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O nos hemos vuelto unos cenizos o alguien deberá explicarnos el por qué de esta tóxica necesidad de consumir malas noticias. Recibimos cada día información suficiente para llenar una treintena de libros, de los de tomo y lomo. En bytes, equivaldría a 30.000. Pues bien, en ese bombardeo de mensajes, stories, impactos publicitarios y demás contenidos, nada consigue retener nuestra atención tanto como una información negativa.
Este oscuro hábito se conoce como doomscrolling. Como era de suponer, el término nació en Twitter en 2018 y, aunque suele atribuirse a la periodista de Toronto Karen K. Ho, ésta dice que simplemente recogió el testigo de otro usuario. Desde la irrupción de la pandemia, la palabreja nos trae de cabeza a periodistas, psicólogos y demás estudiosos del comportamiento humano. El diccionario Merriam Webster no tuvo más remedio que incluirla en 2020 como un término más y ahora la ciencia aporta algunas pistas.
Antes de nada, aclararé la mecánica del doomscrolling. Pongamos por caso que el informativo anuncia un suceso trágico. De inmediato, buscamos en redes, cambiamos de canal, abrimos uno por uno los diarios digitales, llamamos por teléfono para verificar, contrastar, comentar. El asunto nos tiene en vilo hasta que pasa la marea mediática, como si nos fuese la vida en ello y sin que nos importe cuántos trolls, haters o fake news nos asalten en el camino. Si todo esto te suena, estás hecho todo un doomscroller.
Ahora sí, entramos de lleno en lo que ha averiguado la ciencia acerca de este comportamiento. Benjamin K. Johnson, profesor de la Universidad de Florida, decidió estudiar el consumo compulsivo de las malas noticias que desencadenaron la pandemia, las disputas políticas en todo el mundo y los tiroteos masivos, y que ahora continúa debido a la guerra de Ucrania. Sus participantes no estaban familiarizados con el término, pero algunos confesaron que describía exactamente su propio comportamiento, el de sus amigos o el de sus familiares. El estudio, publicado bajo el título La oscuridad al final del túnel, descubrió que esta pulsión va más allá de querer mantenerse informado. "Es la obsesión por tratar de dar sentido a nuestras crisis". Es decir, un fenómeno propio de una sociedad desarrollada que, ante los problemas, no quiere mirar a otro lado sino estar bien informada, aunque le duela.
No vieron en esta conducta diferencias ideológicas, sí de edad y de género. Los hombres y los jóvenes tienen mayor probabilidad de verse atrapados en esta búsqueda de malas noticias, quizás por el hecho de que estar permanentemente conectados a través de sus teléfonos móviles concede una sensación de control y de no querer perderse nada.
La terapia de Ocasio-Cortez
La congresista Alexandria Ocasio-Cortez decidió recientemente alejarse de Twitter durante unos días debido a la cantidad de negatividad que estaba encontrando. "Descubrí que cuando abrí Twitter otra vez, simplemente me hacía sentir mal. Quiero decir, literalmente abría la app y casi me sentía ansiosa", respondió a un usuario en Instagram. "La gente pelea y chismea y todo ese tipo de cosas", insistió.
Carmen Rodríguez González, directora del Área de Intervención Psicológica de Affor Health, responde a la petición de EL ESPAÑOL | Porfolio de valorar esta conducta: "Existe una razón evolutiva. Estar informado nos hace estar mejor preparados y tener una cierta sensación de control. Ante una situación que nos provoca malestar, buscamos toda la información disponible porque nos genera tranquilidad o al menos disminuye la inquietud. En cierta medida, se trata de adelantarnos a resolver situaciones negativas. Por eso buscamos solo información con alto contenido catastrófico".
El grupo de Johnson no ha podido aclarar si esta pulsión es motivo de ansiedad o es la ansiedad la que conduce a ella, aunque sospechan que existe una retroalimentación. El peligro que detecta Rodríguez González es el propio funcionamiento de los algoritmos. "Simplemente por el hecho de consumir este tipo de información dramática, nos ofrecerá más contenido con este mismo perfil", indica. Ella no duda que genera ansiedad. "Siempre habrá un porcentaje que no tendremos. Es imposible saber con certeza si va a suceder algo o cuándo va a terminar".
Lo que sí dedujeron los investigadores de Florida es que los participantes actúan así de un modo consciente, reconociendo que el consumo excesivo de negatividad les perjudica. "Una vez que identifican esta conducta perniciosa, están dispuestos a trabajar para formar nuevos hábitos", advierten. Creen que tal conclusión debería llamar la atención de los medios de comunicación que usan el contenido negativo para generar más tráfico en sus ediciones digitales. No descartan que una mayor consciencia por parte de los usuarios llevará a una personalización más sensata a la hora de seleccionar la información. Ahora bien, ¿funcionaría?
Lo positivo no vende
El diario ruso The City Reporter perdió dos tercios de sus lectores cuando se le ocurrió celebrar una jornada de buenas noticias. Un día antes anunció que a la mañana siguiente todo sería bueno y, efectivamente, el 1 de diciembre de 2014 los titulares llegaron cargados de optimismo: no había cortes en la carretera a pesar de la nieve, se aceleraría la construcción de un paso subterráneo... La audiencia cayó en picado y solo un día después el periódico volvía a la cotidianeidad de los accidentes y tuberías de agua rotas.
La negatividad multiplica las posibilidades de que una publicación de Twitter se vuelva viral. Investigadores de la Universidad de Jaén lo comprobaron en la última campaña electoral en la Comunidad de Madrid con un modelo matemático ideado a partir de inteligencia artificial. El trabajo, que lleva por título ¿Cómo afectan los sentimientos a la viralidad en Twitter?, fue publicado en Royal Society Open Science.
"Logramos probar que cuantas más palabras negativas haya en el mensaje, mayor probabilidad existe de que el tuit sea retuiteado. Entre las palabras negativas introducidas, dentro de los distintos recursos lingüísticos que teníamos, prevalecen insultos y determinados verbos. Y algo realmente significativo es que los tuits con palabras positivas bajan la probabilidad de retuit", detalla la catedrática de Lenguajes y Sistemas Informáticos María Teresa Martín Valdivia, una de sus autoras.
El odio se retuitea más
Una publicación de contenido político criticando al adversario o burlándose de él recibe el doble de reproducciones que un mensaje que sale en su defensa, según un grupo de psicólogos de la Universidad de Cambridge, que analizó 2,7 millones de tuits y publicaciones en Twitter y Facebook.
Investigaciones anteriores ya concluyeron sobre la efectividad del lenguaje emotivo, particularmente si son emociones negativas como la ira o la indignación moral. Este nuevo estudio muestra que la referencia a los políticos de ideología opuesta es casi cinco veces más efectiva que el lenguaje emocional y siete más que el lenguaje emocional moral.
Con todos los respetos al psicólogo Martin Seligman, pionero del pensamiento positivo, cuando se trata de información, el optimismo no vende nada. Lo malo es más poderoso que lo bueno. "Las emociones malas, los malos padres y la mala retroalimentación tienen más impacto que las buenas y la información negativa se procesa más a fondo que la buena", concluye el psicólogo Roy F. Baumeister en un estudio que dirigió en la Universidad de Queensland (Australia).
Te acostumbras al pesimismo y acaba siendo tan agradable como el optimismo. La advertencia de que las siguientes imágenes pueden herir nuestra sensibilidad desencadena un interés casi tan complaciente como la notificación de que la pizza está en camino o que Hacienda ha ingresado el importe de la devolución. El psicólogo canadiense Steven Pinker ve en ello cierto regodeo. En su libro Los ángeles que llevamos dentro explica cómo en ocasiones el fracaso ajeno es un tranquilizante, refuerza nuestro ego a costa de los demás.
Adaptarnos a las redes
WhatsApp, las redes sociales, los diferentes foros virtuales o el espacio de los periódicos, todo está estratégicamente diseñado para alentar la participación y engrosar el tráfico. ¿También lo está nuestro cerebro? Lamentablemente, no. Investigadores de la Universidad de St. Louis (EEUU) han observado que aún se encuentra en fase de adaptación. "Nuestros cerebros humanos no están bien armados para lidiar con la era de la información", dice el profesor de Neurociencia Ilya Monosov, autor principal de un informe publicado en la revista Neuron.
Pero igual que ha ido evolucionando durante millones de años para sobrevivir en un mundo de cambio constante, también ahora estaría remodelando sus circuitos para aprender a gestionar ese volumen. De momento, estos científicos han identificado qué áreas cerebrales se activan según el contenido de las noticias que recibimos, un hallazgo válido para mejorar las terapias en personas con ansiedad u otros trastornos vinculados con la intolerancia a la incertidumbre.
El desafío será equilibrar esa necesidad de información con lo que pueden soportar nuestros cerebros. La psicóloga de Affor advierte de que lo que en su origen pudo ser una respuesta adaptativa deja de serlo "si la alerta que genera es mayor que la circunstancia o el peligro que la provoca".
En su opinión, esta propensión está produciendo respuestas desadaptativas de ansiedad y empeoramiento del estado de ánimo al pensar que el futuro es poco halagüeño. "Sentimos que no hay respuesta y esto puede causar desmotivación, frustración y grandes dosis de incertidumbre”.
Hay estudios realizados con usuarios de las redes sociales que corroboran sus palabras. Por ejemplo, dos o cuatro minutos de noticias en Twitter relacionados con la pandemia conducen a reducciones inmediatas y significativas en su bienestar. Si bien la recopilación de información puede resultar ventajosa en la mayoría de las situaciones, cuando la negatividad es omnipresente, como ha ocurrido en estos dos últimos años, la búsqueda amplifica la preocupación.
Las personas que han pasado más tiempo consultando noticias sobre la Covid-19 todos los días también han soportado niveles más altos de ansiedad, angustia, estrés y depresión. Ahora lo urgente es, según aconseja Rodríguez González, entrenar herramientas con las que seamos conscientes de que tenemos la capacidad de adaptarnos a situaciones negativas, que suelen ser incómodas, pero no por ello inasumibles. Sobre todo, "disfrutar del momento presente sin estar anticipando posibles escenarios catastróficos".