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Se llamaba Encarni y tenía sólo 52 años. El 11 de marzo de 2020 ingresó con problemas respiratorios en el hospital de Basurto, donde falleció seis días después. Ella fue la primera profesional sanitaria que murió por Covid-19 en España, una enfermedad a la que la Organización Mundial de la Salud (OMS) había bautizado como tal justo un mes antes. Ese mismo día, su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, declaró que la Covid era ya una pandemia.
Encarni no murió porque le tocara. Lo hizo después de cuidar hasta el final al primer fallecido por esta dolencia en el País Vasco, un hombre de 82 años que falleció sin que nadie supiera que tenía la entonces nueva enfermedad. Análisis posteriores lo confirmaron.
Que una enfermera fuera la primera víctima mortal de la Covid entre los profesionales sanitarios tampoco es algo casual. Aunque podría haberle ocurrido a un médico o un auxiliar de enfermería, su muerte puso de manifiesto -por si alguien no lo sabía- el papel clave de estos profesionales durante la pandemia. Doce de ellos han perdido la vida.
Algunos se enfrentaron a lo desconocido con años de experiencia; otros, prácticamente sin ninguna. EL ESPAÑOL | Porfolio ha hablado con seis de estos últimos: seis valientes enfermeros que empezaron a trabajar casi a la vez que el coronavirus Sars CoV-2 entró en nuestras vidas para cambiarlas para siempre. Las de ellos, todavía más. Cuatro de las entrevistadas son mujeres; dos, hombres. En el conjunto de la profesión, el 84,2% de los enfermeros son mujeres. Por eso, muchos de los varones se refieren a su colectivo como el de las enfermeras, en femenino.
Dos años después los seis entrevistados siguen al pie del cañón, aunque muchos conocen casos de compañeros que quisieron dejarlo o incluso que han pedido no volver a estar en un hospital. Según la mayor encuesta realizada al sector, que llevó a cabo el Consejo General de Enfermería (CGE) con 19.000 entrevistas hace poco más de un mes, el 46,5% de los enfermeros españoles meditaba dejar la profesión debido a la situación "insostenible" que ha aumentado por la Covid-19. Así vivieron ellos la primera pandemia de sus vidas.
1. Iván Vidal (23 años)
"El primer día, en el turno de noche, vi fallecer a tres personas".
Para ponerle una inyección -incluso una vacuna- al Iván Vidal niño, había veces que hacían falta hasta cinco enfermeras. El pequeño, recuerda ya de adulto, no quería ver las heridas "ni de lejos", pero ahora se harta de tratarlas. Es enfermero en el hospital de día oncohematológico del Hospital Universitario de Toledo y el 26 de marzo se cumplirán dos años desde que empezó a trabajar.
Lo hizo antes de tiempo, cuando todavía no había acabado la carrera y se apuntó al tajo voluntariamente, tras ser consciente de que la primera oleada de Covid-19 estaba dejando sin personal a los hospitales de las zonas de España más afectadas. Castilla La Mancha, sin duda, fue una de ellas. Iván cursaba entonces cuarto de carrera, su último año y le faltaba terminar las prácticas y el trabajo de fin de grado (TFG). A él le tocaba hacerlas en el centro de salud de Mora, Toledo. Ese febrero, atendió allí mientras aprendía a pacientes que "visto a posteriori" probablemente ya padecieran Covid-19. Pero nada comparado con lo que tuvo que ver después.
Iván era de los tranquilos, de los que creyeron que la Covid, que no se llamó así hasta el 11 de febrero de 2020, iba a ser como una gripe más y que además "estaba muy lejos". De hecho, tenía previsto ir a las fallas, pero las llamas que vio esa primavera fueron bastante más aterradoras.
A Iván le llamaron para trabajar de apoyo. No había acabado la carrera y su tarea era ayudar a otros profesionales en esta situación inesperada. Pero no fue así. Aunque él se muestra comprensivo con la situación, también quiere dejar claro que no fue lo mismo para todos los estudiantes. En su caso, había turnos en los que ellos eran más que los enfermeros titulados y trabajaban haciendo lo mismo. Por eso dice que no le pareció justo que los titulados tuvieran que ser responsables de sus acciones.
"Ante esta situación apocalíptica, yo llegué al coche y me puse a llorar"
El primer destino de Iván fue el Hospital Virgen del Valle, un centro público de Toledo que admite sólo pacientes de más de 75 años. "Te puedes imaginar", comenta a esta revista. El primer día, turno de noche, el enfermero sin título vio cómo morían tres personas. "Ante esta situación apocalíptica, cuando terminé, llegué al coche y me puse a llorar", relata. No sólo moría gente, sino que no se podía hacer nada por muchos de ellos. Se sabía lo que funcionaba -la oxigenoterapia-, pero no qué medicamentos había. El primer antiviral específico para la Covid tardaría casi dos años en llegar.
Iván recuerda momentos muy duros, como cuando el médico les pedía consejo sobre en qué pacientes utilizar el poco material sanitario -a todas luces insuficiente- que había. La pregunta era simple y cruel: "¿Quién crees que lo necesita más? ¿Quién tendrá después mejor calidad de vida?
Aunque ni se arrepiente ni duda que volvería a hacerlo, Iván también pasó miedo. Y eso que pudo vivir esos primeros meses en un piso familiar que se había quedado vacío, donde se trasladó con dos compañeras. Allí solían escuchar los aplausos de las ocho. "El hecho de que un país se paralice y salga a la ventana a darte ánimo me daba fortaleza y energía. Lo interpretábamos como que nuestro país nos quería y algo estaríamos haciendo bien", relata.
Casi dos años después de esos primeros meses -el contrato sin título acabó a final de mayo de ese mismo año- Iván sigue trabajando y ha cambiado la Covid por el cáncer. Reconoce que fue un aprendizaje forzoso y que se curtió, pero que cuando acabó la carrera y empezó a trabajar como enfermero titulado ya había jugado "en primera división". "Es una pena que tengamos que aprender así, a base de palos. En enfermería siempre pasa, pero con la Covid fue eso multiplicado a la enésima potencia", concluye.
2. Carmen Rodríguez (23 años)
"Daban ganas de decir: 'No me aplaudas, porque no me estás correspondiendo'".
De niña, Carmen no soñaba con ser princesa ni tampoco astronauta. De hecho, no sabía qué quería ser de mayor, pero sí dónde quería serlo: en un hospital. Eligió Enfermería -que cursó en la Universidad de Castilla La Mancha- porque le atraía la idea de estar a pie de cama con el paciente.
Cuando el 31 de diciembre de 2019, una extraña neumonía en una ciudad china fue comunicada a la OMS, Carmen cursaba el último curso de carrera. Hacía sus prácticas en un centro de salud de Toledo, donde reside y se empezó a "mosquear" cuando la situación empeoró en Italia. Recuerda esa primera época como de "mucho desconocimiento", pero enseguida se vio que iban a hacer falta manos, con o sin la carrera terminada. Ella entró como una figura denominada "auxilio sanitario". Cobraba un sueldo base de alrededor de 1.100 euros y en su caso sí se respetó el espíritu de la contratación: ella no tuvo contacto directo con pacientes Covid, pero sí sufrió el impacto de la enfermedad, ya que a su planta trasladaban a los enfermos que ya no cabían donde debían: su sitio original lo ocupaban a puñados los cada vez más numerosos enfermos de coronavirus.
Además, en ocasiones puntuales sí tuvo que estar en plantas Covid, aunque no estuviera en contacto directo con los pacientes. "Los fallecimientos eran muy dramáticos, tengo alguna imagen de un paciente que falleció y te las intentas quitar de la cabeza. Creo que no siempre se daba el máximo confort que se podía dar".
Carmen no dudó en presentarse como voluntaria, aunque reconoce que convivía con una "sensación rara". "Se veía que había necesidad, pero también mucho desconocimiento y era inevitable sentir miedo".
"Tengo alguna imagen de un paciente que falleció y te la intentas quitar de la cabeza"
La actual enfermera en la Unidad de Media Estancia (UME) del Hospital Provincial de Toledo tiene sentimientos encontrados con los aplausos de las ocho de la tarde. Al principio le emocionaban, pero con el tiempo la cosa cambió. Sobre todo, cuando empezaron a relajarse las restricciones.
"Que tengamos vocación no significa que seamos tontos; ves que tú te estás arriesgando y que la gente es irresponsable y te dan ganas de decir: 'No me aplaudas, porque no me estás correspondiendo'", relata.
Pide para su profesión más estabilidad porque "no puede ser que haya tenido que pasar una pandemia" para que ella pueda tener un contrato de un año. "La falta de estabilidad empeora el cuidado al paciente".
3. Evelyn Valeria Morán (25)
"A lo mejor llevo sólo dos años trabajando, pero es como si llevara cinco".
Evelyn Valeria Morán lleva prácticamente toda su vida viviendo en Córdoba, desde que llegará con su familia a los cuatro años de Ecuador. Como el resto de entrevistados para este reportaje, desde muy pequeña tuvo clara su vocación. De hecho, sus amigos todavía le recuerdan como, ante una herida, Evelyn corría rauda a simular una venda con papel higiénico.
En enero de 2020, empezó a trabajar como enfermera atendiendo casos a domicilio. Mientras, escuchaba las noticias de China e Italia sin darles demasiada importancia. Hasta ese primer caso de un turista alemán en Mallorca, un destino al que ella pensaba acudir de vacaciones.
De esos primeros meses, Evelyn recuerda la falta de EPI y el desconcierto. No se sabía cómo había que actuar y primaba una recomendación: mantener la distancia. Pero eso es muy difícil, sino imposible, cuando hay que tratar un paciente a domicilio. Así que se acercaba, porque era su trabajo, pero no duda en reconocer que pasó miedo. De hecho, comenta que muchos de sus pacientes, de los que resalta su comprensión para con el personal sanitario, ni mencionaban la palabra Covid, por miedo. "Me han dicho que tengo un poquito de neumonía", le comentaban.
"Me sigue dando miedo lo de juntarme y no me veo todavía en una discoteca"
Sí, al principio le encantaban los aplausos, se emocionaba, pero señala que con el tiempo el gesto "empezó a perder valor". Ella tuvo que escuchar más de una vez que se habían inventado la pandemia, que eso no existía. Y en ese contexto, los aplausos no le servían de mucho.
Tras ese primer contrato como enfermera a domicilio, en verano Evelyn se fue a una residencia. Habían pasado los peores momentos para este colectivo, pero la enfermera resalta algo de lo que no se ha hablado mucho: las secuelas. "Más allá de los casos que habían sufrido, a los residentes les había afectado no poder ver a su familia, evitar el contacto".
Evelyn fue a una planta Covid a la vez que la sexta ola. De esa época, muy cercana, recuerda las horas extra, los "tienes que venir" fuera de turno que a veces implicaban 16 horas de trabajo seguidas. También menciona a esa compañera a la que le dio una crisis de ansiedad y que hoy continúa diciendo que no quiere volver a pisar un hospital.
La enfermera reconoce que le sigue "dando miedo lo de juntarse" y que no se ve "en discotecas". Y respecto a su experiencia, corta pero intensa, un resumen en una sola frase: "A lo mejor llevo dos años, pero es como si llevara cinco, de todo lo que he visto y he tenido que improvisar".
Evelyn, joven madre, cree que en la pandemia no se ha tenido en cuenta el desarrollo psicológico de los niños y que todo esto puede pasar factura.
4. Carlos Blasco (25)
"Aunque duró poco, recuerdo con horror los momentos del cribaje".
Carlos Blasco ya sabía lo que eran los aislamientos y los EPIs cuando comenzó la pandemia de Covid-19. Carlos, que señala como un fallo del sistema que los enfermeros no puedan especializarse en críticos -sólo mediante másteres-, se especializó de esa forma en el cuidado a los pacientes más delicados. Para él, la UCI es donde Enfermería puede explotar su potencial. Y en la UCI del Hospital Germans Trias i Pujol, en Badalona, trabaja desde julio de 2018.
De los primeros tiempos de la pandemia, recuerda sobre todo el miedo, "básicamente por el desconocimiento del organismo en sí". "Yo personalmente pensaba: 'Madre mía, esto va a ser como un ébola, que como entres y toques algo mal, te mueres".
Rememora que, cuando ingresaron en su UCI a la primera paciente con Covid, fue un momento de mucho miedo. "La ingresamos en el box más alejado, como si así fuéramos a alejar la enfermedad", dice. Estábamos en el centro de la UCI y la supervisora les dijo que tenían que entrar y Carlos dice que se vivió una situación similar a Los juegos del hambre. "Uno le decía a otra: 'No entres tú que eres mayor, ni tú, que tienes hijos... y así". "Como si no fuéramos a entrar todos a lo largo de meses y meses y nos fuéramos a hartar de llevar el EPI", dice.
"Mi supervisora se dejó los cuernos para asegurar que siempre tuviéramos material de protección"
Carlos no estuvo muy afectado por la escasez de EPI. En su servicio siempre hubo "las partes principales", aunque alguna vez les tocó fabricar algún delantal con una bolsa de plástico. "Mi supervisora se dejó los cuernos para asegurar que siempre tuviéramos material".
Al enfermero no le impresionaron tanto las muertes como a otros, porque en la UCI muere gente. Pero sí recuerda con horror el cribaje, ese momento de decidir a quién se asignaba un respirador cuando no había para todos. "Se me helaba la sangre", comenta. "Afortunadamente, eso duró poco tiempo", apunta.
A pesar de que se le cancelaron todas las vacaciones y que tuvo que doblar turnos en varias ocasiones, sentía que tenía que hacerlo. En el tiempo libre que tenía, escribió un libro, Guía de supervivencia en UCI. Más que la falta de personal, Blasco apunta a la carencia de personal experto. "Tuve suerte de que la pandemia empezó un año después de haber empezado yo", dice.
Más recuerdos: los aplausos, que le hacían pensar que lo que estaban haciendo "valía la pena"; la sensación del sinsentido de algunas de las medidas de prevención y el recuerdo de vivirlo todo "con un poco de mareo". Como esos cambios en los protocolos o esos "prueba y error" en la medicación.
Así que Carlos, cuando llegaba a casa, se dedicaba a su otra pasión, la música. Y así consiguió que Estrella Galicia y Netflix escogieran su versión del Bella Ciao para el anuncio de la última temporada de La casa de papel. Una buena noticia en medio de tanto drama. "Es un aprendizaje que nos hemos llevado", reflexiona el joven, que cree que la Covid pasará a ser como una gripe pronto, que los niños contraerán y que de vez en cuando dará algún susto a algún abuelo.
5. María Trujillo (24)
"Esto no ha terminado; esta noche se ha muerto un paciente de Covid".
María se rompió muchos huesos de pequeña, por hacer "lo que no debía" y le encantaba entonces ver sus radiografías. Apuntaba maneras María, y no es extraño que se haya convertido en enfermera en la planta Covid del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid. En la noche del miércoles, un día antes de hablar con EL ESPAÑOL | Porfolio, un paciente de Covid ha muerto allí. Para que le digan a María que esto ya ha terminado.
El primer contacto de la enfermera con la Covid fue traumático. Pasaba unos días de vacaciones con su abuelo y éste enfermó. Síntomas respiratorios. Aunque la PCR dio negativo, ella cree que el padre de su padre fue uno de los primeros afectados y ella vivió en primera persona la angustia de no saber dónde ingresarlo, tras comprobar con su pulsímetro su baja saturación de oxígeno.
"Me dieron una FFP2 y me dijeron: 'No la pierdas, que no sabremos si habrá más'"
Se presentó voluntaria para el auxilio enfermero, porque aún le quedaba una asignatura para acabar la carrera. Recuerda la escasez de material del principio, cuando su supervisora le dio esa primera mascarilla FFP2 acompañada de una advertencia: "No la pierdas, que no sabemos si tendremos más".
En el plano personal, a María la habían dejado sola en casa. Eso la tranquilizaba porque no existía el miedo a contagiar, pero también le hizo sentirse sola. Sus compañeros, que define como "maravillosos", hicieron de esos primeros meses algo más soportable.
También tiene una sensación agridulce con los aplausos que, según dice, le hacían más ilusión a su madre que a ella. Al estar en turno de tarde, le solían pillar trabajando, pero, además, pronto empezó a ver cómo a la gente le preocupaba más salir que acabar con la pandemia.
Hoy en día, a María "no le sale" quitarse la mascarilla y aunque en octubre por fin se animó a ir a una discoteca, acabó yéndose a casa. Lo dicho, para María la Covid no ha acabado: 18 pacientes ingresados todavía en su planta se lo recuerdan.
6. Ikram Lamri (28)
"Pedí ayuda psicológica porque la pandemia hizo que me alejara de mis pacientes".
Ikram -aclara que tiene familia árabe- también le interesó lo sanitario desde pequeñita. Quizás porque tenía muchas alergias y "adoraba a su pediatra". Por eso, se le pasó por la cabeza estudiar Medicina y empezó Bioquímica, aunque al final se cambió a Enfermería, una decisión de la que no se arrepiente.
Originaria de Toledo, empezó en esa situación de incertidumbre común a muchos enfermeros, pendiente de una bolsa de empleo que no se mueve siempre -o al menos, no lo hacía- a la velocidad deseada. Fue cuando se trasladó a Madrid, ya después de hacer un posgrado, empezó a trabajar en el Hospital Universitario 12 de Octubre, donde ejercía cuando comenzó la pandemia.
Allí estaba en la UCI de pacientes cardíacos, especialmente delicados y tardó en darse cuenta de que la Covid había llegado para quedarse. Reconoce que sintió pánico cuando tuvo que hacerle una PCR al primer paciente de su planta del que se sospechó que tenía la enfermedad. "Pero lo hice, porque sabía que iba a tener que hacerlo más veces". Tuvo que ponerse la EPI y recuerda cómo su imagen en ese uniforme asustó al paciente, que era mayor y "no se estaba enterando de nada". Fueron días de ver muchos videos de formación para saber cómo ponérselo.
En esos primeros tiempos, Ikram vivió situaciones duras, como cuando se vio que un fármaco que en un primer momento parecía eficaz para la Covid -la hidroxicloroquina- estaba contraindicado para los pacientes que ella trataba, los cardiológicos. Aun así, se alegra de haber tenido esos pacientes más complicados, porque sabe que en otros servicios hubo pacientes que fallecieron sin que los sanitarios se dieran "ni cuenta" en esos momentos de estrés y sobrecarga "que no se podía llegar a tanto". También tuvo que lidiar con los miedos de otros profesionales sanitarios, que se apuntaron a ayudar sin experiencia y temerosos ante el virus.
Eso sí, ella estaba algo más tranquila porque su familia estaba lejos, en Toledo, y vivía con dos amigas enfermeras. No podía contagiar a familiares, pero una de sus compañeras sí adquirió el virus. Curiosamente, esto sirvió para quitarle algo de miedo, porque su amiga -aunque cada día tenía un síntoma diferente- tuvo una enfermedad asequible. Ella se ha librado de la Covid en las seis olas que llevamos hasta ahora.
Cuando fue a alquilar un piso con sus compañeras, la agente inmobiliaria le pidió que mintiera sobre su profesión
Ikram vio muertos y, aunque reconoce que le impactó bastante, hubo algo que lo hizo más. Fue un día en que la UCI de su hospital tenía "una lista de espera catastrófica" y, como todos los días, desde su planta llamaron a los intensivistas para valorar si trasladaban a uno de sus pacientes, que había empeorado mucho, a esas instalaciones. "Era relativamente joven, tenía 63 años y cuando llegó el médico nos dijo que se negaba a entrar en la habitación". ¿Por qué? El doctor sabía, sólo escuchando lo que le había contado el cardiólogo, que no cumpliría los criterios para entrar. "Me niego a memorizar una cara más a la que tenga que decir que no", les dijo.
Tras un breve paso por la UCI del Ramón y Cajal, Ikram ha acabado en la nueva UCI del Hospital Universitario Gregorio Marañón, donde trabaja ahora. Fue una de las beneficiadas por un contrato Covid. Y allí ha vivido las olas sucesivas de la enfermedad. Ella estaba convencida de que el confinamiento iba a regresar y, por esa razón, ella y sus compañeras decidieron cambiarse de piso a uno más grande y con más luz. Y entonces llegó la sorpresa. "La de la agencia nos dijo que no dijéramos que éramos enfermeras, porque a un médico que vivía en ese mismo edificio le habían hecho la vida imposible diciéndole que se fuera a un hotel".
Aunque se ha hablado mucho del impacto de la Covid en la salud mental de los profesionales sanitarios, Ikram es la primera de las seis enfermeras entrevistadas para este reportaje que no sólo reconoce que ha necesitado ayuda psicológica, sino que agradece que su hospital se la ofreciera. Ella empezó a notar que su relación con el paciente era "cada vez más lejana". Era un escudo de autoprotección por la cantidad de gente que ha visto morir. Era frustrante que muchos de esos pacientes llegaran intubados directamente y no poder tener ninguna relación con ellos ni con sus familiares. A esto se le sumaba ver a la gente en la calle totalmente despreocupada. "Me ha ayudado mucho", dice sobre sus visitas al psicólogo del hospital.
De los tiempos actuales, la enfermera señala que muchos de los pacientes con Covid en la UCI son no vacunados. "Recuerdo el caso de uno que no era negacionista ni nada; simplemente, salía poco de casa y tenía miedo a lo desconocido. Cuando entró en la UCI, nos preguntó si se podía vacunar. Pero claro, ya era tarde". Y para concluir su conversación, un ruego: "Cuidemos la sanidad pública, es lo que más debemos proteger".
Las reivindicaciones de la Enfermería
Cuenta José Luis Cobo, vicepresidente del Consejo General de Enfermería, que no es raro escuchar a un paciente decirle a una enfermera: "Niña, tráeme un vaso de agua". Y que eso, que no es otra cosa que una falta de reconocimiento del valor profesional de los enfermeros, ha podido mejorar con la irrupción de la Covid-19. Sin embargo, hay matices: "Hay más reconocimiento social, pero nos falta el de nuestra labor profesional".
Es hora, sostiene, de que se deje de ver a la enfermera como "la ayudante del médico y que se reconozcan sus funciones propias".
El colectivo ha mostrado todo su valor en la pandemia. Fueron ellas, las enfermeras, las que empezaron a fabricar EPIs con materiales como bolsas de basura, pero también las que humanizaron las estancias de los primeros pacientes, ofreciendo sus propias tables y teléfonos móviles a los primeros ingresados para que pudieran comunicarse con sus seres queridos.
Curiosamente, no es el salario lo que más reivindica el colectivo -Cobo calcula que en la pública el sueldo medio puede rondar los 2.000 euros-, sino la estabilidad. "No es porque no haya trabajo, sino por las condiciones", dice Cobo y señala cómo una enfermera puede ser llamada para un trabajo con un día de antelación y, si dice que no, pasar a ser la última en la bolsa de trabajo.