Un poder siniestro y devastador, y un efecto multiplicador. Son las características principales de las bombas de racimo que Estados Unidos se comprometió el pasado 7 de julio a enviar a Ucrania dentro de su próximo paquete de ayuda militar. El asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, dijo que estas polémicas municiones no se usarían ni en zonas civiles y urbanas, y que el ejército ucraniano se ha comprometido a emplearlas exclusivamente dentro de su territorio así como a su posterior desminado.
Las bombas de racimo son proyectiles que albergan en su interior decenas o centenares de otras pequeñas bombas. El proyectil principal se lanza desde aviones, plataformas lanzacohetes u obuses en tierra. Cuando está en el aire, dependiendo de qué tipo de bomba sea, tiene diferentes comportamientos: algunas se abren y esparcen proyectiles en múltiples direcciones que luego detonan al impactar contra el suelo en diámetros que pueden superar el kilómetro. Otras explotan en el aire y provocan lluvias de metralla, fósforo blanco, circonio, gas sarín… Los elementos letales son incontables
Su concepción y uso extensivo se remonta al Chile de los años 80, en plena dictadura de Augusto Pinochet, cuando el ingeniero y empresario Carlos Cardoen desarrolló la industria armamentística privada más potente del mundo para la fabricación de bombas de racimo. Amigo del propio Pinochet, pero también de personajes como Fidel Castro y Saddam Hussein, el magnate de las armas chileno es responsable de la comercialización de 12 millones de bombas de racimo en todo el mundo.
Lo que todas las bombas de racimo tienen en común es que no discriminan entre objetivos civiles y militares. Además, muchas de estas pequeñas bombas no llegan nunca a explotar, convirtiéndose en minas que se cobrarán nuevas víctimas en el futuro.
Así lo explica a EL ESPAÑOL | Porfolio Jordi Calvo, miembro del Centre Delàs d'Estudis per la Pau y Justícia i Pau: “Una munición en racimo es una bomba de área, que contiene decenas o cientos de submuniciones que caen en un área superior a varios campos de fútbol. Es militarmente útil por el menor riesgo para los pilotos, al lanzar cientos o miles de bombas de una vez. No respetan el Derecho Internacional Humanitario, ya que no tienen la capacidad de distinguir entre civiles y militares, y porque un porcentaje de un 20% no explota, en situación de combate, al caer a tierra. Para detonar deben hacerlo en terreno duro. Cuando lo hacen en árboles, maleza, objetos… quedan sin explotar, convirtiéndose en minas antipersona, porque cuando son manipuladas o pisadas a posteriori, explotan en las manos o pies habiendo dejado cientos de miles de mutilados y muertos a lo largo de la historia”.
Proyectiles en Ucrania
El empleo real de las bombas de racimo dista mucho de las promesas y buenas intenciones del portavoz de la Casa Blanca sobre su aplicación controlada en Ucrania. El anuncio no estuvo carente de controversia: varios de los 120 países firmantes de la Convención sobre Municiones de Racimo, entre ellos España, se opusieron al envío de este tipo de bombas. Este tratado entró en vigor en 2008 y quienes lo suscribieron se comprometieron a cesar la producción, venta y uso de este tipo de bombas.
Sin embargo, en el caso de Ucrania, las bombas de racimo se han usado ampliamente desde el inicio del conflicto. Ni Rusia ni Ucrania están adheridos a la Convención y ambos fabrican, venden y usan este tipo de municiones. Las que ahora recibirá Ucrania por parte de Estados Unidos son proyectiles de artillería que se detonarán desde obuses de 155 milímetros calibre OTAN ya desplegados en el frente. Son las conocidas como Municiones Convencionales de Doble Propósito Mejoradas (DPICM, por sus siglas en inglés).
Este proyectil, en lugar de tener una cabeza explosiva como la mayoría de municiones de artillería, cuenta con un detonador en su punta que expulsa hacia la parte trasera las submuniciones. Éstas son una combinación de metralla anti-infantería y mini-proyectiles perforadores contra blindados, de ahí su nombre “doble propósito”. Estados Unidos las desarrolló en los años 70 y las usó ampliamente en la Guerra del Golfo. Ucrania ha estado detrás de ellas durante muchos meses.
El motivo no es otro que su efectividad en las circunstancias actuales del conflicto: con el frente estancado en la guerra de trincheras, las DPICM tienen la capacidad de alcanzar grandes áreas de terreno -de diámetros de 200 metros a 1,6 kilómetros- y generar una lluvia de acero de tal modo que nadie pueda estar a cubierto. Además, daña indistintamente a la infantería como a los vehículos, y sin la necesidad de exponer a aviones y helicópteros a las defensas antiaéreas.
Conexión chilena
La invención de la bomba de racimo sólo era una cuestión de tiempo en la guerra moderna: la fragmentación de un proyectil a ras de suelo podría simplemente producirse instantes previos en el aire y multiplicar su devastación más allá de un punto concreto. Los alemanes fueron los primeros en usar una bomba de racimo en la Segunda Guerra Mundial: la Sprengbombe Dickwandig 2 kg o SD2, conocida como “bomba mariposa”.
En los años 70 comenzó su producción a gran escala en países como Estados Unidos, Rusia e Italia y se emplearon en conflictos como la Guerra de Vietnam, provocando miles de víctimas civiles. Pero no fue hasta finales de los 80 que las bombas de racimo dieron un salto tecnológico y pasaron a tener un papel determinante: el responsable fue Carlos Cardoen, quien desarrolló durante el régimen militar de Pinochet una potente industria armamentística en el contexto de una inminente agresión militar argentina.
Daniel Prieto Vial, economista, militar, académico, profesor y excandidato a senador por el derechista Partido Republicano chileno, trabajó mano a mano con Cardoen en el desarrollo de este armamento letal y atiende a EL ESPAÑOL | Porfolio en conversación telefónica: “En 1978, la dictadura militar argentina tenía el propósito de invadir Chile y partirlo en dos. Chile tenía una fuerza aérea muy limitada y nos juntamos un grupo de gente a montar una empresa privada de Defensa para ver cómo podríamos aumentar y multiplicar nuestras capacidades ante una posible guerra”.
“En aquel momento, Chile estaba aislado: el mundo comunista, liderado por la URSS, era nuestro enemigo declarado, pero también nos daba la espalda el mundo occidental, Europa y Estados Unidos. Teníamos un embargo que nos impedía importar armamento y aviones de otros países, con lo que Carlos Cardoen -un tipo muy hábil- y otros ingenieros comenzaron a experimentar con bombas de racimo, hasta que lograron desarrollar una bomba de racimo muy mejorada. Llegamos muy rápido a desarrollar algo muy bueno”, prosigue Prieto.
Apenas tres años después de que se pusieran a trabajar, en 1981, Chile contaba con cinco plantas de producción funcionando a plena capacidad de las que salían una gran variedad y cantidad de estas municiones.
“Yo las encontraba espantosas, pero era la única posibilidad que teníamos. Con una sola bomba de racimo, uno de nuestros aviones podía generar el mismo daño que cientos de aviones a la vez. Tenían una gran capacidad para frenar ofensivas de infantería y de blindados. En una guerra se gasta mucho, la munición se consume muy rápido, hay que recargar los aviones… Todos estos problemas desaparecieron gracias a la munición que desarrollamos”, explica Prieto.
El señor de las bombas
El estallido de la Guerra de las Malvinas entre Argentina y el Reino Unido en 1982 y la consiguiente caída del régimen militar argentino un año después, desbarató cualquier atisbo de guerra con Chile, y Cardoen comenzó a exportar. “El gobierno paró la inversión, pero Pinochet nos dijo que vendiésemos las bombas a otros países para no frenar el desarrollo de la industria. La única condición era no vender a países vecinos y a países comunistas”, dice Prieto, quien fue gerente de ventas internacionales de Industrias Cardoen y comercializó las armas por todo el mundo.
Fue así como las bombas de racimo chilenas llegaron con el beneplácito y apoyo de EEUU a Saddam Hussein, enzarzado en aquel momento en la guerra entre Irak e Irán. Esta se prolongó a lo largo de la década de los 80. “Saddam estaba muy interesado en este tipo de armamento”, recuerda Prieto.
Cardoen comenzó entonces a multiplicar sus beneficios hasta convertirse en una de las mayores fortunas de Chile: instaló dos plantas de producción en Irak, otra en Argentina y una cuarta en España, asociado con la industria armamentística local, al tiempo que sus clientes en África y en América se multiplicaban. Entre ellos, y ya con Pinochet fuera en el poder, estaban países como la Cuba comunista de Fidel Castro.
El fin de la guerra entre Irán e Irak dio paso, en sólo dos años, a la invasión de Kuwait por parte de Irak. Las tornas cambiaron de la noche a la mañana: Saddam Hussein había pasado de ser un aliado de Estados Unidos a un enemigo y, con ello, Cardoen entró en la lista negra como suministrador de armamento del régimen.
Al inicio de la Guerra del Golfo, la fuerza aérea de EEUU bombardeó las plantas de producción iraquíes del grupo empresarial chileno -avisando antes a su personal- y el gobierno estadounidense emitió una orden de búsqueda y captura contra Cardoen. Desde entonces, no ha salido de Chile para evitar ser detenido.
Una de las acusaciones de EEUU contra el empresario chileno es que había comprado ilegalmente circonio, un mineral que se emplea dentro de las municiones de la bomba para producir un efecto incendiario. “Las bombas producidas con circonio eran siniestras, pero son cosas que se producen en el armamento… Lo que no es cierto es que se importase ilegalmente. Estados Unidos fabricó una argucia legal para neutralizar la industria armamentística chilena que en aquellos años rivalizó con la suya”, relata Prieto.
Industrias Cardoen cerró definitvamente en 1994 y el empresario reinvirtió la fortuna que hizo con las bombas de racimo en actividades agrícolas y turísticas en Chile.
Las vidas perdidas
Prieto dejó a Cardoen por desavenencias personales al poco de comenzar a comercializar las bombas a Irak. Aunque no tuvo una responsabilidad directa en la venta de más de 12 millones de proyectiles, participó en el desarrollo y expansión de una de las armas más letales jamás creadas, que ha dejado decenas de miles de muertos.
—¿No se le plantea un dilema ético al haber participado en la concepción de un arma que rechazan 120 países a través de la Convención sobre Municiones de Racimo?
—Cuando se hizo la Convención, me pareció bien. Pero, ¿qué importa que varios países se comprometan a no producir ni usar bombas de racimo, si los grandes fabricantes, Rusia, Estados Unidos y Brasil, las siguen desarrollando? En esto soy pragmático: todas las armas matan, la cuestión es si se van a usar para atacar o para defenderse, como fue nuestro caso en Chile; a quién se las vendes y por qué. Todos los países desarrollados fabricaban estas armas.
Радник мера Маріуполя Петро Андрющенко повідомив, що росіяни застосували проти українських захисників на «Азовсталі» запалювальні або фосфорні бомби pic.twitter.com/bf2X1WlTvq
— hromadske (@HromadskeUA) 15 de mayo de 2022
Tanto en Ucrania, como en recientes conflictos Siria o Yemen, las bombas de racimo han sido una de las armas más brutales contra la población civil. Según Calvo, del Centre Delàs, que además participó en la sección española de la campaña Stop Cluster Munitions, precursora de la Convención en 2008, lamenta que los principales productores no se adhirieran.
“Algunos países productores o que las poseen han decidido no firmar el Tratado de prohibición de 2008. Tampoco ninguna de las grandes potencias, como EEUU o Rusia. Ni Ucrania, quien las ha utilizado en la actual guerra. Aún así, gracias a la Convención, Estados Unidos, por ejemplo, creó su propia norma de limitación y, en la práctica, abandonó esta arma”, dice.
En el caso de España, hasta 2008, la empresa zaragozana Instalaza producía en España la granada de mortero MAT-120, que usaron regímenes como el de Muammar Gadafi en Libia. El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero aprobó paralelamente a la Convención una moratoria unilateral al uso, producción y ventas de las bombas de racimo en julio de 2008. Esto desembocó en un litigio por el que la empresa de armamento demandó 40 millones de euros de compensación al Ejecutivo. Los tribunales no le dieron la razón.
Calvo explica que el uso, venta o transferencia de las municiones de racimo por quien no ha firmado el tratado “no es ilegal”, pero el hecho de que haya un consenso de 120 países “estigmatiza” a quien lo hace. Y aboga por dar un paso más: “Según el Derecho Internacional Humanitario, el uso de armas contrarias a los Convenios de Ginebra, que van a matar civiles, podría ser considerado un crimen de guerra. Las bombas de racimo que se disparen en Ucrania, como ocurre con todas las bombas de racimo, matarán y mutilarán civiles, durante o después de los combates”, concluye.