Hoy también hay motín en la fábrica. Dicen los vecinos de la Inclusa que las cigarreras se han sublevado por la llegada de una nueva máquina. Que ésta es capaz de confeccionar hasta 8.000 cigarrillos por minuto. Con la fuerza de cuatro caballos y con tan solo tres operarias a sus mandos.
En esta mañana de invierno de 1885, la calma tensa que presagia un nuevo alzamiento se ha resquebrajado al consabido grito de "¡Arriba, niñas!". En lugar de ocupar sus puestos en los talleres, esos que funcionan como una cadena de montaje, aprendizas y maestras han tomado posiciones junto a la entrada del edificio. El gesto sereno de las abuelas. Los brazos en jarra de sus hijas. La mirada desafiante de sus nietas.
Hasta tres generaciones de cigarreras se agolpan a la puerta. Las más veteranas han conocido los tiempos -hoy remotos- en los que los cigarrillos se elaboraban a domicilio, empapando el tabaco en whisky o coñac, a gusto del consumidor. Otras, en cambio, no han conocido el oficio fuera de la fábrica. Ahora, todas juntas reciben con silbidos y pedradas a los guardias de orden público que acaban de aparecer. Muchas de estas mujeres son cabeza de familia, madres solteras o viudas que ven reflejada en las nuevas máquinas su desgracia.
- "Todas, todas vamos a quedar en la calle", lamentan algunas.
- "¡Las máquinas, las máquinas! ¡Queremos las máquinas!", vociferan otras.
Episodios como éste, que se saldó con varios heridos y una decena de detenciones, salpican la cronología de la Fábrica de Tabacos de Madrid. Protestas, huelgas y alzamientos forman parte de los dos siglos de historia que encierran sus muros desde que, en 1809, José Bonaparte recuperase la función industrial del edificio, que antes ya fue fábrica de aguardientes y licores.
Si antaño las cigarreras se sublevaron por la mala calidad del papel y del tabaco con el que se veían obligadas a maniobrar, luego lo hicieron para exigir la higienización de sus talleres, para tener derecho a su sueldo íntegro en caso de enfermedad o accidente y para abolir el trabajo a destajo. Pese a cobrar en ese entonces en función de lo que producen, crónicas fechadas hace más de un siglo hablan de un jornal que, de media, podía rondar los 10 reales diarios.
Las cigarreras se sublevaron para abolir el trabajo a destajo
Las protestas no se detuvieron cuando las operarias comenzaron a dar muestras de querer asociarse. Ni cuando, por ese motivo, muchas fueron fulminantemente despedidas. Sirvan de muestra estas palabras escritas en 1931 por Eulalia Prieto, conocida por su labor sindicalista y por llegar a presidir la Federación Tabaquera: "Mucho hace el número, en efecto; pero no menos hace la valentía, el arrojo de las cigarreras. Este gesto que nos caracteriza tiene un valor inconmensurable. ¿Será que no tememos los peligros? No, no es eso; es que las mujeres estamos en lo general más faltas de libertad que los hombres y al hacer nuestra iniciación en la lucha sindical saturada de redentores ideales encontraremos lo que nos falta en el orden económico y moral. La lucha nos ofrece pan y libertad, más amplios horizontes de vida. He aquí las causas de nuestra valentía y nuestro arrojo".
Un hermanamiento para siempre
De ese sentimiento de pertenencia del que brotaba pagar entre todas los medicamentos de la compañera que enfermaba o el entierro de la que fallecía afloró también un hermanamiento que nunca llegó a extinguirse. Ni siquiera después de que la fábrica, hace ya más de dos décadas, cerrase sus puertas en el año 2000, tras la privatización de La Tabacalera y su posterior fusión con la empresa francesa Seita, que dio lugar a Altadis.
Pese al paso de los años, la huella de las cigarreras no se borra del actual barrio de Embajadores, cuyos patios y corralas constituyeron la extensión de sus vidas anónimas. Vidas que, a veces, estiraban sus últimos días en el asilo que fue habilitado para ellas en el mismo barrio, junto a la casa de cunas donde las cigarreras en activo podían dejar a sus hijos durante la jornada.
EL ESPAÑOL | Porfolio recoge aquí las principales conclusiones, testimonios e imágenes del proyecto de investigación cigarrerasdoc, con el que se pretende difundir la memoria histórica colectiva de las mujeres obreras que trabajaron en la Fábrica de Tabacos de Madrid. Las participantes lo hicieron en el periodo que transcurre desde finales de los 60’s y el final de la dictadura franquista, hasta el cierre de la fábrica en el año 2000.
Lucha en femenino
Tataranieta, bisnieta e hija de tabaquero, María Magdalena García sigue transitando hoy por las mismas calles que sus antepasados. "Para mí es un orgullo haber seguido la tradición y la lucha obrera", sentencia rotunda esta antigua cigarrera. Una lucha que siempre se conjugó en femenino plural. "Cuando entré en la fábrica con 18 años, las mujeres no pintábamos nada. Teníamos que pedir permiso hasta para ir al servicio", recuerda.
Su compañera Elena González enlaza su discurso con otro ejemplo. Porque hasta en la anécdota hay resistencia. "Las mujeres no podíamos fumar en la fábrica. Los hombres, en cambio, sí. Cuando amonestaron a una compañera por fumar, al día siguiente, nosotras decidimos encender todas el cigarro", recuerda con una sonrisa en los labios.
Pese a su espíritu combativo, de las antiguas cigarreras ha perdurado un relato manido e inconcluso. Por ejemplo el de la mítica Carmen, una gitana sevillana que trabajaba en la Real Fábrica de Tabacos, cuya vida sirvió de inspiración a Prosper Mérimée para escribir la novela Carmen (1845), que después sería llevada a la música en la ópera del mismo nombre, de Georges Bizet, estrenada en París en 1875.
La fama de mujer fatal, atrevida y deslenguada suele aderezarse también con otros atributos, como los brillantes ojos negros con los que a menudo eran retratadas. Lo que la literatura no desvela es que, en realidad, era la exposición a la nicotina la que provocaba que sus pupilas se dilataran. Cronistas y poetas pasan por alto las náuseas, los vómitos o los mareos que tan recurrentes eran en el oficio, como también eluden las enfermedades respiratorias que muchas acabaron contrayendo.
Hay, sin embargo, resquicios en los que es posible encontrar un hilo del que tirar para desenredar esa madeja de historia que hoy parece silenciada.
Emilia Pardo Bazán ambientó en la fábrica de tabacos de La Coruña su novela 'La Tribuna'
Si a ojos del pintor Gonzalo Bilbao no pasó inadvertido cómo muchas cigarreras se resignaban a amamantar a sus hijos entre las paredes de la fábrica de tabacos de Sevilla, Emilia Pardo Bazán ambientó en la de La Coruña su novela La Tribuna.
Los lazos entre las operarias que aquí describe y anuda la condesa son los mismos que, fuera de sus páginas, tejen una red de apoyo y cuidados que acabará por convertirse en uno de los signos distintivos de este gremio. Un gremio que, aunque ya extinto, nunca dejó de prender el cigarro. Aunque lejanos, sus pasos siguen hoy resonando. Solo hay que detenerse a escucharlos.
Las cigarreras de la Fábrica, en imágenes
En el proyecto cigarrerasdoc se ha recogido el testimonio de más de una docena de antiguas cigarreras de la Fábrica de Tabacos de Embajadores. Es uno de los escasos trabajos realizados sobre esta temática, sobre la que apenas existe documentación. Aquí, sus mejores fotografías.
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