que lo intentes, y esto es porque no es suficiente, porque tus terminaciones no están despiertas y ningún estímulo basta. De ahí la herida mental que viene después.
P.- Hay una escena en Creatura donde ella intenta tener sexo con su pareja aunque hace tiempo que no lo desea, y lo pelea, pero al final le vemos el gesto roto de “sigo desconectada”. Con todo, le expresa al novio su deseo de jugar con el relato, de hablar de que se acuesta con otro…
R.- Claro. Al no tener las conexiones físicas en forma, al no poder tocarte el coño ni mirarlo ni pensar en él… sólo te queda irte a un espacio mental en el que recurres a lo que te han enseñado: te imaginas escenas que han alimentado tu sexualidad, y todas son escenas secretas, perversiones o ideas relacionadas con lo prohibido o con el porno. El sexo mal entendido ha romantizado lo prohibido, pero es una tirita, porque ese es el único espacio que hemos reservado para el sexo: la prohibición.
P.- En la película no se habla de la influencia castigadora de la religión católica, de la virgen… pero de alguna manera se llega al mismo lugar, ¿no? Al lugar de la represión y la culpa y la extrañeza sexual.
R.- Sí, porque igualmente es una herencia brutal para mucha gente a día de hoy en España, que aunque no sea practicante y aunque se considere de familia atea, pero su cultura es católica y eso es una estructura de pensamiento basada en la culpa y muy arraigada.
En el estreno de la película en Mallorca me encontré con un señor que había trabajando a fondo la represión sexual en las religiones monoteístas, y me dijo que la represión sexual siempre ha sido una herramienta de control porque la conexión sexual con uno mismo da mucho centro, mucha libertad de pensamiento, mucha autoestima y mucha independencia en la capacidad de decisión. Lamentablemente, eso identifica bastante a nuestra sociedad, ¿no? España padece mucha falta de autoestima.
Hay un fuerte rechazo a nuestras lenguas, a nuestra cultura, a nuestra diversidad… y estamos haciendo mucho por cambiarlo a nivel de generación, pero aún queda mucho trabajo y cargamos un lastre muy grande.
"El tabú llega cuando no aceptamos que la niña siente deseo por su padre y que a veces es correspondido"
P.- ¿Por qué hemos hablado tan poco de nuestro Edipo? Nos ha avergonzado, pero al final hablas con amigas y muchas recuerdan haberse enamorado de su padre siendo diminutas, e incluso, más tarde, haber soñado tener sexo con ellos. También pasa con el complejo de Electra, como hemos visto en ‘La Mesías’ de Los Javis. ¿Por qué nos custa expresarlo?
R.- Es un tabú muy heavy, y, además, es bidireccional, por lo que se hace aún más difícil de asumir. Por una parte tenemos la inocencia de la niña que está enamorada del padre. Se ha hablado mucho del orgullo paterno de “yo soy el hombre de su vida”, “me quiere mucho”, y, de alguna manera, eso significa “tengo poder para controlarle los novios”. Pero el tabú llega cuando no aceptamos que la niña siente deseo por su padre y que a veces es correspondido.
No desde la pedofilia ni desde el querer hacer daño a la hija, pero el erotismo y el deseo se ponen en marcha en las relaciones paternofiliales: los números lo demuestran. Evitar hablarlo desprotege a los niños, genera más abusos en la infancia, se nombra con eufemismos a la vulva… imagínate cómo se le llama al deseo, simplemente no se le llama. Hay que hablar con los niños, hay que hablarles con cariño de todo, y darles herramientas para que puedan contarte si alguien les ha tocado sin su permiso. Tenemos que superar el tabú del Edipo, tenemos que decirlo en voz alta: la relación de las mujeres con nuestro padre condiciona nuestra sexualidad y nuestro deseo.
¿Sabes lo peor? Que tenemos miedo a enamorarnos de nuestro padre y además a ser correspondidas. Lo he descubierto en las entrevistas a tantas mujeres: les da miedo pensar que si se lanzaran… su padre no se apartaría. Eso me contaban. Y en el fondo sé que no es verdad, pero es parte de la tensión y del pánico que rodea a este tema. En terapia se habla mucho. La salud mental pasa por naturalizar y desbloquear estos espacios, porque el tabú es un control muy fuerte.
P.- ¿Por qué sigue existiendo? ¿Hay un interés por mantenerlo?
R.- Desde luego que hay interés en que el tabú no se solucione, porque es una herramienta de dominación. El tabú se convierte en un secreto que tienes que llevar como mujer porque no está bien, y eso te debilita muchísimo, no te perdonas. Clara Serra escribió un artículo precioso sobre ‘Creatura’. Decía que a las mujeres se nos ha hecho portadoras de la moral, ¡las guardianas del sexo sano y de la moral…!
Y ella reivindicaba el derecho a conocer nuestro deseo incontrolado e incontrolable. Yo también me puedo permitir ir a lugares oscuros. Puedo tener una mente compleja que busca sus huecos y expresa sus deseos. Tengo un deseo tan fuerte que se esconde donde menos lo espero. Lo vive la Mila adolescente en la película: insiste, le dan igual los machaques a los que está sometida, quiere buscar y encontrar su deseo, y si no puede hablar de él en la mesa familiar o si los niños la llaman “guarra”… se desnuda delante de un tío en el chat ‘roulette’.
P.- Otro ‘edipazo’. El personaje del novio de Mila se parece mucho a su padre.
R.- ¡Sí! ¿Sabes que a Oriol, primero, le propuse interpretar al padre de joven? Luego le fui viendo y decidí que era mejor que hiciese de novio. Él me dijo: “Ah, vale, que me quieres meter en una constelación edípica” (ríe). Sí que se parecen, tanto por fuera como por dentro. El novio usa un lenguaje más ‘woke’, por ejemplo, cuando dice “esto me parece muy tóxico”… esa es una expresión que el padre no usaría. Pero es su manera de decir “esto no está bien”. Tanto el padre como el novio son algo castradores con ella, no la dejan explorar su deseo.
“A los hombres les encanta sentir que bendicen a las mujeres con su pene y que las llevan al éxtasis, pero rechazan a las mujeres dominantes en la cama”
P.- Es inquietante la escena donde vemos al padre de joven con un jersey y en la siguiente, ese mismo jersey abrazando a Mila en la cama de noche… hasta que vemos que ahora lo lleva su novio.
R.- Sí, también la mano es parecida, una mano robusta. El padre y el novio son buenas personas, pero la castran cuando ella está en proceso de aceptar su propia perversión. Piensan que lo que ella desea es poco ético, que es inmoral. Y ella verbaliza lo que está prohibido: “Me inspira el camarero del bar”. ¡Y no le engaña! Sólo le apetece tener invitados a su escena de sexo, aunque sean imaginarios.
P.- ¿Sabes ese viejo dicho misógino de “quiero una mujer en la calle y una puta en la cama”? ¿Por qué ni siquiera es verdad, por qué les aterra “la puta” en la cama?
R.- A los hombres les encanta que en la cama las mujeres performen un tipo de sexualidad aprendida y sentir que las están bendiciendo con su pene y llevándolas al éxtasis… eso sí, pero una mujer sexual que sea dominante y les diga “yo quiero esto”, “ahora paras aquí”, “me estoy imaginando que en vez de follar contigo estoy follando con más hombres”… ¡eso ya menos! O no les gusta a tantos. ¿Cuántas mujeres anhelan penetrar a su chico, con los dedos o con un strap-on, o lo que sea, y por lo que sea parece que está absolutamente prohibido? Muchas. Pero ellos tienen que tener la posición dominante en ese sentido. De todos modos, siento que este es un momento histórico en el que las mujeres de mi generación están mucho más libres de tabúes sexuales que los hombres. Hay transparencia y menos miedo a pasar por los sitios pantanosos del propio deseo.
P.- ¿Qué es lo que los hombres aún no han entendido del deseo femenino?
R.- Yo me he encontrado con algo que me ha desconcertado pero gustado a la vez, y es que muchos hombres heterosexuales, después de ver la película, me cuentan con sorpresa que no se esperaban tanto sufrimiento en Mila. Verdaderamente apenados, ¿no? “¿Pero vosotras lo pasáis así de mal? ¿Esto ha estado pasando todo este tiempo? ¿Mis amigas de la adolescencia han vivido esto?”.
Los hombres gays no sienten esa sorpresa, ni las personas trans, que han conectado mucho más con la sensación primitiva de la infancia de “no merezco ser quien soy ni desear lo que deseo, mi identidad está mal, mi deseo está mal”. No es fácil, pero a través del feminismo tratamos de separar identidad y deseo y yo creo que están trenzados. Uno influye al otro: lo que deseamos y lo que somos de pequeños.
Ese dolor lo compartimos muchas personas que hemos vivido la castración en la infancia, y muchos hombres cis pueden entender y empatizar con nuestra angustia pero les cuesta más identificarse, es lógico.
"Para resolver el Edipo, la protagonista tenía que ‘divorciarse’ de su padre, desidealizarlo… y romper con el novio. Romper el hechizo"
P.- Me apena el sufrimiento de la madre cuando ve el rechazo de su hija pequeña. La detesta porque ella quiere ser la novia de su padre. Hasta enuncia el clásico deseo de su muerte. La madre se mete en el mar a nadar y la niña le dice al padre: “Mamá no va a volver nunca, va a nadar hasta el final, no quiero que vuelva, estamos tú y yo”. Es aterrador.
R.- Sí. Para mí es el gran tema de la película. De hecho, aunque al final no sale en el montaje, la película empezaba cuando llegan a la casa y se encontraban con todas las cosas de la abuela a medio ordenar porque ha muerto hace poco. La madre de la protagonista está en shock. Dejan las cosas en el garaje y nada se resuelve hasta que madre e hija sacan las cosas de la abuela y las ordenan y las interiorizan.
Edipo mata a su padre y se casa con su madre. Con Clara hablé y decidimos que para resolver el Edipo ella tenía que ‘divorciarse’ de su padre, desidealizarlo… y romper con el novio. Romper el hechizo. Pero lo revelador fue el ‘resucitar’ a la madre que había matado, aunque ni ella misma fuese consciente. Mila no puede resolver su conflicto hasta que resucite a su madre y su madre resucite a su abuela.
P.- Una dice “extraño a morir a mi madre”. Y la otra: “Yo también”. Es hermoso.
R.- Sí, y en catalán funciona aún mejor porque se dice “a la madre”.
P.- ¿Cuál es el gran tabú sexual en la España de hoy?
R.- Te diría dos: uno es claramente el deseo sexual infantil, ¡es un gran tabú! Y dos: lo perverso o incontrolado del deseo femenino, su enorme oscuridad, su parte sucia y sórdida. Descubrirlo también forma parte del camino. Hay que apoderarse de esos espacios incómodos, si no, ¿qué estamos haciendo? “No vayas por ahí”, “no vayas por ese otro lado”… si no lo hacemos, estaremos siempre a merced de lo que nos digan los demás. Hay que ir y luego ya decidir si vuelves o no vuelves.
"¿Dónde está el hombre que se responsabiliza de su deseo y que cuida sin casatrarse?"
P.- ¿Qué es sentirse “poco hombre”, como dice el novio?
R.- Ajá. Él parece decirse “si no sirvo para follar contigo, ¿para qué sirvo?”. Si eres un hombre y tienes el deseo constante de la potencia sexual, es difícil aceptar que no te miran así. La dicotomía curiosa en la pareja de Mila y su chico es que ella, al final, desea mucho más que él.
P.- Al principio de la película vemos cómo ella intenta besarle y tener sexo con él pero él se niega, respetando el bloqueo sexual de ella y procurando asegurarse de que no lo hiciese por sentirse presionada por la situación.
R.- Sí. Él no es una persona muy sexual, pero además tiene una posición política y moral de: no, yo quiero ser un buen hombre, un buen novio, un buen compañero, y como tal no me pienso dejar llevar por mis pulsiones porque cuando uno se abre y se deja llevar por las pulsiones sale la bestia, cosa que es una exageración y una pérdida de matices. Uno puede escuchar sus pulsiones sin ser un monstruo. Los hombres están confundidos. Se dicen: “Si no soy un monstruo, ¿qué soy? No tengo referentes. O soy un monje o un abusador”. ¿Dónde está el hombre que se responsabiliza de su deseo y que cuida sin casatrarse?