Corrían los años de la revolución francesa y una enfermedad hacía estragos entre la población: la viruela. Edward Jenner, médico inglés, descubrió que los granjeros que ordeñaban vacas sufrían una enfermedad conocida como "viruela boba", una variedad poco grave de la viruela que se transmite por el contacto con vacas, pero que no contraían nuevamente.
La idea de Jenner fue lógica: inocular esta viruela como “vacuna” evitaría la variante mortal de la viruela. Sus colegas se opusieron, sin embargo, él inoculó el virus de la viruela boba a varios niños y a su propio hijo. Esto le valió la expulsión de la Asociación Médica de Londres. Finalmente, ninguno de estos niños falleció y tampoco contrajeron la viruela en una época de epidemia. Jenner pasó de ser considerado un monstruo a convertirse en uno de los grandes benefactores de la Humanidad al crear la primera vacuna de la Historia.
Sin embargo, Jenner no habría podido ser el héroe que es en la actualidad, si no hubiera tenido a su disposición una herramienta médica esencial: la jeringuilla.
A lo largo de la historia, se ha intentado encontrar una manera de introducir medicinas en el cuerpo humano, de la misma forma que las serpientes o las arañas inyectan veneno con sus colmillos huecos. Antes de la invención de la jeringa, si se deseaba introducir un medicamento en el torrente sanguíneo, se hacía una incisión en la piel del paciente y se aplicaba sobre ella una pasta o líquido con la sustancia que se quería inyectar.
En otras ocasiones se introducían o extraían fluidos por la boca o el recto con huesos de pájaros a los que se unían vejigas de animales que contenían o recogían las sustancias. Cualquier orificio natural del cuerpo era válido para ello.
Los primeros intentos de usar un dispositivo similar a una jeringuilla se produjeron en el siglo XVII, sobre todo como resultado de las pruebas del inglés Christopher Wren. Este arquitecto, diseñador de la Catedral de San Pablo en Londres, imaginó el diseño de la jeringuilla moderna, mientras se encontraba ingresado en un hospital londinense. Su idea fue utilizar plumas de ganso huecas como tubos, a los que ató en el extremo opuesto la vejiga de un pequeño mamífero, donde se depositarían las sustancias a inocular.
Wren utilizó este dispositivo para inyectar vino y cerveza a varios perros callejeros, lo que se considera como el primer experimento intravenoso de la historia. Transcurrieron los años sin que se realizaran progresos hasta que, a mediados del siglo XIX, se fabricó la primera aguja de acero para inyectar medicamentos por debajo de la piel, a la que el cirujano escocés Alexander Wood le agregó un extremo afilado para que pudiera ser insertada en la piel sin necesidad de realizar una incisión previa. Wood usó su invención para inyectar morfina a su esposa, que sufría de una fuerte neuralgia. De esta forma, las inyecciones intravenosas se convirtieron en una práctica habitual en el mundo de la medicina.
Hasta el siglo XIX, todas estas jeringas se fabricaban en metal, pero comenzaron a hacerse de cristal para que fuera más fácil ver las cantidades y el producto. Con el tiempo, se fueron mejorando la precisión y la calidad. Sin embargo, todas ellas presentaban un grave problema: eran reutilizables y tras cada uso había que esterilizarlas, un proceso que no siempre era perfecto, lo que ocasionaba casos de contagios de enfermedades entre pacientes.
Fue durante el siglo XX cuando un español cambió para siempre la historia de la medicina, salvando millones de vidas con su innovación: Manuel Jalón Corominas. Manuel nació en Logroño en 1928 y se convirtió en un prestigioso ingeniero aeronáutico y oficial del Ejército del Aire, además del inventor de una de las más extraordinarias genialidades de nuestra civilización, la fregona.
Durante su estancia en la década de 1950 en Estados Unidos, Manuel observó cómo los hangares de aviones que visitaba habitualmente se fregaban con una mopa plana empujada con un palo y un cubo con rodillos. Tras regresar a España, en 1956, creó los primeros “lavasuelos”, germen de la futura fregona. En aquella época, las casas se fregaban de rodillas y con las manos, por lo que el invento de Manuel revolucionó la vida de millones de hogares en todo el mundo con su sencillo pero maravilloso artilugio.
Tras treinta años y haber vendido más de sesenta millones de fregonas en todo el mundo, Manuel decidió vender su compañía a la multinacional holandesa Curver y dedicarse a materializar un proyecto que cambiaría la Medicina para siempre. El mismo año en que el español inventó la fregona, el veterinario neozelandés Colin Murdoch patentó una pistola desechable para inocular vacunas al ganado, pero no era una jeringuilla desechable como las que se conocen en la actualidad. Su creación fue un fracaso, pero, a pesar de ello, en el mundo anglosajón es considerado el inventor de la jeringuilla desechable, aunque nunca lo fue.
Manuel era consciente que, ya avanzada la década de los 70, en la mayor parte del mundo todavía se utilizaban jeringuillas de cristal, con los problemas que acarreaban, así que decidió hacer algo al respecto. Para ello desarrolló la mejor jeringuilla hipodérmica desechable de todos los tiempos, un diseño perfecto. Su jeringuilla de plástico era más fina y resistente que cualquier otro intento anterior, era fácilmente eliminable y reciclable tras su uso y su émbolo no se atascaba y permitía el aprovechamiento total de la solución a inocular.
Manuel comenzó a producirlas en su fábrica de Fabersanitas Industrial, en la localidad de Fraga, en la provincia de Huesca, desde donde se exportaban a más de 70 países. El éxito fue tan extraordinario que tuvieron que construir fábricas en países como China, Rusia, Turquía, la India o Irán para satisfacer la demanda.
Su jeringuilla revolucionó el mundo de la Medicina. Gracias a él disminuyeron radicalmente el número de infecciones hospitalarias y se popularizó la vacunación de bajo coste. Su diseño fue tan eficaz que fue la jeringuilla seleccionada por Estados Unidos, Inglaterra, Canadá o España para inocular a miles de millones de personas con vacunas contra la COVID-19, debido a que el mecanismo creado por Manuel es capaz de ahorrar cientos de millones de euros, ya que permite aprovechar al máximo las dosis sin desperdicio.
Con el tiempo Manuel vendió su fábrica a la compañía norteamericana Becton Dickinson and Company, pero su creación nunca ha dejado de fabricarse. Hasta hoy se han usado más de 30.000 millones de sus jeringuillas, la fábrica actual es capaz de producir cuatro millones al día, da empleo a más de 750 trabajadores y es la mayor empresa de jeringuillas desechables del mundo.
Manuel Jalón Coromillas murió en Zaragoza el 16 de diciembre de 2011. Falleció un precursor que nunca pretendió enriquecerse, sino ayudar a los demás a mejorar sus vidas. Y lo logró, convirtiéndose en el español que más vidas ha salvado de todos los tiempos.