Una fina línea separa el bien del mal. Así lo demuestran historias como las de Paolo Macchiarini. Pasará a la Historia como el primer cirujano que realizó un trasplante de tráquea a partir de células madre, pero también le perseguirá de por vida la condena a dos años y medio de prisión por haber implantado tráqueas artificiales en tres pacientes que acabaron falleciendo.
Corría el año 2008 cuando varios medios españoles se hicieron eco de un hito sin precedentes que tuvo lugar en el Hospital Clínic de Barcelona: un equipo médico extrajo la tráquea de un cadáver para repoblarla con células de la paciente diagnosticada de tuberculosis que iba a recibirla.
Quien dirigió aquella operación no fue otro que Macchiarini, licenciado en Medicina por la Universidad de Pisa, donde ya soñaba con poder trasplantar una tráquea, como reconoció en la rueda de prensa que celebró para dar a conocer el caso. Aquel sueño hizo que Macchiarini tratase de mejorar su técnica. No le bastaba con utilizar la tráquea de un fallecido, quería construirla de manera artificial e implantarla en su próximo paciente.
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En 2012, el nombre de este cirujano apareció en la portada de The New York Times. ¿El motivo? Un año antes había construido una tráquea de plástico que implantó en un paciente de 36 años que tenía un cáncer incurable. La intervención, que también fue publicada en la prestigiosa revista The Lancet, marcaba un antes y un después para dos de los mayores problemas de la medicina: la falta de donantes y el rechazo del órgano.
Sólo dos supervivientes
Esta expectación se frenó en seco en enero de 2014, con el fallecimiento de Andemariam Beyene, quien recibió el primer trasplante. En un principio, se pensó que había sido por unas infecciones, pero finalmente se descubrió que se debió a que su tráquea sintética se había aflojado.
Para entonces, Macchiarini ya había realizado varios implantes como el que provocó la muerte del joven eritreo desde el Hospital Universitario Karolinska, vinculado a la institución que otorga cada año los Premios Nobel en Fisiología y Medicina. Aunque está ubicado en Estocolmo (Suecia), cuando se trata de operaciones tan experimentales los pacientes proceden de distintas partes del mundo.
De hecho, la segunda persona en recibir una tráquea artificial fue un joven estadounidense diagnosticado con carcinoma adenoide quístico; y la tercera, una chica turca de 25 años a la que ya se le había extirpado el pulmón izquierdo. Ambos fallecieron al poco tiempo de que se les implantara la tráquea artificial.
Una primera investigación concluyó en 2017 que no era posible probar que la actuación de Macchiarini hubiera causado la muerte de ninguno de los tres pacientes. El caso se reabrió un año más tarde por la demanda de los familiares. Fue entonces cuando un tribunal sueco lo declaró culpable de causar lesiones corporales aunque le impuso libertad condicional. En junio de este año, un tribunal de apelación consiguió que le condenara a dos años y seis meses de prisión, pese a que los fiscales habían pedido que cumpliera cinco.
Esta condena, sin embargo, no recoge todos los fallecimientos que presuntamente ha causado Macchiarini con sus intervenciones quirúrgicas. En una ocasión, el médico llegó a comenzar una relación con la madre de la víctima para disuadirla de demandar, e incluso tuvieron un hijo. Así lo revela el reciente documental que ha estrenado Netflix, El gran cirujano del engaño, acerca de la caída en desgracia de Macchiarini.
La web For Better Science estima que de los 19 casos que han recopilado, tan sólo dos sobrevivieron. Aunque en ambas situaciones existen motivos claros por los que intuir por qué no se produjo la muerte. El primero de ellos es el de la paciente del Clínic, a la que recordemos que no se le implantó una tráquea sintética sino que se había extraído de un difunto. Y en el segundo, un ucraniano que sufrió un accidente de tráfico, se le pudo retirar la tráquea de plástico a los seis meses, cuando comenzaba a correr peligro su vida.
Acusado por sus compañeros
Uno de los más críticos con Macchiarini fue el catedrático de cirugía respiratoria de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), Pierre Delaere, quien no veía más que "palabrería" en los informes donde Macchiarini presumía sobre su éxito: "Si tuviera la opción de una tráquea sintética o un pelotón de fusilamiento, elegiría la segunda opción porque sería la forma menos dolorosa de ejecución", criticó Delaere en el documental Experimenten.
Desde la dirección del Karolinska mostraron su firme apoyo al cirujano, incluso cuando ya se conocían los fallecimientos de los tres pacientes que se habían operado en el hospital sueco. Los trasplantes de tráquea no se suspendieron en el Karolinska hasta 2013. Un año más tarde, Macchiarini fue acusado por cuatro antiguos colegas de falsificar afirmaciones en sus investigaciones.
Tras ser despedido del Karolinska, Macchiarini fue contratado en la Universidad Federal de Kazán (Rusia), donde también le despedirían al año de ser contratado. En Rusia llegó a realizar cinco operaciones, que terminaron con el mismo fatídico desenlace. Para entonces, The Lancet ya había retractado un total de 11 publicaciones de este autor.
Mentiras en el currículum
Macchiarini no sólo ha operado a pacientes adultos, sino que también ha hecho lo propio con niños que habían nacido con traqueomalacia —esto es, cuando la tráquea no se ha desarrollado de forma apropiada—, como sucedía con Hannah Warren, la niña coreana de dos años que falleció tres meses después de que le implantaran una tráquea artificial en el Hospital Infantil de Illinois (Estados Unidos).
Macchiarini llevó a cabo aquella operación en 2013, junto con su compañero Richard Pearl. Este doctor define a su colega como un hombre del Renacimiento que domina hasta seis idiomas distintos. Este dominio de las lenguas tal vez se deba poner en duda, pues no sería la primera vez que el cirujano mienta acerca de sus conocimientos.
En su currículum presume de tener un máster en Bioestadística en la Universidad de Alabama en Birmingham (EE.UU.) o haber sido profesor titular de la Facultad de Medicina de Hannover (Alemania). Aunque Vanity Fair confirmó que esto fuera así, después de ponerse en contacto con las dos instituciones. En declaraciones a la revista estadounidense, el doctor Ronald Schouten, autor del libro Casi un psicópata: ¿Soy yo (o alguien que conozco)?, reconoció que Macchiarini era la forma extrema de un estafador: "Hay un vacío en su personalidad que parece querer llenar estafando a más y más gente".
Y es que sus engaños van más allá del ámbito académico. Macchiarini conoció a la presentadora de la NBC, Benita Alexander-Jeune, cuando la cadena de televisión preparaba un documental acerca de la fatal operación a Andemariam Beyene. A Leap of Faith (Un salto de fe, en español) llegó a estar nominado a los premios Emmy, pese a la mala praxis de la intervención.
"Estaba comprometida con un monstruo", afirma Alexander-Jeune en el citado documental de Netflix. La periodista estadounidense revela que Macchiarini le prometió que el papa Francisco (de quien decía ser su médico personal) iba a oficiar su boda, a la que también iban a asistir invitados de la talla de Vladimir Putin, Barack Obama, Nicolas Sarkozy y el matrimonio Clinton. Contó que Andrea Bocelli cantaría durante la ceremonia.
Sólo este último negó las promesas de un Macchiarini que confía en protagonizar una operación exitosa: "¿El primer trasplante de hígado, de riñón o de corazón salieron bien? No. Pero creo que el futuro es éste y con los próximos pacientes todo saldrá mejor", asegura en El gran cirujano del engaño, donde se escuchan comentarios tan dispares de este protagonista como "es el timo más grande de la historia de la medicina" o "podría ser un genio y quizás salve a la humanidad".
En la actualidad, todo apunta a que Macchiarini no realiza más intervenciones quirúrgicas. Aunque puede que esto sea mentira más, para variar.