Desde hace 30 años, la vida de Tanya Quiñones ha estado anclada a los barrotes que encierran a Pablo Ibar en su celda de Florida (Estados Unidos). Allí, su marido -el único español que ha permanecido durante 16 años en el corredor de la muerte- cumple ahora una condena de cadena perpetua por un delito de triple asesinato que asegura que no cometió. “Nadie sacrificaría su vida estando con un hombre que no sea inocente. Aparte de defender a la persona a la que amo, he defendido siempre la verdad”, revela Tanya en una entrevista con EL ESPAÑOL | Porfolio.
La noche del 27 de junio de 1994, mientras los cuerpos de Casimir Sucharski, dueño de un club nocturno, y las bailarinas Sharon Anderson y Marie Rogers estaban siendo acribillados a balazos en la casa de Sucharski en Miramar (Florida), Pablo Ibar se encontraba junto a Tanya en la casa de esta. “Pasó la noche conmigo. Mis padres se habían ido de viaje a Irlanda y mi hermana nos encontró a Pablo y a mí en la habitación”, cuenta Tanya.
Su hermana, tras el encuentro inesperado, decidió llamar a sus padres por teléfono para alertarles de que la joven, que por entonces tenía 16 años, había amanecido en la cama con un chico. Unas llamadas que quedaron reflejadas en la factura de la compañía telefónica.
Entonces, ¿cómo pudieron acusar a Pablo Ibar de encontrarse en la escena del crimen? Una grabación de muy baja calidad recogida de una videocámara en la casa de Sucharski reveló el rostro de uno de los asesinos, el cual guarda parecido al de Ibar. Con esta imagen como única prueba, Pablo fue condenado a muerte en el año 2000. Pasó 16 años en el corredor de la muerte en la Prisión Estatal de Florida, en Raiford, hasta que, en 2016, tras varias reclamaciones, el Tribunal Supremo de Florida anuló la condena, alegando que Ibar había recibido una defensa letrada ineficaz y que las pruebas eran “escasas” y “débiles".
Finalmente, el 22 de mayo de 2019, tras la celebración de un nuevo juicio, Ibar fue condenado a cadena perpetua con las mismas pruebas que el Tribunal Supremo de Florida había considerado insuficientes en 2016. Durante este juicio, uno de los miembros del jurado se retractó del veredicto de culpabilidad, alegando haber sido presionado durante el proceso. Tanya, ante la injusticia que se estaba cometiendo con su marido, aseguró, entre sollozos y delante del jurado popular, que Pablo “era un buen hombre”. Al escuchar sus palabras, Ibar, conmovido, no pudo contener las lágrimas.
Desde la fatídica noche en la que se cometieron los crímenes, la esposa de Pablo Ibar no ha parado de luchar para defender la verdad. Cada noche, sin perder la esperanza, espera la llegada de su marido con la misma fuerza que, según cuenta la mitología griega, lo hizo Penélope aguardando la llegada de su amado Ulises. “Cuando todo tu pensamiento gira en torno a una persona, es imposible no quedarse a su lado, aunque haya tenido que sacrificar mi vida entera. Sé que Pablo es inocente”, expresa con firmeza.
Cuando Tanya conoció a Pablo
Tanya nunca olvidará la noche en la que conoció a Pablo, un año antes de su ingreso en prisión. Fue en una fiesta de un amigo en común. “Fue un flechazo. Él era un veinteañero de lo más normal, trabajaba en una gasolinera, iba a muchas fiestas, se divertía, como cualquier joven. A todo el mundo le gustaba estar alrededor de él. Era el alma de la fiesta”, cuenta. Sin embargo, la relación no fue vista con buenos ojos por parte de los padres de ella. “Pablo tenía cuatro años más que yo y ningunos padres se sienten cómodos en esa situación. Yo era muy joven… Pero, finalmente, cuando vieron que él era inocente, me apoyaron en todo”, asevera.
Desde que ingresó en prisión, la mujer del reo ha ido cada sábado a visitarle. Han sido, hasta el momento, unos 1.560 sábados. Durante los primeros ocho años, tenía que recorrer en coche siete horas de ida y otras siete de vuelta desde su vivienda hasta la prisión. “Luego me cambié de casa y se convirtió en cuatro de ida y cuatro de vuelta y me tenía que organizar para poder cuadrarlo con el trabajo. Me levantaba a las 4 de la mañana para llegar a la hora de la cita”, relata. Ahora, desde que cambió de domicilio para estar más cerca de él, el trayecto es de menos de una hora.
Desde 1996 hasta el 2000, cuando Pablo fue encerrado en el corredor de la muerte, Tanya sólo podía tener contacto con él a través de un cristal. “Era duro no poder siquiera tocarlo, ni darle un beso, pero nuestro amor podía romper esa barrera”, cuenta. Un día, en una de esas visitas, tras ser declarado culpable, Pablo intentó convencer a su esposa de que ella no podía quedar anclada para siempre a la condena de tener un novio preso de por vida.
“Él pensaba que me estaba arruinando la vida. Me dijo que sería mejor para mí cortar la relación y vivir mi vida y no tener que pasar por esta situación. Pero le expliqué que esta fue mi elección. Yo fui la que eligió que quería pasar por esto. No ha sido un camino fácil, pero obviamente es lo que haces cuando amas a alguien”, asegura.
El matrimonio en la cárcel
Tanto fue así que, en 1998, el destino de los dos quedaría sellado para siempre cuando deciden contraer matrimonio dentro de la cárcel. “No fue una decisión sencilla. Mi padre me dijo que tenía que estar completamente segura porque ya no habría vuelta atrás, si lo dejaba, le rompería el corazón. Al final mi amor por él pudo con todo eso", comenta. En la boda, ni siquiera les dejaron tocarse. Firmaron los papeles y se intercambiaron los votos por el interfono de comunicación.
A pesar de la condena a muerte y de los muros que los separan, Pablo y Tanya decidieron tener dos hijos, Giorgio y Javier Andrés, fruto de los encuentros en la cárcel. Dos hijos a los que ella ha tenido que sacar adelante sola y contarles la historia de su padre, con quien mantienen un contacto lo más regular posible. “Quieren mucho a su padre. Han entendido que es inocente, y que es muy injusto lo que le ocurre”, dice Tania, quien hace tres años decidió llevarlos al País Vasco para que descubrieran sus raíces. “Quería que vieran de donde proviene su padre para que conozcan su historia”, apunta.
“No voy a rendirme jamás”
Del País Vasco es Cándido Ibar, padre de Pablo y hermano del legendario boxeador español José Manuel Ibar Urtain, desde donde emigró a Estados Unidos para hacer carrera como pelotari (jugador de Pelota vasca). Allí contrajo matrimonio en 1971 con Cristina Casas, de origen cubano. De esa unión nacieron Pablo Ibar, en 1972, y su hermano Michael, en 1976.
Con la pasión por el deporte recorriendo sus venas, Pablo quiso seguir la estela deportiva de su padre, y también la de su tío. “Mi hermano tenía un futuro prometedor como pelotari, aunque también era muy bueno en todos los deportes, era el mejor en todo. Era mi mayor referente... Yo quería seguir sus pasos. No tengo ninguna duda de que, si hubiera podido seguir, hubiese llegado a un nivel muy alto”, relata Michael Ibar a este periódico.
Dos años antes de que Pablo viniera al mundo, Urtain derrotó al alemán Peter Weiland por KO en el séptimo asalto y se coronó Campeón de Europa de los pesos pesados en el Palacio de los Deportes de Madrid. Con la figura de su tío siempre presente, Ibar lucha mentalmente contra las paredes de su celda con la misma fuerza y determinación que lo hacía su tío para batir a sus rivales. "No voy a rendirme jamás. Y si muero antes de poder demostrar mi inocencia, espero que alguien pueda seguir mi lucha en mi nombre. Soy inocente”, declaró el condenado a cadena perpetua en una ocasión.
Aunque el motivo principal que lleva al recluso a mantener esa fuerza es el apoyo incondicional que recibe por parte de su familia y de la gente que lo apoya. “Aparte de nuestro apoyo, hay mucha gente en España que cree firmemente que es inocente, y eso le llena de ánimos”, dice Tanya. “Yo no sé cómo mi hermano se mantiene así de fuerte. Es verdad que también tiene sus momentos de debilidad, no voy a decir que no, pero nunca pierde la esperanza”, apunta Michael.
Una fortaleza que el convicto demostró cuando recibió la noticia, durante su estancia en prisión, de que su madre había fallecido después de luchar contra el cáncer. Años antes, Pablo decidió dejar Connecticut, donde vivía con su padre, para mudarse a Florida para acompañar a su madre durante la enfermedad. Cuando murió, Pablo pensó que había sido su culpa. Cristina no dejó de luchar hasta el último día por ver a su hijo fuera de la cárcel.
“Él tenía claro que quería acompañar a mi mamá. Fue extremadamente dura su muerte, ya que ni siquiera le dejaron venir al funeral. No le dejaron ni despedirse de ella”, explica Michael. “Fue un palo muy duro. Pablo adoraba a su madre. Y no poder mirarla por última vez a los ojos, no poder decir adiós a la persona que le dio la vida, no poder estar ahí con ella…”, añade Tanya.
Cuando Pablo llegó a Florida, se rodeó de malas compañías. Tres semanas después de los crímenes de Miramar, cuando los detectives del caso reciben el fotograma del vídeo donde supuestamente aparece el acusado, Pablo se encontraba detenido tras acompañar a unos amigos a una casa para comprar cocaína. El condenado a cadena perpetua los esperó en el coche y no entró en dicha casa, pero a pesar de ello fue detenido. “Yo no soy un santo, pero tampoco un asesino”, exclamó el propio Pablo en uno de los juicios.
“Cuando Pablo se vino a Florida con mi madre, íbamos mucho de fiesta, pasábamos mucho tiempo en las calles. Y no siempre seguimos el mejor camino. Mi madre y mi padre siempre se preocupaban mucho por encarrilarnos. Éramos muy jóvenes, y en ese contexto, te dejas llevar por malas influencias”, explica Michael.
Peligros en prisión
Actualmente, Pablo Ibar cumple condena en el Okeechobee Correctional Institution de Florida. Puede “moverse con más libertad” que en las cárceles anteriores, dice Michael. Una ventaja que, sin embargo, conlleva mayores peligros. “Hay muchos gangsters, muchos pandilleros… Allí acuchillan a gente casi todas las semanas. Es un riesgo muy grande. Y mi hermano, aunque es corpulento, ya no tiene 20 años”, advierte.
Sin embargo, la Prisión Estatal de Florida, en la que estuvo antes de ser trasladado en 2019, era mucho más insegura y peligrosa que la actual. Su primer compañero de celda fue acuchillado. Pablo se lo encontró tras volver de comer con siete cuchilladas en su cuerpo. Además, en esta cárcel varios presos murieron por golpes de calor debido a la gran humedad y a las altas temperaturas que se alcanzan en la región de Florida. “Ahora, afortunadamente, tienen aire acondicionado”, dice Michael.
Durante su interminable estancia en prisión, Pablo ha encontrado formas de adaptarse y sobrevivir. Ha logrado construir buenas relaciones. Su carisma le ha ayudado a sobrellevar la situación. Y no solo se ha ganado el respeto de otros presos, sino también de los guardias. “Pablo tiene una gran personalidad, y eso hace que la gente se vea atraída por él”, explica Tanya.
Además, actúa como un mentor para los jóvenes que llegan nuevos a la prisión, compartiendo con ellos sus experiencias y aconsejándoles sobre la vida entre rejas. Esta labor no sólo le proporciona un sentido de propósito, sino que también crea “un entorno más seguro para él”, dice su esposa.
A pesar de las adversidades, Pablo no ha perdido la esperanza ni los sueños. Si lograra salir de prisión, su mayor deseo sería reunirse con su familia y comenzar una nueva vida. “Empezar nuestra vida juntos, al fin. Creo que eso es lo más importante para él. No sería fácil adaptarse, pero contará con nuestro apoyo. Quizás querría regresar a España”, revela Tanya.
En estos años, Pablo ha dedicado mucho tiempo a estudiar y entender el sistema de apelaciones, con la esperanza de encontrar una vía para su liberación. También, dentro de la cárcel, “ha aprendido a ser barbero”, revela Michael, lo cual puede resultar una salida profesional en un futuro. “Mi hermano tiene mucho talento. Él va a poder hacer lo que quiera hacer”, señala Michael con una sonrisa de esperanza.
Una condena injusta
El caso de Pablo Ibar sigue siendo objeto de intensas críticas y controversias. Diversos aspectos del juicio y la investigación han reflejado una condena injusta. De las 145 huellas dactilares recogidas en la escena del crimen, ninguna perteneció a Pablo Ibar. Tampoco se encontraron pruebas de ADN del acusado hasta muchos años después, cuando se hallaron, de repente, restos de ADN de Pablo en la camiseta con la que el asesinó se ocultó el rostro. Según la defensa, estas pruebas fueron contaminadas en el laboratorio.
Durante el último juicio en el que se le condena a cadena perpetua, uno de los miembros del jurado se retractó del veredicto de culpabilidad denunciando haber recibido presiones. Por lo que, el juez del caso, Dennis Bailey, decidió expulsarle, reemplazándolo por un suplente, repitiendo la votación del jurado y no permitiéndole participar en la deliberación sobre la condena que se le impondría a Pablo.
A esto se suma la pésima defensa que recibió Pablo cuando se le condena a cadena perpetua. Su primer abogado fue arrestado durante el juicio por presuntos maltratos a su esposa. Además, tenía problemas de drogadicción. Pablo decidió cambiar de abogado pero el juez no lo permitió. “Este señor no tenía las facultades para llevar un caso de pena máxima, bueno, ni para llevar una multa de tráfico… Era muy conformista, no quería gastar ningún dinero en nada”, relata Michael.
Falleció pocos años después, pero antes dejó una declaración jurada en la que reconocía que no estaba en condiciones de llevar este caso. Esto provocó que se repitiera el juicio en el que finalmente Pablo Ibar fue condenado a cadena perpetua.
Casi con las mismas pruebas incriminatorias que recaen sobre Pablo, Seth Peñalver, la segunda persona acusada de cometer el triple asesinato, fue declarado no culpable en la repetición de su juicio en el año 2012. El juez no permitió que el jurado del tercer juicio contra Pablo Ibar supiese que Peñalver había sido declarado no culpable.
Por otro lado, la defensa pidió unas cintas de videovigilancia del local del asesinado Casimir Sucharski, donde supuestamente se veía a Sucharski recibiendo amenazas de dos hombres el día antes del triple asesinato. Las cintas, que habían desaparecido, reaparecieron en el juicio de Seth Peñalver en 2012. Fueron borradas mientras estaban bajo custodia policial, aparentemente de forma intencionada mediante magnetización. La fiscalía prohibió mencionar estas cintas y su estado durante el juicio ante el jurado popular.
Asimismo, Gene Klemetzko, compañero de piso de Pablo, reveló que el detective del caso le pagó 1.000 dólares para declarar en contra de Ibar. Klemetzko dijo haber visto a Ibar acudir al piso donde vivían para recoger un arma, lo cual terminó admitiendo que era falso.
La única prueba en la que el jurado popular se basó para sentenciar a Pablo fue la imagen del vídeo. Sin embargo, un perito experto en identificación facial declaró que la imagen del hombre del vídeo no coincidía con Pablo Ibar. Habría diferencias en los rasgos de ambos. Además, señaló que el asesino medía entre 2,5 y 3,5 pulgadas menos que Ibar.
“Todo esto no es casualidad ni fruto de un error. Es corrupción. Han hecho todo lo posible, dentro y fuera de la ley, para condenar a mi hermano. Yo siempre he dicho que lo que hicieron fue coger a mi hermano y convertirlo en culpable”, denuncia Michael. De igual forma, Tanya cree que una vez que acusaron a Pablo, no pueden echarse atrás. “Eso sería admitir que han cometido un error y nuestro sistema judicial nunca hará eso”, comenta.
El fiscal del condado de Broward, Chuck Morton, era famoso por buscar sentencias severas y no admitir errores para mantener su reputación. Según señala Michael, este es uno de los motivos principales por el que han mantenido con firmeza la culpabilidad de Pablo. “Este señor era famoso por hacer juicios muy extensos y buscar siempre la máxima condena, aunque fuesen delitos pequeños de tráfico de drogas y cosas así”, explica.
En Estados Unidos, los fiscales, jueces y jefes de policía, son electos, a diferencia de otros lugares como España donde estos son funcionarios. Aunque esta elección podría parecer positiva porque acerca el poder al pueblo, también genera problemas. “Los cargos electos buscan ser reelegidos, y en el caso de los fiscales, esto se traduce en mostrar una imagen de ser duros contra el crimen, lo que puede llevar a evitar admitir errores y a actuar con parcialidad”, explica a EL ESPAÑOL | Porfolio Andrés Krakenberger, portavoz de la Asociación Pablo Ibar - Juicio Justo. “Esta situación hace que los jurados en Estados Unidos sean más susceptibles a ser influenciados por tácticas emocionales y dramáticas de los abogados”, añade.
Otro punto a destacar para analizar las irregularidades del proceso judicial es que, a diferencia de España, donde el juez tiene poder para anular la decisión del jurado si considera que no es justa, en Estados Unidos, aunque el juez también tiene ese poder, “rara vez se utiliza porque los jueces quieren ser reelegidos y no quieren ir en contra de la decisión del jurado”, apunta Krakenberger.
Con la determinación de no rendirse hasta sacar a Pablo de la cárcel, el actual abogado, Joe Nascimento, y su equipo están estudiando ahora las distintas opciones después de que en 2023, el Tribunal del Cuarto Distrito de la Corte de Apelaciones de Florida denegase el recurso de reposición que solicitó la defensa de Ibar pidiendo, una vez más, la revocación de la cadena perpetua a la que fue condenado en 2019. Ahora, las opciones pasan por volver al Tribunal Supremo de Florida o ir directos a la jurisdicción federal.
El coste estimado para este proceso de apelación asciende a 300.000 euros. La Asociación Pablo Ibar - Juicio Justo ha lanzado una campaña de micromecenazgo en su página web con el objetivo de recaudar los fondos necesarios para cubrir los gastos del proceso judicial. La cantidad final necesaria dependerá de la vía que se decida seguir, ya que los presupuestos varían según el tribunal al que se acuda.
Hasta ahora, el apoyo financiero ha provenido de diversas fuentes, incluyendo partidas en los presupuestos de la comunidad autónoma vasca y en los presupuestos generales del Estado español, además de donaciones individuales. “Este respaldo ha sido crucial, ya que en Estados Unidos una defensa legal efectiva requiere de recursos económicos significativos”, señala el portavoz de la asociación.
Pablo Ibar, en una carta de agradecimiento, expresó su gratitud hacia los Gobiernos de España y del País Vasco, así como a todas las personas, medios de comunicación e instituciones que le han apoyado durante estos largos años. Afirmó que este apoyo "le ha salvado la vida" y que seguirá luchando hasta el final para demostrar su inocencia. Mientras, Tanya, Michael y toda su familia seguirán a su lado. “No pararemos hasta sacarlo de allí”, sentencia Tanya.