En 1518 los españoles llegaban a una isla arenosa frente a la bahía de Kingston, Jamaica, uno de los primeros asentamientos de Colón en el Nuevo Mundo. Cuando los ingleses se hicieron con ella en 1655, su capital, Port Royal, se convirtió en sede del gobierno británico y en el principal puerto pesquero y comercial del Caribe durante el siglo XVII.
Por eso, cuando Inglaterra comenzó a dar patentes de corso como parte de su estrategia de defensa, los piratas de todo el planeta comenzaron a congregarse allí para legitimar su comercio y utilizarla como base para sus ataques. Pero la presencia de tal cantidad de piratas conllevó que se convirtiera en una ciudad de vicio y perdición donde se multiplicaron los salones de juego, la prostitución, el alcohol, las peleas, los asesinatos y el comercio de esclavos a cambio de convertirse en una de las zonas más ricas del Caribe.
Todo ello fue provocado porque los británicos no contaban con tropas suficientes para resistir un ataque español, así que ellos mismos habían estimulado la afluencia de piratas para que fuesen estos los que se encargaran de proteger la isla. Pero sus días de gloria no duraron mucho.
El 7 de junio de 1692 un terremoto azotó la isla y el mar se tragó la ciudad, matando a 2.000 personas e hiriendo a otras 3.000. Los sacerdotes locales atribuyeron la destrucción de Port Royal a un castigo divino y se dice que, cuando la tierra dejó de temblar, no cesaron los saqueos y robos de lo que se había salvado en la conocida como la "ciudad más malvada de la Tierra".
Mientras Port Royal se hundía, no muy lejos de allí, en Puerto Rico, un joven comenzaba su aprendizaje como zapatero. Nadie sabía que aquel mulato hijo de una esclava, acabaría convirtiéndose en el corsario más temido y poderoso de todo el Caribe: Miguel Enríquez.
A finales del siglo XVII, el Imperio Español estaba en plena decadencia y su poderío en el Caribe se encontraba en su nivel más bajo ante su incapacidad para combatir contra todas las potencias europeas que pretendían hacerse con sus posesiones y sus riquezas.
Este asedio continuo provocó que el gobierno español, al igual que había hecho el británico en Port Royal, dependiese de corsarios o guardacostas, ciudadanos privados que ponían sus barcos al servicio de la Corona en tareas de vigilancia o apresando buques enemigos, una labor que Miguel Enríquez ejercería hasta el fin de sus días.
[El día en el que el marino español Antonio de Oquendo venció a la Armada Invencible holandesa]
Miguel había nacido en San Juan, Puerto Rico, en 1674. Era hijo de Graciana Enríquez, una mujer que había nacido esclava pero que en algún momento de su vida había comprado su libertad y de un padre blanco del que jamás se conoció públicamente su identidad, pero que probablemente pertenecía a alguna de las familias de la élite de Puerto Rico y miembro del clero.
Debido a sus humildes orígenes, Miguel pasó su juventud aprendiendo un oficio, el de zapatero, de un maestro que le enseñó la profesión, pero en el año 1700 ocurrió algo que cambiaría su vida para siempre.
Un culto zapatero
En Puerto Rico la moneda escaseaba, motivo por el que Miguel cobraba en especies. Él hacía el trabajo y sus clientes le pagaban con ropa, enseres, comida… pero alguien le pagó con artículos de contrabando que después vendió en una transacción de la cual las autoridades fueron informadas. El joven zapatero fue acusado de contrabando, pero lo más sorprendente fue que, durante el registro de su vivienda, se encontraron varios libros en latín, un idioma que ni siquiera todos los sacerdotes dominaban y varios libros de cuentas.
De esta manera se descubrió que Miguel no era un simple zapatero, sino que sabía leer y escribir como el mejor de los escribanos, tenía una caligrafía excelente y conocimientos de matemáticas y además sabía latín, lo que parecía indicar que tenía cerca a un protector que le ayudaba con su formación.
Por el crimen de contrabando fue sentenciado a un año de trabajo forzado y el pago de una multa de 100 pesos de plata, una cantidad de dinero exorbitante que ningún zapatero podía pagar pero que, de nuevo, alguien pagó por él. Miguel solicitó cumplir la sentencia en artillería, el cuerpo de élite de la guarnición, petición que fue aceptada por las autoridades y que también es complicada de entender para un simple zapatero, ya que tenía que costearse el uniforme y la comida, porque el trabajo forzado no estaba pagado.
Ese mismo año había llegado a Puerto Rico el nuevo gobernador, Gabriel Gutiérrez de la Riva, un hombre con más de 20 años de experiencia militar, que conocía el mar y, en particular, el Caribe y que, informado de sus cualidades, vio en Miguel al hombre perfecto para ayudarle a defender la isla y enriquecerse.
De zapatero a corsario
Tras la toma de posesión, uno de sus primeros actos fue solicitar a la Corona la construcción de un barco que se destinara a la protección de sus costas, una petición que fue aceptada, aunque el barco no se terminó hasta 1707, pero que deja clara su intención de involucrarse en el corso, además de contratar como su corsario a Miguel.
Según las Ordenanzas del Corso españolas, promulgadas en 1674, todo lo que se lograra capturar se dividiría en tres partes iguales a repartir entre el propio Estado, el corsario (Miguel) y el armador (el gobernador), así que el negocio era redondo para todos.
Desde el inicio demostró que había sido la elección idónea y llegó a amasar una pequeña flota con la que interceptaba a mercantes enemigos, bucaneros, piratas y otros corsarios por todo el Caribe, convirtiéndose en un agente vital para la monarquía hispánica, creando una red de mensajeros entre los virreinatos y transportando, cuando era necesario, a misioneros, agentes o carga fuera de los registros oficiales.
Durante la Guerra de Sucesión española, protegió las Antillas de las incursiones inglesas con una flota de 30 navíos, llegando a alcanzar mayor importancia estratégica que la flota de la propia Corona, la Armada de Barlovento, convirtiendo a San Juan en uno de los puertos más importante y seguros de todo el Caribe.
En 1717, gracias a una misión de espionaje, descubrió que los británicos habían levantado un asentamiento en la isla puertorriqueña de Vieques, por lo que fue enviado para expulsarlos junto a parte de la Armada de Barlovento en una operación tras la cual fue recibido en Puerto Rico como un héroe nacional.
Durante la guerra anglo-española de 1727, Miguel capturó 56 mercantes ingleses, casi la mitad de la marina mercante británica, sembrando el terror entre sus adversarios ingleses, que lo apodaron 'The Grand Archivillain' (El Gran Archivillano). Sus hazañas en el Caribe llevaron a la Cámara de los Comunes británica a interponer una queja oficial a España solicitando la devolución de sus buques.
El mulato bastardo
Miguel Enríquez era conocido como el "mulato espurio" (mulato bastardo) por las clases altas de Puerto Rico. En gran parte se trataba de racismo y prejuicios, pero sobre todo se trataba de envidia porque un hombre negro, que había nacido pobre y que había sido zapatero, tenía más poder y dinero que todos los residentes de Puerto Rico juntos, ya que había convertido a la isla en la gran potencia del Caribe. Llegó a tener tanto poder que la misa de los domingos no podía comenzar hasta que Ana Muriel, su amante, llegara a la iglesia.
En reconocimiento a sus logros como corsario, el propio rey de España le nombró Caballero de la Real Efigie y le dio el título de Capitán de Mar y Guerra y Armador de Corsos. También se le otorgó una Real Cédula que le permitía solicitar ayuda al Consejo de Indias.
Obispos y personajes ilustres pernoctaban en su hacienda y controlaba todo el comercio en las principales calles de la capital puertorriqueña, San Juan. Amasó una de las mayores fortunas de América, llegaría a ser dueño de más de 300 naves corsarias, dar trabajo a más de 1.500 marineros y poseer más de 300 esclavos.
Pero su éxito también se convirtió en su desgracia, ya que se vio asediado por enemistades políticas durante toda su carrera que le llevaron a perderlo todo hasta en tres ocasiones distintas. A pesar de que sus enemigos se contaban entre lo más influyente y granado de todo el Caribe, ninguno de ellos se acercó jamás a lo que Miguel había conseguido en 35 años de carrera.
El fin de una leyenda
En 1732 el gobernador de turno, Matías de Abadía, comenzó a intrigar en su contra y terminó por perder definitivamente todos sus bienes en 1733 bajo acusaciones de contrabando contra España. Los cargos fueron declarados falsos, pero nunca recuperó todo lo que le habían robado y a sus 60 años decidió refugiarse en un convento de San Juan.
Hay quien considera que todo lo que consiguió fue gracias al protector que velaba por él en la sombra, quizá su padre, pero, ¿cuál fue realmente su secreto? ¿Cómo consiguió llegar a lo más alto de su época a pesar de venir de lo más bajo? Miguel fue, simplemente, un luchador, un hombre brillante, inteligente y, sobre todo, con una educación y formación al alcance de pocos y que le hacía especial y completamente único.
En 1743, aquel hijo de una esclava que había surgido de la pobreza, que se había enfrentado al racismo, que por sí solo había dominado el Caribe y que había forjado la historia del Puerto Rico más poderoso de todos los tiempos, fallecía enfermo, solo y arruinado. Hoy, pocos lo recuerdan.