Mientras la actriz Vivien Leigh (India, 1913) se metía en la piel de uno de los personajes más inolvidables de la historia del cine, el de la Escarlata O'Hara que puso a Dios por testigo de que jamás volvería a pasar hambre en Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), sacó un momento libre para enviarle por correo unas bragas suyas a su amante, el también actor Laurence Olivier, (Inglaterra, 1907) todo un caballero en sus personajes y bastante menos refinado en el lenguaje del amor.
Así, poco antes de convertirse en el también inolvidable Max de Winter de Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940), el futuro sir y miembro de la Cámara de los Lores escribía a Leight: "Aquí estoy sentado totalmente desnudo, con mis partes envueltas en tu ropa interior".
Estas son algunas de las intimidades de uno de los romances más tumultuosos del cine clásico, una relación que se alargó 20 años y que incluye infidelidades, borracheras, traumas familiares y hasta electroshocks. Una historia de amor -porque nadie duda de que lo hubo- desgranada ahora en el libro Truly, Madly (Verdaderamente, localmente, en inglés), que se publica la próxima semana de momento sólo en inglés.
Su autor es Stephen Galloway, antiguo periodista de The Hollywood Reporter, que se ha animado a escribir sobre un asunto sobre el que han corrido ríos de tinta, incluyendo varias biografías de los dos actores y las propias memorias de sir Olivier.
En este nuevo libro, Galloway deja claro que ninguno de los dos protagonistas de esta historia era carne de un amor tranquilo y sosegado. Olivier era hijo de un clérigo tirano y excéntrico y su madre, una esposa devota, murió cuando él tenía sólo 12 años, lo que destrozó al futuro actor.
Por su parte, Leigh también tuvo una infancia traumática, cuando sus padres le mandaron de su India natal a una fría escuela religiosa en Inglaterra y tuvo que enfrentar rumores de haber heredado parte de sangre de su país de nacimiento de su familia materna.
Los primeros matrimonios
Se cuenta en el nuevo libro que estos golpes emocionales llevaron a ambos a contraer matrimonio por primera vez pronto y mal. Él se casó con la actriz Jill Esmond y ella con el abogado Leigh Holman, con quien tuvo a su única hija. La relación entre Leigh y Olivier empezó cuando ambos estaban casados y parece que sus respectivos cónyuges se enteraron de forma traumática de la relación.
Como recoge Vanity Fair, en una biografía previa se cuenta que Jill descubrió que su marido le estaba siendo infiel de la manera más cruel. Estando embarazada, Laurence le dijo que le gustaría que, si el bebé que esperaban era niño, se llamase Tarquin. Mantuvieron el nombre en secreto, pero el 8 de abril de 1936 Jill y Laurence acudieron al estreno de la obra de teatro The Happy hypocrite, protagonizada por Vivien Leigh.
Cuando se acercaron al camerino a felicitarla, Vivien le comentó de buen humor, señalando su barriga de cinco meses de embarazo: "¿Cómo está el pequeño Tarquin?". En el mismo libro se cuenta que cuando nació el niño, Olivier llevó a Vivien a visitarlo, con Jill aún exhausta y recuperándose.
Para Olivier, que se casó virgen y con la única intención de poder hacer el amor con una mujer -según contó en sus memorias-, la mejor manera de animar su desgraciado matrimonio fue regalarle un lémur a su mujer. Por si el surrealismo fuera poco, el animal se volvió loco cuando Esmond se quedó embarazada de su segundo hijo con Oliver, que ya estaba envuelto en pleno romance con la futura protagonista de Un tranvía llamado deseo.
La historia de amor había empezado unos meses antes con una profecía. En el estreno de la película Theatre Royal en 1934 la joven y bellísima actriz coincidió por primera vez con Olivier y le dijo a su acompañante: "Este es el hombre con el que me voy a casar". El hecho de que el actor estuviera casado en ese momento y acabara de tener un hijo con su esposa no pareció importar a Vivien.
Aunque esto ya se conocía, la biografía de Galloway va más allá y desvela algo que no se sabía: que la protagonista de Lo que el viento se llevó era más culta e inteligente que el intérprete y director de la versión más mítica de Hamlet. Sin embargo, Olivier si superaba a su primero amante y luego esposa (se casaron en California en 1940, en una ceremonia precipitada) en una cosa: la actuación.
Pero esto, que parecía un hecho incontestable, se tambaleó en 1940, cuando Vivien Leigh ganó el Oscar a mejor actriz por la mítica película sobre la guerra de secesión estadounidense. No sería el único que recibiría: en 1951, volvería a ser elegida mejor intérprete femenina por Un tranvía llamado deseo. Entre medias, actuaron juntos en Lady Hamilton (Alexander Korda, 1941).
Cuenta el nuevo libro que la rivalidad profesional se instauró en la pareja, que había adquirido la abadía de Notley, una propiedad del siglo XII que les costó el dinero que no tenían y que fue testigo del progresivo deterioro de su relación, a pesar de que la compraron precisamente para reavivarla.
Pronto empezaron las infidelidades, que transcurrían en la propia residencia. Él tuvo un romance con Dorothy Tutin y ella con Peter Finch, ambos aderezados con elevadas cantidades de alcohol. No fueron los únicos cuernos que, según los rumores, incluyeron también a personas de su mismo sexo en ambos casos. Eran frecuentes lo que en un principio se denominaron "numeritos" de Vivien en público. Se la veía corriendo desnuda por la parcela, amenazando con suicidarse y pidiendo matrimonio a los invitados de la pareja los fines de semana.
Pero lo que le pasaba a la actriz no era ni fruto de las ganas de llamar la atención ni de la ingesta de alcohol. Como se supo al final, Leigh padecía trastorno bipolar -que entonces se conocía como enfermedad maniacodepresiva-, patología que le llevó a ser internada en el hospital mental de Surrey y a someterse a diversos tratamientos de electroshock.
En una crítica de la nueva biografía recién publicada en The Times, el autor cuestiona que Galloway entreviste a numerosos psiquiatras contemporáneos para hablar del trastorno de Leigh, lo que hace que al leer el libro uno no pueda más que sentir pena de que la actriz naciera décadas antes de que su enfermedad fuera perfectamente controlable con medicación.
En el mismo texto se critica también que el periodista equipare la intensidad del romance a la locura de Escarlata O'Hara, como si los romances apasionados sólo se pudieran dar en ese tipo de contextos.
El final de la relación ha sido documentado en muchas biografías. La actriz tuvo múltiples aventuras y también él. Entre medias, separaciones, reencuentros, embarazos fallidos, abortos, crisis nerviosas y drama, mucho drama.
En 1957, Olivier conoció a la actriz Joan Plowright mientras protagonizaba El animador. Se enamoraron y se casaron en 1960. Leigh acabó sus días con el también actor Jack Merivale, que resultó ser un buen compañero. Durante la última década de su vida, cuidó de un mito de Hollywood que había acabado consumida por las drogas el alcohol, las drogas y la tuberculosis, enfermedad que acabó terminando con su vida en 1967, con sólo 53 años.
Sir Laurence Olivier vivió 22 años más y en esas dos décadas fue nombrado barón -miembro, por lo tanto, de la Cámara de los lores- y ganó su tercer Oscar, esta vez honorífico. Algunas de sus mejores películas, como La Huella, las rodó en su última etapa como actor.
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