Esta es la historia del último punki español: un chico muy gamberro que vivía en un psiquiátrico y sólo salía para dar conciertos. Icono contracultural, lucidísimo loco, músico de sonido nasal, francotirador de la sátira, estrella del averno cosidita a pastillas, antídoto de la hipocresía patria.
Fue un milagro que Manolo Kabezabolo (Carenas, 1966) naciese para cargarse el punk, pero más aún que haya sobrevivido. Qué alto, desgarbado y resistente. Le hace el gato a la parca, ¿cómo es posible...? No es cosa de dios, dirá él, que no cree en ancianos etéros con barba. Su fuerza extraña viene de otra parte, de una fuente inagotable de sangre y alcohol y tormenta eléctrica: la del desacuerdo. Ese sí que es un río largo.
Ahora toma mucho litio y eso le hace tiritar: nos tiembla la mesa del café Ocho y Medio de Martín de Los Heros cuando apoya los bracitos. Manolo es amable y vulnerable y guapo a su manera cansada y huele a tabaco. No bebe nada. Ni agua. Parece un pacifista. Guarda vestigios de una antigua cresta.
Ha pasado de todo en su biografía salvaje y misteriosa llena de páginas en blanco, de leyendas urbanas, de poesía y relámpagos de olvido (como los de los brotes psicóticos: esas épocas cortísimas o eternas en las que no recuerda nada). Todo fue doloroso como en el niño al que le salen los dientes. Todo fue silbante como en el hombre al que se les caen.
Un padre militar y franquista. Un abuelo falangista. Una madre católica y conservadora. Fue un niño-genio que se merendaba al profe y que a los 13 empezó a beber porque no sabía por dónde romper a desobedecer. Unos añitos sabáticos en el Ejército. ¿Qué más? Una mala herencia genética a nivel mental y un picoteo más que considerable de drogas. Incontables ingresos en el psiquiátrico. Un infierno en el de Sant Boi (Barcelona). Un puñado de canciones desopilantes y descreídas. Un mito en pie. Muchos amigos caídos. Provocación, anfetas, kalimotxo.
Una guitarra española que un día costó dos mil pesetas. Una inhabilitación por un tribunal médico. Una pensión vitalicia. Vivir en mundos paralelos pero entrelazados. Ser crucificado, como diría Extremoduro, a base de pastillas: "Me tenían anulado completamente. Me llegaron a dar veintitantas al día. Me despertaban a las tres de la madrugada para darme una".
Dice Manolo Kabezabolo que sólo ha tenido una depresión en la vida. "Fue a los doce años, y todavía me dura". Y sonreímos a la boutade, porque qué vamos a hacer.
¿No es éste un mundo muy raro y un poco triste, a veces? Y sin embargo, aquí estamos. ¡No nos vamos! "Será por algo", comenta Kabezabolo, que tiene esperanzas porque hace no tanto se ha enamorado.
Después de su primer ingreso clínico largo, volvió a Zaragoza y se pasó dos años en silencio. No abrió la boca. Sólo observaba con los ojos muertos. "El speed me salvó", dice. "Un amigo me dijo un día 'venga ya, espabila, prueba esto'". Y le volvieron de golpe hasta las ganas de jugar al billar. El problema, claro, fue regularlas después. Ingresos, más ingresos.
El promotor Manuel Delgado, que trabajaba con La Polla Records, escuchó una grabación casera suya y se le encendieron los ojitos. "¿Y si hacemos unos conciertos?". "No puedo", le contestó Manolo. "Vivo en un psiquiátrico". Y Delgado se personó en el garito desinfectado y convenció a los médicos para que los conciertos fuesen parte de la terapia: casi nada. En el 96, salió de allí convertido en un ídolo del punk. Y hasta hoy.
Todo esto y más se narra en el recién estrenado documental MANOLO KABEZABOLO (Si todavía te kedan dientes es que no estuviste ahí), dirigido por J. Alberto Andrés Lacasta y documentado por Elena Rodrigo. Le acompañan amigos y admiradores como Albert Pla, Kutxi Romero (Marea), Evaristo Páramos, Critina Morales o Fernando Madina (Reincidentes). Desde este viernes, en los cines de tu barrio.
Pregunta.- ¿Qué se pierde cuando se pierden los dientes?
Respuesta.- La juventud, de entrada. Lo de los dientes depende mucho de la genética: mi padre los perdió a los cuarenta años. Se le puso toda la dentadura bocabajo. Se pierde los dientes porque se tiene una vida un poco exagerada. Bastante vicio. Dejadez. Pierdes dientes, pierdes tiempo.
P.- ¿Y después de ellos?
R.- Lo que más he perdido en la vida han sido amigos.
P.- Por la muerte.
R.- Sí.
P.- ¿Le habla a los amigos caídos?
R.- Viven en nosotros también, un poco. Pensamos a la vez. Yo pienso en algo y pienso lo que ellos pensarían.
P.- ¿Es posible la anarquía? ¿Hasta qué punto podemos desobedecer?
R.- Yo no voy de representante de nada, me daría vergüenza. Es difícil de practicar. El mayor problema de la sociedad es que no está convencida de que esto puede cambiar. En España no somos lo bastante maduros como para entender y usar las herramientas que tenemos para controlar a los poderosos. ¿Cómo va a bastarnos con ir a votar cada cuatro años…? Es ridículo. Habría que entrenar la desobediencia civil o nunca estaremos preparados para nada.
P.- ¿Nos da miedo no saber qué hacer, después, con la libertad?
R.- No nos da miedo porque no nos lo planteamos, no nos planteamos nada. Te educan en el camino recto y en cuanto piensas un poco más allá y te frustras, ya ves lo que pasa, te empieza a doler todo, te duele el pensamiento y te medicas: la mayor parte de la población está en tratamiento psiquiátrico. Yo pienso que las drogas nos hacen mejor que los antidepresivos. A mí me han salvado más las drogas que las pastillas, ¿eh? Hay muchas sustancias naturales que se podrían utilizar y no se utilizan. Y luego, la depresión… es una enfermedad que debería tratarse más con terapia que con química. No creo que la medicina debiese entrar tanto ahí como entra, porque la mayoría de las pastillas son súper, súper agresivas, y tienen un montón de efectos secundarios. Yo ahora estoy tomando litio y mírame el pulso.
P.- ¿Cuál ha sido la mejor y la peor droga que ha tomado?
R.- La mejor, el LSD, aunque no veas si han metido miedo con ella, ¿no? Que si te vas a quedar colgado, tal. Yo qué sé. Las setas también. No es para tomártelas aquí en un bar tampoco. Se trata de estar rodeado de buena gente, de amigos, de que haya buen rollo. Hace falta mucha información sobre las drogas. Yo creo en la legalización.
P.- ¿Confía en la responsabilidad individual de la gente?
R.- Confío en ella si hay información suficiente, sí. Ojalá se informase bien sobre las sustancias y sobre su uso, sería muy útil para nuestra vida. El ser humano se ha drogado siempre, el ser humano juega con la química, la cosa es jugar bien, ¿no? Importa su calidad, que no nos den mierda.
Mira, hicieron un experimento con animales… que es una putada… pero oye, te lo cuento. Lo hicieron con ratas. Primero ponían a una rata en un habitáculo sola, con comida, agua y heroína. La tía al principio tomaba de todo pero luego empezaba a aumentar a lo loco el consumo de heroína. A lo mal, ¿no? Pues luego pasaban a la rata a otro hábitat, a uno que era con otras compañeras, con otras ratas, vamos, y con otros entretenimientos. Y veías que la rata consumía heroína pero muy eventualmente. Es interesante esto, ¿no? La droga puede ser lúdica si estás bien acompañado, si te sientes querido, si hay cosas en la vida que te emocionan, que te entretienen. Vocaciones, pasiones, cosas. Pero si estás solo o débil… te acuerdas.
"¿Que por qué decidí tomar drogas? Porque estaba prohibido"
P.- ¿Por qué decidió tomar drogas?
R.- Porque estaba prohibido. Y luego me han gustado, me ha gustado el desparrame, no me voy a hacer el estirado ahora. La peor droga para mí es la heroína y la cocaína, están a la par. La heroína está peor vista, pero la cocaína hace mucho destrozo y el mundo de los farloperos a mí me tira un poco para atrás. Son violentos, joder, y quieren controlarlo todo.
P.- ¿Cuándo se dio cuenta de que no quería ser rebaño?
R.- Mi familia es muy católica y conservadora.
P.- Un padre militar ya ubica.
R.- Desde luego. Y la educación religiosa que recibí de niño. Cuando llegó la primera comunión, empecé a sentirme distinto.
P.- Primera comunión y última.
R.- (Ríe). Sí, prácticamente. Fui viendo que todo era un paripé de mucho cuidado. Todo va de controlar a través del miedo. Me parece mentira que en pleno siglo XXI en las escuelas haya un crucifijo. Hay un montón de leyes injustas y arbitrarias para mí: te ganas la ruina por robar algo para comer y entras en la cárcel y caes en un puñetero bucle, te rompes, vuelves a delinquir, vueles a la cárcel. Los ricos roban millones y se van de rositas o pagan y se van limpios. Es desigual y vergonzante.
P.- Creo que sólo ha tenido usted una depresión en su vida. Fue a los doce años y aún le dura.
R.- (Ríe). Sí. Tengo 58. Es una buena marca, ¿no? Llevo medicado desde los 21 y te prometo que con el paso de los años no he podido ver más claro que la medicación perpetúa ese estado.
P.- ¿Adormece?
R.- O sea, los antidepresivos no te quitan la tristeza, sólo te dan una felicidad falsa, entre comillas: es falsa y artefactada y te deja grogui y sin evolucionar. Yo empecé hace unos años la terapia Gestalt y me ha ayudado mucho más que cualquier otra cosa. Es empezar a recordar cosas, es llegar al origen de los traumas que puedas tener…
P.- ¿Se hermana con el psicoanálisis?
R.- De alguna manera, pero es más personal, es una vertiente más humanista. Bueno, hace un año que no hago nada porque nos mudamos y tuve que dejarla: no vivo donde vive la terapeuta.
P.- ¿Nos mudamos? ¿Quiénes?
R.- Mi pareja y yo. Ahora vivimos en un pueblo de la provincia de Lérida, en el Pirineo catalán.
P.- Cómo me alegro. ¿Se ha enamorado muchas veces en la vida?
R.- Ah, no. Pensaba que me había enamorado antes de esto, pero ahora no lo creo. Cuando empecé la terapia Gestalt analicé mis relaciones y creo que en la mayoría de ellas no había amor. Tenían otros componentes. Eran agradables, sí, pero ahora llevo cuatro años de otra manera y es todo muy distinto cuando encuentras a la mujer de tu vida. Es fundamental no depender del otro para amarle. Y no ocultarle cosas ni que te las oculte a ti.
P.- Leí que sus recaídas más jodidas coincidían con rupturas amorosas.
R.- Hay mucha gente de mi entorno que piensa eso. Yo no. Los grandes problemas de mi vida los he tenido conmigo mismo.
P.- ¿Qué es el punk, Manolo?
R.- Siempre se está en busca de esa definición. A mí me gusta lo que dice Evaristo, que es que el punk es lo que tú quieres que sea, o sea, que para cada uno es una cosa. El punk parte de la idea de que este mundo es basura, lo cual no quiere decir que tú tengas que convertirte en basura. Tú puedes ponerte enfrente y denunciar la desigualdad y las injusticias y plantearte otra forma de vida. Novelarla, incluso.
"El punk parte de la idea de que este mundo es basura, lo cual no quiere decir que tú tengas que convertirte en basura"
P.- ¿Aún cree en él?
R.- Hay mucha gente que habla de que el punk ha muerto, pero yo creo que no puede morir porque nunca ha estado vivo del todo, sólo misteriosamente presente. Nadie lo ha visto nunca. El punk puede ser tan decepcionante como cualquier otra cosa, ¿eh? Una vez sentimos la explosión de un montón de cosas y eso permanecerá siempre con más o menos intensidad, es como el movimiento renacentista, ya no se puede evitar, aunque tenga más o menos representación.
P.- ¿Hay jóvenes punkis o eso ya no se lleva?
R.- Se puede ser punki de muchas maneras: evolucionamos. Ha cambiado la vida social, la vida política… es imposible que los chavales sean punkis sin imitar un arquetipo, y eso sería estúpido, que buscasen ser iguales que entonces, ¿no? Ellos tienen otros conceptos, otras prioridades y otras formas de actuar. Yo creo que hay mucha gente válida y que está haciendo muchas cosas, incluso con reglas que no entendemos. Está bien. Nada me parece tan grave. Mientras jodan al Estado… mientras se sigan involucrando en cosas…
P.- ¿Qué piensa cuando hoy se encuentra a un policía?
R.- Lo mismo que siempre: que cuanto más lejos, mejor.
P.- ¿Siguen siendo los malos para usted?
R.- Sí, aunque muchos me piden autógrafos, que ya impresiona, ¿no?
P.- ¿Y se los ha dado, amablemente…?
R.- Qué voy a hacer, si me dicen que es para su sobrino. Una vez me pararon para pedirme documentación, y esa vez no había hecho nada, ¿eh?, me rodearon unos cuantos y al final me compraron un par de discos. No se entiende. Les irá la marcha.
P.- La locura es un consenso social. Dice Kutxi, de Marea, que a usted le han llamado loco pero está bien lúcido.
R.- ¡Vamos! Yo no he parado de conocer a gente más loca que yo (ríe). Mi problema han sido los brotes psicóticos, que son una cosa muy compleja. Apenas tengo recuerdos de esos momentos.
P.- ¿Qué es lo poco que recuerda?
R.- El hacer daño… el intentar hacer daño por hacer, sobre todo verbalmente, más que físicamente, pero bueno, de los dos. Casi todo en la locura es muy relativo. Albert Pla dice en el documental: “Si se ha considerado que Manolo Kabezabolo está loco, es que el mundo está muy loco”. Podemos ponernos filosóficos, pero cuando tienes que ingresar en el psiquiátrico es otro tema.
P.- Se ha dado miedo usted a sí mismo. No se fía de usted, dice en el documental.
R.- Sí. No me fío. Y tampoco me fío porque no hay servicios sociales suficientes para abastecer bien cada caso, que requiere su tiempo y su forma, y eso a esta gente no le interesa.
P.- En uno de los psiquiátricos estuvieron tres meses sin cambiarle de ropa y sólo se la cambiaron cuando sus padres fueron a visitarle.
R.- Sí. Me dijeron que me iba a quedar ahí de por vida. Los peores tiempos fueron en Sant Boi. Imagínate, te dicen que te vas a quedar a vivir allí y tú ves cómo es eso… no te extraña que me deprimiera, ¿no? (Sonríe). No hay buenos tiempos en un psiquiátrico, por otro lado. Algunas amistades que has hecho y poco más.
P.- ¿Cuál fue su mejor amigo del psiquiátrico?
R.- Carlos Sanz, se llamaba. Había sido sargento del Ejército.
P.- ¡Para que vea!
R.- Ya te digo. Es que el tío llevaba guitarra, la tocaba y nos llevábamos muy bien. Con otros amigos aún tengo contacto, lo he mantenido después de salir yo… y es triste que ellos todavía estén allí…
P.- ¿Cuando le dieron el alta definitiva?
R.- Pues mira, la primera vez que me ingresaron mucho tiempo seguido fue en el 94 y fueron tres años.
"A mí me dejaron una habitación en el psiquiátrico para que tocara la guitarra y todo. Como un local de ensayo"
P.- ¿Cuánto tiempo de su vida ha pasado ahí?
R.- Pues bastante, no he echado la cuenta, prefiero que no. Tuve la suerte de que apareció Manolo Delgado. No llega a convencer a él a los médicos de que me dejaran salir para dar conciertos y yo no sé dónde estaría ahora. Ahí tenía cierta esperanza.
P.- No quiero decirle la cursilada de “la música cura”, pero, ¿la música cura?
R.- (Ríe). Joder: sí. Yo estaría muerto de asco desde hace décadas si no. No sé por dónde hubiera salido, ¿eh? A mí me ha ayudado muchísimo refugiarme en la música siempre. Las canciones empezaron siendo un juego, un divertimento socarrón, un ejercicio de humor absurdo, pero acabaron teniendo cierta relevancia social. Las inquietudes cambian. A mí me dejaron una habitación en el psiquiátrico para que tocara la guitarra y todo. Como un local de ensayo (ríe). ¡Por lo menos…! Eso sí que estaba bien. ¿Y que cómo se hace…? Pues igual que se haría en la calle. Sólo que tienes… otras influencias (ríe).
P.- ¿Se puede montar la rebelión en el psiquiátrico, como en Alguien voló sobre el nido del cuco, aquella peli de Jack Nickolson?
R.- Al final sólo se escapa uno, ¿no? Eso es importante (Ríe).
P.- Y toda la que se monta para sólo una fuga...
R.- Es que es eso. Pero bueno, la revolución es más personal que colectiva, en un psiquiátrico y en cualquier otra parte. Yo ya no confío en lo colectivo. Me interesan bastantes causas, pero desconfío del activismo, no quiero encasillarme en nada. Estoy desencantado con asociaciones y colectivos.
P.- ¿Y eso por qué?
R.- En las asambleas se le da más importancia a las cosas personales que a las comunes, ¿no? Es como de coña. He visto a mucha gente ir ahí a verse a sí mismos, a escucharse a sí mismos, con su puto mismo sermón durante horas, y la verdad es que cansa.
P.- ¿Creyó en el 15-M?
R.- Al principio sí, claro: Podemos ha intentado hacer cosas, pero han ido a matacaballo contra ellos. No les han dejado hacer prácticamente nada. Tendríamos que reconocer que lo poco que se ha hecho estos años ha venido de su parte, pero, ¡ah!, ya han pasado de moda… Ese es el problema, que todo es una moda. ¿Qué más da? El PSOE es derecha. Es una patraña. Pedro Sánchez es un payaso como todos, viene a sacar su tajada y la gente no le importa nada.
P.- ¿Ha hecho ya las paces con su padre?
R.- Lo intentamos. Tuvimos una conversación importante, una conversación para la paz, pero no puedo hablar más de diez minutos con él sin empantanarme: él no lo puede evitar, le encanta sacarme la historia de su Paquito…
P.- ¿De Franco?
R.- Sí. No llega al cuarto de hora sin mentarle, es de obsesión. Un día me dijo que estaba orgulloso de mí. Otro día, hacía más años, me había dicho que le encantaría fusilarme.
P.- ¡Hombre! De 0 a 100.
R.- Sí, fue porque en unas fiestas de mi pueblo… yo no estaba, pero se le acercó alguien a decirles que yo les gustaba mucho y que gracias por haberme traído al mundo y ahí se emocionaron un poco. No sé: en la adolescencia todos tenemos una temporada en la que el padre es el enemigo, la putada es cuando lo es toda la vida. El padre representa la prohibición, y, a la vez, la desatención. Hora para llegar, no vayas aquí, no vayas allá.
P.- ¿Y usted nunca quiso tener hijos?
R.- No. Siempre he tenido claro que no debería traer nada a este mundo, sería como traer a un esclavo.
P.- ¿Le parece que la gente de su generación se ha vuelto de derechas?
R.- Bueno, se han aburguesado, se han vuelto más conformistas. También han cambiado mucho las leyes: hay cosas que antes se hacían y estaban mucho más penadas que ahora. Han bajado la guardia, ¡normal! Además, no es lo mismo tener 20 años que 40 y una familia a tu cargo. Tener una hipoteca es…
P.- Es castrador.
R.- Sí. El modelo ha cambiado pero nos joden igual.
P.- ¿Qué es el capitalismo?
R.- Un monstruo. Como decía Evaristo, “capitalismo es sangre, capitalismo es caos, capitalismo es sistema de mercao’”.
"Sigo siendo mi propio rey, aunque también he abdicado"
P.- ¿Sigue siendo usted su propio rey?
R.- Sí, aunque también he abdicado. La monarquía, aunque sea parlamentaria, no me parece constitucional.
P.- ¿Qué quiere que pongan en su lápida?
R.- No quiero lápida.
P.- ¿La vida merece la pena?
R.- Supongo que la vida merece la pena, si no no estaríamos tú y yo aquí, otra cosa es que sea una putada. Cuando menos te lo esperas, te da una hostia. ¿Sabes lo que yo quiero? Que me incineren y me tiren al mar desde un barco vikingo.
P.- ¿Estará permitido?
R.- Seguro que no. No está permitido casi nada.