Mario Alonso Puig viste un impoluto traje azul con corbata. Sus movimientos son elegantes, su voz es tranquila y sus palabras retumban como ecos de sabiduría. Hay quien lo considera un guía espiritual; otros, un maestro de la palabra que enfrenta a millones de oyentes y lectores con sus demonios interiores para hacerlos comprender que sus miedos son sólo artificios de una mente estresada que impide la felicidad. Lo cierto es que este cirujano egresado por la Universidad de Harvard, que ejerció 26 años la profesión antes de dedicarse a promulgar sus conocimientos sobre neurociencia, meditación y desarrollo personal, es un experto de la comunicación que sabe acariciar y hacer sonar las cuerdas musicales que cada uno de nosotros lleva en su interior.
Hablar con el doctor Puig implica sumergirse en conceptos y teorías como la psiconeuroinmunología, las inteligencias múltiples, los microtúbulos que operan conectados mediante entrelazamientos cuánticos, los cíngulos anteriores que son alimentados por la oxitocina –una de las cuatro hormonas de la felicidad– y las conocidas como soluciones buffer o amortiguadoras. Conceptos incógnitos, imposibles, que él es capaz de desvelar con la facilidad de un profesor apasionado que domina su materia. Mientras los recuerda –de recordare, es decir, pasar de vuelta por el corazón– riega sus enseñanzas con citas de Ortega y Gasset, Albert Einstein y Santiago Ramón y Cajal.
Hace años Mario Alonso Puig empuñaba el bisturí más allá del charco; hoy imparte conferencias, motiva a grupos de trabajo y escribe libros (ya lleva once publicados; el último, Resetea tu mente). Su experiencia como coach de desarrollo personal está especialmente solicitada por empresas que quieren mejorar la felicidad y el rendimiento de sus empleados. Hasta los principales partidos políticos de España han solicitado sus servicios. Puig recuerda con cautela una anécdota de hace veinte años, cuando los dos principales partidos de España (no los cita; no hace falta) le llamaron para dar una conferencia en el NH Eurobuilding de Madrid. "Cuando salimos, algunos se me acercaron de forma independiente y me dijeron: 'Nos has dejado descolocados'. Les pregunté: '¿Por qué?'. Y entonces fui yo el que me quedé completamente descuadrado: 'Porque nos has hecho ver que lo que tenemos que hacer es entendernos'". Se hace el silencio.
El cirujano que conquistó la palabra
Mario Alonso Puig no se considera ni un gurú ni un mentor. "No soy maestro de nada", afirma con su tono de voz grave y pausado, siempre reflexivo. "Soy un buscador, un estudiante, un explorador de las posibilidades del ser humano". Esa búsqueda incesante de conocimiento lo llevó a estudiar Medicina en Madrid y a reforzar su experiencia en Estados Unidos. Allí cursó un fellowship –lo que en España equivaldría a un postdoctorado– en la prestigiosa y elitista Harvard University de Massachusetts. Acabó sus estudios siendo un cirujano de primera línea.
Dedicó 26 años de su vida a operar a pacientes, pero, mientras ejercía su profesión enfrascado en una bata blanca, algo empezó a cambiar. Adentrarse en las dimensiones de la medicina le despertaron un afán por ayudar a los demás, no sólo a través de la ciencia, sino con la palabra, con el poder del trato humano y de la comunicación. En los fríos pasillos del hospital desarrolló una profunda conciencia humanista. "Mis enfermos empezaron a decirme que lo que yo les explicaba en las consultas tenía un impacto enorme en sus vidas, y no sólo a la hora de hacer frente a sus enfermedades, lo que les traía más serenidad y conciencia, sino en su forma de ver la realidad".
Algunos pacientes, transformados por su talante en la consulta, por sus consejos y su sabiduría, le recomendaron que exportara su técnica a las empresas. ¿Por qué? "Porque las personas en las empresas sufren mucho", sugiere con una media sonrisa. "Empecé a investigarlo, a probarlo, y aquello creció sin que yo lo empujara hasta llegar a un punto en el que tuve que combinar mi actividad quirúrgica con muchísimas peticiones para dar conferencias". Puig necesitaba tiempo para seguir investigando la conexión entre cuerpo, mente y espíritu, así que tomó la decisión más difícil de su vida: abandonar la cirugía para dedicarse a la comprensión del desarrollo humano y a sus aplicaciones sobre la salud, el bienestar, las relaciones personales y lo que él llama "la performance de una persona".
Entonces llegaron las charlas en TEDx, en Mentes Expertas, las apariciones en platós de televisión, los cursos online, las presentaciones de decenas de libros –Reinventarse: Tu Segunda Oportunidad; ¡Tómate un respiro! Mindfulness: El arte de mantener la calma en medio de la tempestad; Vivir es un asunto urgente– y los millones de seguidores en sus redes sociales. Aunque hoy está ya entregado al desarrollo personal y a las charlas sobre liderazgo, el médico no ha dejado del todo su antigua vida: combina su presencia pública con la presidencia del Centro de Salud, Bienestar y Felicidad de IE University y con la de patrono de honor de Juegaterapia, una fundación solidaria contra el cáncer infantil. "Allí acabamos de publicar un artículo que ha sido pionero a nivel mundial sobre los efectos de las terapias con juegos para reducir el dolor de los niños que han sido sometidos a quimioterapia".
PREGUNTA.– ¿Cuáles son las principales limitaciones que tienen las personas para ser felices?
RESPUESTA.– Sólo tenemos una limitación, pero es tan honda que lo limita todo. El encéfalo tiene miles de núcleos. Hay una estructura en su tronco que regula, por ejemplo, el latido cardíaco. Si esa región del tronco se destruye, el organismo entero muere. Es muy pequeño, pero tiene un impacto en muchas cosas. Otras partes del encéfalo pueden sufrir lesiones, pero la persona sólo pierde capacidades. Con nosotros pasa igual: tenemos una limitación profunda, que es no saber quiénes somos. Nos hemos hecho una idea de lo que somos que no se ajusta a la realidad, y así no es posible ser felices. Sólo cuando traspasemos lo que los hindúes llaman el velo de Maya, cuando superemos ese espejismo que para nosotros es la realidad, nos daremos cuenta de que la felicidad es un estado inherente al ser humano.
P.– Imagino que usted tendrá nociones de cuál es el camino para alcanzar esa felicidad.
R.– Ya lo decía muy bien el Oráculo de Delfos: lo más importante es conocerse a uno mismo, pero también lo más difícil. Tendemos a juzgarnos, a acusarnos, a condenarnos, a castigarnos, pero es muy complicado conocernos. El momento en el que despertemos a la realidad que somos, desaparecerá el miedo no justificado por el ataque de un depredador; el terror que genera la mente humana. Como la felicidad es tan escurridiza, hemos sustituido el ser felices por el tener cosas. El poder, la fama y la fortuna pueden dar confort, pero el amor es lo único que da la felicidad plena. Debemos recordar que la felicidad es el camino. Es el descubrimiento de lo que somos. Cuando una persona descubre su realidad no puede no ser feliz, porque siente una enorme gratitud ante el hallazgo. Imaginemos que un árbol majestuoso se ha visto toda su vida como algo insignificante. Y, de repente, se reconoce en esa majestuosidad. ¿No sentiría gratitud, asombro, sobrecogimiento?
P.– A veces encontramos esos destellos de felicidad en cuestiones cotidianas. En el arte, por ejemplo, o en nuestras relaciones familiares y amigos. Pero son vuelcos temporales que se escapan. ¿Cómo mantenemos viva la llama?
R.– Hay momentos de despertar puntuales, pequeños vuelcos donde uno lo ve todo claro y se queda asombrado, pero con frecuencia volvemos a caer en el velo de Maya. En el momento en el que queremos agarrar el vuelco es como si tratásemos de mantener un puñado de agua entre las manos. No podemos. Tenemos que aceptar que en la evolución humana hay momentos de luz y de ceguera; estar congraciados con eso. En el momento en el que nos apegamos a las experiencias del despertar estamos queriendo controlarlas, lo que las aleja de nosotros. Debemos disfrutarlas, aprender de ellas para que no nos olviden, y poco a poco iremos llamando a lo que se conoce como 'transparencia del ser', que es cuando la persona que ha ido despertando empieza a irradiar algo que llega a niveles muy profundos en los demás.
En un tiempo de guerras, pandemias, cambio climático, crisis financieras, inflaciones galopantes y crispación política parece difícil aplicar los consejos de Mario Alonso Puig. ¿Cómo se puede despejar el ruido, "sacar todo afuera para que nazcan cosas nuevas", como cantaba Mercedes Sosa? El excirujano y conferenciante cita a José Ortega y Gasset y a su 'yo soy yo y mis circunstancias' e introduce para explicarlo uno de sus términos científicos favoritos: las llamadas 'soluciones buffer'.
"Son soluciones amortiguadoras en las que tú metes un ácido fuerte, o un alcalino potente con un ph muy alto, y este se convierte en un ácido débil". Una vez más, traslada el ejemplo científico a la realidad: "Cuando hay una gran acidez o alcalinidad en nuestro entorno, por supuesto que nos va a afectar, pero no tiene que hacerlo de tal manera que sólo seamos una expresión de nuestras circunstancias. Si una persona, en un entorno hostil, mantiene su equilibrio sin acidificarse, acabará afectando positivamente a todo su alrededor. Hasta podría cambiar el mundo", sugiere, convencido, el médico.
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El problema es que la acidez también es causante de enfermedad. La mente puede contribuir tanto a sanar como a generar malestar, dolor y muerte. Mario Alonso Puig asegura que el 80% de las consultas a médicos generales tienen como uno de los factores causantes el desequilibrio emocional, y que estos estados emocionales son capaces de "activar y desactivar genes". "Los estados emocionales pueden favorecer la aparición de enfermedades inflamatorias crónicas que derivan en tumores malignos, aparte de otras patologías. Eso de que la mente no tiene capacidad de generar enfermedad ya no se lo cree nadie que esté un poco documentado".
Sin embargo, recuerda que atribuirle a la mente el origen de todas esas enfermedades es una irresponsabilidad y un error, ya que hay otros factores externos –como la contaminación ambiental, el sedentarismo o la mala alimentación– que también son agentes potencialmente cancerígenos. "No obstante, una persona que cuida su elemento mental está en balance o equilibrio y tiene especialmente activo el sistema nervioso parasimpático, que es un gran protector de la salud porque favorece que el sistema inmune esté bien regulado. Si una persona está tensa, estresada, enfurecida, ansiosa y se mantiene así durante mucho tiempo, aunque viva en un entorno natural y sano, activa el sistema simpático, que produce sus neurotransmisores más importantes, la noradrenalina y la adrenalina, y eso, a la larga, puede favorecer la aparición de metástasis".
El secreto de la felicidad
Llegados a este punto parece inevitable preguntarle al entrevistado por su receta para ser feliz. Puig confiesa que todo comienza por algo básico pero poco practicado en tiempos de frenesí y déficit de atención: "No acusar, no juzgar, no condenar, no castigar. Cuando acusamos entramos en el juego del sufrimiento, tanto si lo hacemos con nosotros mismos como con los demás. Si nos castigamos diciéndonos lo desastrosos que somos, nos daremos cuenta de que cuando hablamos de cielo y de infierno son condiciones que están aquí y ahora, en nosotros. Hay que erradicar la culpa y la vergüenza del ser humano".
Para ello, el doctor propone apostar por la observación atenta, por la exploración, por la pregunta y la escucha, por huir del ruido mental y por reevaluar los errores de los demás. "Todo fallo hay que analizarlo desde la ignorancia del otro, no desde la maldad ejercida contra nosotros. Si creo que alguien me ofende desde la maldad querré vengarme y no buscaré la corrección", asegura. Además, él defiende la búsqueda de "momentos de silencio", que es "poner distancia con el ruido mental", meditar a diario –él lo hace 20 minutos– y arroparse de baños de bosque, empaparse de naturaleza, lo que Joaquín Araújo llamaba Aagua.
"Finalmente, debemos aumentar nuestra familia, pero entendiendo que no hablamos de madres, padres, hermanos, hijos o parejas, sino que todos nuestros seres cercanos son familia. Si hacemos eso, poco a poco se produce lo que se conoce como una metanoia, un cambio absoluto de la percepción que nos mueve a aprender a perdonar". Ese es, en esencia, el secreto de la felicidad, aunque la teoría es mucho más fácil de leer que de poner en práctica.
P.– ¿Estamos enfermos de escucha?
R.– Por supuesto. Esta sociedad es un gran hospital. Todos estamos enfermos pero no nos damos cuenta. No podemos llamar sana a una sociedad que tiene tal nivel de personas en tratamiento por síndrome de déficit de atención, por ansiedad, depresión, violencia, donde hay guerras y hambruna. Esa enfermedad no es la misma que la de un hospital tradicional, sino de la percepción. Nos percibimos a nosotros mismos de una manera disfuncional.
P.– Uno de sus principales consejos pasa por abordar la meditación como una rutina transformadora. ¿Qué beneficios ejerce sobre el cerebro humano?
R.– Hay un tipo de meditación muy poderosa basada en la compasión, la meditación Metta, que ha demostrado que tras un mes practicándola cinco días a la semana se muestran pequeños cambios estructurales en el cerebro. A más tiempo, más cambios. Estos se traducen en una reducción en el volumen de la amígdala, que es un núcleo del cerebro que está conectado con el miedo y la ira. También aumenta el desarrollo de la zona orbitofrontal izquierda, que tiene que ver con las emociones positivas. Aumenta el grosor del cíngulo anterior, que tiene que ver con la conexión entre las personas. Aumentan áreas de la región prefrontal, que ayudan al manejo de datos. Es impresionante ver cómo algo aparentemente tan mental tiene un impacto directo en el mundo físico.
P.– ¿En qué consiste Metta?
R.– Metta es una meditación que consiste en, primero, traer a tu consciencia a una persona querida y desearle lo mejor. Luego, traer una persona neutra y desearle lo mejor. Y, finalmente, traer a una persona que ya no te cae bien y desearle lo mejor, que tenga salud, que encuentre su camino. Y lo vas extendiendo a más personas. Es sólo un tipo de ejercicio. Hay otras meditaciones centradas en la respiración, las que están ancladas al cuerpo o body scan, las de relajación basadas en en el doctor Benson, las que cuentan las respiraciones... Hay muchas formas.
P.– Imagino que todo esto ayuda a crear más oxitocina, que es un elemento fundamental para la felicidad.
R.– Llevo hablando de la oxitocina muchísimos años. Es la hormona del vínculo. Algunas personas dicen que los reptiles no tienen sistema límbico, un cerebro emocional. Pero no es cierto. Lo que no tienen son receptores de oxitocina, por eso no generan vínculos con sus crías. Todos los mamíferos, por el contrario, tenemos receptores de oxitocina, lo que se conoce como cíngulo anterior. Es lo que vincula a la madre con el hijo, a los amigos. Es una hormona que bloquea el eje del estrés. Por eso cuando una persona está muy tensa y está en presencia de otros seres queridos... baja la tensión. Como en un funeral. Estar rodeado de seres queridos libera oxitocina.
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P.– Parte de nuestros problemas provienen de la infancia, de la educación. Hábleme de la teoría de las inteligencias múltiples. ¿En qué consiste?
R.– Tuve la enorme suerte de estar con el profesor Howard Gardner, que fue el que la descubrió. Él se dio cuenta de que el famoso test de cociente intelectual se quedaba corto. Daba la sensación de que medía la inteligencia pero no el éxito real de una persona. Y no cabe duda de que la inteligencia y el éxito tienen algún tipo de conexión. Él se dio cuenta de que hablamos de una sola inteligencia cuando, en realidad, hay nueve.
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Si yo en colegio era bueno en inteligencia lógico-matemática, decían que era listo, pero si no lo era me llamaban tonto. Pero puedo ser bueno en inteligencia espacial, en inteligencia kinestésica, en inteligencia musical, en inteligencia naturista o en inteligencia espiritual. Eso no contaba. ¿Cuál es el problema? Que muchas personas creen que no son inteligentes, y esto ha condicionado mucho el sistema educativo. Cuando un profesor cree que sólo hay una inteligencia cree que el alumno no es listo.
P.– ¿Cuál es la mejor inteligencia?
R.– Lo curioso es que las dos inteligencias más importantes para tener éxito en la vida son la intrapersonal y la interpersonal. La capacidad de entenderme y de gestionarme; y la capacidad de entenderte y conectar contigo. ¿Por qué? Porque eso es lo que hace que yo pueda gestionar mi estado de ánimo y conectar con los demás. A la suma de inteligencia interpersonal e intrapersonal se le denomina inteligencia emocional.
P.– ¿Se ha planteado darle más charlas a políticos para que aprendan de todo esto?
R.– En este mismo hotel di una conferencia en la que estaban dos partidos. El gubernamental y el de la oposición. Cuando salimos se me acercaron de forma independiente y me dijeron: 'Nos has dejado descolocados'. Y pregunté: 'Por qué'. Y fui yo el que me quedé descuadrado: 'Porque nos has hecho ver que lo que tenemos que hacer es entendernos'. Lo que estamos deseando de personas que tienen tanto impacto a nivel social es que tengan voluntad real de entendimiento. Voluntad real, eh, no aparente, por el bien del conjunto de la sociedad. Todos tenemos visiones distintas de la realidad, pero en lo nuclear estaremos de acuerdo. ¿Y qué es lo nuclear? Lo que aplicaron en Bután en su Constitución: ayudar a la gente a ser feliz.
"Mi figura número uno es Jesucristo"
Sus profundos conocimientos sobre la neurociencia del cuerpo y el cerebro humano no impiden que Mario Alonso Puig reniegue del materialismo cientifista heredero del racionalismo ilustrado. Para él la ciencia no es incompatible con la fe. Por eso confiesa ser un profundo creyente en Dios, un entusiasta del poder de la meditación, un buen conocedor de las sabidurías orientales, como el hinduísmo y el budismo y de las creencias ancestrales de los indios nativos americanos. En su librería no faltan Sobre la Teoría de la Relatividad Especial y General, la Biblia o El héroe de las mil caras de Joseph Campbell. Practica el mindfulness tanto en una montaña a 3.000 metros de altura en el Himalaya como en una iglesia mientras reza e inhala incienso.
Para Puig la dimensión espiritual es de una importancia extraordinaria. "Creo que hay una consciencia infinitamente sabia que es amor infinito y que es la esencia de lo que somos. Su expresión es la sabiduría y el amor. Mi religión, por tanto, es todo aquello que inspire a las personas de forma vivencial, no teórica. ¿Cuál es la figura, para mí, número uno? Como católico, Jesucristo. Yo medito rezando. Ahora, debo decir que me siento más cercano a la figura de Jesús que de ciertas cosas que veo en la iglesia".
Sin embargo, su discurso parece contradecir algunos postulados del cristianismo más conservador. Al escucharle uno tiende a pensar más en un universalista ecuménico y abierto que en un católico tradicional. "La palabra que utilicemos, sea Dios, Consciencia Cósmica, Infinito, no es lo esencial. Todo lo que no sea la figura de un padre infinitamente bueno es no tener la imagen correcta de Dios. Por tanto, para mí lo que implique que una persona se sienta pecadora, culpable o avergonzada, va en contra del acercamiento a lo divino".
P.– ¿Puede un padre infinitamente bueno enviar a sus hijos al infierno? ¿Un ateo puede ir al cielo?
R.– Es una gran pregunta. Hay dos tipos de ateos. El negativo y el positivo. El primero es una persona que no cree en la existencia del Más Allá, que está afianzado en la materia, pero le traen sin cuidado lo que creen otros. El positivo cree que todo se explica desde la materia pero no tolera que nadie piense que hay otra dimensión. Es difícil que una persona sea feliz si cree que todo esto es resultado de la materia, que todo se explique con movimientos moleculares, sin trascendencia. ¿Puede llegar al cielo? Yo creo que al final vamos a llegar todos. La cuestión es cuánto tiempo nos va a tomar llegar allí, porque los únicos que nos condenamos somos nosotros, no Dios. ¿Cómo nos va a condenar un padre? Me dará mil oportunidades para llegar, pero a lo mejor a mí no me da la gana ir. Para un ateo positivo esa pregunta sería irrelevante porque le da sin cuidado ir o no porque no cree que exista nada más allá de la Tierra.
P.– Aún así crea la celda de separación eterna... Es difícil ver la bondad de Dios con esa imagen.
R.– Hay algo de lo que nos tenemos que dar cuenta: el ser humano es libre. Y la libertad la tenemos y la podemos utilizar incluso para equivocarnos. A mí Dios me invita a su palacio mientras yo vivo en una chabola, pero lo que no va a hacer es agarrarme y meterme en su casa. Ni me va a cerrar la puerta para que yo no pueda entrar. Sin embargo, Él va a respetar que no quiera entrar. Por eso es tan importante tener una imagen de Dios que se ajuste más a una realidad distinta a la que muchas personas creen. La diferencia entre el amor de Dios y el amor humano es que el primero es un amor sin condiciones. Yo creo que en este viaje que hacemos por la Tierra, la Vida, en mayúsculas, nos está mandando constantemente oportunidades para que crezcamos en una cosa.
P.– Imagino que se referirá al amor.
R.– Eso es. Si somos capaces de crecer en eso ya estamos viviendo en el paraíso. Y, por tanto, cuando muramos simplemente será una continuación, un tránsito. Si no crecemos en ello, ya aquí estaremos viviendo, como dicen los orientales, el Samsara. Debemos crecer en amor incondicional. Mira, no tiene mucho mérito que sólo ame a mis hijos o a mi pareja, pero sí que ame a alguien que no es cariñoso conmigo. Entendiendo el amor no como un sentimiento sino como ágape, como elección: te voy a tratar como si realmente te quisiera. Es la única asignatura en la que nos van a examinar. Si una persona atea es una persona que vea en los demás a sus hermanos y los trate como tal, ya está viviendo espiritualmente en el amor. Pero claro, si sólo ve objetos, materia, es fácil que lo cosifique todo, es decir, que rebaje les rebaje su dignidad. El propio Einstein, que era un hombre de una profundidad metafísica espectacular, dijo: 'Hay una pregunta que es la más importante de todas, porque según contestemos de una manera u otra así viviremos nuestra vida. ¿Vivo en un universo hostil o en un universo amigable?'.
P.– ¿Choca esta visión católica a la gente a la que le imparte sus conferencias o lee sus libros? ¿Se ha encontrado algún tipo de reacción negativa?
R.– Cualquiera que me siga sabe que para mí la dimensión espiritual es importante. Estoy impresionado porque muchas personas que no creen me tienen respeto y consideración. Ahora bien: es cierto que algunas personas han tenido una relación con el mundo de la religión que les ha generado heridas profundas. Cuando oyen algo que huela un poquito a trascendental, se ponen de uñas. Ahí es cuando uno tiene que vivir lo que dice y, en lugar de exclamar '¡Cómo se ha puesto, si yo no le he intentado convencer!', debería decir... 'Oye, hay algo que no veo, una herida que no veo, igual si yo la hubiera tenido a lo mejor habría actuado así'. Y ahí entra la compasión, que es la comprensión del sufrimiento y la llamada a intentar reducirlo.
P.– Una última pregunta. ¿Qué es lo que más le fascina del cerebro?
P– Su capacidad de conectar con una dimensión que está más allá de la materia. El cerebro es como una radio. La música no sale de la radio, pero las ondas están ahí, flotando. Aunque sin el aparato no oyes la música. El cerebro es esa radio. Cuando tú lo pones en el dial correcto puedes oír la música. Hay personas, neurocientíficos que consideran que todos los procesos sólo emergen del cerebro. Yo no lo comparto, aunque lo respeto. El cerebro es capaz de captar elementos que trascienden lo material... y eso me fascina. Hace poco se hicieron unos estudios en Arizona en los que se sugirió que hay unos microtúbulos que podrían funcionar mediante mecanismos cuánticos. En este caso, sin embargo, su complejidad me desborda (risas).
Mario Alonso Puig mira su muñeca. Debe ir a una reunión. Ha costado casi dos meses encontrar un hueco en su agenda y ha cumplido la hora de conversación a rajatabla, como si se tratara de un reloj suizo. Educadamente, recuerda a EL ESPAÑOL | Porfolio que le esperan en otro lado. Quizás alguna en conferencia sobre desarrollo personal. O una empresa cuyos empleados aguarden impacientes para ser más felices en su espacio de trabajo. ¿Quizás sea una reunión con la editorial que prepara su próximo libro? Tras un intenso apretón de manos y un agradecimiento sincero, se despide y desaparece entre el bullicio de la calle. Pero a él el ruido ya no le afecta.