“O luchas… o te haces socialdemócrata y esperas que, con la lucha de otros, cambien las cosas”. Así explicaba Santiago Carrillo en el documental “Carrillo, comunista”, de Manuel Martín Cuenca (2007), su posición ante la vida y dejaba entrever de paso su propio dilema entre el instinto de revolución y la tentación del posibilismo. A los diez años de su muerte (se cumplen este domingo 18 de septiembre), la trayectoria de Carrillo no es fácil de categorizar: para los sectores más conservadores, siempre será el peligroso comunista que permitió las matanzas de Paracuellos durante la guerra civil; para los ortodoxos del PCE, el que traicionó al partido acercándolo a la socialdemocracia con sus acuerdos con Adolfo Suárez. Para las nuevas generaciones de izquierdas, un rostro difuso que presenta demasiadas contradicciones y con el que no es fácil empatizar.
Juan Andrade, profesor de Historia en la Universidad Complutense y autor del libro El PCE y el PSOE en la transición (Siglo XXI de España, 2015) lo resume así, en conversación con EL ESPAÑOL | Porfolio: “No creo que la figura de Santiago Carrillo sea actualmente objeto de mucha atención por parte de la izquierda, al menos por dos razones. Una, por la dificultad de la izquierda a la hora de nutrir sus proyectos y prácticas con una lectura de su pasado en medio de una inmediatez trepidante y de la necesidad de un nuevo comienzo, que, sin esa lectura, puede ser repetitivo. La otra razón es que la figura de Carrillo está muy vinculada al PCE, y hoy el PCE es solo una parte, una parte importante, de esa constelación que podríamos llamar de la izquierda alternativa. Creo que los movimientos de izquierda tienen hoy otros referentes.”
Precisamente en el PCE, incluso entre sus jóvenes cuadros, se pueden encontrar a sus mayores críticos. Sin ir más lejos, el actual ministro de Consumo y coordinador federal de Izquierda Unida, Alberto Garzón, decía en un artículo publicado el mismo septiembre de 2012: “Cierto es que vivimos en una democracia aparente, de la que Carrillo fue uno de los arquitectos necesarios, pero ésta no tiene nada que ver con las históricas demandas obreras y, desde luego, tampoco con lo que hoy la ciudadanía española exige en las calles”.
Años después, en su libro Por qué soy comunista (Península, 2017), insistía en denostar el giro de Carrillo hacia el eurocomunismo y el abandono de la ortodoxia soviética, lo que a su vez derivó en la aceptación del PCE como un partido democrático más y su presencia en los llamados “Pactos de La Moncloa”, que Garzón calificó en una entrevista con El Periódico de Cataluña como “la primera medida neoliberal que se tomó en la España democrática”.
La revisión de la Cultura de la Transición
El problema con Carrillo es que no es un político unidimensional. Como apunta el propio Andrade, “Carrillo impuso el aperturismo hacia fuera del eurocomunismo con métodos estalinistas hacia adentro. Y esto no es privativo de Carrillo, los procesos de moderación política (ideológica y programática) en los partidos de la izquierda suelen ir acompañados de mucho autoritarismo de puertas adentro.”
Esa tensión entre la apertura y el orden, entre la realidad y el compromiso, atraviesa la vida y la carrera política del exsecretario del PCE y a su vez condiciona el juicio que de él se puede hacer, lo que provoca que al final sean los extremos los que, como siempre, hagan más ruido. David Jiménez Torres, escritor, analista y profesor universitario, destaca: “Creo que la relación más importante desde las nuevas izquierdas es de rechazo, pero no tanto por su modelo de liderazgo sino por su condición de participante en los consensos de la Transición. En la última década y media, buena parte de esa extrema izquierda ha revisado críticamente la Transición, presentándola como un cierre en falso o un proceso gatopardiano que no desmontó realmente las estructuras del Estado franquista. Este relato crítico de la Transición es muy importante en el discurso de Podemos y de todo su universo cultural, y supone una revisión negativa -ya sea implícita o explícita- de la figura de Carrillo”.
En referencia concreta a las críticas pasadas del actual ministro de Consumo, Jiménez Torres añade: “Garzón pertenece más bien a la generación que, tras el colapso de la URSS, no puede sostener esa fe del comunismo clásico, sino que más bien ve el triunfo completo del sistema liberal-capitalista y busca nuevos compañeros de viaje para la travesía por el desierto del comunismo: compañeros como los movimientos antiglobalización, el ecologismo, determinadas corrientes del feminismo o del antirracismo, etc.”
El hombre que se acabó quedando sin nada
En otro de los momentos del documental de Martín Cuenca, Carrillo afirma: “Cuando tuve que elegir entre mi padre y el partido, elegí al partido… y cuando tuve que elegir entre mis amigos y el partido, elegí también al partido”. En el primer caso, se refiere a la ruptura pública de relaciones con su padre, Wenceslao Carrillo, secretario general de la UGT e histórico líder socialista, por su apoyo al golpe de estado del teniente coronel Segismundo Casado en las postrimerías de la Guerra Civil. En el segundo, a las purgas que sometió primero a los defensores del eurocomunismo como Jorge Semprún y luego a los que atacaban ese eurocomunismo a partir de los pobres resultados electorales de 1977 y 1979. Los de 1982, directamente, le obligaron a dimitir.
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El asunto es que, al final, Carrillo se quedó sin padre -aunque harían las paces a finales de los años cincuenta, cuando el PCE impulsó el “proceso de reconciliación nacional” y Wenceslao vivía en una residencia médica en Charleroi (Bélgica)-, se quedó sin amigos… y se quedó sin partido. El hostigamiento a Carrillo no es nuevo y también es cierto que el líder comunista nunca hizo ascos a la confrontación con sus viejos compañeros: “La formación y el desarrollo de Izquierda Unida también repercuten en contra de la imagen de Carrillo dentro del PCE, porque Carrillo desprecia desde el primer momento este proceso de alianzas y convergencia, que pronto despega a su pesar”, apunta el profesor Andrade.
Otro de los problemas para Carrillo a la hora de cimentar su legado entre las nuevas generaciones -no parece casualidad que, para la portada de la edición ampliada y revisada de sus memorias, editadas en Planeta, eligiera una foto suya con Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”, una especie de “yo estuve ahí” que restregarle a los que le acusaban de veleta- fue la aparición de una figura como la de Julio Anguita en el espectro de la izquierda a la izquierda del PSOE. Si los enfrentamientos con Gerardo Iglesias fueron frecuentes, la llegada de Anguita no solo le condenó a un segundo plano en su momento -llegó a encabezar la lista de un partido, el Partido de los Trabajadores de España, en las elecciones generales de 1986, obteniendo tan solo el 1,14% de los votos, una cuarta parte de los que consiguió su detestada Izquierda Unida- sino que le eclipsó de cara a las siguientes generaciones.
En palabras de Juan Andrade: “El mito de Santiago Carrillo en el PCE se eclipsa cuando emerge otra figura carismática, muy admirada entre las bases, que cosecha buenos resultados electorales y que, en muchos aspectos, es lo opuesto a Carrillo. Ambos son inteligentes, valientes y carismáticos, pero difieren en casi todo lo demás. (…) La distancia que plantea Alberto Garzón con respecto al legado de Carrillo tiene que ver con el hecho de que muchos dirigentes actuales de la izquierda se socializaron políticamente de jóvenes (es el caso de Garzón) en esa estela de Julio Anguita que eclipsaba la de Carrillo”.
Hacia una izquierda burguesa
Efectivamente, es muy probable que haya un par de generaciones en España que, al oír hablar del PCE y su líder histórico, no piensen en Carrillo sino en Anguita. Los coqueteos del primero con el PSOE no ayudaron a enderezar su imagen entre los sectores más ortodoxos y no permitieron nunca una vuelta tranquila al que siempre fue su hogar, como si no fuera el hacedor tanto del PCE de la posguerra y el exilio, tan reivindicado por los nuevos líderes, como del PCE democrático y constitucionalista que él mismo configuró antes de salir por la puerta de atrás.
En la última década y media, buena parte de esa extrema izquierda ha revisado críticamente la Transición
Carrillo, un fanático del obrerismo, un defensor a ultranza de la lucha de clases y de la necesidad de la dictadura del proletariado en los inicios de su carrera política en las Juventudes Socialistas, allá por los años treinta del año pasado, se fue convenciendo poco a poco de la necesidad de incluir a los movimientos burgueses en la lucha, primero contra la dictadura de Franco, y luego, de manera más abstracta, contra los abusos del capitalismo. Pese a las críticas desde el propio PCE, ¿no sería esta visión mejor recibida entre las izquierdas actuales, más urbanas, más de clase media, más volcadas sobre esa pequeña burguesía con miedo a dejar de serlo por los vaivenes económicos de los últimos quince años?
Al respecto, Daniel Gascón, analista político y director de la revista Letras Libres, comenta: “Yo no sé si estamos ante un movimiento exclusivamente burgués, porque integra muchas preocupaciones y corrientes, materiales y posmateriales. Hay mucha precariedad, dificultades de mucha gente para tener una vida adulta, y vemos que la clase media, de creación muy reciente, era frágil. Igual tus padres llegaron, pero no está claro tú puedas permanecer allí. No sé cómo lo vería él, pero es llamativa esa amenaza de desclasamiento y me parece un gran desafío”.
¿Sería compatible el dogmatismo de Carrillo, su afán por el orden, la jerarquía, la disciplina de partido con las tendencias asamblearias actuales, tipo 15-M? Gascón apunta: “En el 15M, que era muy plural, hubo una defensa de los modelos asamblearios. Y luego surgieron partidos bastante cesaristas. El modelo asambleario en general acaba facilitando el caudillismo de quien tiene la astucia, el tiempo y la energía para imponerse. Es algo que hemos visto muchas veces, pero nos empeñamos en no ver las cosas”.
El encaje de Carrillo
El partido cesarista que a todos se nos viene a la cabeza, aunque Gascón no se refiera explícitamente a él, ha sido Podemos, que intentó apropiarse del hartazgo político y social que emanaba del 15-M y encauzarlo a través exclusivamente de la izquierda. El exvicepresidente del gobierno y fundador del partido, Pablo Iglesias, nunca ha sido tan visceral como su buen amigo Alberto Garzón en su rechazo a Carrillo, pero, como apuntaba Jiménez Torres, tampoco ha dudado en señalar al dirigente comunista como uno de los responsables de la llamada Cultura de la Transición que Podemos, entre otros agentes, ataca continuamente como fuente de la que emanan todos los males actuales.
Curiosamente, la más comprensiva con la figura del legendario comunista es Yolanda Díaz, también formada en los cuadros del PCE en Galicia, y que contaba en entrevista a El País la emoción que le supuso que Carrillo “le besara la mano” cuando tenía cuatro años. Anécdota que después ha repetido en La Sexta y en otros medios de comunicación para expresar su vinculación desde pequeña, y la de su familia, con los movimientos obreros, alejada del activismo universitario madrileño en el que se movieron Iglesias y, brevemente, el propio Garzón.
En torno a la cuestión del posible encaje del “carrillismo” con los movimientos de la izquierda actual fuera del PCE, Juan Andrade afirma: “Creo que (Carrillo) se hubiera identificado con aquellos movimientos o partidos que, en su imaginario, se prestaran a un mayor paralelismo con el modelo de partido y la política que sostuvo en la Transición y los ochenta, que al final fue cuestionado por propios y aplaudido por ajenos, y que en las décadas siguientes se empeñó en reivindicar.”
A continuación, añade: “No obstante, creo que todo esto lo hubiera combinado (o al menos aderezado) con cierta sensibilidad a lo emergente: lucha contra el cambio climático, por la igualdad de género y relaciones interpersonales más libres, llamamientos (siempre y cuando fueran vagos) a crear nuevas formas organizativas y modelos de partido. Creo que lo hubiera hecho por su sentido de la oportunidad y de los tiempos, propio de alguien relativamente abierto de mente e inteligente”.
Paracuellos como arma de doble filo
Otro de los grandes problemas que tiene la izquierda actual, especialmente la más nostálgica, la que defiende la memoria histórica y promueve las reparaciones a los salvajemente asesinados durante la Guerra Civil, es el papel de Carrillo en Paracuellos. El propio Carrillo, que reconoce que fue él a Serrano Poncela, máximo responsable de las “sacas” de presos que salieron de las cárceles de Porlier, Ventas o la Modelo de Moncloa-Aravaca rumbo a Valencia, pero que acabaron fusilados en masa en Paracuellos del Jarama, siempre negó tener conocimiento de esos hechos.
Al respecto, se ha discutido y se discutirá bastante. Apuntemos, frente a la versión de Carrillo, la del hispanista Paul Preston, hombre no sospechoso de connivencia con el bando golpista: “Es inconcebible que Carrillo no lo supiera y encuentro absurdo que durante todos estos años haya estado mintiendo”, afirmó en 2011, durante la presentación de su libro El holocausto español (Debate, 2011).
No creo que la figura de Santiago Carrillo sea actualmente objeto de mucha atención por parte de la izquierda
Sea como fuere, la matanza de Paracuellos supone un problema importante para cualquier político de la izquierda nostálgica. Asumir que Carrillo, delegado de orden público del gobierno de Largo Caballero sabía lo que estaba pasando y lo toleró o lo animó, es un golpe bajo para la narrativa de la defensa idílica de Madrid ante el fascismo. Y es que defender la República y, en concreto, las actuaciones de sus dirigentes en Madrid, supone defender en la práctica a Santiago Carrillo.
Su figura abarca demasiado como para intentar ponerla de perfil. En palabras del profesor Andrade: “Hay otra imagen exculpatoria que subraya sus virtudes y atribuye sus fracasos a un contexto terrible o limitado: dentro del amiente atroz de la guerra y la postguerra obró bien, dentro de las limitaciones infranqueables de la transición hizo todo lo que se podía.”
El hombre indescifrable
Para juzgar a Carrillo, como se ve, primero habría que identificarle y no parece tan fácil: diez años después de su muerte, ¿quién es Santiago Carrillo?, ¿de quién estamos hablando? ¿Del obrerista que se enamoró de la Unión Soviética en los años treinta y quiso imponer la revolución en Madrid durante la Guerra Civil?, ¿del luchador desde el exilio contra la dictadura del general Franco?, ¿del promotor de la reconciliación entre españoles, crítico con la entrada de la URSS en Praga?, ¿del que abandonó la ortodoxia para pactar con el resto de las fuerzas democráticas una constitución que representara al país entero y no solo sus ideas personales?
¿Estamos hablando acaso del viejecito entrañable que se paseaba por entrevistas y tertulias hasta su muerte a los 97 años?, ¿el que animó en los ochenta a sus fieles a votar al PSOE aunque él nunca reconoció haberlo hecho? ¿Pasará a la Historia Carrillo como el amigo de Ceaucescu o como el amigo de Manuel Fraga? Ni historiadores ni analistas se ponen de acuerdo. Circunscribiendo de nuevo su legado a la izquierda política y social, Andrade comenta: “La figura de Carrillo está muy vinculada al PCE, y hoy el PCE es solo una parte, una parte importante, de esa constelación que podríamos llamar la izquierda alternativa. Creo que los movimientos de izquierda tienen hoy otros referentes.”
Es cierto, los movimientos actuales de izquierda son feministas, ecologistas, socialistas, antiglobalistas, incluso libertarios o directamente anarquistas… pero rara vez se definen como “comunistas”. Al respecto, Daniel Gascón concluye: “Para el que tenga nostalgia de la utopía, el comunismo podía tener algo severo y árido, un poco rígido. Creo que es un tono distinto al que preferimos ahora.” De ahí que la izquierda no sepa muy bien qué hacer con esta ideología ni con sus referentes del pasado. No lo sabe hacer ni el propio PCE, ¿cómo lo va a saber un altermundista del barrio del Born?
Carrillo, como sucede con casi todo en la política española, acabará siendo un espejo ante el cual cada uno volcará sus propias filias y sus propias fobias. De nuevo en palabras del profesor Andrade: “La valoración de Carrillo varía según las expectativas o frustraciones presentes de la izquierda y de la utilidad que para justificarlas tiene su ejemplo o contraejemplo”. Imposible definirlo con mayor precisión. Un escudo o una espada. Según la oportunidad y el momento.