Si algo caracterizaba a la Corte de Castilla durante la Edad Media era su condición de itinerante, es decir, los reyes y todo su séquito y burocracia se desplazaban de una ciudad a otra para su celebración. La elección de los lugares que acogían las Cortes se realizaba en función de múltiples intereses políticos y económicos.
Pero a partir del reinado de Carlos V, esta itinerancia comienza a desaparecer, ya que el emperador situó la corte en Toledo durante 42 años. En 1561, su hijo Felipe II, decide trasladarla a Madrid, donde permanecería durante otros 40 años, hasta que, durante el reinado de Felipe III, se traslada a Valladolid por un periodo de tan solo cinco años.
¿Qué provocó una decisión de tal calado, con el consiguiente desplazamiento de un ingente tráfico de recursos y personas de una ciudad a otra en cinco años? Varias fueron las razones y argumentos que se dieron en aquel momento. Sin embargo, la causa principal era mucho más oscura e interesada de lo que se podía pensar: un pelotazo inmobiliario, considerado el mayor caso de corrupción en la historia de España, no orquestado ni por Bárcenas ni por Tito Berni, sino por el hombre más poderoso del Imperio Español, Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, el legendario (y corrupto) Duque de Lerma.
Francisco de Sandoval, nacido en Tordesillas en 1553, pertenecía a una familia de la nobleza española, era nieto de un consejero real del emperador Carlos V y sobrino del arzobispo de Sevilla, que lo envió a la corte madrileña de Felipe II para su educación, donde logró introducirlo en el ambiente de su primogénito, Carlos, Príncipe de Asturias.
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Su carrera en la corte comenzó tras ser nombrado gentilhombre de cámara del rey, puesto que abandona en 1592, cuando pasa a prestarlo al príncipe, futuro Felipe III, coyuntura en la que se inicia una gran amistad a pesar de que era 25 años mayor que el futuro monarca.
En la corte de Felipe II enseguida fueron conscientes de la gran influencia que Francisco ejercía sobre el príncipe, motivo por el cual el rey le nombró virrey de Valencia en 1595, puesto que ocupa hasta 1597, fecha en la que regresa a Madrid, donde es nombrado caballero mayor del infante.
Felipe II legó a su hijo un imperio tan vasto como complicado de gobernar, con las arcas casi vacías y una deuda imposible de pagar. Además, el nuevo rey quería abstraerse de toda responsabilidad, lo que originó la tormenta perfecta para la aparición de alguien como Francisco, a quien el joven Felipe III otorgó, en 1599, el título de Duque de Lerma con Grandeza de España.
El nuevo y flamante Duque no tardó en rodearse de un equipo de personas de su total confianza. Distribuía los puestos más importantes de la corte entre los miembros de su familia, amigos y nobles que tenían alguna deuda directa con él, creando así una red con la que no sólo afianzó su posición, sino que le convirtió en la persona más poderosa de todo el imperio, llegando a suplantar la figura del rey casi por completo.
Su influencia le permitía tratar directamente con el soberano, e incluso una cédula real llegó a otorgarle un poder comparable al del monarca: le permitía hacer uso del sello real y que su firma tuviese el mismo valor que la del propio rey, por lo que tuvo el control efectivo del imperio entre 1599 y 1618.
Si algo bueno hizo el Duque de Lerma durante su "reinado" fueron sus medidas de pacificación. Firmó treguas con potencias extranjeras como Inglaterra y los Países Bajos, a pesar de que tras aquellas disposiciones quizá había un oscuro y doble propósito: hacerse con el cuantioso dinero que de esta manera se ahorraba el país en campañas militares.
El plan del Duque de Lerma: trasladar la corte de Madrid a Valladolid para convertirse en la persona más rica de España.
A Francisco le iba bien, muy bien, pero todavía había una persona que podía hacerle sombra: la emperatriz María de Austria, tía de Felipe III que, aunque estaba recluida en el convento de las Descalzas Reales de Madrid, ejercía todavía un gran poder sobre el rey, además de ser una de las mayores opositoras a la figura del poderoso Duque de Lerma.
Así que nuestro protagonista tejió un ingenioso, oscuro, deshonesto, inmoral y corrupto plan.
En 1601 convenció al rey de que trasladara la corte de Madrid a Valladolid con la excusa de la inseguridad e insalubridad existente en la que había sido la capital del reino desde 1561. Pero su verdadero objetivo era alejar a Felipe III de la influencia de su tía y, ya de paso, convertirse en la persona más rica de todo el imperio.
Meses antes del traslado había comprado a precios irrisorios el patronato de la Iglesia, el monasterio de los Dominicos, el gran palacio de San Pablo y otros terrenos y propiedades que después vendería a la Corona.
Cuando se dio a conocer la capitalidad de la ciudad, los precios se dispararon y generaron una burbuja inmobiliaria jamás vista en la época. Así, el astuto Duque de Lerma aprovechó para vender, multiplicando sus inversiones iniciales.
En Madrid, en cambio, los precios se desplomaron tras el cambio de la corte. Por lo que el Duque también aprovechó para hacerse con multitud de terrenos y propiedades por toda la ciudad y con el inmenso espacio que va desde la actual plaza de Neptuno a Atocha, ya que sabía que a corto plazo el monarca regresaría a Madrid y dispararía de nuevo los precios.
El 10 de enero de 1601 se oficializaba el traslado a Valladolid, ciudad que experimentó un inusitado crecimiento de población. En torno a más de 15.000 personas que estaban de alguna forma ligadas al aparato del Estado, y que hicieron las maletas y abandonaron Madrid para acompañar a los reyes y la corte en su nueva capital, provocaron que tuvieran que comprar propiedades al nuevo dueño de la ciudad, que no era otro que el Duque de Lerma, convertido ya en multimillonario.
Durante un lustro, Valladolid creció de manera exponencial atrayendo a los más prestigiosos nombres de las artes y las letras, como Pedro Pablo Rubens, que se convirtió en amigo del Duque y al que pintó en el maravilloso retrato ecuestre portada de este artículo; o Miguel de Cervantes, que escribiría allí varias de sus novelas ejemplares.
Pero a finales del verano de 1605, una epidemia de peste levantó un halo de inquietud en la corte. Además, María de Austria había fallecido, despejando el camino del Duque. Y por si todo esto fuera poco, Madrid había ofrecido a la Corona una donación de 250.000 reales a cambio de que la capital volviese a la ciudad, de los que una tercera parte irían a parar a las manos del Duque.
Era el momento de regresar, así que Francisco disuadió a Felipe III para volver a Madrid. Ocurrió el 4 de marzo de 1606, circunstancia que aprovechó, como ya tenía planeado, para vender las propiedades que había comprado a tan bajo precio cuando la corte se había trasladado a Valladolid.
Este vergonzoso y colosal pelotazo inmobiliario convirtió al Duque de Lerma no sólo en la figura más rica de todo el Imperio Español, sino en una de las personas más ricas de todo el planeta.
Conocedora de sus corruptelas y harta de que fuera el rey en la sombra, la reina Margarita, esposa de Felipe III, reunió a su alrededor a todos los nobles que habían sido dañados por los abusos del Duque y preparó un proceso contra él para que fuera investigado. Su entramado financiero fue revelado, salpicando a muchos de los que formaban su red, como su mano derecha, Rodrigo Calderón de Aranda, que fue ejecutado en la Plaza Mayor de Madrid en 1621.
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Su último golpe: ser cardenal
Habían comenzado a caer los peones y sabía que en algún momento le tocaría a él, por lo que orquestó un último ardid para intentar salvar el cuello: solicitar a Roma que se le ordenara cardenal para protegerse de cualquier proceso judicial, puesto que el clero gozaba de inmunidad absoluta.
El Papa Paulo V aprobó su petición al mismo tiempo que el rey le aconsejó retirarse a sus propiedades de Valladolid, donde aquel hombre que había gobernado un imperio en la sombra y que había protagonizado el mayor caso de corrupción de la historia de España, fallecía el 17 de mayo de 1625.
Su cargo fue ocupado por su propio hijo, el Duque de Uceda. Algunas versiones consideran que este conspiró contra su padre junto al Conde Duque de Olivares, otro de los grandes corruptos de la historia de España, para impedir que Galicia consiguiera de nuevo tener voto en las Cortes, un derecho por el que luchaba Pedro Fernández de Castro y Andrade.
Haya sido víctima de una conspiración o no, lo que sabemos con total seguridad es que su fortuna llegó a ser tan desmedida que con ella podría haberse costeado la construcción de cinco monasterios de El Escorial, una obra que se estima que supuso un desembolso de unos 600 millones de euros actuales, más el 1 % del PIB del reino en la época de su construcción.
Cuando fue ordenado cardenal corrió por Madrid una coplilla, una breve canción de carácter humorístico, que decía: "Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado", una tradición que ha llegado a nuestros días, en los que ya no usamos coplillas, sino chirigotas. Porque siglos después, desgraciadamente, corruptos haberlos haylos.