"Mi marido vino del trabajo y le dije: dúchate que tienes que ir a por mi hermana a la frontera polaca". De esta manera, Natalia, 52 años, ucraniana residente en Xábia (Alicante) desde hace veinte, encomendó a su marido Bogdan, también ucraniano, la misión por la que debía rescatar a su cuñada a 3.000 kilómetros de distancia.
Mariia, de 44 años, embarazada de ocho meses y medio, no había podido resistir ni un minuto más los bombardeos de Putin y con su gestación a cuestas se había plantado en el puesto fronterizo de Przemysl (Polonia).
Eso era lunes, 1 de marzo. El jueves, 4, Mariia durmió en la población de La Marina alicantina, al lado del Mediterráneo. Y una semana después dio a luz en el Hospital de Dénia un precioso niño que se llamará, Volodimir, como el presidente que resiste en los sótanos de Kiev. Es el primer bebé que nace en España de la oleada de refugiadas ucranianas provocada por la invasión rusa.
Una familia rutena
Natalia y Mariia pertenecen a una familia asentada desde toda la vida en Zolochov, una población de 25.000 habitantes en el noroeste de Ucrania. Una región natural que ha pertenecido a Rutenia (Polonia) o a Galitzia (Imperio Austro-húngaro) antes de volver bajo soberanía polaca en 1918 y ser invadida por la Rusia de Stalin en 1939. Una localidad que ha sido cinco siglos centroeuropea y cincuenta años rusa.
"Cuando Putin comenzó a acumular tropas en la frontera con Bielorrusia no temía nada –recuerda Mariia- Pensaba, como todo el mundo, que eran maniobras".
Pero hace 12 días, Mariia estaba cursando visita ginecológica en el hospital de Strutyn, a pocos kilómetros de su casa, y tuvo noticias de que las bombas rusas estaban destruyendo instalaciones sanitarias. (Además del tristemente célebre Hospital Materno-Infantil de Mariupol, la OMS (Organización Mundial de la Salud) ha cifrado en 18 el número de centros sanitarios bombardeados). "Llamé a mi hermana a Xábia, en Alicante, y le dije: "Tengo miedo, Natalia. ¿Qué hago?". "Vente, inmediatamente", me dijo.
De fabricar para Audi a huir de su país
Natalia reside desde hace veinte años en Xábia. Vino con su marid Bogdan, y su hijo, Volodimir, de siete años. Natalia trabaja en un restaurante de la turística población alicantina.
"Yo creo que me hizo caso porque soy su hermana mayor –cuenta Natalia- Le hablé de España, de su acogimiento, de lo feliz que se vive aquí, de una vida más tranquila. Al principio no quería, pero después comprendió que era lo mejor para ella y el bebé y establecimos el plan".
El plan consistía en viajar en tren hasta la frontera polaca junto a su marido (130 kilómetros) y esperar allí a que llegaran a recogerla. En Zolochov se quedaban sus padres –están en la setentena, y no quieren moverse a ningún sitio, aquella es su tierra-, su trabajo en una fábrica de componentes electrónicos para coches de Audi y otras marcas, su pasado y, sobre todo, su marido y padre del niño, que no puede abandonar el país porque ha sido movilizado como reservista. "Eso fue lo más duro".
Más o menos a la misma hora, Bogdan se duchaba siguiendo el encargo de Natalia en Xábia y recogía a su hijo, de 27 años, para turnarse en la conducción.
36 horas en la Mitteluropa
El miércoles, 2, por la noche, Mariia vislumbró a su cuñado y a su sobrino, entre los voluntarios de varios países que se apiñaban para recoger refugiados en la frontera de Przemsy después de ocho días de invasión violenta.
En las siguientes horas, ante los ojos de Mariia, y sin dejar de palpar y acariciar la vida que bullía en su interior, desfilaron autopistas y países que nunca habría imaginado conocer de esa manera: Polonia, Eslovaquia, Chequia, Alemania, Francia y, por fin, España, ese lugar del que su hermana hablaba maravillas.
En día y medio Mariia recorrió todo Centroeuropa, el corazón del continente que sangra en su vertiente oriental.
"Al principio de la invasión me pasaba todo el día llorando pensando en lo que estaba haciendo Putin"
Natalia, hermana de Mariia
"El viaje fue bien –asegura Mariia- Nunca temí ni por mí ni por la criatura que llevaba dentro. Mi parto estaba fijado para el 30 de marzo, así que había un poco de margen".
Un encuentro en el Mediterráneo
"Cuando nos encontramos –afirma Natalia- no me lo podía creer. Al principio de la invasión, me pasaba todo el día llorando pensando en lo que estaba haciendo Putin. No puede ser, no puede ser… en pleno siglo XXI, pero al ver a mi hermana, con su orgullosa barriguita, me dije, todo esto pasará un día y, en cualquier caso, habrá alguien más en la familia que también querrá ser feliz".
El bebé que querrá ser feliz pesó 3 kilos al nacer en la tarde del viernes pasado. Según la dirección médica del hospital, público pero gestionado por Ribera-Salud, "tanto madre como hijo se encuentran en perfectas condiciones".
Natalia solo tiene palabras de agradecimiento hacia el personal sanitario, el ayuntamiento de Xábia, el grupo local de Cruz Roja que les ha proporcionado las primeras ayudas domésticas. "Me gustaría que aquello acabase pronto. Si dura, quiero que Mariia se quede todo el tiempo aquí… pero si pasado un tiempo quiere volver también lo entenderé".
Estrellas en la habitación
Mariia ha recobrado en muy pocas horas su sonrisa contagiosa, su gesto amable. Pasa las horas carantoñeando a su niño, que se llamará Volodimir, como el presidente que está asombrando al mundo por su decisión y valentía. Mariia mira por la ventana y deja llevar su pensamiento a través de las nubes a 3.000 kilómetros de distancia. Allí está su marido, defendiendo su país. Se conecta a diario con él a través de videoconferencias. Un día se reencontrarán. En Ucrania, en Xábía, ¿por qué no? Por las noches, sueña que están juntos los tres.
En las habitaciones de la planta en la que está ingresada Mariia se proyectan las constelaciones del hemisferio norte por las noches. Una frase acompaña la imagen: "Que la magia de las estrellas os traiga paz y mucha suerte".
Dos madres con distinta suerte
La historia de Mariia, con final feliz, se cruza con la de otras dos compatriotas que no tuvieron la misma suerte.
El miércoles, 9 de marzo, Mariana Vishegirskaya, de 19 años, bloguera, ocupaba una de las camas del Hospital Materno Infantil de Mariupol, la única ciudad ucraniana que resiste en la costa entre Donetsk y Crimea. A las 15.30, una de las denominadas bombas tontas –su itinerario no es tan preciso como el de los misiles- de media tonelada de peso fue lanzada por el ejército ruso y estalló en el patio central del centro sanitario. Todas las alas del hospital fueron afectadas, los cristales volaron por los aires, el material sanitario fue destruido y la estructura de los pabellones quedó desnuda y seriamente dañada.
Mariana bajó por su propio pie por las escaleras desvencijadas; unos metros por delante los servicios de rescate portaban en camilla a otra mujer que acariciaba su vientre gestante con una profunda herida en el abdomen. En el ataque murieron tres personas –una de ellas, una niña de seis años- y hubo diecisiete heridos. En el patio podía apreciarse el enorme cráter dejado por el proyectil. El ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, dijo tras el bombardeo que era la base de un supuesto batallón ucranio neonazi.
La Embajada de Rusia en Reino Unido dijo que la bloguera que bajó las escaleras de la maternidad protagonizó una puesta en escena
La mujer que era llevada en camilla –unas imágenes que han dado la vuelta al mundo- fue trasladada a otro centro sanitario "cerca de la línea de combate entre ucranianos y rusos". El cirujano que la atendió certificó, según la agencia norteamericana Associated Press, que la mujer entró con la pelvis aplastada y la cadera fuera de sitio. Se le practicó una cesárea que no evitó que el bebé naciera muerto y, tras media hora de intentos de reanimación, ella misma murió también. No ha podido ser identificada. El marido recogió los cuerpos de ella y el niño y evitó que fueran inhumados en una fosa común, como está ocurriendo en esta región acosada por las fuerzas rusas.
La joven que bajaba la escalera por su propia cuenta, Mariana Vishegirskaya, fue atendida en otro hospital de la ciudad y dio a luz a Veronika dos días después. Cuando comenzó a difundirse su imagen poniéndose a salvo en el hospital bombardeado, la Embajada de Rusia en el Reino Unido reaccionó afirmando que era una influencer llamada Marianna Podgurskaya. Sostenía que la habían maquillado para parecer una víctima y que la fotografía y el vídeo eran una puesta en escena. Twitter eliminó las dos publicaciones de la Embajada en las que afirmaba que las víctimas del hospital eran un montaje protagonizado "por actores secundarios".
Mariana y su bebé Veronika se encuentran en buen estado. Pero siguen en Mariupol, la ciudad mártir de esta invasión.
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